La derrota de la izquierda colombiana tuvo una ubicación precisa–Bogotá- y unas causas precisas- divisiones, mezquindades, caudillismo, corrupción-. La falla de la izquierda está en sus medios, no en sus fines, y tendría que limpiarse si es que quiere avanzar.
Yann Basset*
Castigo por una mala gestión
No hay forma de ignorar la derrota que sufrió la izquierda bogotana en las elecciones del pasado 25 de octubre: Clara López quedó en un lejano tercer lugar, con apenas el 20 por ciento de los votos válidos, y esto permite afirmar que ha concluido la fase ascendente del ciclo electoral que empezó con la victoria de Luis Eduardo Garzón en el 2003 (ver gráfico).
El resultado del último domingo es un claro castigo a 12 años de gestión en la alcaldía de la capital:
- Primero porque ganó Enrique Peñalosa, quien se presentó durante todos estos años como el adversario más consistente y persistente de la izquierda en Bogotá.
- Segundo porque Clara López obtuvo más votos como candidata presidencial en Bogotá en 2014 que en 2015 como candidata a la Alcaldía, lo cual significa que era más creíble a los ojos del electorado en el escenario nacional que en el local.
- Tercero porque el castigo en Bogotá no impidió que ganaran personas identificadas con la izquierda en otros lugares del país, como Guillermo Alfonso Jaramillo en la Alcaldía de Ibagué o Camilo Romero en la Gobernación de Nariño.
Por tanto puede decirse que la sanción se debió al desprestigio acumulado por la izquierda en Bogotá, no que la izquierda en general haya sido derrotada. Pero esto no puede ser tomado como un atenuante. Dada la importancia de Bogotá, la izquierda no puede ahorrarse el debate y la autocrítica sin comprometer seriamente su futuro. No olvidemos que la llegada al poder de la izquierda en los demás países de América Latina fue precedida por experiencias exitosas de gestión local.
Causas de fondo
![]() La Presidenta del Polo Democrático Alternativo, Clara López Obregón. Foto: Prensa Clara López |
No fueron solo las salidas en falso, las peleas con la prensas ni las decisiones controversiales. El fracaso de la izquierda en Bogotá tiene raíces más hondas de las que suelen traerse a colación. Sus principales desaciertos son políticos y tienen que ver con la reproducción de viejas prácticas que la izquierda se había comprometido a erradicar: la corrupción bajo la alcaldía de Moreno, el caudillismo bajo la de Petro, y el clientelismo, el sectarismo y el oportunismo en todas ellas.
La incapacidad para inventar nuevas maneras de hacer política le fue quitando a la izquierda el voto urbano, que era su base natural, y provocó una serie de incoherencias y divisiones que la dejó por fuera del Palacio Liévano.
Clara López obtuvo más votos como candidata presidencial en Bogotá en 2014 que en 2015 como candidata a la Alcaldía
Una mirada global al ciclo reciente de la izquierda permite ver cómo, tras la candidatura presidencial de Carlos Gaviria en 2006, que fue la cumbre de sus éxitos electorales, Bogotá ha sido rehén de los conflictos internos de esta corriente política. Incapaz de procesar las diferencias para encontrar compromisos innovadores, el Polo Democrático Alternativo (PDA) las tramitó a través de consultas internas sucesivas, que esquivaban los debates de fondo y más bien estimulaban prácticas políticas dudosas, como las antes mencionadas. Además, la experiencia muestra que las consultas no siempre son sinónimo de democracia interna o de mayor transparencia; por el contrario, pueden ser el camino más seguro hacia el quiebre de una organización.
De Samuel Moreno a Gustavo Petro
![]() El Ex-alcalde y sindicado por el escándalo del cartel de la contratación, Samuel Moreno Rojas. Foto: campuspartycolombia |
Desde su fundación, el PDA había estado dividido en dos tendencias, cuyas principales diferencias, más que ideológicas, eran de estrategia. Mientras una tendencia buscaba abrir el partido más allá de la izquierda para constituir una alternativa de poder nacional, la otra quería cohesionarlo alrededor de un proyecto más puramente identificado con la izquierda.
En 2007, la primera tendencia promovió la candidatura de María Emma Mejía, mientras la otra tendencia se le opuso porque Mejía no era una personalidad caracterizada de la izquierda. Para cerrarle el pasado se impulsó la figura de Samuel Moreno, pese a las dudas que producían su trayectoria y la de su familia. Peor todavía: la mayoría de los dirigentes del PDA apoyaron al alcalde Moreno hasta el final y sin obstar los escándalos de corrupción – conducta esta que no es muy usual, incluso entre los partidos tradicionales-.
Verdad que algunos dirigentes hicieron un tardío y tímido mea culpa acerca de la gestión de Moreno, pero nunca admitieron públicamente la lección esencial: el apoyo a Moreno no se debió a ceguera o a indolencia, sino a los sectarismos enfrentados y a la incapacidad de llegar a compromisos dentro del partido.
Después de semejante descalabro, la candidatura Petro se presentó como una segunda oportunidad. Después de todo, Petro y sus partidarios habían denunciado el carrusel de la contratación bajo Samuel Moreno, y así lograron ganar la Alcaldía sobre la base de una campaña en contra de las “mafias”.
Pero ese eslogan también tenía su cuota de cálculos cínicos dentro de la izquierda. Petro había sido parte del ala “aperturista” del Polo que promovió la candidatura de Mejía. Más adelante, cuando de modo sorpresivo derrotó a Carlos Gaviria en la consulta para la candidatura presidencial de 2010, Petro buscó una especie de armisticio que se tradujo en la elección de Clara López como su fórmula vicepresidencial.
Solo después de concluida su campaña a la Presidencia en 2010, Petro se dio a la tarea de denunciar el cartel de la contratación, junto con Carlos Vicente de Roux y Luis Carlos Avellaneda. Allí se consumó la ruptura que daría nacimiento al movimiento Progresistas. El progresismo llegó a la Alcaldía con un mandato de regeneración ética para la izquierda, pero nació de estas peleas internas y de los cálculos mezquinos que las acompañaron.
Muy rápidamente Petro demostraría que no estaba comprometido con esa renovación: ejerció su mandato bajo una exclusiva inspiración personal, lo cual llevó al distanciamiento progresivo de la mayor parte de las personas valiosas que lo acompañaron, empezando por Antonio Navarro Wolf y rematando con Carlos Vicente de Roux.
Después vinieron los bandazos espectaculares de su gobierno -incluyendo el incomprensible acercamiento a Santos después de que este trato de destituirlo – y el apoyo más o menos abierto a Clara López para su sucesión, en un final de “sálvense quien pueda”.
En medio de sus vaivenes tácticos, principios como el de defender la paz, disimulaban mal los intereses inmediatos del alcalde. Hasta que con el apoyo a López – a quien Petro había criticado duramente – perdió la poca credibilidad que le restaba y confirmó su abandono de los principios que habían constituido el eje de su mandato.
¿Podrá recomponerse?
Más allá de las cifras, es indudable que la izquierda salió traumatizada y en plena crisis moral de estas elecciones.
Uno podría decir que hechos como los que examiné arriba son habituales en la política colombiana: la propia Clara López se ocupó de recordarlo en su campaña, al defenderse de las acusaciones sobre su pasado en la alcaldía de Samuel Moreno. Y López tiene razón: a la izquierda se la responsabiliza por prácticas que en los otros partidos son corrientes, y por las cuales ningún periodista pide explicación a los directores nacionales. Pero como la izquierda ha repetido durante tanto tiempo que es distinta y que no juega con las prácticas políticas corruptas de la política tradicional, este argumento no basta para su defensa.
El apoyo a Moreno no se debió a ceguera o a indolencia, sino a los sectarismos enfrentados y a la incapacidad de llegar a compromisos dentro del partido.
Con la derrota llegó la hora del balance. Ninguna de las fuerzas o personalidades en las que se divide hoy la izquierda es ajena a esta historia, y ninguna puede ignorar su parte de responsabilidad. La izquierda no va a desaparecer con esta derrota. No obstante, la cuestión es si será capaz de encarnar una alternativa distinta o seguirá un rumbo de integración y acomodación a la política tradicional bajo la forma de pequeñas minorías montadas sobre nichos electorales.
Una nueva alternativa solo puede ser creíble si se concentra en los medios y no apenas en los fines, porque fue en los primeros donde falló la izquierda. Dentro de esta corriente caben muchas diferencias y matices doctrinales, pero su gran desafío es encontrar las prácticas y las formas organizativas para lograr que esas diferencias sean fuentes de compromisos productivos e innovadores, no de querellas autodestructivas.
Se trata en último término de encontrar fórmulas de acción colectiva sostenibles en el tiempo, porque esta es la única manera de dejar atrás los vicios de la política tradicional. Hoy, por distintas razones, ni el Polo, ni la Alianza Verde, ni la Unión Patriótica, ni Progresistas parecen capaces de responder a este desafío y las primeras reacciones frente a la derrota del 25 de octubre no incitan al optimismo.
* Doctor en Ciencia Política, profesor de la Universidad del Rosario y director del Observatorio de Procesos Electorales.
@yannbasset