Un balance sereno de los resultados de la segunda vuelta, de la nueva relación de fuerzas en la política colombiana, de las oportunidades y los desafíos que se abren para el presidente Duque y para su contendor en los próximos meses.
Yann Basset*
El resultado
Con el 54 por ciento de los votos, Iván Duque es el nuevo presidente de Colombia. Obtuvo un amplio margen sobre Gustavo Petro quien, sin embargo, logró el 42 por ciento de los sufragios, un resultado nada despreciable -y de hecho– un record histórico para la izquierda-.
Aunque muchos esperaban que la abstención aumentara en la segunda vuelta debido al carácter ‘extremo’ de los dos candidatos, esta contienda tuvo una participación tan alta como la de la primera vuelta.
Se pronosticaba también que un gran número de electores se refugiarían en el voto en blanco, pero esta predicción tampoco se cumplió del todo: aunque este voto se duplicó con respecto a la primera vuelta, se mantuvo en un nivel ligeramente superior al de la segunda vuelta de 2014
Por otra parte, Petro sorprendió al país porque su votación aumentó más la de Duque entre la primera y la segunda vuelta: mientras que Colombia Humana ganó 3.150.000 votos, el nuevo presidente logró 2.715.000. Sin embargo la diferencia no fue suficiente para revertir la distancia que existía entre los dos candidatos desde la primera vuelta.
Las campañas en segunda vuelta
![]() Senador y promotor de la campaña Presidencial de Iván Duque, Álvaro Uribe Vélez. Foto: Concejo de Manizales |
Aunque la campaña de Petro no estuvo exenta de errores, logró un flujo constante de adhesiones de personalidades del mundo político, intelectual y artístico. Estos apoyos fueron importantes porque ayudaron a suavizar la imagen del Petro mesiánico, improvisador e incapaz de trabajar en equipo de la primera vuelta.
Antanas Mockus amerita una mención especial, pues fue una pieza clave para convencer al electorado que se inclinó por Fajardo o De La Calle en primera vuelta. Sin duda alguna, Petro le debe buena parte de su resultado final.
En contraste, la campaña de Iván Duque se limitó a mantener la defensiva y tuvo menos fuerza que la de la primera vuelta. Muestra de ello fue su decisión de rechazar el debate con Gustavo Petro. Sorprendentemente, este desplante no tuvo grandes repercusiones en la votación final.
Las apariciones públicas de Duque se asemejaron a las de una estrella de la farándula nacional: jugó fútbol, bailó y tocó guitarra, pero no discutió ninguna de sus propuestas con el pueblo colombiano.
Las apariciones públicas de Duque se asemejaron a las de una estrella de la farándula nacional: jugó fútbol, bailó y tocó guitarra, pero no discutió ninguna de sus propuestas con el pueblo colombiano. Si bien esto contribuyó a afianzar una imagen más cercana entre sus seguidores, no atrajo al electorado de centro que miraba con preocupación su falta de experiencia.
Su polémica actuación volvió a encender el debate sobre la parcialidad de los medios de comunicación tradicionales. Sin embargo, con el aporte del electorado que apoyó a Vargas Lleras en la primera vuelta, Duque obtuvo los votos suficientes para resistir la remontada de su opositor.
Los desafíos de Duque
Iván Duque llega a la presidencia con una corta trayectoria pues meses antes de la campaña era prácticamente un desconocido en el panorama nacional. Por lo tanto, sus primeros pasos serán observados con atención por el público. La composición de su gobierno será sin duda alguna una señal importante del camino que tomará su mandato.
En esta tarea, Duque tendrá que exorcizar dos imágenes que convocaron sus adversarios en la campaña: la del títere y la del traidor. Tendrá que reunir un equipo acorde con su imagen de joven tecnócrata, alejado del mundo político tradicional.
Para no contaminar su imagen, tendrá que mantener distancia de gran parte de los políticos que lo respaldaron. Sólo así podrá demostrar independencia respecto de los intereses políticos, económicos y sociales que lo acompañaron en el Centro Democrático desde el principio, y en el círculo de partidos de la ex coalición santista que lo apoyó en segunda vuelta.
De forma paralela, Duque deberá demostrar su compromiso con el uribismo para no decepcionar a gran parte de su electorado. Por tanto tendrá que otorgar puestos claves a personalidades de esta corriente, corriendo el riesgo de que le recorten su propio margen de maniobra.
Desde luego, un barómetro clave de este juego de equilibrio será la relación con el expresidente Uribe quien -aunque concentrará toda la atención- podría esconder aspectos fundamentales de los juegos de poder que se van a producir en los próximos meses.
Duque tiene una coalición en el Congreso que le asegura la gobernabilidad, pero tiene pocos recursos propios para ponerla a funcionar al servicio de su agenda, y corre el riesgo de que el manejo de esas relaciones políticas lo alejen de la opinión pública.
Los desafíos de la oposición
![]() Adhesiones a la campaña de Gustavo Petro en segunda vuelta. Foto: Twitter – Antanas Mockus |
Por el lado de la oposición, los desafíos también son difíciles. El centro-izquierda sale de este escrutinio con un peso inédito en el Congreso y con un desempeño histórico en la presidencial, pero también con profundas divisiones que no serán fáciles de curar.
Gustavo Petro demostró que aquellos que decían que su candidatura presidencial era inviable estaban equivocados. Logró movilizar un electorado joven, entusiasta y poco inclinado a la participación electoral. Desde el Senado se impondrá como una personalidad insoslayable y podrá dedicarse desde ya a preparar una nueva tentativa para 2022.
No obstante, estas elecciones pusieron en evidencia que su forma personal de liderar y su carácter autoritario aún suscitan mucho temor y resistencia. Desde la oposición, Petro tendrá que esforzarse para tejer relaciones sólidas con sus aliados de centro y mostrar que su discurso más moderado de las últimas semanas es más que una postura de segunda vuelta.
Duque tendrá que exorcizar dos imágenes que convocaron sus adversarios en la campaña: la del títere y la del traidor.
La coalición Colombia se dividió en segunda vuelta entre los que se la jugaron por Petro y los que votaron en blanco. Ahora veremos si la alianza sobrevive a la coyuntura electoral. Desde la noche de la primera vuelta, muchos miembros de la coalición dijeron que había que apuntar hacia las elecciones locales de 2019, y en efecto, eso es un estímulo significativo para mantener vigente la coalición dado el buen resultado que tuvo en las ciudades capitales como Bogotá y Cali.
Dicho eso, antes de que llegue el 2019, la coalición tendrá que resolver dos grandes asuntos: su relación con el nuevo gobierno y su relación con Petro y su corriente. En cuanto a lo primero, la coalición dijo que se mantendría en la oposición, pero todavía no es claro qué tipo de oposición, en un país que no tiene mucha tradición al respecto.
Indudablemente, los partidarios de Petro adoptarán un estilo de confrontación que no caerá muy bien para muchos en la coalición, pero que podría hacerlos invisibles si tratan de adoptar posiciones más matizadas. Eso dificultará también una eventual articulación con el petrismo desde el Congreso, y de cara a una eventual alianza en 2019.
Sobre el papel, una alianza de esta naturaleza sería muy prometedora en las ciudades capitales, y beneficiaría más a la coalición Colombia que al petrismo que no tiene tantas figuras locales fuertes. Sin embargo, un acercamiento así suscitaría muchas resistencias en el interior de la coalición.
El escenario que queda
En conclusión, este ciclo electoral nos deja un balance muy interesante para el país:
- La ciudadanía demostró un gran interés por la democracia al acudir masivamente a las urnas, tanto en las legislativas como en las presidenciales.
- Los resultados se inclinaron a favor de fuerzas políticas relativamente nuevas y apoyadas por fuertes corrientes de opinión.
- Las redes clientelistas y los caciques pesaron menos que en el pasado.
- Se vislumbra la consolidación de un nuevo panorama político polarizado entre derecha e izquierda que suscita cierta aprehensión, pero que no necesariamente tiene que traducirse en radicalización.
- Esta polarización empuja el sistema político colombiano hacia un funcionamiento mayoritario normal en la mayoría de los regímenes occidentales, pero relativamente inédito en el país, con la existencia de una oposición política y la posibilidad de alternancias entre la mayoría y la oposición.
Este panorama está lleno de promesas interesantes, pero suscita también temores que todas las fuerzas políticas deben intentar apaciguar.
*Profesor de la Universidad del Rosario, director del Observatorio de la Representación Política (ORP).