El 2018 reveló una crisis dentro de los partidos: disidencias, inconsistencias en las posiciones y caudillismos. ¿Qué esperar para las elecciones de 2019?
Yann Basset*
La crisis de los partidos
Los partidos políticos parecen estar en crisis en toda América Latina. En 2018 llegaron a la presidencia dos personajes mesiánicos que estaban al margen de los partidos tradicionales: Jair Bolsonaro, en Brasil y Andrés Manuel López Obrador, en México.
Colombia no es la excepción: según el último informe del Proyecto de Opinión Pública de América Latina (LAPOP), Colombia es uno de los países que menos confían en los partidos. Apenas el diez por ciento de la población confía en ellos.
Pese al informe de LAPOP, el ciclo electoral de 2018 en Colombia ha mostrado que los partidos políticos están lejos de desaparecer y que su existencia es fundamental para el arraigo de las instituciones democráticas.
El extraño caso del Centro Democrático
![]() En un periodo de supuesta crisis de los partidos, Centro Democrático logró consolidar una organización territorial tradicional. Foto: Flickr |
El Centro Democrático fue el gran ganador de las contiendas electorales de 2018; no sólo porque logró llevar su candidato a la presidencia de la República, sino porque también logró ser el partido más votado en el Senado.
Llama la atención que el Centro Democrático haya alcanzado estos resultados ahora que los partidos políticos no están pasando por su mejor momento. Y, sin embargo, el Centro Democrático ha consolidado sus victorias con una organización muy “clásica”, que en otro contexto nacional podría considerarse “arcaica”.
Por supuesto, la organización partidaria no es la única clave en los éxitos del Centro Democrático pues la popularidad del expresidente Uribe sigue siendo el mayor impulso del partido.
Nos equivocaríamos si consideráramos al Centro Democrático como un simple movimiento caudillista.
No obstante, nos equivocaríamos si consideráramos al Centro Democrático como un simple movimiento caudillista que gira en torno al senador Uribe.
Es necesario recordar brevemente la historia de la ambigua relación de Uribe con los partidos: en 2002, Uribe llegó a la presidencia como candidato disidente del liberalismo y con un discurso “anti-partidos” que lo mostró como un candidato atractivo en la época.
Después del fracaso del referendo de 2003 y en el proceso de búsqueda de la reelección, Uribe abandonó esta bandera y dejó que sus partidarios organizaran en su nombre el Partido Social de Unidad Nacional, más conocido como Partido de la U.
Sin embargo, el Partido de la U, que estaba conformado por las disidencias liberales y conservadoras, siguió con el modelo institucional laxo de los partidos tradicionales colombianos.
Por su actitud “floja”, el Partido de la U difícilmente podía ser un vehículo adecuado para el uribismo y su fuerte liderazgo neo-conservador. Tan pronto como Uribe dejó el palacio de Nariño, el partido que llevaba su marca lo abandonó para seguir la propuesta del expresidente Santos de dialogar con la guerrilla.
Entonces, Uribe pasó a ser parte de la oposición y se convirtió definitivamente al “partidismo” cuando construyó el Centro Democrático, un partido cuya disciplina interna, formalidad institucional e incluso cohesión doctrinal contrasta con los movimientos clásicos del país. Con eso, Uribe transitó irónicamente en 15 años del discurso anti-partido a organizar el partido más sólido de Colombia.
El Centro Democrático fue capaz de movilizar de manera eficaz al electorado: (1) en el plebiscito de 2016 en contra del Acuerdo de Paz y (2) en las elecciones del año pasado a favor de Iván Duque.
Además, el Centro Democrático se ha consolidado como una hegemonía política en los municipios y departamentos pequeños y medianos del centro del país: Antioquia, el Eje cafetero, Tolima, Huila, parte de la cordillera oriental y el piedemonte llanero.
Puede leer: ¿Para dónde van los partidos políticos?
El descalabro de los partidos tradicionales
En contraste, el año pasado representó la derrota para el resto de partidos: no sólo para los partidos tradicionales —el Partido Liberal y el Partido Conservador—, sino también para sus disidencias —el Partido de la U y Cambio Radical—, que copiaron su modelo organizativo laxo y fundamentado en el caciquismo.
Los partidos han fracasado, pues han sido incapaces de apoyar eficazmente a sus candidatos presidenciales: Germán Vargas de Cambio Radical, Humberto de la Calle del Partido Liberal y Marta Lucía Ramírez del Partido Conservador, quien a pesar de que tuvo el apoyo del conservatismo, tuvo que ceder frente a Iván Duque en la consulta de la derecha en marzo de 2018.
Cambio Radical es el único partido que logró hacer que su bancada creciera, pero no sobre la base de un crecimiento interno, sino recuperando los caciques de los demás partidos tradicionales.
Es probable que el electorado castigara la obsolescencia organizativa de Cambio Radical y su permeabilidad al clientelismo y la corrupción. Durante mucho tiempo, a Cambio Radical le había funcionado el modelo laxo con el que aglutinaba sin mayores compromisos a los líderes regionales. Pero ese modelo reveló sus límites con el nuevo contexto de polarización alrededor del Acuerdo de Paz. La polarización del electorado le exigió a los partidos ser contundentes en la toma de posiciones, lo que era imposible para los tradicionales.
Así, el aparente rechazo por los partidos políticos es ambiguo: por un lado, puede ser interpretado como una resistencia a la política tradicional; pero, por otro, puede verse como una oposición a aquellos partidos clientelistas y sin ideología clara.
Le recomendamos: Los partidos bajo Duque: debilidad y fracturas internas.
Las ambigüedades de la izquierda
![]() Alianza verde y el petrismo fueron los que mejor se desempeñaron en las pasadas elecciones. Foto: Cámara de Representantes |
Las pasadas elecciones mostraron también el auge de un bloque de centro-izquierda dividido en varias tendencias. Dichas tendencias van desde el centro más “moderado”, que fue representado por la Alianza Verde y la candidatura de Sergio Fajardo, hasta una izquierda más “radical” encarnada por la candidatura de Gustavo Petro y la Lista de la Decencia.
Este sector alternativo está dividido en tradiciones históricas distintas. Las tendencias que fueron influenciadas originalmente por el marxismo suelen valorar el tema organizacional: por un lado, el Polo Democrático Alternativo, influenciado por el Movimiento Obrero Independiente Revolucionario (MOIR); y por otro lado, la Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común (FARC).
Sin embargo, tanto el Polo, como la FARC se han organizado a partir de modelos inspirados en los viejos partidos de masas, cuya adecuación al contexto contemporáneo es cada vez más difícil. Que se inspiren en modelos gastados hace que estas organizaciones se muestren como burocráticas, dogmáticas y poco abiertas al debate interno.
Uribe transitó irónicamente en 15 años del discurso anti-partido a organizar el partido más sólido de Colombia.
Esto ha pesado sobre los destinos del Polo que, desde su creación, ha sufrido de recurrentes disidencias y escisiones. El Polo cada vez depende más de la popularidad personal de Jorge Enrique Robledo. Por su popularidad, el Polo logró salvar su bancada y pasó el umbral en estas elecciones.
El resto del sector alternativo viene o bien del nacionalismo popular que encarnó en su momento el M-19, o bien de los movimientos “independientes” y muchas veces anti-políticos de 1990 como el movimiento liderado por Antanas Mockus.
Al contrario del Polo y de la FARC, estos sectores muestran una resistencia persistente a la forma de organización partidaria que incluso roza con un discurso abiertamente hostil a los partidos. Esta actitud “anti-partido” les ha permitido a los “independientes” ganarse la simpatía de sectores de la opinión pública que han asimilado a los partidos con la politiquería y la corrupción.
De hecho, es probable que sea por esto que tanto la Alianza Verde como la coalición de La lista de la Decencia hayan actuado mejor en estas elecciones, en las cuales la corrupción que permea a los partidos fue una preocupación constante.
No obstante, esa aversión hacia los partidos es un limitante para estas fuerzas mientras no sean capaces de inventar formas de organización alternativas.
La organización de los verdes y de los decentes es frágil. Tanto la Alianza Verde como los decentes han pasado episodios penosos que tienen un costo en la opinión pública debido a (1) el desorden de base que comparten y (2) a las incoherencias de pluralismo y de libertad.
Por un lado, la Alianza Verde fue incapaz de tomar una posición unificada de cara a la segunda vuelta presidencial. La desarticulación dentro del Partido los expuso a ser acusados de inconsistentes. Además, en Bogotá, su mayor fortín electoral, el partido no ha podido resolver su posición frente al gobierno —oficialista o de oposición—.
Por otro lado, en cuanto a Gustavo Petro y el movimiento político que lidera, su primer problema fue la cantidad de etiquetas: Progresistas, Colombia Humana y Lista de la Decencia. Esa desorganización dio lugar al no reconocimiento de la personería jurídica para el movimiento. Tampoco podemos pasar por alto la elección de Jonatan Tamayo Pérez -conocido como Manguito- el senador de la Lista de los Decentes que inesperadamente se proclamó uribista a título personal.
Por eso, no solo el uribismo puede ser acusado de caudillista: los buenos resultados de los partidos alternativos también se debieron en gran parte al apoyo personal de figuras como Petro, Fajardo, Mockus y Robledo.
Es cierto que la Lista de la Decencia dio propuestas alentadoras para superar la desorganización de forma innovadora, como la de los “nodos” que articularían movimientos sociales a una organización más decididamente política, pero todo esto parece todavía muy crudo.
La gran mayoría de los congresistas de los partidos alternativos de centro-izquierda rechazaron las listas cerradas en el debate sobre la reforma política. Eso demuestra que todavía hay poca disposición a cambiar el chip.
Lea en Razón Pública: Duque y su crisis de la gobernabilidad
¿Qué esperar en 2019?
Este año, el gran reto para los partidos son las elecciones locales. Estas contiendas son, por su naturaleza, mucho más favorables a los partidos tradicionales con sus redes laxas y autónomas localmente implantadas.
En 2015, con apenas más de un año de fundado, el Centro Democrático logró ganar unas 56 alcaldías propias, sin contar coaliciones. Si en estas elecciones el uribismo obtiene más triunfos, se confirmaría la importancia de la organización partidista en el nivel territorial.
A los alternativos les tocará probablemente más duro en estas elecciones que no los favorecen. Es probable que solo obtengan las alcaldías de algunas pocas capitales grandes. Sin embargo, esta será otra oportunidad para tratar de inventar las formas de organización que les hacen falta. También podría ser la ocasión que los partidos tradicionales se actualicen.
*Profesor de la Universidad del Rosario, doctor en Ciencia Política de la Universidad de Paris III, director del Grupo de Estudios de la Democracia Demos-UR.