Un contexto de polarización, un gobierno minoritario y débil, y una crisis institucional son algunos de los elementos para comprender esta historia.
Andrés Dávila*
¿Al Congreso o a la cárcel?
El 15 de mayo, la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) ordenó la libertad inmediata de alias Jesús Santrich y le otorgó la garantía de no extradición, al concluir que con las pruebas presentadas no se podía determinar la fecha del delito que se le atribuye al exguerrillero.
El mismo día, el Fiscal General Néstor Humberto Martínez renunció irrevocablemente a su cargo y llamó a la movilización ciudadana para protestar por la liberación de Santrich. Horas más tarde, los medios de comunicación dieron a conocer un nuevo video en el que se ve a Santrich reunido con infiltrados de la DEA, y que supuestamente sería la prueba reina para inculparlo.
Dos días después de que se ordenara su liberación inmediata, Santrich seguía en la cárcel La Picota de Bogotá. Por eso, el Tribunal Superior del Distrito Judicial de Bogotá falló a su favor un recurso de hábeas corpus y ordenó, una vez más, que el exguerrillero fuera liberado.
Un actor polarizante rompe toda posibilidad de establecer un ámbito común para expresar las diferencias.
Mientras tanto, la Fiscalía le solicitó a un juez de control de garantías que ordenara de nuevo su captura, teniendo en cuenta las nuevas pruebas que no había podido conocer la JEP. Si los procedimientos para poner en libertad a Santrich fueron extremadamente lentos, los trámites para volverlo a capturar fueron extrañamente ágiles. Finalmente, cuando Santrich salía de La Picota, fue recapturado.
La posibilidad de que Santrich se posesione como congresista o que sea castigado como narcotraficante ha desatado una tormenta política y todo tipo de interpretaciones. Algunos llaman a la sensatez y al respeto de la justicia, y otros dicen alarmados que Colombia es un país inviable.
Por su parte, el Gobierno anunció la defensa de las instituciones, aunque su discurso y el rumor de una posible declaración de conmoción interior para extraditar a Santrich hacen pensar que Duque, sin querer queriendo, se parece cada vez más a Maduro.
En lo que sigue intentaré hacer una lectura desapasionada del caso de Santrich, tomando como ejes de análisis cuatro puntos de conflicto: (1) polarización y paz; (2) gobernabilidad y fragmentación; (3) fragilidad institucional y posibilidad de una Asamblea Nacional Constituyente; (4) democratización y autoritarismo.
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Polarización y paz
El novelón que se ha creado en torno al caso Santrich y las declaraciones a favor y en contra de la decisión de la JEP han profundizado la polarización en el país, hasta hacer casi imposible cualquier mínimo consenso.
Cuando se trata de temas relacionados con la paz, la polarización es particularmente preocupante. Un actor polarizante rompe toda posibilidad de establecer un ámbito común para expresar las diferencias. Con este tipo de discusiones, ya no hay espacio para restablecer los consensos y solo queda una pelea crecientemente agravada que no permite, cualesquiera sean las razones, buscar un terreno común de discusión.
![]() Foto: Facebook Iván Duque |
La profundidad de la polarización, sin embargo, depende de los vaivenes de la política. La gobernabilidad de Duque y la contienda electoral son los límites. Más la segunda que la primera, porque con visión corta, quienes están del lado del gobierno suponen que Duque es simplemente un accidente removible.
En todo esto hay, además, un rasgo paradójico: las voces que hoy más defienden la democracia, la separación de poderes y la Constitución están, la mayoría, en los sectores del centro y la izquierda.
Como efecto de las negociaciones y los acuerdos de paz, esta defensa se escucha incluso de los propios desmovilizados de las FARC, con un particular uso del lenguaje institucional y del respeto a la ley.
Por el contrario, desde el uribismo es cada vez más común defender una versión muy parcializada de la democracia, la legalidad y la institucionalidad, más parecida a la defensa de una tiranía.
Otra pregunta es hasta dónde la polarización subsume y se apropia de toda la agenda política. A pesar de que la polarización es la forma más evidente de entender la coyuntura, la realidad es más compleja y por eso debemos examinar otros aspectos.
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Gobernabilidad y fragmentación
Una segunda clave de lectura para entender el caso Santrich es la relación entre la gobernabilidad y la fragmentación política. Esta situación va más allá de la polarización, pero sin duda está relacionada con ella.
El presidente Duque enfrenta un panorama de gobernabilidad bastante complejo. Aunque Duque obtuvo una votación significativa, es claro que recogió buena parte del temor y el rechazo a su contendor, Gustavo Petro.
Y, si bien se han tomado medidas para aumentar la popularidad del presidente, las cuentas del Gobierno no dan para mucho. Su electorado fiel no corresponde ni siquiera al del uribismo hirsuto.
A eso hay que añadir la confluencia de dos fenómenos desfavorables para el Gobierno: de una parte, un partido oficialista minoritario con ínfulas de mayoría; de la otra, un nuevo escenario derivado del Estatuto de la Oposición, que ha impulsado a los partidos minoritarios a asumir poses más desafiantes y a aplicarlas.
Un Gobierno sin coalición mayoritaria y sujeto al ejercicio extorsivo del Centro Democrático.
Y, como si fuera poco, presionado por la coyuntura, Duque decide no repartir “mermelada”, al menos en apariencia, mientras configura un gabinete supuestamente técnico, inexperto, ajeno a la política, salvo los equívocos nombramientos en algunas carteras.
El resultado de todo lo anterior es un Gobierno sin coalición mayoritaria y sujeto al ejercicio extorsivo del Centro Democrático, del senador Uribe y de los sectores más recalcitrantes de esa ultraderecha minoritaria.
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¿Hacia una Constituyente?
Lo sucedido la semana pasada muestra que, a pesar de las falencias y limitaciones, nuestras instituciones operan incluso en las peores crisis.
Es interesante ver funcionar las tres ramas del poder público y los órganos de control, junto con las instituciones producto de la negociación de paz. Pero a la incertidumbre del proceso de paz se le suman unas instituciones de por sí inestables: todavía no hemos asimilado los impactos de las reelecciones pasadas y de tener una Constitución fácil de reformar.
Esa fragilidad de nuestras instituciones, sumada a la polarización política y a un Gobierno débil, tenía que llevar, tarde o temprano, a la propuesta de una Asamblea Nacional Constituyente.
![]() Foto: Facebook Fiscalía General de la Nación |
Del tema han hablado los políticos de diferentes orillas y da cierta ternura oír, una y otra vez, las voces voluntaristas que invitan a oponerse a ella por los riesgos que acarrea y porque puede favorecer determinadas intenciones particulares.
Sin embargo, la cuestión parece más profunda: el arreglo institucional actual se agotó y necesita redefiniciones. La sociedad lo irá volviendo un impostergable.
Mala noticia: dadas las oscilaciones constitucionales, la Constitución que sigue será la del Orden, y no la de la Libertad.
Democratización y autoritarismo
Aunque suene exagerado, la situación actual muestra una pugna entre la democracia y el autoritarismo de derecha.
Para el mundo, en Colombia pasa algo muy similar a lo que sucede al sur de México. En el extranjero, nuestra política no se ve tan distinta de la de los países centroamericanos.
Para muchos observadores sin tantos referentes, lo sucedido en la última semana muestra que el gobierno de Duque no se diferencia tanto del de Maduro. Entonces, aunque nos pensemos y sintamos tan distintos, vale la pena mirarse críticamente.
* Politólogo de la Universidad de los Andes, maestro y doctor en Ciencias Sociales de la FLACSO, México, profesor asociado y director del Departamento de Ciencia Política de la Facultad de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la Universidad Javeriana.