
Duque, sin grandes aspavientos, se liberó de Uribe; tiene el poder, pero no sabe qué hacer con él. Una reflexión sobre su último año.
Andrés Dávila L.*
Lo que queda de Duque después del paro
Hacia fines de abril de este año me pidieron un artículo de balance sobre la gestión de Duque y lo que le esperaba.
Como conclusión del texto escribí lo siguiente: “En síntesis, el presidente enfrenta retos difíciles, pero no extremadamente amenazantes. El panorama es desafiante e incierto, pero puede sobrellevarse. Después de dos presidencias poderosas y prolongadas (el Frente Nacional Uribe-santista), este gobierno se recordará por su fragilidad, su incompetencia y su habilidad extraña para hacerse fuerte en circunstancias adversas”.
El paro nacional incendió a Colombia dos o tres días después de publicar ese análisis. El paro duró dos meses largos y afectó a toda Colombia. Resultó, predeciblemente, en muchos muertos, desaparecidos y heridos —incluidos los de la Fuerza Pública—.
En medio de sus múltiples contradicciones, altas y bajas, desconexiones y faltas de empatía, el presidente Duque concluye su periodo.
Como comentó algún twittero, ese artículo envejeció mal tras el paro nacional; pero no importa: es el riesgo de nuestra labor.
Un expresidente joven
Ahora me piden una mezcla entre balance y anticipación del último año de Duque. Y adivino que hay más riesgo de equivocarse. Sobre todo, esperaría que el país no se incendie —ni se inunde— en Navidad; ojalá durante el 2022, tampoco.
En medio de sus múltiples contradicciones, altas y bajas, desconexiones y faltas de empatía, el presidente Duque concluye su periodo. Será uno de los expresidentes más jóvenes en el siglo XX y XXI, aunque César Gaviria y Álvaro Uribe pusieron una marca importante. Si vamos a Bolívar y Santander…
A largo plazo, se lo comparará con Marco Fidel Suárez: presidentes que, con un siglo de diferencia, tuvieron que administrar una pandemia. Habrá que examinar con más detalles sus debilidades y sus reacciones; pero parece injusto someter a Marco Fidel a tan pobre comparación.
Comparación con otros presidentes
Como lo señalaba en el cierre del artículo citado, el gobierno Duque se caracterizó por su debilidad e incompetencia: aspectos importantes tras dos presidencias muy fuertes y duraderas, como las de Uribe y Santos.
Por eso, una primera comparación sería si ha sido tan o más malo que Pastrana. Andrés Pastrana: ese mediocre personaje político que en su madurez ha sido mucho peor que de joven, aunque se le reconozca que mejoraba en las crisis: terremoto de Armenia, fin de la zona de despeje, y así.
Después, habría que compararlo con Mariano Ospina Pérez, por su moderación sin alternativas que lo condujo a empeorar la violencia. Y allí hay intuiciones válidas, pero también inexactitudes.
Pero, igual, su mandato no ha terminado todavía. Se puede aprender sobre sus rasgos, inconsistencias y —aunque suene paradójico— logros al evitar que el país se desmadrara del todo. Es, en verdad, un reto grande para el análisis político, pues renglón a renglón toca pelear con la vana intención de descalificarlo.

La lucha por la gobernabilidad
Aunque al comienzo se haya pegado tiros en el pie, Duque logró buena gobernabilidad, hoy y en medio de la pandemia. El tiempo mostrará los mecanismos que usó y cuánto debilitó las instituciones; por ahora, el gobierno maneja la situación.
No sugiero que lo haga bien, solo que, a troncas y a mochas, ahí va y tiene el manejo requerido, posiblemente con los excesos de un enamorado. Digo, María Paula Correa…
Los tiros al pie fueron los de prometer un gabinete paritario y menor de 40 años. Lo cumplió, salvo los muy pesados fardos del uribismo: Carrasquilla, Arango, Botero y Trujillo: además, ese personaje no ubicable y no referenciable que ha sido la vicepresidenta y hoy canciller.
En lo de los jóvenes y su paridad, fue una experiencia bonita y distante de la realidad, que culminó en escándalos como los de Centros Poblados. En la mitad, hubo desafueros con el tema RTVC y otros más; pero Duque sabía que enfrentar los problemas no era lo único, sino dispersarlos y disiparlos.
Después de las protestas de 2019, en un momento muy frágil, la pandemia sirvió como distracción.
Cargos y egos
Encontró, además, tres grandes salvavidas: el ministro de Salud, el ministro de Trabajo y los arreglos con un poderoso contralor —que finge inocencia, pero puso fiscal, procuradora, registrador y defensor del pueblo—. Lo interesante es que estos cargos, en la práctica, no son de Duque, sino del contralor.
En todo caso, y frente a la lectura común y más desarrollada, Duque consiguió gobernabilidad; pero algunos de estos cargos (egos) no operan en la dirección pensada: Barbosa, ese personajillo con un ego que necesita contenedores, es más un controlador de los desvaríos de Uribe. La absolución dependerá de que se porte bien.
Duque, sin grandes aspavientos, se liberó de Uribe. Y eso habrá que reconocérselo, así la fórmula sea tan poco presentable. Y Duque tiene todo el poder, pero no sabe qué hacer con él; pero sus personajillos tampoco, tal vez con la excepción del ambicioso contralor Córdoba.
Aun así, sus cargos tienen tiempos limitados y dejarán de ejercer. Tal vez por ello sea lógico que Córdoba —un abogado recién graduado— fuera fiscal. Escoge hábilmente sus cargos, pero sus intereses son obvios y sus desaciertos se hacen públicos.
El segundo motor de gobernabilidad fue el ministro de Salud y su equipo. Puede que se hayan equivocado y que, en diez años, se confirme que Colombia manejó la pandemia peor que el promedio. Eso hoy no se sabe; pero hay demasiados hinchas, más que analistas, pregonando sus valoraciones.
Pero, en medio de todo, la respuesta a la pandemia fue certera y pudo superar las tensiones entre territorios. Le ha servido al gobierno para mostrar manejo y resultados —mejores que el fallido programa de televisión de más de un año y acompañados de momentos vergonzosos, como la llegada del primer lote de vacunas contra la COVID-19—.
Duque —como lo indica su trayectoria— ha sido un afortunado que, sin méritos ni esfuerzo, se encontró con la Presidencia de la República.
Habrá que esperar estudios objetivos, en lo posible, sobre lo que se hizo bien o mal, así como sobre el balance salud vs. economía.
Hoy, el gobierno tiene en la vacunación un acierto indiscutible. La sociedad está afuera —salvo Fecode con sus justos reclamos, cada vez más difíciles de creer y aceptar— y las cifras no han empeorado, como sí ha sucedido en Europa. Colombia parece ir bien en dos cosas: la pandemia y la recuperación de la economía.
Las inseguridades de Duque
La cuestión, igual, es hasta dónde alcanza esa gobernabilidad y cuál es el balance con el respeto de las instituciones democráticas.
Allí aparece, por tanto, el segundo tema: sus inseguridades. Y, si no fuera por María Paula y su amor por el poder, la situación sería peor.
Duque —como lo indica su trayectoria— ha sido un afortunado que, sin méritos ni esfuerzo, se encontró con la Presidencia de la República. Hay que buscar, en la historia de Colombia, que un inepto tuviera esa fortuna. Y no es tan fácil: todos, al final y pese a ser delfines o no, tenían sus méritos, hasta Juanpa…
Duque, por tanto, es un inepto, ególatra e inseguro. Y así gobierna y así reacciona y así procede. Un dato interesante es que ahora los politólogos tenemos que hacer egolatrología, incluido Pacho Leal. Pero, sin duda, en una persona como Duque, no hay nada para destacar y por eso es tan difícil caracterizarlo. Es soberbio, arbitrario, imponente, incompetente, inteligente, bruto, bueno, malo, mequetrefe, estúpido, caradura, ambicioso. Seguro cada lector se sentirá cómodo con varias de estas caracterizaciones.
En mi caso, no sé con cual quedarme. Pienso en mi amigo de buena familia, medio inteligente y medio bobo, al que todo le cayó del cielo. Hasta María Paula…
Quedan varios temas por abordar; será en otra columna. Pese a sus debilidades e inseguridades, a veces la sombra de su papá asoma y parece cuidar las instituciones. Las jornadas electorales lo dirán. A diferencia de mis colegas y excolegas dramáticos —digamos Ávila, Gutiérrez, Borda—, me siento con el padre Fernán González a decir alguna cicutada: el país sigue, pese a todo.