Como un drama en varios actos, la historia política del alcalde de Bogotá ha pasado de la telenovela a la telebobela, y todavía no se puede cantar victoria para ninguno de los bandos enfrentados por su caso.
Un político polémico
Destitución, inhabilidad, revocatoria. Estas tres palabras resumen lo sucedido con Gustavo Petro desde que inició su gestión como alcalde de la capital. Y la superposición de los tres procesos hace que, para tratar de entender su alcance, sea necesario hablar de lo político, lo jurídico, lo institucional y lo administrativo.
¿En qué orden y bajo qué jerarquía se puede resolver el asunto? He allí la pregunta del millón, solo que ahora no contamos con Pacheco para resolverla. Pero, léase bien, no se trata del deber ser -cómo se debería solucionar-, sino de cómo se puede solucionar. Y esto es, en la práctica, lo que está en juego.
Hay que anotar algunos antecedentes. Exguerrillero, desmovilizado, Gustavo Petro ocupa un lugar notorio en la política colombiana desde que fue congresista durante varios períodos y, de manera valerosa, acusó a colegas suyos, a gobernantes y a miembros de la fuerza pública de acciones ilegales.
Petro se reinventó en la denuncia del carrusel de la contratación de los hermanos Moreno en Bogotá.
Sus debates, especialmente durante los gobiernos de Uribe, lo destacaron como un opositor consistente y capaz de hacer mover la estantería. Algunos recordarán cómo, tanto él como Antonio Navarro, movían fichas clave para el tránsito exitoso de reformas en distintos ámbitos de la política.
Opositores, es cierto, pero también parte del sistema aunque desde un lugar con tendencia a la denuncia y la oposición. Más él que Navarro, sin duda. Más él que los “Garzones”, definitivamente cooptados por el establishment. Y más efectivo, aunque mucho menos obtuso en sus posiciones, que su copartidario de entonces, Jorge Robledo.
![]() Gustavo Petro Urrego, Alcalde Mayor de Bogotá El Turbión – Andrés Monroy Gómez |
Petro en la Alcaldía
Después de un paso desgastante por el Polo Democrático, del cual fue candidato presidencial a pesar de que lo dejaron solo, Petro se reinventó en la denuncia del carrusel de la contratación de los hermanos Moreno en Bogotá.
El silencio del Polo Democrático le permitió a Petro lanzarse como candidato a la Alcaldía de Bogotá, con algo de movimiento aunque sin partido. Y, gracias a las torpezas en serie y en serio de Peñalosa y los yuppies (Luna, Galán, Parody y hasta Jaime Castro), triunfó con un porcentaje que no supera el 30 por ciento del potencial electoral bogotano. Pero ganó, y con pretensiones de volver a luchar por la Presidencia, inició un mandato que no ha tenido tregua ni descanso.
La Bogotá Humana y la política del amor serán dos mantras para tratar de atravesar indemne las varias tormentas que lo circundan. Unas vienen de una oposición cerrera, visceral, tendenciosa, para la cual Petro es un dechado de defectos: exguerrillero, costeño, inteligente, soberbio, pretencioso.
Otras las causa él mismo con su empeño en no ceder frente a sus propósitos políticos últimos (o así los trata de dar a entender) y con prácticas poco útiles para una gestión: un equipo sin experiencia en administrar lo público, un equipo que nunca se conforma y nunca se estabiliza, unas iniciativas que requieren de especialistas para entender si tienen que ver con la propuesta de gobierno.
Y algunos irrenunciables e insustituibles: anteponer a los estratos más pobres de la ciudad en sus consideraciones de política y atreverse, luego de 15 o más años, a cuestionar la verdad neoliberal de la bondad intrínseca de los privados.
El problema de las basuras
Allí arranca la cuestión que genera el trípode ininteligible en el cual nos movemos, con mayor precisión, desde el 9 de diciembre de 2013. Petro se atreve a modificar el modelo de gestión de las basuras en Bogotá.
Privatizado hace ya dos décadas, una orden de la Corte Constitucional en relación con los recicladores le permite dar vida a una propuesta diferente. Con más voluntad que técnica, se empeña en generar un hecho político: la retoma del servicio de basura por el Estado (curiosamente, al igual que Empresas Varias en Medellín).
Con más voluntad que técnica, se empeña en generar un hecho político: la retoma del servicio de basura por el Estado (curiosamente, al igual que Empresas Varias en Medellín).
Las decisiones se toman y se mantienen, incluso hasta el absurdo. Y logra lo impensado: una Bogotá llena de basuras por varios días en plena época navideña. Improvisación, errores de todo tipo: en planeación, en gestión, en toma de decisiones. Como es obvio, sobran las denuncias: para seguirle procesos disciplinarios, penales, de gestión. Tercamente, le quita a los privados un 60 por ciento de la recolección y el monopolio de beneficios sobre el que estaban cómodamente sentados.
Las indagaciones comienzan en los distintos terrenos. Pero es el procurador, que llegó al cargo en su primer período con el voto de Petro, quien toma la causa y la resuelve con innegable prontitud y eficiencia, con muchas razones jurídicas, pero con algunas sinrazones de fondo y con una muy mala lectura del contexto político.
Con algo de antelación, un caracterizado delfín político (Miguel Gómez) encuentra en la revocatoria del mandato del alcalde una forma de figurar, hacerse conocer, existir políticamente. De manera un tanto paradójica, ambos procesos (y otros menos sonados como el de la investigación penal) convergen a finales de 2013 y comienzos de 2014.
La destitución y la inhabilidad determinadas por el procurador se superponen con los tiempos de la revocatoria. El alcalde, más por azar que por estrategia, se encuentra con ambos escenarios y reacciona. Con obstinación y sin estrategia, con política y sin administración, con derechos y leguleyadas, con bandazos y movilización y discursos populares y populacheros, hace uso de la combinación de todas las formas de lucha: la política, la institucional, la jurídica, la administrativa.
Solo que las distintas formas de lucha no necesariamente coinciden ni van para el mismo lado. Solicitud de medidas cautelares y tutelatón de un lado, leguleyadas y acciones para proteger sus derechos o para obstaculizar el proceso de la revocatoria; y bandazos: campaña por el no, campaña por la abstención.
![]() Seguidores de Petro en la Plaza de Bolívar. Foto: Juan Carlos Pachón |
Una oportunidad política
Y en medio de todo este desmadre, Bogotá a la deriva. No es la primera, ni será la última vez. Solo que, en medio del trípode maldito: destitución, revocatoria, inhabilidad, nadie sabe cuál de todos los ejes es el definitivo.
En lo político, el caso Petro es, sobre y ante todo, un hecho de esta clase. El procurador no midió nunca sus enormes capacidades como “jefe de campaña de Petro”. Si, como parece por momentos, lo institucional y lo jurídico van a frenar las disposiciones disciplinarias, Petro no podía estar mejor ubicado para un reposicionamiento en la política nacional.
En lo institucional, están a prueba todos los diseños, pensados siempre para conservar una fortaleza relativa del caso colombiano, la de una relativa estabilidad y seguridad en estos terrenos y en lo jurídico. Presidente, altas cortes, órganos de control, poder electoral, alcaldes electos popularmente, es decir, toda la arquitectura que a la carrera aprobaron los constituyentes del 91 está envuelta en el entramado de la destitución, la inhabilidad, la revocatoria.
Por momentos, la sensación es que no hay quién establezca un orden y una jerarquía. En ocasiones, parece que la Corte Constitucional o el Consejo de Estado pueden jugar el papel de instancias que, desde lo jurídico, imponen orden en la situación.
Pero, a ratos, no parece suficiente para abarcar lo político, lo institucional, lo administrativo. Y menos con el desprestigio y escándalos que, recientemente, han afectado a las altas cortes, así como con la sensación de que están tomando decisiones que, al final, no los comprometen y no resuelven los asuntos a cargo.
¿Continuará?
Ahora bien, el panorama no podía ser, a la vez, más incierto y más predecible: las tutelas, la esperada decisión del Consejo de Estado, el cambio de fecha de la revocatoria, la decisión de la Comisión Interamericana sobre las medidas cautelares, las opiniones al margen del procurador, el lavado de manos como estrategia prima del gobierno.
La situación es tan curiosa que al final puede resultar que la Fiscalía o la Contraloría sean las que resuelvan la situación, incluso en contra de Petro. Entre tanto, procede una polarización llamativa por el carácter visceral y totalmente ajeno a cualquier razonamiento válido en las posiciones de los petristas y antipetristas que, si bien recoge la división tradicional entre izquierda y derecha, lo hace ahora con un alto grado de intolerancia. Con todo y que el espejo de Venezuela y las propias negociaciones de La Habana podrían servir como referente para pensar mejor las cosas.
El procurador no midió nunca sus enormes capacidades como “jefe de campaña de Petro”.
En ese contexto, parece inusitado pensar que, por si faltara poco para tensar las cuerdas de la institucionalidad, este extraño y complejo proceso tendrá una resolución favorable. Pero habrá ganadores y perdedores.
Hoy, pese a los riesgos y las amenazas, es plausible plantear una cierta ventaja política de Petro, y un cierto desgaste y pérdida de posición del procurador aferrado a lo que le ordena el Código Único Disciplinario. Pero el proceso no ha terminado y las jugadas siguen abiertas.
También es posible un Petro muerto políticamente y un procurador “recargado”. Sin duda, el cambio de fecha de la revocatoria suena, ante todo, a una gestión del riesgo por parte del establishment. Un Petro vencedor a ocho días de las elecciones legislativas sería demasiado.
La telenovela no aguanta un capítulo más, aunque siempre puede suceder. En cambio, en la telebobela, todos quedamos felices.
*Politólogo de la Universidad de los Andes, maestro y doctor en Ciencias Sociales de la FLACSO, México, profesor asociado y director del Departamento de Ciencia Política de la Facultad de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la Universidad Javeriana.