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De expresidentes y muebles viejos

Escrito por Andrés Dávila
Expresidente, Álvaro Uribe Vélez

Expresidente, Álvaro Uribe Vélez

Andres_DavilaUn recorrido por la historia reciente de los expresidentes colombianos indica que su función había sido clara pero discreta. Sin embargo el expresidente –y ahora senador– Álvaro Uribe cambió las reglas de juego. ¿En qué consiste este cambio?  

Andrés Dávila*

Viejas costumbres

La historia republicana de Colombia tiene una característica interesante: la gran mayoría de sus presidentes ha llegado al poder gracias a algún mecanismo electoral, y una vez que  cumplieron su período dejaron todo el poder a su sucesor. Esta transición de cada cuatro años había sido tan natural para los colombianos como clasificar sufridamente al mundial de fútbol.

En ese mismo sentido, tener expresidentes que no intervienen en la política menuda se convirtió en un rasgo distintivo de nuestra vida política.

Gracias a la posibilidad de reelección con un período presidencial de por medio, algunos expresidentes se mantenían vigentes, pero siempre en un lugar relativamente secundario, aunque en la práctica tuviesen cuotas de poder más o menos importantes.  

Pero hoy por hoy parece que por lo menos tres expresidentes – Gaviria (1990-1994), Pastrana (1998-2002) y por supuesto Uribe (2002- 2010)- han saltado a la palestra y están jugando papeles destacados en la campaña electoral que se avecina.

Por eso es oportuno repasar la historia de los últimos años y mirar a los países vecinos, con precaución y con reservas, pero con ánimo de apreciar mejor lo que está sucediendo.  

Mirando a los lados

Expresidente, Andrés Pastrana
Expresidente, Andrés Pastrana
Foto: @AndresPastrana_ 

En el entorno de influencia de Colombia, Estados Unidos y México son ejemplos muy llamativos sobre qué hacer con los expresidentes en la política.

  • En Estados Unidos la reelección inmediata por una sola vez implica que los expresidentes  pueden conservar su influencia y tener un papel dentro de su partido, pero nunca pueden asumir el protagonismo. Por ejemplo Jimmy Carter, el presidente cuyo gobierno fue más criticado (y tanto así que no logró reelegirse) se dedicó con éxito a la mediación de conflictos y la vigilancia de elecciones en otros países. La dinastía Bush ha mantenido su influencia – e incluso Jeff fue precandidato de los republicanos- pero ni su padre ni su hermano volvieron a ser protagonistas, como tampoco lo fue Bill Clinton aunque Hillary fuera candidata. Falta ver si con Trump de expresidente se mantiene esta costumbre.
Tener expresidentes que no intervienen en la política menuda se convirtió en un rasgo distintivo de nuestra vida política.
  • En México, después de largas dictaduras y pese al férreo control del Partido Revolucionario Institucional (PRI) gracias al cual el presidente de turno era casi un monarca, se establecieron reglas no escritas para evitar cualquier injerencia de los expresidentes en la vida política. Esto se aplicaba tanto a los buenos como a los malos presidentes, y aún en años recientes este diseño ha seguido operando en apariencia.

Mirando hacia atrás

Presidente Juan Manuel Santos. No tendrá partido para dirigir cuando salga de la presidencia
Presidente Juan Manuel Santos. No tendrá partido para dirigir cuando salga de la presidencia
Foto: Presidencia de la República 

Como en su momento dijo el expresidente López Michelsen, desde el Frente Nacional los exmandatarios colombianos eran como “muebles viejos”, de esos que se valoran pero acaban por ser como vistos como material urgentemente desechable cuando no se sabe qué hacer con ellos.

Los expresidentes solían servir como consejeros de máxima confianza, pues sus opiniones estaban, digamos, más allá del bien y del mal. Sin embargo si estorbaban había que desecharlos. De esto se exceptuaban los expresidentes que estaban en proceso de buscar su  reelección mediata – como ocurrió por ejemplo con Carlos Lleras-  puesto que ellos por supuesto tenían intereses políticos o electorales muy concretos. Aun así, lo común era una intervención en política distante, nunca de permanente e inmediata injerencia sobre el gobierno de turno.

Una figura emblemática en ese sentido fue Alberto Lleras Camargo, quien tuvo un papel central en el origen del Frente Nacional y en su partido, el Liberal, pero desde una posición muy prudente. Carlos Lleras, por su parte, fue protagonista hasta que perdió la posibilidad de buscar la reelección. No obstante, fue respetuoso con los dos presidentes que lo sucedieron, aunque acabó por promover la disidencia del Nuevo Liberalismo. Más que con personas, su pelea era con el Partido y el triunfo inevitable de los caciques regionales.

Guillermo León Valencia dejó su poder en manos del joven líder de entonces, Misael Pastrana, quien heredó toda la fuerza de la facción ospinista y condujo al Partido Conservador hasta su relevo definitivo en la década de 1990. López Michelsen y Turbay Ayala se sucedieron la presidencia, pero respetando siempre al gobernante de turno y sin jugar un rol directo, salvo en la dirección del Partido Liberal. Allí apuntaban más a ser símbolos de unión y a mantener la vigencia del Partido en circunstancias críticas. En todo caso, fueron famosas las peleas entre expresidentes, particularmente la de López Michelsen y Misael Pastrana, quienes se acusaban públicamente sin vergüenza alguna.

Belisario Betancur ha sido el mejor ejemplo de “mueble viejo” al jugar apenas papeles simbólicos muy específicos. Ha cumplido fielmente su promesa de no intervenir en política, aunque ha conservado una mínima influencia en su partido y en el país. Virgilio Barco, por su enfermedad, no tuvo mayor incidencia.

Tres de los expresidentes todavía vigentes –César Gaviria, Ernesto Samper y Andrés Pastrana– iniciaron su rol como verdaderos muebles viejos, dado que estaba prohibida la reelección:

  • Gaviria, por estar en la Organización de Estados Americanos (OEA), pudo empezar a tener incidencia ya entrado el nuevo siglo y con la reelección en curso. En el entretanto los reconocidos gaviristas maduraron como tránsfugas sin rumbo. Ha sido el expresidente liberal con mayor presencia en la política nacional. En varios momentos ha debido asumir la jefatura de un partido que se resiste a perder del todo su lugar en la política, y desde allí ha recuperado espacios de poder e interlocución significativos en el gobierno de Santos. Su reciente toma de distancia coincide con la necesaria búsqueda y afirmación de un perfil creíble para el 2018.
  • Ernesto Samper, cargado con una imagen negativa por el proceso 8000, ha mantenido una influencia importante en el gobierno nacional y en el de Bogotá, pero esa influencia ha sido bajo cuerda. Ahora por su gestión fuera del país permanece relativamente ajeno a la política nacional, aunque cuida celosamente sus cuotas burocráticas.
  • Andrés Pastrana dejó espacios vacíos que ha venido recuperando y en la última etapa ha querido ganar protagonismo con su oposición –muy paradójica– al proceso de paz, que claramente es producto de su pérdida de influencia en el gobierno  Santos. Esto ha sido así hasta el punto que ha terminado como segundón del expresidente Uribe tratando de hacer realidad una supuesta coalición que, al final, solo es creíble para él y sus más cercanos.

Presente y futuro

Expresidente César Gaviria, líder del Partido Liberal
Expresidente César Gaviria, líder del Partido Liberal
Foto: Presidencia de la República

Queda, por tanto, la excepción a la regla: el hoy senador Álvaro Uribe. La historia hasta aquí relatada sufre un cambio radical con su figura. No solo se hizo reelegir una vez, sino que insiste en la segunda reelección. Y no había pasado ni un mes en su condición de expresidente cuando inició una presencia política que muy pronto se convirtió en oposición cerrada y cada vez más problemática para el gobierno Santos, sin un lugar formal en el primer período, como senador en el segundo.

Tres de los expresidentes todavía vigentes iniciaron su rol como verdaderos muebles viejos, dado que estaba prohibida la reelección.

Se puede hacer un recuento extenso de hechos y circunstancias, pero la oposición de Álvaro Uribe se ha concretado como obstáculo gracias al resultado del plebiscito y a su innegable intento de llegar al poder en 2018, así sea en cuerpo ajeno.

Vale la pena resaltar que la actitud y las acciones del hoy senador implican una ruptura con la tradición de la figura del expresidente en Colombia, al menos como se delineó desde el Frente Nacional y como parecía acordada entre la oligarquía que ha gobernado al país. En esto el senador insiste en comportarse como un advenedizo que no respeta formas ni acuerdos.

Esto se debe en gran parte a esa mezcla tan particular que lo distingue de sus congéneres en la arena política colombiana: entre clase media venido a más (paisa no reconocido, pero alabado); caudillo populista-clientelista; promotor de nuevas élites regionales legales e ilegales y violentas por definición; terrateniente industrioso y profundamente ambicioso (casi angurriento); provinciano autoafirmado y renegado de cualquier arribismo metropolitano; tránsfuga emérito que va creando partidos por donde pasa y viudo del poder como ningún otro, tal vez más que Simón Bolívar.

Sin duda la figura de Uribe y su significado en la política colombiana ha de ser objeto de más estudios y análisis, pues es excepcional entre los liderazgos de nuestra historia republicana. Entre otras cosas ha trastocado los acuerdos tácitos de las élites políticas acerca del rol de los expresidentes, los ha puesto patas arriba y no da señales de haber terminado. Menos ahora, cuando su contraparte torpemente lo ha revivido a través de un plebiscito.

Seguramente, para asistir a su salida de la escena política habrá que esperar a que desde su lecho de enfermo en una de sus haciendas (en pleno siglo XXI) diga, parafraseando a Bolívar: “si mi muerte contribuye…”. Mientras tanto y con seguridad estará en el Senado.

Habrá que ver a qué se dedica Juan Manuel Santos como expresidente, pero en una mirada inicial no lo ve uno dirigiendo un partido o en la minucia política del día a día. En parte porque, a diferencia de Gaviria, Samper y Pastrana, no va a tener partido para dirigir. Y a diferencia de Uribe no va a querer ni va a poder dar vida a un nuevo partido. O al menos eso es lo que se vislumbra.

 

* Politólogo de la Universidad de los Andes, maestro y doctor en Ciencias Sociales de la FLACSO, México, profesor asociado y director del Departamento de Ciencia Política de la Facultad de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la Universidad Javeriana.

 

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