Paz Total: una promesa que se desmorona | Razón Pública 2023
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Paz Total: una promesa que se desmorona

Escrito por Armando Borrero

La Paz Total del gobierno Petro está siguiendo los pasos de negociaciones anteriores, llenas de buenas intenciones, pero incapaces de lograr paz en Colombia. Por qué hay tanta confusión.

Armando Borrero*

Los procesos voluntaristas

Un día, uno se despierta con la noticia de que en México se logró un avance en las conversaciones con el ELN. Pero no pasa un día completo cuando las ilusiones se desmoronan. En la mañana se piensa que podrá ver a Colombia finalmente en paz. En la noche, todo vuelve a la realidad. ¡La realidad existe! Nos lo recordó hace unos pocos días Moisés Wasserman en su estupenda columna de El Tiempo.

La realidad predica que los procesos de paz voluntaristas siempre fracasan en Colombia. A esta categoría pertenecen los procesos adelantados por las administraciones Betancur, Pastrana Arango y, ahora, la de Petro. Por otra parte, están los procesos a través de las instituciones, como los de las administraciones Barco-Gaviria y Santos.

Los procesos voluntaristas parten de pensar con el deseo. La visión de Belisario Betancur fue la de la “nobleza obliga”. Partió de un diagnóstico ingenuo: no hay confianza y, por lo tanto, hay que remover la desconfianza. El diagnóstico se ahogó en las aguas de la lógica. Era claro que no había confianza, de otra manera la discordia no se estaría tramitando a balazos.

Para remover el obstáculo supuesto, se entregó desde el comienzo uno de los premios gordos que se da al final de una negociación: la amnistía. La conducción del proceso se puso en manos de una Comisión conformada por un grupo selecto de hombres y mujeres. Todas magníficas personas, pero sin poder ni representatividad. Los militares fueron puestos fuera del proceso.

La realidad predica que los procesos de paz voluntaristas siempre fracasan en Colombia. A esta categoría pertenecen los procesos adelantados por las administraciones Betancur, Pastrana Arango y, ahora, la de Petro. Por otra parte, están los procesos a través de las instituciones, como los de las administraciones Barco-Gaviria y Santos.

Pese al frágil punto de partida, hubo avances. La sociedad es testigo de la entrega del inolvidable Otto Morales Benítez. Alberto Rojas Puyo se batió con todo hasta el final. Pero el “sí se puede” se transformó en “no se pudo”. El final fue una tragedia.

La visión de Andrés Pastrana fue la de la de “nos amamos tanto” como en la película de Ettore Scola que nos marcó en los años setenta. El encuentro prematuro del presidente electo con Manuel Marulanda, el “hubo química”, “me contó que había conocido y hablado con mi papá” y el regalo del reloj, fueron el encuadre del encuentro. Se aceptó el despeje de cinco municipios, 42.000 kilómetros cuadrados sin examinar ni pactar los detalles.

No quedaron claras las condiciones de permanencia y actuación de las instituciones del Estado en el área de distensión. La guarnición militar de San Vicente quedó en el aire y su presencia dio pie a los primeros desacuerdos. No se pactó una agenda. Se comenzó por una discusión ideológica, el modelo de sociedad, que llevó a giras frenéticas por el mundo.

Pasaron más de dos años para acordar la agenda de negociación, que sumó algo así como 112 puntos. Cuando en una negociación de paz se llega a tamaña agenda, es porque las partes no saben que están negociando. Los delegados del gobierno cambiaban a ritmo vertiginoso y todo acabó en una situación tan mala o peor que la del principio.

Foto: Twitter: Ejército Nacional - En el proceso de la Paz Total no hay claridad del papel que tienen las Fuerzas Militares y la Policía Nacional

Procesos por medio de instituciones

Pero los procesos por medio de las instituciones dejan un sabor distinto.

Entre los gobiernos de Barco y Gaviria hubo continuidad. Al frente de la negociación estaba un funcionario del Estado, dependiente del presidente de la República, que contaba con un equipo de apoyo técnico bastante estable. La conducción del proceso estuvo firmemente en manos del Ejecutivo nacional y se alcanzó el éxito del proceso con el M-19, el EPL y dos grupos menores más.

El proceso del gobierno Santos ha sido el más elaborado en preparación y desarrollo.  Ahora se trataba de lidiar con el ejército rebelde más grande y poderoso de Colombia y de América Latina entera: las FARC. En un principio, se pactó una agenda posible, con mucho realismo de parte y parte. Esa agenda ha sido la mejor hoja de ruta que puede mostrarse de todos los procesos recientes y sin duda la clave del éxito. Puede parodiarse al emperador Adriano y escribir “que se entró en el proceso con los ojos abiertos”.

El equipo humano del gobierno estuvo presidido por un delegado directo del presidente de la República y asesorado por expertos que se prepararon a conciencia. Los militares, no sólo no fueron excluidos, sino que llegaron al proceso en el momento preciso para dar confianza y aporte profesional. El presidente en persona también entró en escena cuando fue necesario.

La Paz Total

El proceso de la Paz Total reproduce todos los defectos de los procesos voluntaristas y les añade otros.

Los buenos deseos se extienden a la ilusión de lograr la paz no solamente con las organizaciones que tienen propósito político, sino con otras claramente delincuenciales o de carácter poco definido como las nacidas de los restos de las FARC.

En el proceso actual se nota una ansiedad, que en principio no es mala, pero que introduce una celeridad peligrosa para la claridad de propósitos de unos y otros. El primero y más grave de los errores voluntaristas, es no haber definido claramente el lindero entre los oponentes en la mesa de negociación.

El optimismo inicial dibujó una negociación entre partes que se podían identificar en la misma búsqueda de una transformación social y política de Colombia. Una negociación entre compañeros. Craso error. El ELN no se identifica con ningún otro movimiento armado en sus propósitos escatológicos —para caracterizarlos de alguna manera— y eso es lo que lo hace precisamente “inaccesible al desistimiento” en la expresión afortunada de un político español.

El otro error fue intentar meter en el mismo saco a tirios y troyanos. Las gafas con montura de madera parece que no favorecen las visiones laterales.

Es claro que el Clan del Golfo y los otros ejércitos privados del negocio de la droga no pueden estar en una negociación política. Es cierto que su presencia en el escenario nacional produce consecuencias políticas, pero no los califica como vehículos de propuestas de transformación para Estado y sociedad. Lo más lejos que pueden llegar en este camino es al del terrorismo sub-revolucionario, en cuanto quieren paralizar algunas instituciones del Estado y contrastar las leyes que se interponen en los intereses del negocio.

Tampoco se observa preparación minuciosa de los equipos negociadores. Se reconoce la seriedad y la prudencia de Otty Patiño, pero el Comisionado parece navegar en los anillos de Saturno y el desorden prima.

No hay agenda y no hay claridad de condiciones previas. Se oscila entre el optimismo matutino y el pesimismo de las noches. No se clarifica el papel de las Fuerzas Militares y de la Policía Nacional, las primeras en el limbo y la segunda haciendo el papel de Palemón el Estilita “que burló con tanto ingenio las argucias del Demonio”.

Entretanto la confusión manda. El paro minero hizo evidente la capacidad de una organización criminal para controlar un territorio y una población. Esto es un síntoma inquietante para la estabilidad de las instituciones. Se impone la necesidad de una política de seguridad y defensa que clarifique los límites entre la institucionalidad estatal y la subversión armada.

La Seguridad Humana

En este punto aparece otra inquietud. El gobierno ha definido el concepto de seguridad humana como la guía para el sector de defensa y seguridad.

El concepto es un desarrollo importante de las últimas décadas y tiene un valor inestimable al poner primero los derechos humanos sobre otras consideraciones para la dirección de las instituciones y misiones de la seguridad nacional. Es un concepto útil para las definiciones éticas, pero no puede dejarse de lado que es, también, un concepto que dificulta la definición de la paz.

En el proceso actual se nota una ansiedad, que en principio no es mala, pero que introduce una celeridad peligrosa para la claridad de propósitos de unos y otros. El primero y más grave de los errores voluntaristas, es no haber definido claramente el lindero entre los oponentes en la mesa de negociación.

Cuando un concepto intenta abarcar mucho, pierde capacidad analítica. El valor de los conceptos estriba en definir claramente un campo de análisis y seguridad humana invade muchos campos disciplinarios. La paz, bajo esa luz, ya no puede ser simplemente el callar de las armas. En una negociación se convierte en lazo para el propio cuello de quien lo predica.

La contraparte puede exigirle al Estado condiciones que se acomoden a lo que propone. El callar de las armas no será la paz, y bien se sabe lo difícil que es comprometer todas las políticas de un Estado para cumplir lo que antes era la meta en campos distintos de la defensa y seguridad.

La complicación nace de las indefiniciones. Cualquier negociador de los grupos armados aprovechará la prédica gubernamental para exigir más y más. La pregunta de si una sociedad está en paz, ya no dependerá de la sola eliminación de la violencia de las armas. El concepto guía permite la intromisión de la subjetividad y la contraparte se armará de los propios enunciados del Estado para pedir “todo y el cielo también” como rezaba una canción en la época de la guerra de Vietnam.

La negociación que se viene tiene exigencias muy altas. Negociar con el ELN es una de las más complejas. Es cierto que el tiempo de las guerrillas rurales al estilo de las colombianas está pasando. Los conflictos armados toman otras formas y modalidades. Pero el ELN se aferra a su pasado con una tenacidad extraordinaria. Uno de los problemas más difíciles que plantea es su insistencia en desbordar al Estado para negociar con la sociedad.

Pero ¿qué es la sociedad para el ELN? Si se pudiera dialogar con la sociedad entera, se encontrarían con su hastío y rechazo. Negociar con comunidades marginales sería lo único posible en ese campo. Pero la insistencia lleva a pensar en una especie de anarquismo comunitario imposible en la modernidad. El Estado es el representante de la sociedad y la negociación exige un pacto previo del reconocimiento de esa realidad si quiere tener éxito. De otra manera, la paz seguirá siendo esquiva.

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