La FIFA tiene más miembros que Naciones Unidas, y el fútbol es un modo de ganar imagen e influencia que utilizan muchos en distintos sentidos. Este es el clima de opinión a una semana del primer pitazo.
Andrés Dávila L.*
Las nuevas controversias del fútbol
Estamos a una semana del Mundial Qatar 2022. Es cierto que Colombia —como Italia, Chile, Egipto, y varios más— no clasificó; pero los 32 que lo lograron ya están camino a esa calurosa y diferente realidad.
Y, pese a los cambios de este mundial —por la fecha, por las condiciones, por lo sucedido y por sus múltiples exigencias—, el mundo futbolero se apresta a entrar en ese embrujo de un mes durante el que solo se habla de fútbol.
Los cambios para que Qatar 2022 fuera realidad han revivido discusiones políticas, sociales, de negociación, de corrupción, de adaptación, de violaciones de derechos humanos, y sobre trabajadores muertos —que, una semana antes, acompañan la antesala del evento—.
De allí, las declaraciones en contra del mundial del técnico Jurgen Klopp, de un cuasiconvicto como Sepp Blatter; la solicitud de Dinamarca de entrenar con camisetas alusivas a las violaciones de derechos humanos; la tenue flexibilización del mundo islámico en Qatar ante la avalancha de turistas e hinchas fundidos en la magia del gol.
El poder suave del fútbol
En este mundo de la inmediatez y las experiencias únicas (aparentemente), muchos anticipan que la injerencia de la política en el fútbol, el soft power como herramienta de los Estados o la diplomacia deportiva son cosas del siglo ⅩⅪ.
Pues bien, esto no es así. El fútbol se consolidó como espectáculo deportivo profesional, irónicamente, desde las últimas décadas de la Inglaterra del ⅩⅨ. Ha tenido relaciones diversas y complejas con la política y las manidas relaciones internacionales.
Desde hace más de un siglo, la FIFA se ha convertido en una de las organizaciones internacionales con más recursos, poder e influencia internacional. Su dominio se ha transformado junto con las sociedades; pero también con el fútbol como fenómeno social y como espectáculo deportivo capaz de paralizar —simbólicamente— al mundo durante un mes cada cuatro años.
La FIFA y el fútbol se han extendido, especialmente desde los años setenta del siglo ⅩⅩ; se repite que tiene más afiliados que las Naciones Unidas. Por ello, cabe preguntarse por la naturaleza de la FIFA: ¿es un organismo internacional?, ¿es una multinacional?, ¿es simplemente una Asociación que cobija a todas las confederaciones regionales y federaciones nacionales que rigen el fútbol?
El fútbol es una parte de nuestra historia
Ello, sin olvidar que, aunque como hinchas decimos que el fútbol es eterno, es bueno recordar que es un fenómeno histórico que tiene un comienzo en la Inglaterra del siglo ⅩⅨ, y posiblemente, algún día, un final.
La relación entre política y fútbol —al igual que entre violencia y fútbol y entre juego y fútbol— sigue ahí y ha sufrido transformaciones. Cabe recordar —mínimamente— cómo Mussolini utilizó los mundiales de 1934 (Italia) y 1938 (Francia) para demostrar su poderío; Hitler también lo intentó con los Juegos Olímpicos de 1936 (Berlín).
Solo que el fútbol —y el deporte en general— no son simples herramientas de soft power. De allí algunos hechos paradójicos:
- los velocistas norteamericanos negros triunfaron en los Olímpicos de 1936;
- Italia nacionalizó a futbolistas argentinos para conseguir la superioridad de su selección.
Fútbol y política, entonces, coleccionan ejemplos históricos:
- Mundial de Suiza 1954: ganó Alemania, apenas en reconstrucción.
- Mundial de 1970:
- un partido eliminatorio sirvió de justificación para una guerra entre países;
- Brasil fue campeón por tercera vez, un equipo relacionado con la dictadura del país.
- Mundial de 1974: Chile clasifica porque la URSS se negó a jugar en el Estadio Nacional de Santiago, sede simbólica y real de la represión.
- Mundial de 1978: avalaba una dictadura militar; ganó Argentina con varios hechos extrafutbolísticos, como el 6-0 contra Perú.
- Mundial de 1994: Colombia juega bajo las amenazas de los narcotraficantes contra los entrenadores, que culminan con el asesinato de Andrés Escobar.
Habrá que evaluar más rigurosamente los mundiales como ejercicios de soft power y diplomacia deportiva en Sudáfrica, Brasil y Rusia.
Lo de Qatar, entonces, no es nuevo; no es diferente a esa compleja y, a veces, tensa relación. Pero hay al menos cuatro asuntos por destacar.

Qatar es potencia, pero no del fútbol
Primero, obedece a una clara decisión política de Qatar. Esto coincide plenamente con la teoría del soft power y la diplomacia deportiva, anclada en los recursos petroleros y en el control de una familia sobre Qatar —uno de los países construidos sobre la explotación del oro negro—.
Hay, incluso, un documento de visión hasta 2030, que hace del mundial un eslabón hacia la modernización, diversificación y reconocimiento del Qatar. Por eso, no es solo el mundial; también se ha invertido en clubes de primera importancia, con la colaboración de Qatar Airways —por ejemplo—.
No importa, en ese caso, que el fútbol de Qatar sea irrelevante; que la liga sea todavía de mentirijillas, así un jugador catarí haya llegado al Villarreal de España. Y no importa que, por condiciones climáticas, se haya tenido que cambiar la fecha tradicional; no importa que el mundo del fútbol esté sometidos a estos cambios.
La corrupción, el otro espectáculo
Segundo, se consiguió sede después de que las prácticas de corrupción empeoraran. Claramente, no fue Qatar el primero y seguramente no será el último. Pero esta vez se transgredieron todas las líneas de contención y, como ha sucedido desde que se abrió la investigación contra la dirigencia de la FIFA, la todopoderosa organización ha quedado bajo la supervisión y tutela de varias justicias del mundo real —entre ellas, Estados Unidos—.
Grandes figuras como Blatter y Platini quedaron expuestos públicamente y con sus trayectorias sujetas a examen y, en no pocos casos, condena. Hubo un elemento crítico: el escándalo, por sí solo, pone en cuestión toda la estrategia de soft power.
Tradición mundial
Tercero, se rompieron tradiciones, prácticas y ritmos del fútbol mundial. Qatar quedará siempre como un atravesado que abre puertas a excesos de confianza: mundial con 48 participantes, mundiales de varios países, mundiales cada dos años.
No hay límite para el apetito de eso llamado la FIFA, cuya dirigencia, envalentonada, nunca considera que las cosas puedan cambiar —por ejemplo, con un cisma como el que hace un año estaba en ciernes—.
El fútbol está cambiando, para bien y para mal. Ni siquiera la pandemia sirvió para la reflexión. Cuando se acabaron el fútbol y los deportes por efecto del Covid, la vida siguió, y fue claro que la sociedad podía vivir sin fútbol y sin deportes.
Pero poco se aprendió y, de hecho, lo que se vio luego fueron las secuelas de un fenómeno que se cree eterno, invencible, ilimitado. Ni siquiera la reivindicación del fútbol femenino conduce a una mínima reflexión. Un deporte de machos heteropatriarcales que se sienten inmortales y eternos. Me siento, como Homero, escribiendo sobre los dioses del Olimpo.
Explotación laboral propia para ocio ajeno
Se extremaron prácticas laborales propias de la cultura; por tanto, el mundial se sostiene sobre muchos excesos: es paradójico para quienes gobiernan Qatar, que querían mejorar su imagen ante el mundo. Además —como ya se dijo—, los ingentes recursos motivaron la corrupción.
Mas esta vez se hizo visible y dramático, y ha despertado rechazo y desconfianza: muchos trabajadores muertos, muchas restricciones a la libertad, un mundo de subordinación y desconocimiento de las mujeres. Qatar, por ahora, no parece un lugar deseable.
El fútbol será ensordecedor
Pero ojo: faltan ocho días, y todavía se puede pensar y escribir esto. Desde el 20 de noviembre apenas habrá tiempo para tres o cuatro partidos diarios durante dos semanas, y todo lo aquí dicho no valdrá nada.
Valdrá la gran incógnita de si Qatar permitirá que los suramericanos muestren que no es cierta la tal superioridad europea —que les llena la boca a todos los arribistas de la región—. O de si se repite la variada superioridad europea, que debería entenderse como lógica. O de si la variación que implica Qatar le permite a un norteamericano, a un africano o a un asiático llegar a ser campeón. Veremos. Mi voto es por Argentina… y, luego, por Brasil.
Coda 1: Y ¿cuándo hablamos del significado del subtítulo mundial de la Sub-17?
Coda 2: Y ¿cuándo del fútbol de hoy, con Var y otros aditamentos, que lo hacen un videojuego?