Con el anuncio de la coalición entre Sergio Fajardo, Claudia López y Jorge Enrique Robledo empieza una nueva etapa de un proceso electoral que ha estado marcado por la incertidumbre y las estrategias políticas dudosas. ¿Qué viene ahora?
Andrés Dávila*
Unas raras elecciones
Aunque parezca un lugar común, el futuro político de Colombia ahora que se acerca el año electoral 2018 es tremendamente incierto.
Normalmente cuando faltaban apenas nueve meses para las elecciones se tenían unos pocos aspirantes y un candidato favorito. Hoy no existen favoritos y sí muchos aspirantes de todos los pelambres. Y en medio de esta incertidumbre han empezado a manifestarse al menos cuatro fenómenos tan novedosos como desconcertantes:
-El primero, resultado de la mezcla entre incertidumbre y escándalos de corrupción que han involucrado a importantes políticos de distintos partidos, especialmente del Partido de la U, es el de las malas decisiones del Congreso. Por ahí incluso circula una Ley (la 1864 del 17 de agosto) que modifica o crea nuevos delitos electorales pero está redactada de manera que cualquier candidato y cualquier elector pueden acabar en la cárcel por hacer política. El populismo punitivo en el ámbito electoral puede llevar a enormes paradojas y retrocesos.
-El segundo es la clara sensación de que la política está siendo judicializada de arriba a abajo, dado que incluso Uribe y Santos están en alguna medida inmersos en el escándalo de Odebrecht.
– Hay un tercer fenómeno que ha puesto en especial evidencia los problemas del sistema de partidos: la opción de presentarse por firmas, que ganó terreno gracias a lo sucedido en las elecciones regionales de 2015, cuando muchos alcaldes y gobernadores encontraron las ventajas de utilizar esta vía. La estrategia, aparentemente infalible, ha llegado a todas las huestes.
Además de debilitar el aún frágil sistema de partidos, esto ha hecho que tengamos casi 30 candidatos que están recurriendo a la recolección de firmas. Y es inevitable preguntarse qué lleva a un candidato a someterse a tal procedimiento, lleno de incertidumbres, trámites y desgastes.
Pues bien: como mostraron Mónica Pachón y Manuela Muñoz en la pasada edición de esta revista, el mal diseño del sistema electoral ha hecho que quienes opten por el camino de las firmas pueden arrancar su campaña con anticipación, sin control de sus gastos y con mayor facilidad para pactar alianzas, que si lo hacen en nombre de un partido. La opción entonces es renunciar al aval de un partido político que se supone existe para movilizar a sus muchos votantes en apoyo del candidato en cuestión, para salir a las calles a conseguir firmas.
Los defensores de tal estrategia argumentan que sirve para ganar visibilidad: con seguridad se regodean pensando que se hicieron visibles y torcieron las reglas a su favor con días o meses de antelación.
-Pero paradójicamente, este hacerse visible viene acompañado de otro fenómeno extraño: el de los candidatos que esconden sus banderas. Los asesores de campaña, con sus jugosos contratos, les recomiendan a los candidatos no fijar de manera “prematura” ninguna posición ideológica, y les justifican esta cuadratura del círculo, la de ser y no ser al mismo tiempo, la de tomar posición no tomando ninguna posición. El efecto es patético: Fajardo repite como muñeco de pilas una consigna mientras Vargas Lleras funge como un vendedor de jugo de lulo, avena helada y quesadillo en tierra caliente.
De firmas a coaliciones
![]() Candidato presidencia, Humberto de la Calle Foto: Presidencia de la República |
Es muy amplia la gama de sectores, partidos, movimientos y líderes políticos que están inmersos en la angustia pre-electoral. En la práctica nadie sabe qué hacer. O mejor, creen que la mejor estrategia es la del vecino. Y entonces, de un momento a otro, todos parecen descubrir que la estrategia única y ganadora es la del avivato: recoger firmas para adelantar el inicio de la campaña y obtener un mayor reconocimiento de la ciudadanía.
En algunos casos incide también la necesidad aparentemente obvia de distanciarse de instancias partidistas que se asocian con corrupción, enriquecimiento ilícito y mal uso de los recursos públicos. Pero paradójicamente los más inmersos –por palabra, obra y omisión– en la construcción de instancias partidistas -como decir Vargas Lleras y su partido-criatura Cambio Radical- son los primeros avivatos en buscar la otra alternativa.
Otro fenómeno extraño: el de los candidatos que esconden sus banderas.
No sobra decir que en algunos casos es llamativo acudir a esta estrategia de equipo chico para enfrentar el máximo torneo. Puede que al final la estrategia resulte exitosa. En cualquier caso, inevitablemente quedará la sensación de un líder que acude a la combinación de todas las formas de lucha con tal de ganar o, al menos, de posicionarse.
Es en este punto donde aparece la novedosa estrategia de las coaliciones, que es novedosa solo gracias a la mala memoria de nuestros comunicadores y analistas.
Mientras se resuelve el asunto de los candidatos por firmas y de las posibles candidaturas partidistas, el otro tema central será el de las coaliciones, que arrancó la semana pasada y posiblemente culminará muy cerca de la primera vuelta, cuando habrá una fase final con dos grandes coaliciones en torno a quienes pasen a la segunda vuelta. De este modo, no tendremos –ni los politólogos ni la ciudadanía– herramientas para clasificar, ordenar y distinguir lo que estará sucediendo.
Y hay que advertir que habrá que prepararse para todo, hasta para una coalición que una a la ultra derecha y la ultra izquierda. La cuestión será sumar votos como sea, y con muchos ojos sobre la financiación, compra de votos y trasteo de votantes. El escenario, visto con frialdad, luce muy llamativo y desafiante.
El trío Fajardo-López- Robledo
![]() Recolección de firmas por parte del candidato presidencial, Germán Vargas Lleras. Foto: Facebook Germán Vargas Lleras |
La primera coalición que se ha destapado tiene varias características interesantes y crea también muchas expectativas e inquietudes.
Es la coalición entre Sergio Fajardo, Claudia López y Jorge Robledo (utilizo el orden alfabético de sus apellidos para no herir susceptibilidades, aunque esto ya de entrada nos recuerde que se trata de tres egos). Es más: en realidad, y aunque no lo parezca, es una coalición interpartidista 2 a 1: lo que queda del Polo Democrático Alternativo (es decir el MOIR), el Partido Verde y el movimiento Compromiso Ciudadano.
Una cuestión, inevitable a falta de otras formas de clasificar, es ubicar esta coalición en el espectro político, y aunque ya Fajardo quiso prohibirlo es mejor recordar que el mundo político todavía se ordena entre derecha, centro e izquierda. Para muchos, por la presencia de Robledo y el MOIR, la coalición sería de centro izquierda. Pero la aritmética no funciona aquí. Uno de izquierda –de la derecha de la izquierda– y dos de centro-derecha dan centro-derecha. Ahora, esto no premia ni castiga, solo describe. Aunque claro, no es fácil describirlo ni aceptarlo.
En este orden de ideas, lo que el trío Fajardo-López-Robledo parece defender es una coalición de políticos no politiqueros y ajenos a escándalos y corruptelas, al menos hasta ahora. En esto coinciden la posición que han mantenido rígidamente Robledo y su facción desde que ha tenido presencia visible en el Congreso, la férrea y sonora posición de Claudia López, que tiene a favor el oportuno referendo contra la corrupción, y la todavía tibia, vaga e inasible posición de Fajardo.
López, Robledo y Fajardo coinciden en una fórmula política estatista.
¿Alcanza eso para una campaña presidencial? No, pero es lo que hay. No obstante, si se lee entre líneas se podría decir que López, Robledo y Fajardo coinciden en una fórmula política estatista, aunque seguramente las concepciones del qué y el cómo difieran profundamente. Está la algo trasnochada de Robledo, la de tinte autoritario de Claudia López y la de Fajardo, quien al privilegiar la educación tendrá alguna consideración con lo público, al menos en relación con la provisión de ciertos servicios básicos.
Finalmente, los tres políticos coinciden en su tibio –muy tibio– respaldo a la paz. No obstante, un posible acercamiento a De la Calle podría modificar esto, aunque seguramente iría acompañado por manifestaciones reiteradas en contra de las FARC, no como para destruir lo acordado, sino para no impulsarlo con la vehemencia que se supone traería De la Calle.
A pesar de todo, en una semana marcada por el escándalo de la justicia, la conformación de la JEP y por el triste papel de Rodrigo Lara como obstáculo a las necesarias reformas para desarrollar el Acuerdo de paz, la noticia de la coalición concitó la atención y abrió esta nueva fase del proceso electoral. Aun así, queda abierta la pregunta por su solidez y durabilidad una vez se acerquen los comicios y se haga necesario establecer las reglas para la selección del candidato presidencial y respetar lo acordado.
Valga entonces reconocer que fueron ellos los primeros en destaparse y que la opinión parece haberlos recibido favorablemente, aunque con seguridad sectores cercanos a Robledo no se sienten demasiado cómodos, así como tampoco Petro y sus huestes y Clara López y las suyas. ¿Cuántos votos tienen? ¿Cómo piensan aumentarlos? ¿Se la jugarán por el voto de opinión exclusivamente? Son preguntas por ahora sin respuesta.
¿Qué sigue? Recolección de firmas, otras coaliciones, algún partido con candidato y una reforma política y electoral que modificará en lo inmediato algunas reglas, tanto para las FARC como para los políticos, incluidos los de Cambio Radical y el Centro Democrático. Veremos.
* Politólogo de la Universidad de los Andes, maestro y doctor en Ciencias Sociales de la FLACSO, México, profesor asociado y director del Departamento de Ciencia Política de la Facultad de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la Universidad Javeriana.