A propósito de un nuevo escándalo en la inteligencia militar: ¿estamos ante una vergonzosa acción represiva?
Andrés Dávila*
Los hechos
En medio de la coyuntura aparece un nuevo escándalo del Ejército nacional.
Ni la pandemia, ni la caída del sistema económico mundial, ni las intrépidas acciones del Fiscal, el Procurador y el Contralor (los Three Amigos), lograron acallar los titulares sobre el espionaje de la inteligencia militar.
La inteligencia militar llevó a cabo cerca de 130 perfilamientos: carpetas en donde se muestran seguimientos a periodistas, defensores de derechos humanos y organizaciones políticas, políticos opositores y, ¡oh sorpresa!, funcionarios cercanos al presidente. La cifra y la dispersión de los objetivos exhiben el despropósito del asunto.
¿Requerirá el Ejército una reforma profunda? Y, ¿qué hacemos con la transformación doctrinal en curso?
El escándalo salió a la luz gracias a Semana, que no ve molestia alguna en hacerlo una vez que despidió a su mejor columnista. El ministro de Defensa conoce esta información con al menos 48 horas de anticipación y toma decisiones drásticas, pero insuficientes.
Este tipo de acciones no corresponde a un régimen democrático.
En los medios se hace evidente la indignación, al tiempo que se hacen acusaciones, requerimientos y se llama al respeto de los derechos y dignidades humanas. Los afectados manifiestan miedo, cansancio y vulnerabilidad extrema.
¿Qué es lo que está pasando en el Ejército?, ¿cuál es la relación entre el Ejército y el sistema político?, y ¿qué es lo que está pasando en la comunidad de inteligencia?
El Ejército nacional: contexto y coyuntura
El Ejército se profesionalizó y modernizó tardíamente, aislándose de las tensiones político-partidistas gracias al Frente Nacional. Casi cien años después de su creación, crecía y se capacitaba para vencer a sus enemigos, pero después se convertiría en una herramienta de las disputas políticas.
El Ejército sufrió humillaciones y derrotas entre 1996 y 1998. Por eso -todavía dentro de una perspectiva de Doctrina de Seguridad Nacional- quiso recuperarse pero tuvo que tragarse los sapos de La Uribe, del Caguán y de negociaciones que no compartía.
Al final entendió que el Plan Colombia y lo que le proponían le hacía bien. Aceptó la profesionalización y modernización, al costo de trabajar con las otras fuerzas militares y con la Policía (operaciones conjuntas y coordinadas, Comandos de Operaciones Conjuntas, entre otros).
Entonces ganó Uribe en 2002. Y, para bien y para mal, por fin un presidente se sintonizaba con los presupuestos del Ejército, pero rompía el conducto regular e imponía reglas non sanctas a través de sus comandantes.
Ese Ejército estaba sujeto a influencias y presiones que afectaban a unos y otros. No todos los miembros del Ejército apoyaron a Uribe, y no pocos acabaron por pedir la baja en desacuerdo con la forma como se manoseaba a oficiales, suboficiales y soldados.
Además, no hay que olvidar que no todo fue un romance: hubo purgas, se sacó a todo un grupo de generales y se pasaron casos graves a la justicia ordinaria pues así lo exigía el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos…

Foto: Procuraduría General de la Nación
¿Qué hacemos con la reforma de la doctrina militar que está en marcha?
Después llegó Juan Manuel Santos como ministro de Defensa, y estuvo tres años que resultaron claves para torcer el destino de las FARC. La historia con detalles sería larga y compleja, pero sin duda aquella estrategia de los Objetivos de Alto Impacto fue fundamental para llevarlos a la mesa de negociación.
Santos, que alcanzó a estar como cadete de la Armada, conocía el medio militar y fue generando adeptos y relegando a los contrarios.
El resultado de estos ires y venires fue profundizar una división histórica, ampliada con las negociaciones de Las Habana. Pero la cuestión no es tan sencilla:
- Las facciones dentro de la alta oficialidad no se reducen a dos, aunque posiblemente en coyunturas como las recientes así se hayan agrupado. Una revisión del libro de Samuel Rivera, Militares e Identidad puede ser útil al respecto.
- Santos tardó casi cuatro años en encontrar la cúpula que lo acompañaría en las negociaciones de paz. Por entonces, el Ejército vivía hondas transformaciones doctrinales y aun más profundas divisiones internas. Mal que bien, estos son procesos que afectan paulatinamente a los miembros de organizaciones adversas al cambio.
- La corrupción, los excesos, las malas prácticas o la incapacidad están presentes en una organización cercana a los 300 000 hombres, de los cuales no todos tienen las condiciones deseadas para operar.
- Sobre su favorabilidad es importante el dato de las encuestas del DANE, que deberían ser analizadas, sin perfilamientos, por el Ministerio, el Gobierno y las Fuerzas y que parecen mostrar una baja aprobación. No obstante, muchas encuestas de organismos privados reflejan una alta favorabilidad, al menos desde 1999 cuando se empezó a preguntar sistemáticamente al respecto.
Hay una división profunda en el Ejército. Tan profunda que se sacan los trapos al sol, sin prisa, pero sin pausa. Esto es lo más novedoso y difícil de manejar de una situación que no está en manos de un funcionario civil.
En los justificados discursos por los derechos y la democracia muchos ignoran estos asuntos. Tal vez la cuestión es endógena y difícil de resolver.
Entre 1948 y 1953 se eliminaron las policías municipales y departamentales y se dio vida a la Policía Nacional. Solo en 1959 salió la norma que le dio orden y alcance a esta organización.
¿Requerirá el Ejército una reforma profunda? Y, ¿qué hacemos con la transformación doctrinal en curso? Los civiles poco entendemos de esto y seguramente los soldados en el Chocó tampoco. Pero hay un proceso en curso y dilemas amplios en lo señalado. Llamo la atención contra el voluntarismo en cualquier sentido.
Vea en Razón Pública: Los problemas del Ejército colombiano
El Ejército y el sistema político: elementos mínimos de comprensión
Desde el Frente Nacional la relación institucional fue la de subordinación. Una relación propia de una democracia limitada. La autonomía estaba subordinada exclusivamente al manejo del orden público.
Empero, en medio de dicha autonomía lograron entablar relaciones con paramilitares, narcos, e incluso participar en guerras sucias directas y secretas.
El Ejército sufrió humillaciones y derrotas entre 1996 y 1998.
Con todo, siempre cuidaron la figura de subordinación al poder civil, incluso en eventos como la Toma al Palacio de Justicia, mediante un entramado complejo que va del Plan de Desarrollo, pasa por la política de seguridad y defensa y culmina en demás planes, programas y proyectos

Foto: Alcaldía de Cali
Dentro de los militares existen divisiones pero no es tan sencillo como elegir entre dos bandos.
Esto ratificaba las condiciones de subordinación que incluso hoy se mantienen. Al final, el Ejército es la empresa más grande del país y hay que asegurar su funcionamiento. No obstante, en consonancia con un sistema político fragmentado, el Ejército cayó en un juego perverso.
Lea en Razón Publica: Chuzadas: las tenues líneas entre la seguridad y la inseguridad
Sin perspectiva, sin doctrina, insuflados de discursos extremistas propios de las redes y de visiones ideologizadas del mundo que favorecen a los retirados y a políticos oportunistas que solo tienen treinta años de desconexión y oportunidad, se han puesto del lado del poder y de los sectores que creen que pueden obtener réditos de las chuzadas y los perfilamientos.
Como lo señala Sergio Guarín, se habla tanto de “la injerencia (…) de una facción política de tipo radical que opera en lógica de guerra fría y que no confía ni en el propio presidente” como de la “privatización, con propósito de lucro individual, de parte de los servicios de la inteligencia colombiana”.
Una vez se profundiza, sale a la luz que no se trata de una gran conspiración represiva que usa la inteligencia militar, sino de una precaria capacidad en el tema que hace agua cada tanto: en los militares, en la policía, en el extinto DAS, y ni qué decir de los civiles.
Por tanto, no se trata de una cuestión de fortaleza antidemocrática y amenazante, sino de un caleidoscópio de vicisitudes, potenciado por la división en el interior del Ejército. De estar perfilado, optaría por hacer explícitos hasta los últimos actos de la cotidianidad para colapsar ‘la vida de los otros’.
Queda por responder qué pasa en la comunidad de inteligencia, pero los parámetros de lectura son parecidos.
*Politólogo, maestro y doctor en Ciencias Sociales de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, FLACSO, México, profesor asociado del Departamento de Ciencia Política de la Universidad Javeriana.