Adiós y gracias a Pékerman. ¿Habremos aprendido algo como sociedad? - Razón Pública
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Adiós y gracias a Pékerman. ¿Habremos aprendido algo como sociedad?

Escrito por Andrés Dávila
Exdirector de la Selección Masculina de Fútbol.

Andres DavilaEs un “simple” deporte y es la expresión de las virtudes y vicios más profundos que tenemos. ¿Qué ha cambiado entre el país del fútbol de los 80 y el país de los dos últimos mundiales?

Andrés Dávila*

Un adiós diciente

Néstor José Pékerman dejó la dirección técnica de la selección Colombia. Pese a las encuestas que mostraban el deseo ciudadano de que el profesor permaneciera en su cargo, el Comité Ejecutivo de la Federación decidió tomar otro camino.

Las reacciones no se han hecho esperar. En ellas es interesante examinar lo que la sociedad y sus distintos componentes dejan entrever sobre lo que como nación hemos aprendido y desaprendido, luego de seis años de una experiencia predominantemente gozosa y de resultados, en muchos sentidos, positivos.

Vale la pena entonces comentar algunas de las reacciones y ponerlas en perspectiva. Tal vez esta lectura sirva para algunos aprendizajes, algunas tomas de posición, el asumir algunas responsabilidades, y algunas conclusiones sobre lo que permaneció y cambió en nuestro ser nacional tras los seis años cuando lo colombiano dependió de un argentino que no era el Papa.

Esto de lo nacional, de la identidad, de la conformación de una nación tiene que ver con nuestra historia como sociedad. Y en tal sentido, cuando se repite que gracias a la selección Colombia y a su director técnico encontramos un motivo de unidad, un referente común en momentos de fraccionamiento y polarización, es importante precisar que esto no sucede en el vacío.

La selección como referente de identidad nacional es un fenómeno relativamente reciente, que demarca un modo de vivir y sentir lo nacional gracias al fútbol.

Pero como esta referencia a nuestra configuración como nación puede ser larga y pesada, cabe acotarla al significado del seleccionado masculino de fútbol de mayores.

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El futbol de los ochenta

Antigua Selección Masculina de Fútbol.
Antigua Selección Masculina de Fútbol.
Foto: Wikimedia Commons

La selección como referente de identidad nacional es un fenómeno relativamente reciente, que demarca un modo de vivir y sentir lo nacional gracias al fútbol. Hay que remitirse al combinado colombiano de mayores de finales de la década de 1980, que es el que entrega un simbolismo más fuerte y el que deja imaginarios potentes de lo que somos los colombianos. Y el que produce imágenes de unidad gracias a conquistas y clasificaciones, pero también a derrotas, fracasos y decepciones.

De entrada, la selección de los años 80 concentraba la contradicción de la sociedad colombiana: jugaba líricamente, divertía, emocionaba, apasionaba, pero detrás de ella (y a veces adelante) tenía los signos, las configuraciones, del poder del narcotráfico y los carteles.

En medio de esa compleja realidad, sin embargo, los colombianos aprendimos a creer en la nuestra, a salir a imponer condiciones ante Alemania o Argentina, a ganar jugando bien y expresando, si es que eso existe, un modo colombiano de jugar, que quedó en la memoria con aquello de: “mucho toque- toque y de aquello nada”. Y en las figuras expresivas de sus jugadores, a dejar una estela siempre reconocible de que por allí había pasado la selección Colombia.

Dos rasgos marcaron aquella gran generación que nos llevó al cielo en el 1 a 1 contra Alemania y en el 5 a 0 contra Argentina y nos devolvió al infierno con la temprana eliminación en Estados Unidos 94 y el rotundo fracaso de Francia 98:

  • En el triunfo, los rasgos fueron el ganar sin ganar, al punto de que cuando ganamos con gran ventaja, perdimos el rumbo. Y el perder es ganar un poco, que para un país pasado por tantas violencias no es un mensaje que se pueda desechar tan fácilmente.
  • En la derrota, el aprendizaje fue traumático, tremendo: un autogol y un asesinato; luego, la renuncia innecesaria, estrambótica, de un referente del equipo para acompañar la eliminación de una generación que requería un recambio. Amargura y canibalismo, rechazo y odio, y una sensación de que había que borrar y comenzar de nuevo.

Tres mundiales en serie, un paso a octavos de final, y protagonismo en varias copas América. Ningún triunfo real, concreto. Sin embargo, ello era mucho más que el 4 a 4 contra la Unión Soviética en Chile 62, empate del cual vivimos 25 años, y un meritorio subcampeonato en la Copa América de 1975.

En aquellos años fue muy significativo cómo el periodismo deportivo se dividió frente a la selección. Al punto de que hubo detractores permanentes y defensores a ultranza, y hasta los más conciliadores acabaron embarcados en acusaciones y juicios excesivos.

Pero más interesante fue ver a directivos, empresarios, gobiernos, inmersos en esa lógica que al final nos retrató cabalmente: antes de un partido decisivo los directores técnicos recibieron amenazas y tuvieron que cambiar la alineación. Esto coincidía, de alguna manera, con la celebración desmesurada —casi 100 muertos tras el 5 a 0—, o con la recepción del equipo y la entrega de la Cruz de Boyacá a sus integrantes. En cualquier caso, una exageración que se devolvía con otra: la solicitud pública para liberar al arquero, preso por intermediar en un secuestro. Y aunque algunos editoriales y columnistas hablaban del tema, no era generalizado, como lo sería después. Parecía un tema banal.

La era Pékerman

Hinchas de la Selección Masculina de Fútbol.
Hinchas de la Selección Masculina de Fútbol.
Foto: Urna de Cristal

Entre 1998 y 2012 se logró borrar todo lo hecho, y durante 16 años quedamos fuera de los mundiales. Entre tanto, esos que despedimos hastiados se fueron donde los vecinos a clasificarlos (y a eliminarnos).

Hasta que llegó Pékerman producto de una contingencia: los excesos del entrenador de entonces en una mala noche de tragos.

Es innegable que Pékerman se encontró con una gran generación de jugadores. Pero es claro, también, que supo conducirlos a los mejores lugares a partir de un cuidadoso proceso de elaboración de equipo. Y ello pasó tanto en lo futbolístico, como en lo personal. Con otras características de personalidad y experiencia condujo al grupo a su máximo desempeño en Brasil 2014 y, no sin dificultades y errores, llegó igualmente cerca en Rusia 2018.

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Hizo de buenos jugadores, figuras de talla mundial que aprendieron a sostenerse y a reinventarse en los mejores equipos del mundo. Y tramitó —con lo difícil que era—, la renovación de todo el cuarteto defensivo, a la vez que dio oportunidad a nuevas figuras: algunas brillaron y desaparecieron, otras apuntan a consolidarse, otras más son todavía una incógnita.

Llegó Pékerman producto de una contingencia: los excesos del entrenador de entonces en una mala noche de tragos.

Eso sí, y a diferencia del equipo de Maturana y Bolillo, Pékerman no jugaba siempre a lo mismo y no imponía condiciones. Ve y juega el fútbol de otra forma. La selección cambió su mentalidad y aprendió a no darse por derrotada nunca, lo cual casi nos lleva aún más lejos en los dos mundiales.

La selección, también, se blindó de directivos, empresarios, exjugadores, técnicos y periodistas. Y eso, que es un ejemplo a destacar, sirvió para alborotar la bilis de varios y hasta para elaborar versiones fantasiosas que pulularon en los últimos meses. El impasible Pékerman lo dejó entrever: en pocos países se destruye lo que nos ha unido y dado felicidad con tanta amargura y canibalismo.

Pero si lo futbolístico tuvo esas características, en la sociedad el proceso también pasó y ha dejado réditos impensados. En efecto, los colombianos volvieron a reconocerse en su selección (incluso niños que solo eran hinchas del Real o el Barcelona), y algunos símbolos como la camiseta, la mancha amarilla y el himno cantado a capella han quedado como referentes reconocibles en cualquier estadio o ciudad por donde pase el seleccionado o algún deportista colombiano.

Ahora bien, aun con resultados nunca antes conseguidos, no se ha superado el ganar sin ganar.

La reacción de vergüenza ante el comportamiento de algunos hinchas colombianos en los estadios de Rusia y la sanción social ante los excesos de otros pueden leerse en perspectiva de ese aprendizaje. La generosa y agradecida recepción al equipo a su regreso, criticada por los portadores de la amargura, se puede sumar a lo ganado. Y en la derrota se mantuvieron la cordura y la gratitud por las emociones y satisfacciones experimentadas.

Llamativo, también, que ahora todo columnista o periodista es experto en fútbol y en identidad nacional. Y el gobierno, con claridad, apoyó y aprovechó. ¿Será que el asunto dejó de ser banal?

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Pero claro, no todos estaban en la misma página y los cuestionamientos a Pékerman resonaban en ciertos sectores de la afición y, obviamente, de directivos, exjugadores, técnicos y periodistas. Allí se estaba viviendo algo semejante a lo que ocurrió en la política: seis años resultaban demasiado y había que cambiar, porque sí.

Interesante constatar allí algunas volteretas en el tiempo: el mayor defensor de Maturana y Bolillo, pasó a ser el opositor ciego de Pékerman. Y un gran y fastidioso crítico de los primeros, fue hasta hace poco al menos un analista relativamente neutral. No obstante, con la salida ya cumplida, la amargura y el canibalismo han retornado con más fuerza en ambos casos.

¿La verdad? Lo que representan esos personajes sobra, y la sociedad parece decirles que están de más. Ellos, no Pékerman. Pero la opinión es voluble. Veremos…

* Politólogo de la Universidad de los Andes, maestro y doctor en Ciencias Sociales de la FLACSO, México, profesor asociado y director del Departamento de Ciencia Política de la Facultad de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la Universidad Javeriana.

 

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