Una mirada descarnada al escenario de la política nacional en vísperas de elecciones. Trágico el saldo de Duque, el de los organismos de control, el de la derecha, el de la izquierda, el del centro, el de los seis candidatos que van a primera vuelta.
Andrés Dávila Ladrón de Guevara*
Una tragedia con muchos protagonistas
Después de varias semanas de campaña posteriores a las legislativas y a las consultas interpartidistas, el consejo editorial de esta revista me invitó a analizar la tragedia del candidato de la derecha en Colombia que, para no confundirnos, supongo que se trata de Federico Gutiérrez, Fico.
Con algo de sorpresa recibí el encargo y decidí aceptarlo. Y, sin negar que hay hechos y argumentos para dedicar el artículo al candidato de la derecha y la posibilidad de que lo suyo sea una tragedia, creo que la propuesta abre una reflexión que va más allá del candidato Gutiérrez. Por eso aludiré al sistema y al régimen político y su tragedia actual; aludiré a la derecha, al centro y a la izquierda, y a sus tragedias actuales; y aludiré a los candidatos, que por lo menos deben calificarse como parte de una tragedia. Allí, al final, me refiero a Fico y su carácter trágico.
Las tentaciones de los analistas
Pero antes, creo pertinentes algunas reflexiones sobre estas opiniones en épocas de campaña. Nunca, como en estas circunstancias y, tal vez, solo ante un plebiscito por la paz o una declaratoria de guerra (de las de verdad), quienes pretendemos analizar, interpretar y opinar enfrentamos varios retos: contener nuestras preferencias personales y no perder la distancia analítica; contener nuestros expectativas y miedos, y no perder la distancia analítica; contener el deseo de ser líderes de opinión y creer que podemos conducir al rebaño (yo no creo en conducir a nadie, pero sí leo columnistas que se sienten pastores), a bien pensar y bien decidir y bien votar, y no perder nuestra distancia analítica; contener los engaños de estructura y coyuntura, de permanencia y cambio, y no perder nuestra distancia analítica; contener los engaños de Colombia como ejemplo o caso único, y no perder la distancia analítica; contener, por el ego, el inmanejable propósito de tener la verdad o estar más cerca de ella, y no perder la distancia analítica, que viene acompañada de la figuración en medios y redes. En fin…
La tragedia de Duque y de los organismos de control
Asistimos a una campaña presidencial que conserva rasgos de una tradición y una inercia que no se pueden ignorar, pero que recoge, también, factores de lo que ya venía sucediendo y que se han agravado con la pandemia.
El poder Ejecutivo y los órganos de control y de la justicia que se han prestado, con más y menos, a esta triste circunstancia. Y donde la gran pregunta es si esas instituciones que al final le dan estabilidad al sistema aguantará tantos cimbronazos y de qué manera.
Estamos recogiendo el producto de un raro período presidencial que tuvo que lidiar con una pandemia de grandes proporciones, donde un presidente débil, sin gobernabilidad, logró blindarse y con sus bajos estándares de todo, aferrarse al poder; creerse su triste historia de logros, en un raro ejercicio de autoconvicción y autocomplacencia; un presidente que también logró tejer con enorme habilidad una red de poderes controlados, al menos hasta 2023.
De esta manera Duque creó junto con el Registrador, la Procuradora, el Fiscal y el Defensor, el mejor escenario para el abuso del poder, pero con un extraño manejo donde priman la pequeñez de sus ideas, la desconexión con la situación del país y con los hechos que se están dando en el mundo, además de mezclar en dosis impredecibles una lectura ideologizada y conservadora, una versión liviana, vaga, vaporosa sobre el quehacer y algunos posibles destellos como por ejemplo la vacunación contra el Covid-19.
Solo que tal escenario se ha dado también con la inevitable crisis generada por la pandemia y los brotes periódicos de movilización social que, aunque no han encontrado conducción política (por ejemplo, hacia una constituyente), han mostrado posibilidad de organización y oposición al gobierno, a las instituciones y a la fuerza pública, ducha en excesos y violaciones a los derechos humanos. Todo lo cual ha llevado a un escenario más polarizado, encendido y en donde hasta la credibilidad del preconteo se perdió, sin ignorar que el orden multipartidista se mantiene en vigencia.
En el listado anterior de funcionarios, me faltó incluir al Contralor, seguramente futuro Fiscal, que ha sido el responsable de venderle gobernabilidad a un delfín que parece recoger las peores características de la clase política colombiana: inepto, pedante, ansioso, inseguro, raramente sagaz, que nos acompañará como expresidente durante décadas. Un rasgo agravado de su gestión es la pérdida de cualquier sentido del decoro y la posibilidad de que pase cualquier cosa. Y que se hable de ello como un gran logro.
Queda aquí, mal resumida, la tragedia del sistema en su cumbre emblemática: el poder Ejecutivo y los órganos de control y de la justicia que se han prestado, con más y menos, a esta triste circunstancia. Y donde la gran pregunta es si esas instituciones que al final le dan estabilidad al sistema aguantará tantos cimbronazos y de qué manera.

Candidatos trágicos
La campaña, entonces, recoge esto desde el ámbito central del poder en Colombia. A esto hay que sumar la tragedia de cada sector, pues en un ambiente tan enrarecido todos han dado muestras de tragedia y no hay ninguno que se salve. Se han limitado a reaccionar de maneras distintas.
La tragedia se esparce por todos los sectores, pero tal vez se hace más visible en unos que en otros. No hay un lugar del espectro que se salve del empobrecimiento del debate público, que rescate una idea propositiva y sin vestigios de intereses indebidos o mal habidos, que logre salirse de esta discusión cada día más pobre. Cualquier recuento de los hechos recientes permitiría mostrar las barbaridades de Fico, las tibiezas de Fajardo, los despropósitos de Petro, acompañados de las peores sugerencias de Rodolfo, de Ingrid, de Luis y de los cristianos.
Ninguno, en realidad, se salva y menos si se le somete a cualquier prueba ácida. Muy del momento, todos son candidatos de superficie, evanescentes, aparentemente lúcidos (y oscuros en verdad), que juegan el papel que les han asignados sus respectivos asesores. De manera interesante, son marionetas de asesores que cobran caro.
La moda, hoy, es mostrarse en redes y agredir a los otros candidatos. Luego, eso es lo que se ve en cualquier escenario. Y en donde se intenta, sobre todo, aprovechar las equivocaciones o errores inducidos de los rivales.
Asistimos a una campaña presidencial que conserva rasgos de una tradición y una inercia que no se pueden ignorar, pero que recoge, también, factores de lo que ya venía sucediendo y que se han agravado con la pandemia.
Y allí Fico ha hecho lo suyo, a su manera. Ha crecido en las encuestas, aunque no con las amañadas cifras e interpretaciones de doña Vicky. Mantiene esa insoportable levedad de ser y no ser el de Uribe y carga con los fardos de su historia en Medellín. A un mes de la primera vuelta parece claro que pasa a segunda junto con Petro, pero sigue en veremos si le alcanza su propio crecimiento para derrotarlo o depende profunda y profusamente de las estrategias sucias comunes hoy y que seguramente van a empeorar de aquí a junio.
Como tengo amigos en las redes de todas las tendencias no veo que solo sea tragedia lo de Fico, aunque sin duda haya señales innegables de ello. Pero es aquí donde creo que debo contener mis preferencias y deseos, mis sesgos e intereses. Y, así no me guste, decirle “Fico tenga un sentido de su peso insuficiente parea ser presidente”.
En el candidato de la derecha hay tragedia, hay comedia, hay drama y hay suspenso. Pero también y a su manera en Petro y, ni modo, en Fajardo.