Con la elección de un nuevo presidente, la FIFA busca volver a ser la institución respetable, mezcla de multinacional exitosa y organización internacional con buenas prácticas, que le aseguró el dominio del fútbol en el planeta. ¿Lo logrará?
Andrés Dávila*
Dominio del globo
Durante más de un siglo la Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA) construyó un territorio virtual, el del fútbol, bajo su completo e indiscutido dominio. Primero con incidencia apenas en Europa, su lugar de origen, y después en Sur y Centroamérica.
El proceso tardó algunos años. Mientras consolidaba su poder, tuvo que enfrentarse con varias instancias. Con Inglaterra y los otros países de la Gran Bretaña, federaciones ariscas por ser el territorio donde nació el fútbol. Con otras muchas federaciones nacionales que se preguntaban por qué había tanto poder en esta organización; y con las autoridades políticas de los distintos países que, entre el olimpismo y el fútbol, trataban de comprender cómo podría ganar tanta importancia el balompié.
El Mundial de 1930 y los dos posteriores en la Europa de antes de la Segunda Guerra Mundial sirvieron para confirmar la fuerza del fútbol y, con ella, la de la FIFA, que estaba entonces dirigida por un visionario: Jules Rimet.
Fue allí que lo que había surgido en medio de dudas y rechazos estaba ya consolidado con un evento que se constituiría en el único rival de los Juegos Olímpicos por su capacidad para detener la vida de muchas sociedades durante su realización.
La posguerra fue fundamental para consolidar la influencia del fútbol y para establecer una competencia que se mantendría hasta los inicios del nuevo siglo entre Europa y Sudamérica como los únicos depositarios del preciado trofeo mundialista. De hecho, Brasil se quedó con la estatuilla en honor a Jules Rimet con su tricampeonato en México 1970.
Hasta los años sesenta y pese a la participación de algunos equipos de África y de Asia en los mundiales, la historia se mantuvo así y ello se reflejó en el control del británico sir Stanley Rous como presidente de una Asociación consolidada y enfrentada a nuevos retos.
El negocio en serio
![]() El Ex-presidente de la FIFA, Joseph Blatter. Foto: alegermino |
El poder de la FIFA, ya para entonces claramente establecido, era el de una organización con valores tradicionales en un mundo capitalista en el cual el fútbol no era todavía un gran negocio.
El fútbol estaría cercano a negocios ilegales y a ese otro capitalismo sin reglas escritas.
Pero fue en los sesenta que un joven e impetuoso Joao Havelange se convirtió en el presidente que, con enorme desparpajo y sin temores, se encargaría de reinventar a la FIFA y, en un cierto sentido, al fútbol. De la mano de este nuevo jerarca la FIFA abordaría dos tareas que supo enlazar en una misma estrategia:
– Conseguir la plena mundialización del fútbol, con su llegada a toda África y Asia, en un proceso que culminaría con la conquista de los Estados Unidos en 1994;
– Establecer un nexo directo entre fútbol y negocios, fútbol y sponsors, fútbol y televisión.
Si hasta entonces el fútbol había demostrado su cercanía e importancia para el poder y la política, ahora tendría que conocer el peso y la importancia del mundo del dinero y los negocios. El fútbol tendría que acoplarse a una versión muy paradójica del capitalismo salvaje y, al menos hasta la primera década del nuevo siglo, se podría hablar de un matrimonio feliz: el fútbol mantendría su rebelde autonomía, mientras que, de la mano de sus patrocinadores y la imparable dinámica televisiva, conseguiría volverse omnipresente y, en apariencia, omnipotente.
Sin embargo, también el fútbol estaría cercano a negocios ilegales y a ese otro capitalismo sin reglas escritas y con dinámicas mafiosas. Fenómenos como el de las apuestas, el narcotráfico y otros negocios y sectores con un pie en la ilegalidad se acercarían de manera consistente y exitosa a la organización buscando un lugar en la cancha, y encontrarían en la dirigencia de las Confederaciones regionales y de las Federaciones nacionales un lugar sin igual para asentarse y crecer.
El paso de Havelange a Joseph Blatter como presidente fue un relevo continuista. Aunque con estilos distintos y personalidades casi opuestas, en la sucesión se respetaron todas las reglas: las formales, para mantener un nicho cerrado de patrocinadores; así como las informales, para conservar poderes, equilibrios y dinámicas que no pusieran en riesgo lo construido.
El fútbol mantenía así su imperial expansión por el mundo, su omnipresencia incuestionada de la mano de la televisión por suscripción y en un arreglo no siempre fácil con los clubes dueños de las grandes figuras.
Blatter mantuvo y potenció ciertas campañas importantes: el fair play, la dureza de los castigos a la violencia o las trampas en el juego, la eliminación de mallas y la adopción civilizatoria de prácticas de convivencia en las tribunas. Intentó, también, plantear un mundial cada dos años y respaldó la expansión con los torneos juveniles y el fútbol femenino. No logró imponer todos sus planes, pero bajo su dirección la dimensión del negocio creció por fuera de toda proporción.
La pelota se manchó
![]() EL nuevo presidente de la FIFA, Gianni Infantino. Foto: Piotr Drabik |
Pero la designación de la sede del mundial fue el punto de quiebre. Como ha quedado en evidencia, aun desde antes de los escándalos de Rusia y Qatar, es posible encontrar prácticas corruptas en varias de las designaciones previas. Pero con Rusia y Qatar (sobre todo con este último) la ambición rompió cualquier dique de contención.
Finalmente, alguien se atrevió a poner el “tatequieto”: la negociable pero severa justicia norteamericana, que puede actuar extraterritorialmente (en la práctica). Con ello, los endebles esfuerzos por investigar y corregirse internamente fueron arrasados y se produjo la caída en cascada de Blatter y sus fieles vasallos en diversas regiones y países, aunque la justicia norteamericana haya enfilado sus baterías sobre el Caribe y Centro y Sudamérica.
La reciente elección de Gianni Infantino como nuevo presidente de la FIFA constituye el siguiente paso en una dinámica en la que confluyen la hecatombe, la crisis y el relevo. ¿Podrá este dirigente, proveniente de las entrañas del monstruo en caída, detener la debacle? ¿Podrá revertirla? ¿Podrá reinventar a la FIFA y al fútbol (como lo hizo Havelange) pero bajo otros parámetros y preceptos?
La FIFA estableció una jurisdicción paralela a la de los países en que operaba.
El dominio de la FIFA sobre el fútbol se formó por su calidad de organización internacional del deporte, proceso en el cual, al igual que el Comité Olímpico Internacional, fue adquiriendo poder, protagonismo y consolidando la capacidad para regular el deporte en su dimensión profesional. [1]
En ese proceso, si bien tuvo bastante éxito al establecer la regulación del fútbol a través de las Confederaciones regionales y las Federaciones nacionales, descubrió que, por su importancia, también establecía nexos e interrelaciones múltiples y paradójicas con los Estados-nación y con sus gobiernos.
La FIFA forjaba lazos con poderes políticos nacionales y quedaba inmersa en las grandes tensiones, aunque tal vez sin el impacto que llegó a sentirse en los Juegos Olímpicos. Pero el carácter profesional del fútbol (capaz de acoger supuestas instancias aficionadas como lo eran las selecciones de los países comunistas) lo salvó de mayores tensiones.
Como actor político internacional, la FIFA estableció una jurisdicción paralela a la de los países en que operaba. Lo fundamental, entonces, era el respeto por la autonomía de cada instancia.
Al llegar el momento de la mundialización, la expansión, la omnipresencia y la omnipotencia, se mezclaron dos procesos diferentes: el de la exacerbación de esa autonomía hasta hacerla sentir como una dinámica por encima de las jurisdicciones políticas (incluidas las normas laborales de cada país miembro) de los Estados-nación, y el de la paulatina configuración de otras caras de la FIFA.
Esta no solo era una organización internacional del deporte, sino casi un organismo internacional, y a la vez, una multinacional capaz de imponer su dinámica corporativa y de negocios allí donde su espectáculo se desarrollaba.
Pero también había una tercera dimensión que apenas está develándose con las investigaciones: la de una organización mafiosa apalancada en acuerdos personales por debajo de la mesa, una dinámica aceptada por gobiernos y patrocinadores que solo muy tardíamente saldrían a cuestionar o distanciarse del “monstruo” creado.
Es este monstruo de múltiples caras el que ha comenzado a desfigurarse. ¿Qué papel jugará Infantino? ¿Buscará, realmente, eliminar la cara mafiosa y revisar la autonomía exacerbada? ¿Será viable reencaminar a la FIFA como una organización internacional y una multinacional con buenas prácticas? ¿Podrá el fútbol conservar su omnipresencia sin la omnipotencia?
Habrá que ver. Por lo pronto, lo sucedido en la Conmebol apunta más bien hacia la prohibición del fútbol, como en un cuento de Jorge Luis Borges.
* Politólogo de la Universidad de los Andes, maestro y doctor en Ciencias Sociales de la FLACSO, México, profesor asociado y director de la Maestría en Estudios Políticos de la Facultad de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la Universidad Javeriana.
[1] Véase el trabajo de grado de David Susa Sánchez, “La pelota no se mancha: un estudio histórico sobre el desarrollo y la política en FIFA”, Bogotá, trabajo de grado para optar al título de Maestro en Estudios Políticos y Relaciones Internacionales, Universidad del Rosario, septiembre de 2015.