¿Cómo deberían ser las Fuerzas Armadas para una Colombia en paz? - Razón Pública
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¿Cómo deberían ser las Fuerzas Armadas para una Colombia en paz?

Escrito por Armando Borrero

Fuerza militar Colombiana.

Armando BorreroEl posconflicto puede y debe traer grandes cambios en la vida militar, pero será seguido de amenazas serias y complejas a la seguridad nacional. La cosa no es tan sencilla como  suponen algunos analistas del gasto público en Colombia.  

Armando Borrero Mansilla*

Grandes cambios

La semana larga que irá del 23 de septiembre al 2 de octubre de este año dejará consecuencias duraderas para Colombia. Entre el día de la firma de los acuerdos alcanzados en La Habana y el domingo del plebiscito se decidirá buena parte del futuro del país.

Decir esto no es un recurso retórico. Acontecimientos como estos suceden solo una vez en mucho tiempo y tienden a inaugurar períodos de transformación. Recordemos casos como:

  • La Europa del siglo XIX tras las conmociones de la Revolución francesa y de las guerras napoleónicas;  
  • La España de la transición, cuando fue posible pactar entre la España oscura de los vencedores de 1939 y la España que buscaba las luces de la modernidad;
  • El Chile de 1988 que supo construir un camino ordenado para recuperar el sendero de su democracia truncada.

Hay acontecimientos que operan como un choque eléctrico, directo al cerebro de los pueblos, y algunas instituciones se ven enfrentadas a dilemas agudos cuando se termina una guerra, como pasa con las instituciones armadas, pues militares y policías han estado inmersos en el conflicto por mucho tiempo.

De pronto, todo puede cambiar. Para fortuna de los colombianos, las Fuerzas Armadas nacionales se metieron de lleno en las negociaciones de paz y conocen, como nadie, las implicaciones de las mismas. Por eso dentro de la institución está en marcha un cambio doctrinario que parece apuntar en la dirección correcta.

Ahora falta que el Estado defina una política de seguridad nacional y una política de defensa congruente con esta nueva doctrina, para enmarcar con claridad el proceso de transformación.

Cómo, cuánto y cuándo

Guerrilla colombiana, FARC.
Guerrilla colombiana, FARC.
Foto: Wikimedia Commons

Se sabe que hay que cambiar, pero también hay que saber qué, cómo, cuánto y cuando se cambia.

El “cuándo” es la primera preocupación de muchos en las Fuerzas Armadas. Las transformaciones son necesarias pero deben llegar a su tiempo. En una primera etapa, un posconflicto es un periodo muy peligroso, pues siempre está presente el riesgo de la reproducción de la violencia y Colombia tiene factores causales y mecanismos probados de la misma.

No todos los peligros son consecuencia del conflicto armado. 

Sin duda, algunos factores sobrevivirán a los acuerdos con la guerrilla más grande y poderosa del país, y entre ellos:

  • El narcotráfico,
  • La minería ilegal,
  • El ELN,
  • Las bandas criminales de extorsión,
  • Las disputas por la tierra y los acumuladores de las mismas,
  • Las cadenas de venganzas y los “mercados de violencia”,
  • Los combatientes que no se reinserten y queden dispuestos para aventuras armadas,
  • Las armas que queden circulando,
  • Las actividades criminales que necesitan climas revueltos para medrar,
  • Los negociantes acostumbrados a ser la logística de los rebeldes.

Evidentemente, no todos los peligros son consecuencia del conflicto armado. Por ejemplo, la violencia derivada de la presencia de pandillas en las grandes ciudades, con una entidad similar a la de las maras centroamericanas, no tiene conexiones con las causas del conflicto armado.

La violencia derivada del narcotráfico o de la minería ilegal se puede proyectar más allá del fin del conflicto sin que la relación con este sea determinante, aunque guarde relación con el conflicto, ya sea porque este potenció esas formas de violencia o porque las guerrillas crearon unidades o “estructuras” de protección del negocio que pueden sobrevivir tras los acuerdos. Es decir, la violencia del posconflicto puede ser recurrencia, consecuencia o estar parcialmente determinada por el conflicto anterior.

Por tal motivo, las fuerzas de seguridad deben mantener su tamaño y sus medios. La Policía tiene un crecimiento definido por realidades evidentes como el aumento demográfico, pero las Fuerzas Militares son más sensibles a supuestos y a decisiones subjetivas: la tentación fiscal, por ejemplo.

Aunque una modernización es necesaria, su concreción deberá ser prudente y se debe realizar por etapas para no cambiar súbitamente la capacidad adquirida de control de territorio y población.

La modernización militar

Actuales procesos de paz.
Actuales procesos de paz.  
Foto: Wikimedia Commons

Una modernización supone, como en las empresas, más capital y menos mano de obra. Los ejércitos modernos, bien equipados, móviles, con grados altos de potencia de fuego y tecnologías de punta, no requieren grandes masas de soldados. La implantación territorial de una fuerza así es incompatible con la excesiva dispersión.

Pero en Colombia, mientras el Estado hace crecer la Policía rural -el cuerpo de carabineros- las Fuerzas Militares tendrán que seguir, por un tiempo prudencial, dando apoyo al resto del aparato estatal en municipios y regiones. Las capacidades de contraguerrilla y el despliegue correspondiente serán todavía necesarias para que el Estado se establezca bien en los territorios que hasta hoy no ha controlado.

Tenemos muy cerca las experiencias centroamericanas, y también se pueden tener en cuenta muchas de Asia y África, que dan testimonio de la dificultad a las que nos enfrentamos. En El Salvador, en Nicaragua y especialmente en Guatemala, el aumento de la violencia fue muy grande. El caso de Guatemala es paradigmático: cuando logró la paz con la guerrilla, disminuyó mucho más allá de lo pactado sus fuerzas de seguridad y el Ejército pasó de 59.000  a 12.000 unidades. Esto sucedió al mismo tiempo que se fortalecían en el país las maras y el narcotráfico para sumarse a la maraña de desajustes producidos por la larga guerra de guerrillas: disputas por la tierra causadas por el despojo violento de décadas anteriores, desarraigo de comunidades, reclamos de los antiguos miembros de las autodefensas y, en general, las secuelas de la anomia y la descomposición social que dejan los conflictos armados.

Las fuerzas de seguridad deben mantener su tamaño y sus medios.

Colombia se cuidó de no repetir estas experiencias y por eso no se negociaron las Fuerzas Armadas, pero las tentaciones (como las fiscales) pueden aparecer y llevarnos al error de disminuir las fuerzas indispensables para recuperar el control de territorios en los que el Estado no estuvo o lo hizo de manera insuficiente.  Aquí son especialmente sensibles aquellas áreas de la frontera agrícola en movimiento, que están mal conectadas y comunicadas, y con una presencia precaria de las instituciones centrales del Estado. La seguridad es indispensable para llevar esas instituciones y para establecerlas de manera permanente.

La transformación

Las Fuerzas Militares y la Policía del futuro deberán pasar a un escenario nuevo sin abandonar todo aquello que sea útil para consolidar la paz. Hasta los guerrilleros desmovilizados tienen necesidad de una fuerza estatal grande y capaz en los próximos años. Sin esas fuerzas sus vidas estarían en peligro, así como su posibilidad de hacer política por medios pacíficos.

El mundo de hoy está lleno de amenazas de nuevo cuño:

  • El terrorismo, que tiene muchas causas, internas y externas,
  • La delincuencia organizada internacional, que puede llegar a tener necesidades de defensa armada de sus actividades,
  • La piratería en los mares,
  • El tráfico de armas,
  • Las pandillas urbanas organizadas y ligadas con negocios ilegales.

Para enfrentar estas amenzas Colombia debe tomar de las experiencias bélicas anteriores todo aquello que sirva para las misiones del futuro y, al mismo tiempo, prepararse en ámbitos internacionales para transitar caminos todavía inciertos. En el futuro, las Fuerzas Armadas deberán ponerse al día dada la compleja mezcla de necesidades nuevas y la transformación de la guerra, tanto en la manera de hacerla como en la complejidad científica y tecnológica.

En un mundo cada vez más interdependiente seguirán estando presentes las intervenciones bélicas humanitarias y las de control de disturbios y prevención de conflictos. Unas fuerzas polivalentes, tecnificadas y con recursos humanos de excelencia son necesarias para este escenario.

El Estado y la sociedad tienen que asumir la tarea de darle sustento a ese esfuerzo de cambio. No se trata solamente de los recursos financieros. Está también la vinculación de la investigación al fortalecimiento de las capacidades de defensa. El soporte social es cada vez más necesario y el futuro pide unas relaciones civiles-militares estrechas, tanto dentro del aparato del Estado como con la academia, los gremios y las organizaciones de trabajadores, las asociaciones políticas y todas las demás formas de organización civil.

La defensa nacional se debe fortalecer más allá de los presupuestos. La capacidad científica y tecnológica, la educación y la cohesión social son también muros de contención para las amenazas que vienen.

 

*Cofundador de Razón Pública. Para ver el perfil del autor, haga clic en este enlace.

 

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