La victoria de Gustavo Petro fue la punta del iceberg de una serie de paradojas en el sistema político colombiano.
Andrés Dávila*
Muchas paradojas y pocas conclusiones
Las elecciones del 19 de junio fueron un verdadero ejemplo de una democracia vital y vibrante en Colombia.
Esta afirmación puede tener muchos detractores, pero todos tendrán que aceptarla tarde o temprano. Todos han ganado y han perdido gracias al carácter tremendamente competitivo de nuestro sistema electoral.
Además, el resultado abre un amplio espectro de paradojas para opinadores, analistas y militantes. Conviene plantear algunas de ellas para la discusión y para análisis posteriores. No parece un momento para afirmar grandes conclusiones, pues el escenario es aún incierto.
La primera paradoja es el alcance y la magnitud del cambio que atraviesa la sociedad colombiana. De entrada, los dos candidatos que concurrieron a segunda vuelta tenían un mensaje de cambio y de rechazo al continuismo. En las elecciones, casi hubo un empate técnico entre los candidatos, con el lo cual el cambio se vuelve una etiqueta.
Cabe preguntarse lo que realmente espera la sociedad colombiana con este cambio. Más del 50 % de los que votaron, en una de las elecciones con mayor participación de la historia, prefirió el cambio propuesto por la izquierda. Sin embargo, el restante 49 % votó por un cambio que tenía unas connotaciones distintas.
Dicho esto, ¿qué cambió después de la segunda vuelta, y cómo?
Entre personalismos y partidismos
La segunda paradoja estriba en hasta dónde los partidos o movimientos políticos siguen movilizando a los electores o si están al borde de desaparecer. En este momento, como dicen algunos comunicadores, parece que asistimos a una pugna de personalismos.
Conviene indicar que este año, entre marzo y junio, vimos cómo la sociedad colombiana adoptaba comportamientos sucesivos aparentemente contradictorios e insostenibles. En las elecciones legislativas de marzo, primó la racionalidad partidista. Sin embargo, en las consultas ganaron las tendencias personalistas. Esta lógica sería a la vez confirmada y desvirtuada en las dos vueltas presidenciales.
¿Sobre cuál caracterización del sistema nos quedamos? ¿Cuál está más cercana a la realidad? ¿Existe en una tendencia partidista, populista, extremista y personalista en Colombia? Si es así, ¿es de izquierda, de centro izquierda, de centro, de derecha?
Democracia en crisis o democracia en ciernes
Para algunos, el triunfo de Petro y del Pacto Histórico significa una confirmación de una democracia en ciernes, dispuesta por primera vez a contar con un gobierno predominantemente de izquierda.
Aunque el resultado parece contundente y fue aceptado, es interesante recordar que para el hoy presidente electo y sus huestes, el fraude no solo era un hecho, sino una razón. Cabe anotar que los sectores que se consideran de oposición, el fraude también era inevitable.
La realidad fue otra y no hubo el mínimo atisbo de movilización y protesta. A lo sumo, celebraciones espontáneas y un gran trancón por la carrera 30 en Bogotá. El fraude, en consecuencia, parece ser un imaginario político que se usa a discreción.
Por tanto, más que una democracia en ciernes, los resultados hablan de una democracia madura. Ojo, no se ha dicho ejemplar y perfecta, solo histórica y comparativamente democrática.
Por lo pronto, se ven muchos sectores acomodándose a la nueva realidad y la pregunta está abierta: ¿somos una democracia en crisis o somos una democracia en ciernes? Ambas posibilidades tienen argumentos interesantes.
Pero, desde una mirada desapasionada y fría, las recientes elecciones son un excelente ejemplo de funcionamiento democrático. Esto no está exento de vacíos, limitaciones y desviaciones, pero el resultado es incuestionable.
El proceso electoral de 2022, en su conjunto, permite señalar lo siguiente: la sociedad colombiana está fragmentada. Esto se ve muy bien en la elección del nuevo Congreso.
No hay una bancada dominante puesto que todas dependen de las coaliciones. Las elecciones de mayo y junio indican una profunda división entre petristas y anti petristas. Las reacciones postelectorales pueden suavizar la polarización de forma temporal, pero tienen que convivir con la fragmentación caracterizada del sistema.
Hay tres asuntos a considerar, antes de ingenuos voluntarismos sobre una mejor Colombia. ¿Cómo manejará el presidente y su gobierno esta situación? ¿Cómo reaccionará ante éxitos, estancamientos o fracasos?
Salvados o condenados
El escenario en que hoy se mueve Colombia es eminentemente político y partidista, pero no en su totalidad aunque el conflicto, la pobreza y las movilizaciones quieran cuestionarlo. En ese escenario, parece importante preguntarse por el tipo de relaciones predominantes. ¿Es el de la política, es el de la anti política, es el de la no política?
Una primera respuesta puede apuntar a que Colombia ha vuelto a moverse en el terreno de la realidad política en el que las perspectivas alternativas son bienvenidas siempre y cuando sean acertadas.
En un terreno algo más esotérico, cuando Álvaro Uribe llegó a la presidencia en 2002, estaba de moda la saga de Harry Potter de J.K. Rowling. No pocos vimos, en la llegada de Álvaro Uribe, algo muy cercano a la influencia del mal y del innombrable.
En ese sentido, tenemos en la figura de los “dementores” una idea clara de cómo ese tipo de energías, influencias o figuras se apoderaron de muchos funcionarios, instituciones y sectores políticos.
Siguiendo las analogías de Harry Potter, Juan Manuel Santos fue en dirección contraria a la de su mentor y gobernó pese a Vargas Lleras, una especie de Dobby, un ser menor y desleal.
Después, Duque repitió este ejercicio “dementorial” en otras circunstancias. ¿Él sería un Lucius Malfoy o sólo un Dudley Dursley? El caso es que, pese a su incompetencia, conviene preguntarse hasta dónde llegó el ejercicio de Duque y qué alcanzó. Por cierto, si Álvaro Uribe es el innombrable, ¿cómo llamamos a Duque? ¿El “subinnombrable”?
Este tema abre un espacio para los zombis políticos. Las decisiones del Consejo Nacional Electoral (CNE), después de lo aprobado para la UP, llevaron a darle vigencia a bancadas y movimientos que no participaban desde hace años.
En términos de derechos humanos fue una buena decisión. En términos de nuestra reciente realidad, fue una mala decisión con la mayoría de estos muertos vivientes, exceptuando a la UP.
Ésta se alió con el Pacto Histórico mientras que el Nuevo Liberalismo, el Movimiento de Salvación Nacional y Verde Oxígeno mostraron su falta de sintonía con la realidad política actual.
En conclusión, no hay nada definitivo. Estamos en tiempos de incertidumbre y de transición, lo que implica que hay que ajustar parámetros, criterios y mediciones. Es bueno tomar distancia, respirar y analizar la situación con calma.
De lo contrario, y como ya nos cansamos de ver en columnas de opinión o en portales, estamos salvados o condenados sin que el nuevo gobierno se haya posesionado todavía. Ambos casos son tristes y soberbios ejercicios de mala anticipación.