La influencia del otrora caudillo ha disminuido en un país que cambia con mucha rapidez. ¿Retroceso momentáneo o final de una época?
Andrés Dávila*
El caudillo
Más allá de nuestros gustos o antipatías, es indudable que Álvaro Uribe ocupa un lugar central en la historia política de Colombia.
Y sin embargo cabe preguntarse si 2019 fue el año de quiebre de su protagonismo de casi dos décadas, o si ha sido apenas un momento de parcial retroceso.
La biografía política de Uribe se puede dividir en dos etapas. Una es su historia como líder liberal regional, que culminó con su salida de la Gobernación de Antioquía en diciembre de 1997. Otra es su retorno como líder nacional sin partido a comienzos de 2002.
Durante estos diecisiete años, el talante y el estilo de Álvaro Uribe han marcado, para bien y para mal, el acontecer político colombiano. Es importante, por tanto, establecer el sentido y el alcance de su liderazgo y de su imagen pública que, en medio de la polarización, se mueve entre el “mesías” y el “paraco”.
A diferencia de otros políticos colombianos, Uribe encarna la figura del caudillo, que ha sido común en la historia de América Latina pero que ha escaseado en Colombia. Su gesta caudillesca, sin embargo, no había enfrentado tantos retos como encontró en el año que termina.
Gracias a la “Seguridad Democrática”, Uribe consiguió en sus dos mandatos debilitar militarmente a las FARC, mantener a raya al ELN y desmovilizar, no sin contradicciones, a 30.000 paramilitares, sin desmontar sus influencias regionales ni sus negocios ilícitos.
Estos hechos transmitieron el sentimiento de que Colombia podía derrotar a los “violentos”, afianzando la ecuación: seguridad + desarrollo = democracia. Con alguna gimnasia en las cifras y un discurso sencillo pero persistente, sumados a su talante combativo, la imagen de Uribe se mantuvo alta.
En lo económico y social mantuvo la continuidad vigente desde el Frente Nacional. En particular, la lucha contra la pobreza fue constante y consistente. Mejoró la situación de un país que perdió a finales del siglo lo conseguido en casi treinta años. Pero no hubo tiempo para la igualdad, al tiempo que se entregaba el país a la inversión extranjera y a los tratados de libre comercio. Aunque estas afirmaciones puedan suscitar discusión, ahí están cifras y hechos para constatarlas.
Por fuera del poder
Uribe se peleó con sus rivales en el continente, lo cual le causó desgaste y aislamiento. Lo sucedió Juan Manuel Santos, a quien le endosó su legado más que sus votos. Pero muy pronto comenzaron los distanciamientos con el nuevo presidente (aunque varios alfiles uribistas estuvieron en el gobierno Santos I casi hasta el final).
Entonces Uribe se salió de la ropa y, en lugar de cumplir su promesa de retirarse y fundar una universidad, se embarcó en la más férrea oposición y rompió la tradición colombo-neogranadina de los “muebles viejos” o de los expresidentes que se jubilan al salir de Palacio.
En lugar de cumplir su promesa de retirarse y fundar una universidad, se embarcó en la más férrea oposición
Paulatinamente pasó a construir una alternativa de oposición que, en un país de centro derecha, resultó llamativa: la oposición desde la derecha, contra el centro-derecha. Para eso creó, por encima de la nube de partidos uribistas y de su supuesto partido (el de la U), otro partido con nombre equívoco: Centro Democrático. En sus orígenes y hasta las elecciones de 2014 fue el partido del expresidente Uribe, de sus decisiones, anhelos y opiniones.
Los resultados electorales de 2014 mostraron a Uribe y su partido como una fuerza capaz de ser la oposición creíble al gobierno y a las negociaciones con las FARC. No obstante, salvo por la permanencia de algunos santistas, como Juan Carlos Pinzón, el uribismo no tuvo acceso a cargos públicos y sus alfiles estaban en la cárcel o huyendo por el mundo.
Uribe armó entonces una lista al Senado y Cámara y demostró una vez más que era un gran elector, pues consiguió el veinte por ciento del Senado y retornó como senador a la arena política.
Pero poco después, en las elecciones locales y regionales de 2015, se hizo evidente que Uribe no concitaba el fervor, ni conservaba la influencia que tuvo hasta 2014. Allí concretó una oposición cerrera, favorecida por la decisión de Santos de ir a plebiscito para avalar el Acuerdo de Paz. Entonces, un Uribe casi en la lona, ganó, sin ganar, el plebiscito. Fue un triunfo por poca diferencia, pero lo relanzó con miras a 2018.

Foto: Facebook Álvaro Uribe Vélez
Aunque Uribe sigue vociferando, cada vez se le nota más cansado
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En gobierno ajeno
Como buen caudillo, Uribe negoció y aceptó algunas cosas, pero mantuvo un par de temas para conservar su vigencia. Derrotó a Germán Vargas Lleras en las presidenciales de 2018, en una significativa venganza política, electoral y personal.
Sin embargo, su resultado en el Congreso, sin ser malo, estuvo lejos de consolidar la fuerza de su partido. Tuvo que acudir a la lista abierta y al voto preferente, y consiguió apenas un pequeño crecimiento en el Senado, insuficiente para una mayoría.
El país quedó en 2018 en manos de Iván Duque, un presidente joven, sin liderazgo propio, sujeto a su mentor, y en un entorno político institucional particularmente complejo.
Desde un comienzo se hizo evidente la lectura equivocada que el presidente Duque estaba haciendo de la situación, lo cual conllevó costos crecientes para su gobernabilidad. El día de la posesión, el discurso del presidente del Senado, entre ventiscas y remolinos, quiso mostrar un país descuadernado y en crisis. Pero la realidad era otra.
El presidente, inexperto y superficial, no supo leer el contexto, ni los procesos en curso. Paulatinamente, Duque fue víctima de aquello que la gente suponía: era un títere de Uribe. A la vez, en el país seguían vivos el Estatuto de Oposición, la agenda de paz, y los estudiantes se mostraron dispuestos a marchar y protestar, pero recibían mensajes equívocos y torpes del gobierno.
Álvaro Uribe siguió interviniendo para propiciar salidas, a la vez que proponía reformas que se volvían en su contra. Su situación personal y la de su familia no ayudaron. En 2018 pareció útil victimizarse. Pero en 2019 la situación fue otra.
Hay torpeza y derrotas del gobierno y de su bancada, se percibe un distanciamiento entre las posiciones más radicales y la de funcionarios dedicados a defender, mediocremente, las posiciones del gobierno.
El uribismo sufrió otra gran derrota en el primer semestre de 2019 con las objeciones a la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) y el descrédito del gobierno y las Fuerzas Armadas por hechos violatorios de los derechos humanos.
Después siguieron unos meses donde no pasó casi nada. Hasta que se desató esta última etapa de paro y marchas y movilizaciones en la que los desatinos pululan.
A todo esto, se suman las elecciones regionales y locales, con resultados nefastos para el Centro Democrático. En 2018 Uribe no fue capaz de armar la lista y optó por las mismas prácticas de los partidos rivales.
En 2019 se dieron el trabajo de líderes jóvenes y el esfuerzo del propio Uribe apoyando candidatos. Allí se percibieron cambios: en varios municipios hubo agresiones, rechazo y protestas.

Foto: Flickr
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¿El otoño del patriarca?
El caudillo, en un país poco acostumbrado a tales figuras, parece perder vigencia y peso. La caída de su favorabilidad y tres estadios gritando “Uribe, paraco, el pueblo está berraco” en medio de partidos de fútbol son síntomas de un problema. A ello se suma que su hermano está a punto de ser condenado y él también está pendiente de decisiones judiciales.
Para muchos sería fácil decir que Uribe y el uribismo están de salida. A favor del argumento están sus derrotas y su caída en la favorabilidad. Igualmente, están los fallos judiciales que pueden resultar decisivos en su contra.
Su hermano está a punto de ser condenado y él también está pendiente de decisiones judiciales.
Por último, Uribe enfrenta a un hecho incontrovertible: es mortal y está envejecido. Y ya no logra sintonizarse, como lo hizo durante mucho tiempo, con los requerimientos de la situación y de la gente.
En sus últimas entrevistas, Uribe ha reclamado la injusticia de los cánticos en su contra. Pero es una voz tenue y cansada. Una voz que quisiera sintonizarse con alguno de los temas del momento, pero que al ser gobierno y partido de gobierno, queda enredada en sí misma.
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Uribe se ha levantado de situaciones de desgaste antes. Pero hoy se suman muchas variables en su contra. ¿Tendrá que, como Simón Bolívar, dirigirse al retiro para que cesen los partidos o tendrá una nueva oportunidad?
* Politólogo, maestro y doctor en Ciencias Sociales de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, FLACSO, México. Actualmente, profesor asociado y director del Departamento de Ciencia Política de la Facultad de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la Universidad Javeriana.