Votos en blanco en las pasadas elecciones: ¿qué nos dicen? - Razón Pública
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Votos en blanco en las pasadas elecciones: ¿qué nos dicen?

Escrito por Yann Basset

Hubo regiones, partidos y candidatos que ganaron -y otros que perdieron- con el voto en blanco. Hubo también lecciones que los políticos “buenos” y los “malos” deberían aprender. Y esto es más importante que saber si ese voto “perdió” o “ganó” el domingo. 

Yann Basset *

Votos en blanco, nulos y abstención

El voto en blanco fue uno de los principales temas que agitó la campaña de las elecciones legislativas de este mes. Sin embargo, como lo previeron los analistas, su alcance no fue tan alto como lo auguraban las encuestas, con la excepción del Parlamento Andino, que es un caso muy particular.

En el Senado, el voto en blanco llegó al 7,39 por ciento de los votos válidos, contra 4,14 por ciento en 2010[1]; y en la Cámara, alcanzó 7,79 por ciento, contra 4,79 por ciento hace cuatro años. El aumento es marcado, pero no tanto como para hablar de una avalancha.

Los promotores del voto blanco señalan con razón que parte de este voto fue contabilizado como nulo, porque los electores lo marcaron tanto en la circunscripción ordinaria como en las circunscripciones especiales.

Además, los promotores del voto blanco señalan con razón que parte de este voto fue contabilizado como nulo, porque los electores lo marcaron tanto en la circunscripción ordinaria como en las circunscripciones especiales. En efecto, el 10,38 por ciento y el 12,23 por ciento del total de los votos fueron anulados para Senado y Cámara respectivamente.

Estas tasas son ligeramente inferiores a las que se presentaron en 2010, pero de todos modos son mayores de lo que podía esperarse del nuevo diseño del tarjetón, supuestamente más fácil de usar. De modo que parte de los votos anulados pueden en verdad ser votos en blanco “malogrados”. Sin embargo, el antecedente de 2010 nos sugiere que sería excesivo contabilizar todos los votos anulados como votos en blanco, pues existen muchas otras causas de nulidad.

El aumento de la abstención fue apenas de un punto porcentual, lo cual no representa una variación fundamental (aun cuando el nivel de abstención se mantiene muy alto). Con este balance, uno podría concluir que el voto en blanco no tuvo la fuerza que se esperaba (o que se temía, según los casos). No obstante, para convencerse de lo contrario, es necesario ir más allá de las tasas nacionales para explorar la geografía del voto en blanco.

Repartición geográfica

El siguiente mapa muestra las tasas de voto en blanco por municipio en las elecciones del Senado, según el preconteo de la Registraduría. Cuanto más oscuro el color, mayor la tasa de voto en blanco.

En este mapa salta a la vista la variación geográfica del voto en blanco, pues se concentró en dos tipos de municipios: los centros urbanos, y los del altiplano cundiboyacense. 


Manifestantes durante el paro agrario durante el año
2013 en Bogotá.
Foto: Marcha Patriótica

En cuanto a los primeros, podemos señalar que Bogotá tiene una tasa de voto en blanco de 13,29 por ciento, casi el doble de la nacional. Otras ciudades importantes que registran más de 10 por ciento son Tunja, Bucaramanga, Envigado, Pereira, Floridablanca, Popayán, Bello, Manizales, Medellín, Neiva y Buga. En cuanto a los segundos, es muy llamativa la concentración de votos en blanco en la región cundiboyacense, que es la única que tuvo tasas superiores a 10 por ciento en su conjunto. Tres municipios de la zona tuvieron el récord nacional en la materia (si exceptuamos dos municipios de la Amazonía, cuyo escaso electorado hace que sus porcentajes sean poco representativos): Turmequé con 28,6 por ciento, Ubaté con 29,9 por ciento, y Villapinzón con 40,1 por ciento.

En el otro extremo, las dos costas tuvieron tasas muy bajas, con la excepción de las grandes ciudades. Esto es coherente con sus antecedentes en las elecciones legislativas, pero no deja de llamar la atención que las costas fueran impermeables a los llamados a favor del voto en blanco.

Estos datos geográficos tienen una consecuencia directa obvia: el electorado costeño (y sobre todo del interior de la Costa Caribe), tuvo un mayor peso en la composición del Congreso, mientras el electorado urbano y cundiboyacense tuvo un peso menor. Esto es una clave para leer los resultados. La victoria de la U se debe en buena medida a su buena implantación en las costas. Muchos candidatos boyacenses reconocidos se “quemaron”: Jorge Londoño, Juan de Jesus Córdoba y Héctor Eli Rojas. Y finalmente, los partidos de izquierda (el Polo Democrático y el Partido Verde), que usualmente encuentran la mayor parte de su electorado entre la clase media urbana, tuvieron resultados bastante mediocres.


Electores durante la jornada de votación.
Foto: Alcaldía de Medellín

¿Por qué el voto en blanco?

La implacable sanción de la mecánica electoral quedó clara y, consecuentemente, los sectores que eligieron el voto en blanco quedarán sin (o con menor) representación en el Congreso.

Sin duda, la discusión sobre las responsabilidades respectivas de los sectores que votaron en blanco y de los candidatos que pretendían representarlos tendrá que darse, aunque en una democracia la tentación de culpar al elector es vana (aunque no siempre injustificada). Este debate tiene que empezar por identificar bien los votantes en blanco y sus motivaciones.

Del mismo modo que existen dos públicos distintos para el voto en blanco, podemos vislumbrar dos tipos de motivaciones distintas.

Los votos en blanco del altiplano cundiboyacense son los más fáciles de entender, ya que no se puede evitar relacionarlos con el paro agrario del año pasado. Aunque la agenda política haya pasado a otros temas, es obvio que las poblaciones que protagonizaron estas jornadas quedaron con muchas frustraciones e inconformidades que se manifestaron en las urnas.

Si este voto en blanco no está directamente vinculado con el paro agrario, puede ser al menos una consecuencia de la crisis de confianza que desató. ¿A quién se dirige el descontento? Por supuesto, al Gobierno, que no supo dar una respuesta adecuada y puntual a la población de la región.

De hecho, en este caso, los senadores víctimas del descontento fueron miembros de los partidos de la Unidad Nacional. Esto muestra de paso que la rendición de cuentas y sus mecanismos de premios y castigos no están tan ausentes de la cultura política colombiana como solemos pensar.

Los votos en blanco del altiplano cundiboyacense son los más fáciles de entender, ya que no se puede evitar relacionarlos con el paro agrario del año pasado

Sin embargo, las fuerzas de oposición tampoco lo supieron canalizar. El Centro Democrático no tuvo resultados tan buenos en esta zona. Los tiene en Cundinamarca, pero más en zonas de tierra caliente.

El partido Alianza Verde, por su parte, que tenía un senador bien implantado en Boyacá (Jorge Londoño) no logró acercarse mucho a los protagonistas del paro; y si bien Jorge Robledo asumió públicamente su defensa en nombre del Polo Democrático, esto no parece haberle traído mayores réditos electorales en la región.

Así, se vuelve urgente que los políticos nacionales le presten atención a esta región, cuyo malestar tiene que ser canalizado de una forma u otra por el sistema político.

¿Para quién fue el voto de opinión?

En cuanto a las ciudades, tuvimos uno de estos típicos fenómenos de “voto de opinión”, efímeros y caprichosos, protagonizados por un electorado de clase media bien informado e interesado en la vida política. Este electorado suele preferir candidatos de izquierda o “independientes”, y distanciarse de las maquinarias políticas.

Pero si el voto de opinión suele ser celebrado por su carácter informado y hostil al clientelismo, tiene también un lado más discutible: su propensión al discurso anti-político, elemento que no estuvo ausente en la famosa “ola verde” de 2010, por ejemplo.

En las elecciones del domingo pasado, la anti-política cabalgó sobre el desprestigio del Congreso saliente y el recuerdo de episodios como la reforma a la justicia, y fue alimentada por los promotores del voto en blanco y muchos líderes de opinión que promovieron ideas sin mayores fundamentos, según las cuales el nuevo Congreso iba a ser “más de lo mismo” y resultar en la elección de “los mismos de siempre” [1].

Sus efectos fueron precisamente opuestos a lo que se buscaba: los candidatos “de opinión” tuvieron menos espacio y se dejó más campo al electorado que se deja seducir por el clientelismo.

Esta modalidad precisa de voto en blanco es sin duda la más criticable, porque, como vimos, sus efectos fueron precisamente opuestos a lo que se buscaba: los candidatos “de opinión” tuvieron menos espacio y se dejó más campo al electorado que se deja seducir por el clientelismo.

Ahora bien, no faltaron buenos candidatos “de opinión”, pero es claro que no lograron convencer a todo su electorado natural, porque hubo también problemas de la “oferta política” que tienen que ser debatidos.

Por ejemplo, las divisiones de la izquierda, las inconsistencias de la Alianza Verde, la duplicidad de los candidatos “de opinión” de los partidos de la Unidad Nacional que compartieron lista con políticos cuestionados, entre otros elementos, acabaron por  mermar el voto de estos candidatos.

Nos encontramos entonces frente a una paradoja propiciada por el modo de elección vigente desde 2003: para seguir siendo un buen candidato de opinión tal vez se vuelva indispensable hacerlo dentro de un proyecto colectivo medianamente creíble. Esto no era el caso en los años 1990, la edad de oro de los candidatos “independientes”, con un modo de elección distinto.

De hecho, el Centro Democrático, la única fuerza que sale bien librada en este escenario urbano lo demuestra (aunque por supuesto, su posicionamiento muy a la derecha solo podía convencer a una parte del electorado urbano). Aunque se deba a la naturaleza caudillista del movimiento, el hecho es que se presentó a los electores con unas listas coherentes apoyadas en un discurso claro y compartido por todos sus miembros.

Por el contrario, las otras fuerzas políticas no fueron capaces de oponerle un discurso colectivo articulado, sino apenas figuras individuales atractivas. Esa fue quizás la lección no aprendida de la “ola verde” de 2010 por los políticos que pretenden seducir el “voto de opinión”.

 

*Doctor en Ciencia Política, Profesor de la Universidad del Rosario. Director del Observatorio de Procesos Electorales.
twitter1-1@yannbasset 


[1] Los porcentajes  en este artículo se expresan sobre la base del total de votos válidos. Por otra parte, se trata de la tasa de voto en blanco independientemente del tipo de circunscripción, es decir, la suma de los votos en blanco en todas las circunscripciones (ordinarias y especiales) en porcentaje de la suma de votos válidos de todas las circunscripciones. Finalmente, en cuanto a los datos de 2014,  me baso   en el último boletín del preconteo de la Registraduría Nacional del Estado Civil, con 98,4 por ciento  de las mesas reportadas. Todos estos datos fueron recogidos y procesados con rapidez, gracias a un proyecto de modernización tecnológica de la investigación que se ha llevado a cabo en las Facultades de Ciencia Política, Gobierno y Relaciones Internacionales de la Universidad del Rosario.

[2] Al respecto, vale la pena notar que la tasa de reelección en el Senado colombiano fue de 45 por ciento, mientras que fue de 64por ciento  en las pasadas elecciones legislativas de Estados Unidos (únicamente sobre la base de las curules que estaban en juego por supuesto, ya que el Congreso de este país no se renueva totalmente en una única elección). De la misma manera, la tasa de reelecciones fallidas (el número de senadores que buscaron la reelección y no la lograron sobre el total de senadores salientes) fue de 16 por ciento en Colombia, contra apenas 6por ciento en Estados Unidos. Estas cifras sugieren que, contrariamente a lo que insinúa el discurso anti-político colombiano, hay bastante renovación en Colombia y no es tan fácil lograr la reelección, por lo menos en perspectiva comparada.

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