Desde Caracas, esta crónica analítica de los últimos meses agitados y de los retos pendientes para el oficialismo, para la oposición y para la democracia venezolana.
Óscar Murillo Ramírez*
Crónica de una muerte anunciada El 6 de marzo no será recordado como el día del nacimiento de nuestro premio Nobel, por allá en 1927. Lo que se fijará en la memoria colectiva serán las imágenes de las multitudes rojas en la marcha que durante siete horas desfiló desde el Hospital Militar hasta el Fuerte Tiuna.
El 30 de junio de 2011 comenzó una vorágine política en tres capítulos que ha mantenido a Venezuela en una permanente incertidumbre que, lejos de concluir, ha llegado a un punto de inflexión.
“Llovió cuatro años, once meses y dos días…”[2] El 10 de enero Chávez debía posesionarse para un nuevo periodo constitucional, pero tras su salida del país no hubo noticia cierta sobre su estado de salud o sobre sus posibilidades de asumir el mando. Aunque el Tribunal Supremo de Justicia permitió que Nicolás Maduro asumiera la jefatura del Estado, la ausencia del presidente añadió a la incertidumbre una dosis de inestabilidad institucional: no solo por lo que implica ese arreglo sino, sobre todo, porque el contacto permanente con la sociedad fue una de las claves del éxito político de Chávez. La incertidumbre que se hizo inestabilidad tomó un rumbo previsible cuando -ante el anuncio del deterioro en la salud de Chávez- el 5 de marzo se produjo una reunión extraordinaria entre el vicepresidente, el gabinete ministerial, el mando militar y los gobernadores oficialistas. El anuncio de la tarde sólo hizo oficial lo evidente: la necesidad de preparar un nuevo escenario sin la presencia del líder carismático. Un final de la lluvia que no garantiza la llegada de la calma. “(…) la nación sacudida en sus entrañas ha recobrado su equilibrio”[3] De acuerdo con el artículo 233 de la Constitución de 1999, Venezuela se encuentra ante una “falta absoluta” del Presidente de la República, por lo cual se deberá llamar a elecciones en el curso de los próximos 30 días. El pasado 8 de marzo, luego de los honores de Estado con la presencia de 35 mandatarios del mundo, se juramentó como nuevo presidente a Nicolás Maduro ante la Asamblea Nacional. Aunque el malabarismo jurídico del Tribunal Supremo de Justicia supone que Hugo Chávez “había comenzado a ejercer un nuevo periodo constitucional” y que por ello es válido que el Vicepresidente asuma el mando, en realidad la enfermedad presidencial impidió llevar a cabo la posesión reglamentaria del 10 de enero. Esta es exactamente la situación que prevé el artículo 233 de la Constitución, según el cual “Mientras se elige y toma posesión el nuevo Presidente o la nueva Presidenta se encargará de la Presidencia de la República el Presidente o Presidenta de la Asamblea Nacional”.[4] Por tanto, en este caso, el presidente encargado debía ser Dios dado Cabello. En las actuales circunstancias, convocar nuevas elecciones es necesario para que la nación recobre su equilibrio… serán el mecanismo institucional para zanjar la polarización, definir democráticamente un nuevo tablero político, y reducir el riesgo de brotes de violencia tanto opositora como oficialista. Sería además lo propio de un país donde los mecanismos plebiscitarios fueron la manera habitual de mediación política ante la ausencia de un sistema de partidos estable, por lo menos durante los últimos 14 años. “Mamá Grande (…) dictó al notario la lista de su patrimonio invisible”[5] El oficialismo tiene el doble reto de demostrar que la herencia política que Chávez transfirió a Maduro se confirma con votos, y de garantizar la sobrevivencia de un proyecto político más allá del líder carismático. Para esto tendrá que mantener la unidad que requiere un proyecto histórico de cambio y no reeditar caudillismos que tras la pérdida del líder se fragmentan. También debe mantener lo excelentes indicadores en materia social, para lo cual será preciso garantizar la solidez de la economía, reducir la dependencia del petróleo y controlar la inflación (hoy la más alta de América Latina, además de controlar la deuda pública que creció gracias a un extenso gasto público. Y la oposición… Por su parte, la oposición tiene el reto de demostrar que los 6.468.450 votos, equivalentes al 44,25 por ciento, que obtuvo Henrique Capriles en las pasadas elecciones, son en efecto una prueba de las aspiraciones de cambio que vive Venezuela. Al igual que el oficialismo, la oposición tendrá que mantenerse unida, dejando como registros del pasado los intentos de unificación de la Coordinadora Democrática que culminaron en 2004, y mostrar como efectiva la unificación acordada tras crear la Mesa de Unidad Democrática el 8 de junio de 2009. El improbable eterno retorno Pero aún en el evento de que la oposición logre triunfar, no le sería fácil reversar la obra de Chávez. La campaña pasada demostró que un intento de volver al pasado sería duramente castigado y que la mejor manera de competir con el oficialismo es en el terreno donde el tiene mayor solidez: la política social. Valga recordar que, además del “caracazo” en febrero de 1989 contra las medidas de ajuste del recién posesionado Carlos Andrés Pérez, Venezuela tuvo 7.092 protestas entre octubre de 1989 y septiembre de 1999, para un promedio de dos diarias[6]. La oposición debe considerar este hecho: un retorno al neoliberalismo o un intento drástico de reducir el gasto público produciría gran conmoción social. “Ojalá avance el proyecto de pacificación colombiano”[7] Aunque la contribución de Hugo Chávez a las negociaciones entre el gobierno Santos y las FARC fue importante, no es válido inferir que su muerte aumente para ellas la necesidad de negociar la paz, y lejos de ser cierto el que “para las Farc el mundo no es el mismo sin Chávez”[8].
Esas afirmaciones olvidan que las FARC-EP son una guerrilla longeva, que surgió con anterioridad a la Revolución Cubana, que sobrevivió a la extinción de las guerrillas en América Latina y a la caída del Muro de Berlín. Nadie puede afirmar con certeza que sin Chávez ha llegado su fin. Por fortuna, los avances en el punto agrario de la agenda de negociaciones muestra que el proceso ha tomado su propia dinámica, y que las posibilidades de lograr acuerdos dependen integralmente de las partes y de un acompañamiento que la sociedad civil deberá realizar a la paz una vez se firmen éstos de manera definitiva. Hombre visible, oscuro objeto de estudio Un autobús deteriorado recorre las calles que comunican Villa de Miranda con Caracas. Al calor asfixiante de una mañana soleada puede observarse la gran cantidad de propaganda oficial a través de murales y pendones callejeros. En ese instante, nos encontramos frente a un mural que lleva el símbolo de la “Misión Francisco de Miranda”[9], el precursor de la emancipación americana contra el imperio español, y a su lado la efigie de Ernesto “Che” Guevara. Tres hombres que representan prácticas políticas, tiempos y espacios distintos. ¿Qué es lo que tienen en común?, ¿Cómo atar en una misma trama discursiva lo que parece tan disímil? ¿Qué significa el eslogan “Venezuela ahora es de todos” que acompaña los programas sociales como la misión Miranda?, ¿Quién fue entonces ese hombre polémico que despierta tantos odios y amores, y que hace que un presidente huela a azufre o que sea un “¡Yankee de Mierda¡”? “Esta es, incrédulos del mundo entero, la verídica historia de la Mamá Grande” Ese hombre será no sólo la expresión de una sociedad cuyos canales tradicionales de representación entraron en crisis, la materialización de una esperanza frente al rigor de las medidas neoliberales de “ajuste”, y el verbo largo que ató lo que parecían matrices ideológicas diversas. Será sobre todo la expresión de un sistema político nuevo, que refundó su sentido de comunidad política invocando viejos y nuevos mitos, e incluyo en la condición ciudadana a una amplia masa informal que surgió a inicios de la década de los ochenta e hizo eclosión durante los noventa. Al igual que el peronismo en la Argentina, el chavismo en Venezuela dejará su huella en el sistema político y marcará las relaciones entre sociedad y Estado. Esa huella será el producto de su capacidad para resolver los problemas concretos de la población y para darle sentido de pertenencia a una comunidad política. La emergencia de esa ciudadanía política, que el miércoles pasado se movilizó una vez más para acompañar a Chávez hasta el Fuerte Tiuna, es un hecho notable dentro de un continente donde la exclusión producto de modelos rentitas y minero-extractivistas sigue siendo rampante. Esta positiva irrupción social requiere, para su consolidación, la construcción de instituciones democráticas, participativas, equilibradas e independientes.
*Historiador de la Universidad Nacional, maestrante en Ciencias Políticas de la Facultad Latinoamericana en Ciencias Sociales, FLACSO-Quito.
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