Fue muy pobre el debate en relación con la consulta del Partido Liberal. Las consultas tienen grandes beneficios para la democracia y calidad de la política. Además de que cuestan menos de lo que se dice – y de que estos costos podrían reducirse-.
Yann Basset*
Un debate perverso
En medio del debate acerca del alto costo que tendría la consulta popular del Partido Liberal para escoger su candidato, recibí la invitación de un importante medio de comunicación para participar en el ejercicio de estimar rubro por rubro lo que debería costar una consulta de alcance nacional para el erario público.
Le contesté al productor del programa que para eso le serviría más un especialista en administración pública, o incluso un contador, que un politólogo especializado en temas electorales.
No obstante me ofrecí a colaborar hablando de los beneficios de las consultas populares. Pero este ofrecimiento obviamente no era de interés del programa.
Aunque parece que la Registraduría y los directivos del Partido Liberal ya llegaron a un acuerdo, el episodio que menciono ilustra bien la manera perversa como se dio el debate: la cuestión se redujo a los costos de preparar y realizar las votaciones. ¿Pero alguien se imagina a los medios de Estados Unidos cubriendo las primarias a punta de artículos o denuncias sobre el costo excesivo del proceso?
Para qué son las consultas
![]() Candidato presidencial del Partido Liberal, Humberto de la Calle Foto: Conexión Capital |
Las elecciones primarias son parte esencial del sistema democrático de Estados Unidos, y fueron establecidas para abrir los partidos, evitar que se vuelvan “oligárquicos” y reducir la influencia de los grupos de presión.
Muchos pensarán que la comparación con Estados Unidos está fuera de lugar. Allá los dos grandes partidos siempre eligen sus candidatos mediante las primarias. Acá se trata apenas de un partido entre siete, para elegir además un candidato que ni siquiera es seguro que lo sea porque existe la opción de que el ganador (De la Calle, Cristo o Delgado) participe en una segunda primaria interpartidista.
Esta visión es supremamente reduccionista.
El hecho de que solo un partido organice primarias no las invalida. Deberíamos incluso criticar a los demás partidos por no hacerlo.
En primer lugar, el hecho de que solo un partido organice primarias no las invalida. Deberíamos incluso criticar a los demás partidos por no hacerlo en vez de criticar al Partido Liberal por el gasto que supone la consulta. Sabemos, por ejemplo, de la seria división en el Partido Conservador acerca de su línea para las próximas presidenciales, y sería natural que este partido involucrara a sus militantes y electores en este debate.
El ejemplo anterior apunta al segundo elemento. Reducir una primaria a una decisión acerca de quién será candidato de un partido es como limitar una elección presidencial al acto de depositar una papeleta en una urna un domingo. Una elección es mucho más que eso. Comprende la campaña y la serie de debates mediante los cuales los precandidatos informan de manera temprana a los electores del partido (y a sus opositores, desde luego). Ahí empiezan a discutirse las líneas doctrinales y programáticas, así como la estrategia del partido. Estos debates son cruciales para el proceso electoral que se avecina y para el futuro del partido más allá del próximo año.
Los electores no son pasivos en esos debates. Aun si no tienen la posibilidad de intervenir directamente en las discusiones entre los precandidatos tendrán la posibilidad de hacerlo con sus colegas de directorios locales y compañeros cercanos al partido. El simple hecho de que el partido llame a sus electores a decidir entre varios candidatos que representan distintas apuestas en términos programáticos y estratégicos es un llamado a que se informen, discutan y tomen posición.
Esta es la dimensión participativa intrínseca de los procesos representativos. Con ellos el partido crea o refuerza un capital social entre sus electores. También tiene la posibilidad de atraer nuevos simpatizantes. En el caso del Partido Liberal esta es una oportunidad fundamental dado el respaldo que suscita Humberto de la Calle por su papel en el proceso de paz entre un sector de jóvenes no tan cercano a los partidos.
Esta dimensión es esencial si se quiere construir partidos fuertes e inclusivos, capaces de dar estabilidad a las instituciones democráticas. Esta función no puede ser cumplida por una encuesta, que no involucra ni compromete a los encuestados – y menos a las gentes cercanas al partido o movimiento. Por eso es sorprendente que la Alianza Verde, que abanderó la renovación de las prácticas políticas, haya preferido este mecanismo tan pobre de cara a la exigencia democrática.
En su época Luis Carlos Galán fue el principal abanderado de la introducción del sistema de las primarias en los partidos. Lo hizo para ganarle a una dirigencia tradicional y clientelista enquistada en la burocracia del partido, pero también porque entendía esta dimensión participativa y su importancia para renovar el partido. Es lamentablemente irónico oír ahora a Juan Manuel Galán cuando desprecia este mecanismo y desconoce sus muchos beneficios con el solo argumento del costo.
Tomando en serio el tema del costo
![]() Consulta de miembros del Partido Liberal. Foto: Ministerio de Interior |
Desde luego, el costo de las consultas es elevado, pero existen maneras de reducirlo, como lo indica el compromiso que parece haberse logrado el pasado 26 de octubre.
El simple hecho de que el partido llame a sus electores a decidir entre varios candidatos es un llamado a que se informen, discutan y tomen posición.
El problema de fondo consiste en que la Registraduría tenía la costumbre de pensar la organización de las consultas partidarias según el modelo de las elecciones nacionales. Pero estos dos procesos son muy distintos porque no involucran al mismo público:
- Todos los ciudadanos están llamados a votar en una elección nacional y por lo tanto la Registraduría debe facilitarlo para todo mundo, lo cual implica una pesada operación logística.
- En el caso de las consultas el público es únicamente el de los militantes o simpatizantes de las organizaciones respectivas, dependiendo de si la consulta es cerrada o abierta.
De aquí que entre elecciones nacionales y consultas partidistas existen diferencias en dos dimensiones:
1.Una dimensión cuantitativa obvia: los participantes en una consulta serán mucho menos que en una elección ordinaria. Esto debería disminuir las exigencias logísticas en varios aspectos (impresión de menos papeletas, etc.). Sin embargo, como el nivel de la participación es difícil de anticipar, sobre todo si la consulta es abierta, esto es difícil de evaluar antes del proceso.
2.Una dimensión cualitativa que por lo anterior se vuelve aún más importante. El público que participa en la consulta es un sector de la población más comprometido con la política, más interesado e informado y, por tanto, más dispuesto a participar en los procesos políticos, incluso asumiendo costos para eso.
Por esas razones la consulta puede llevarse a cabo con una logística más liviana que una elección ordinaria. Probablemente bastaría con un puesto de votación único en cada cabecera municipal, y en el caso de unas pocas ciudades muy grandes con un puesto por localidad (Eso sí, permitiendo de todos modos que todos los inscritos puedan votar). Si bien la Registraduría tiene la obligación legal de organizar las consultas para los partidos que lo solicitan, parece razonable solicitar a los ciudadanos interesados en participar en estos procesos un esfuerzo mayor que el que hacen en una elección ordinaria. Este tipo de organización reduciría sustancialmente el costo de las consultas, y esto fue lo que parece haberse logrado en el acuerdo con el Partido Liberal, aunque se hizo de manera improvisada.
Existen otros mecanismos que podrían ayudar a reducir los costos. Aunque son más difíciles de organizar, son pistas para explorar a mediano plazo. En muchos países existe la posibilidad del voto por representación de terceros, por correspondencia o a través de internet. Estas opciones son muy problemáticas para las elecciones ordinarias, pero podrían ser examinadas para las consultas, donde no deberían suscitar tanto debate.
Finalmente, la idea de organizar las primarias junto con las elecciones legislativas – una propuesta que se mencionó en el caso del Partido Liberal– puede parecer una solución razonable, pero tiene graves inconvenientes. En particular, si la consulta es abierta pone al partido en riesgo de que otros sectores políticos acaben influyendo sobre el proceso. La experiencia del Partido Conservador en 2010 (con la contienda entre Noemi Sanín y Andrés Felipe Arias) es muy ilustrativa al respecto: el partido acabó profundamente dividido y bajo la influencia de sectores externos, de modo que el resultado fue al revés de lo esperado.
Si el argumento del costo de las consultas se hubiera tomado en serio, las consideraciones anteriores habrían estado en el centro del debate. El que no haya sido así sugiere que la verdadera preocupación de los medios y de los políticos que discutieron el tema radicaba en otra cosa.
Para algunos fue sencillamente una ocasión para hacer demagogia por el gasto excesivo del Estado. Y en casi todos los casos se expresó un desdén preocupante sobre los mecanismos de representación y de participación que Colombia necesita reforzar. Esta actitud se constata más allá de las consultas partidarias, ya que ha sido la misma con la reforma política, las consultas mineras y las revocatorias del mandato.
Y mientras tanto, seguimos sufriendo los costos exorbitantes, pero no tan visibles, de la informalidad y la baja calidad de nuestra democracia.
* Director del Observatorio de la Representación Política de la Universidad del Rosario.