
Contra Ecuador la cuestión empeoró: muy pronto perdíamos dos a cero; el equipo se veía lento, descoordinado, desconocido… y a Maradona le dio por morirse.
Andrés Dávila Ladrón de Guevara*
Las malas noticias primero
Como suele suceder un lunes, un consejo de redacción supone que el tema de la semana anterior va a seguir siendo noticia y que, por lo tanto, hay que tenerlo en la agenda de la nueva semana. Hablo de las derrotas de la selección Colombia en las eliminatorias frente a Uruguay, en Barranquilla, y frente a Ecuador, en Quito.
Esos resultados nefastos de la selección, para el común de la prensa y los afiebrados “resultadistas”, deberían llevar a la renuncia o despido de Carlos Queiroz, director técnico de la Selección Colombia, y de su numeroso equipo, que, hasta donde se sabe, incluye a dos colombianos.
Pero, en medio de la semana, a Diego Armando Maradona le da por morirse en su casa de Tigre, en Buenos Aires. Y arranca la cosa… Al escribir esta columna, la repercusión de su muerte todavía es inmensa en todo el mundo. Tal vez, si estuviese escribiendo sobre la élite duquista, podría ignorar el suceso; pero, si el tema es la selección Colombia y el fútbol, resulta imposible. Intentaré, por lo tanto, hacer un análisis paralelo entre los dos asuntos.
Es más, ni siquiera al hablar de la élite duquista se puede ignorar el acontecimiento de la muerte de Maradona, aunque eso parezca ser lo que quieren el séquito del presidente y su partido: que no se hable de eso, no solo porque algunos de sus egregios representantes salieron con una moralina barata al cuestionar al Diego sino porque seguramente Barbosa se considera, incluso, más importante.
Solo faltó un decreto que prohibiera adorar a Maradona. Lo podría haber firmado cualquiera: Duque, la señora vicepresidenta, Barbosa, Ceballos, Guarín, Rangel y hasta Tomás. Y, después de firmado, el sensato expresidente Uribe se bajaría de su caballo y rompería el decreto, porque les quitaría votos.
Las goleadas, la crisis y el cambio de director técnico
De manera inesperada por lo sucedido en las dos primeras fechas de las eliminatorias a Qatar 2022, la Selección Colombia tuvo el peor desempeño desde que se juega con el sistema de “todos contra todos”.
Es cierto que dos derrotas consecutivas llevaron a la salida de técnicos como Francisco Maturana y Jorge Luis Pinto, en medio de la eliminatoria; pero no se habían recibido nueve goles ni se había mostrado una imagen tan descompuesta del combinado patrio. Algo sucedió entre octubre y noviembre que se escapa al conocimiento del aficionado; pero también evade a los supuestos expertos del deporte y, con clara diferencia, al fútbol y a la Selección Colombia. Se llegó a hablar de sospechas, suposiciones y malos pensamientos; incluso se mencionaron peleas, “encuellamientos” y todo tipo de hechos que explicarían una ruptura profunda entre los jugadores y el director técnico.
Falta poco para incluir narcos, brujos, trago y mujeres, tal y como ocurrió en el mundial de 1994. El repertorio de explicaciones, ahora en manos del duquismo, varía poco; tal vez se trate del castrochavismo. Pero nuestros jugadores no dan para eso; quizá sirvan para militar en alguna iglesia cristiana.
Falta poco para incluir narcos, brujos, trago y mujeres, tal y como ocurrió en el mundial de 1994
Las indecisiones de Carlos Queiroz
Para quienes seguimos con algún cuidado a los medios y a los principales periodistas deportivos —esas voces que se consideran sabias, ecuménicas e incuestionables—, algo pasó. Tanto es así que el reconocido (e insoportable) periodista deportivo Carlos Antonio Vélez cambió notoriamente su forma de referirse al director técnico, además de mostrar sus malignas y reiteradas críticas sobre José Néstor Pékerman, a las que ya nos tenía acostumbrados.
De un momento a otro, en el programa Planeta Fútbol, dejó de hablar del mister, denominación con la que quiso indicar que por fin teníamos un verdadero director técnico de talla mundial: más de 500 años después de la conquista, no se daba cuenta de la triste imagen de conquistado-arrodillado que proyectó. Y siempre quedará la sospecha, pues su gran amigo, Juan Carlos Osorio, ya no dirige a Nacional.
Obviamente, Faryd —el noble y desleal Faryd, casi un judas— no entendió el mensaje y siguió hablando del mister.
Desde una mirada desapasionada de la doble fecha, hay varios hechos por destacar:
- Al hacer la convocatoria, Queiroz tuvo que reemplazar por obligación a varios de sus preferidos, por lesiones o por casos relacionados con la COVID. No obstante, podría decirse que hubo un cambio de prioridades o preferencias, que se reflejaron también en la alineación inicial. Después de apostar por una defensa de cuatro centrales, empezó a apostar por laterales con salida.
- Del partido contra Uruguay es importante indicar algo que se salió de control: hubo dos errores, al minuto cinco de cada tiempo, que propiciaron los primeros goles del equipo uruguayo. Uruguay salió a hacer presión y le funcionó; Colombia, por su parte, no mostró ni disposición ni actitud.
Queiroz, siempre conservador y prudente, optó por hacer cambios con prisa y sin pausa en estas dos fechas. Ninguno le funcionó, para su desgracia.

Ecuador: la Selección Colombia en desbandada
La ruptura entre el técnico y los jugadores se acabó de cocinar en el vestuario, tras la derrota, aparentemente por el descontento con algunas determinaciones y con el ritmo de trabajo del entrenador portugués. Cuando ese nexo se rompe, cuando no hay manejo del grupo, es difícil avanzar en una tarea colectiva, y mucho más si la ruptura se da con quienes comandan el equipo.
Eso no implica que no haya tensiones; valga por ello citar a Maradona: “con Bilardo nos cagamos mil veces a trompadas en una pieza”.
La jauría colombiana —hambrienta, frustrada y deseosa de sangre— clavó sus colmillos sobre Yerry Mina, James y Queiroz. Nadie pareció acordarse de Mina contra Inglaterra y la propia Uruguay; menos, de que James, sin dudarlo, asumió la responsabilidad del segundo gol, gesto excepcional en este país. Y Queiroz, que no se responsabilizó de manera convincente, mostró su descomposición al salir dos días después a culpar al árbitro argentino.
Contra Ecuador la cuestión empeoró: muy rápido el equipo perdía dos a cero; se veía lento, descoordinado, desconocido. De nuevo, la sospechadera nacional: Ospina no habría tapado en reacción a la alineación propuesta por Queiroz. ¿Verdad?, ¿fake news?, ¿algún dato cierto?; ¿se le pararon los jugadores a Queiroz?
Y, si fue así, ¿explicaría eso la reacción del técnico en pleno juego? De nuevo, con algo de especulación, parece que sí. Por eso, los cuatro cambios en el minuto 40, que, como en un entrenamiento, acabaron de armar el desorden. ¿Queiroz quería dejar un mensaje?, ¿fijar una posición?, ¿o, por la altura, estaba en soroche pleno y necesitaba un té de coca?
Fútbol, canibalismo y amargura
En los medios no se analizó mucho el juego de Ecuador, su desempeño previo y el hecho de que su técnico —no mister— conozca bien a Colombia. Ese es el profesor Gustavo Alfaro: comentarista del Gol Caracol devenido en entrenador de Ecuador.
Meses antes, un joven periodista colombiano dijo que Independiente del Valle no existía. El 80 % de nuestros comentaristas y relatores creen que Ecuador no existe futbolísticamente. Y una somera revisión del partido indica que el actual director técnico se encontró con una nueva generación y la puso a jugar con buen tino. A Argentina no le empató, por poco; a Uruguay lo bailó más que a Colombia, pero la garra charrúa hizo dos goles para dejar el marcador 4 a 2. Y a una Colombia desconocida la pasearon: qué vergüenza.
Jorge Luis Pinto, desde su exilio arábico, puso el dedo en la llaga: Queiroz sabe mucho de saudade y desasosiego, pero poco de la altura. Pero a Pinto no le prestaron atención. Viajaron cuando no tocaba; hicieron lo que no tocaba, y, en la cancha, todos parecían marmotas.
¿Indisciplina, rebelión, descontento, incomprensión?: de pronto; o, simplemente, soroche, hambre y sueño. Y lentitud… Y en la cabeza del técnico —¿el mister, Carlos Antonio, no jodás?—, un mensaje o una total confusión.
Y después el escándalo: renuncia o despido; mucho ruido; algunos mensajes equívocos, como el del abogado de James, y un país dedicado al canibalismo y la amargura. En fin, los deportes nacionales en la derrota.
Jorge Luis Pinto, desde su exilio arábico, puso el dedo en la llaga: Queiroz sabe mucho de saudade y desasosiego, pero poco de la altura
“Diego, Diego… Maradó, Maradó”
En medio de todo esto, al Diego le dio por morirse, en medio de las supuestas decisiones tomadas o no tomadas de que Queiroz se quede o se vaya, de la posibilidad de que esa decisión se conozca apenas dos semanas antes de la próxima fecha ante Brasil.
El tono del asunto cambió, para bien y para mal. De un momento a otro, nadie entendía nada; nadie sabía nada.
Muchos lloran más allá de lo posible; otros encuentran argumentos. Pero el Diego es el Diego; Maradó es Maradó: no hay nada que hacer. Afortunadamente, un gobierno peronista entiende y facilita. ¿Qué tal nosotros en manos de nuestra ilustrada y deslustrada élite duquista prohibiendo el sepelio?
Y el Diego deja mensajes, posiciones, ejemplos. Como ser humano, fue equívoco, al igual que muchos; como futbolista, fue un genio; como técnico, un trabajador —se pudo ver—. Y tuvo algo que todos los políticos añoran: le llegó a la gente y la hizo suya, incluso después de su muerte, sin traicionarse nunca.
Síntesis
¿A quién le importa lo que pase en la selección Colombia hoy?: todos olvidaron. Bajó del 10 al 15 en ese ranking que desconocemos cuando nos va bien y que valoramos cuando nos va mal: típicas “colombianadas”.
Todos tomaron posición con respecto al Diego, a Maradona; pero el Diego nos dejó una ruta:
“La pelota no se mancha” y “la selección se respeta”. “Yo no me borré. Nunca me saqué la camiseta de la Selección”.
Y, entonces, ¿seguirá Queiroz?, ¿cambiará la nómina?, ¿volverá Pékerman?, ¿llegará algún técnico colombiano?, ¿culminará, algún día, el duelo por el Diego?