Entre lo histórico y lo ridículo. Con el paso del tiempo y el cambio en las preocupaciones de la gente, Uribe- el terremoto político del siglo- hoy se debate entre el proyecto de un partido permanente y la añoranza de un pasado que se escapa.
Andrés Dávila*
Un fenómeno político
Nos guste o no nos guste, los ciudadanos tenemos que reconocer el hecho de que Álvaro Uribe es una presencia ineludible en la política colombiana.
Su historia comenzó como la de cualquier político de provincia del Partido Liberal, pero después de ser gobernador de Antioquia se transformó en un fenómeno peculiar cuya trayectoria vale la pena reseñar para darle contexto a sus últimas iniciativas y para entender el sentido y alcance de lo que hoy está haciendo.
Durante su gestión como gobernador, Uribe se caracterizó por el énfasis sobre la seguridad: hacía consejos diarios con su equipo de gobierno y respaldó plenamente la figura de las cooperativas de vigilancia Convivir en todo el departamento. Se opuso además a cualquier negociación de paz, incluso a aquellas facilitadas por gobiernos europeos.
Cuando salió de la Gobernación, a finales de 1997, no era un gobernante particularmente querido por los antioqueños. Los conservadores lo tenían en mal concepto y lo consideraban como su rival. En esta situación, el exgobernador viajó a estudiar en la Universidad de Oxford. Eso sí, cuando Andrés Pastrana inició conversaciones con las FARC, Uribe adoptó una posición de rechazo que no modificó durante los años siguientes.
En 2002 su nombre comenzó a figurar en las encuestas presidenciales con porcentajes muy bajos de favorabilidad. Sin embargo la situación de inseguridad generalizada y la intensificación del conflicto armado tras la ruptura de las conversaciones en El Caguán en febrero de ese año hicieron que aquel político de provincia se insertara con gran fuerza en el panorama nacional.
Se consideraba un caudillo y un mesías imprescindible.
Y sucedió lo que todos sabemos: Uribe ganó en primera vuelta y -tras modificar la Constitución a su favor en 2006- se convirtió en el primer presidente reelecto de manera inmediata.
Con la consigna de la seguridad por encima de todo consiguió convencer al país. Derrotó al bipartidismo y dejó por fuera de su coalición al Partido Liberal, su partido, al tiempo que dejó entrar por la puerta de atrás al Partido Conservador y a varios caciques clientelistas que se habían quemado en las elecciones legislativas de 2002 o que no soportaron su innegable atracción política (o politiquera).
Uribe recogió los intereses de las élites regionales que provenían de lugares, niveles y actividades distintas de las de las oligarquías tradicionales, incluidas algunas que tenían nexos con la ilegalidad y el paramilitarismo. Además creó una constelación de pequeños partidos en torno de su imagen protectora, de los cuales hoy solo sobrevive el Partido de la U, aunque ya no sea suyo.
Uribe logró una favorabilidad por encima del 65 por ciento con un mensaje simple: seguridad democrática, confianza inversionista y cohesión social. En un país ajeno a los caudillos y con gobernantes que se retiraban del poder para convertirse en “muebles viejos”, el expresidente Uribe se negó a tal condición. A su manera (e igual que Chávez en Venezuela), se consideraba un caudillo y un mesías imprescindible.
El caudillo en la oposición
![]() Bancada del Centro Democrático en el senado. Foto: Congreso de la República de Colombia |
Bastó el primer gesto de su sucesor para iniciar una larga serie de acciones de oposición, y lo que siguió fue un distanciamiento creciente que encontró en la paz el perfecto caballito de batalla.
Pero las diferencias del gobierno de Santos con el de su antecesor no eran solo las que vienen de una ruptura de élites. Santos tiene tintes progresistas aunque esté anclado en un modelo excluyente. Y por ello no se hizo esperar la reacción contra el modelo uribista, leído como amenaza por el círculo santista.
Frente a ello, y aupado por los juicios penales que hicieron huir o armarse de subterfugios jurídicos a varios de sus colaboradores en el gobierno, el hoy senador Uribe cerró las vías de comunicación con el santismo. Desde esta posición, en un ejercicio caudillista, Uribe fue estableciendo los parámetros de una oposición cerrera, militante y obtusa, que encontró un caldo de cultivo para su crecimiento en la desconexión del presidente Santos y su gobierno con la realidad colombiana y con la población.
El expresidente Uribe y el uribismo no cejaron en su empeño de ser reconocidos, de distanciarse del talante gubernamental y de buscar la estrategia más eficaz para hacerse sentir en la política nacional.
Las negociaciones de paz, la disputa por el Congreso y las elecciones presidenciales en 2014 concitaron la atención de sus huestes con innegables respaldos regionales. Aunque el expresidente hubiese querido anclar su propuesta en torno a su figura carismática, la necesidad de constituir un partido condujo a la creación del Centro Democrático. En realidad, este fue un subterfugio desafiante porque para nadie es un misterio que este movimiento ni es de centro, ni es democrático.
No obstante, una adecuada lectura de las reglas electorales condujo a tal decisión, acompañada de la decisión de conformar una lista única para Senado, encabezada y definida según la exclusiva decisión del caudillo (después de confirmar que al volverse senador no perdería los privilegios de ser expresidente). Asimismo, su partido conformó listas para Cámara y escogió, con todas las trapisondas, traiciones y manipulación de las reglas de juego, a un candidato presidencial que a acabaría fuera del país por dejarse enredar en turbios manejos de la campaña.
La votación que consiguió el partido en el Senado consolidó una oposición que vino a reafirmar la orientación de centro-derecha del sistema político colombiano. Sin embargo, en la Cámara la votación del Centro Democrático no fue tan importante.
Poco más de un año después, en las elecciones regionales, se dieron varios logros de una fuerza política nueva pero también se comprobaron los límites del caudillo, incapaz de triunfar incluso en su tierra natal.
Hacerse sentir
![]() El Ex-Presidente Uribe junto al Presidente Juan Manuel Santos. Foto: Globovisión |
En todo esto lo que está en juego, más allá del personaje, de su liderazgo, de su discurso manido, contradictorio, estratégicamente olvidadizo y amañado, es el peso político del caudillo y su movimiento.
Hay que leer su resistencia civil, la marcha del pasado mes de abril y la recolección de firmas que ha empezado desde esta perspectiva. El uribismo necesita hacerse sentir y mostrar que está presente más allá de la oposición minoritaria y disciplinadamente derrotada que tiene en el Senado. Al realizar este ejercicio, el uribismo sabe que la dominación carismática no se hereda ni se transmite, y que los éxitos electorales, indudables en 2002 y 2006, están lejos de constituir una tendencia. La cuestión es el peso específico y la incidencia real de Álvaro Uribe (tránsfuga profesional) y de su nuevo partido (que por sus características, mañana ya no será de él).
Hoy Uribe es un caudillo en carrera desesperada por consolidarse y anclarse en el sistema político.
En perspectiva histórica podría decirse que en un país sin caudillos el siglo XXI fue una excepción a la regla. Sin embargo, y pese a su aparente popularidad, hoy Uribe es un caudillo en carrera desesperada por consolidarse y anclarse en el sistema político. Por momentos parece lograrlo y dejar claro su potencial; pero en otros, parece haber tocado un límite y estar en desbandada.
No obstante, en tanto recoge los clamores de los territorios, los intereses de élites regionales (así sean ilegales) y los malestares del pueblo frente a un gobierno blandengue, la incógnita sigue siendo la misma: ¿es indispensable incluirlo en la paz o se debe dejar que se agote a sí mismo?
Sin duda, Uribe ocupará un lugar de largo aliento en la política colombiana, pero el Centro Democrático, los obstáculos a la paz, la resistencia civil, la recolección de firmas y las movilizaciones parecen oscilar entre lo histórico y lo ridículo. Por ahora, es difícil asegurar en qué terminará todo este proceso.
* Ex director del actual Programa Presidencial para la Acción Integral Contra Minas Antipersona (PAICMA), politólogo de la Universidad de los Andes, maestro y doctor en Ciencias Sociales de la FLACSO, México, profesor asociado y director del Departamento de Ciencia Política de la Universidad Javeriana.