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Las incesantes resurrecciones del rock

Escrito por Óscar Murillo
25 años de Rock al Parque

Oscar Murillo La edición número veinticinco de este evento demostró que el rock está más vivo que nunca. ¿Cuál es la historia de este festival? ¿En qué radica su avasallador éxito?

Óscar Murillo Ramírez*

¡Alegría!

Era octubre de 1999. Aún recuerdo esa mañana fría de sábado cuando llegué a la media torta en el centro de Bogotá. Con 15 años y siendo estudiante de secundaria, fue la primera vez que asistí al festival Rock al Parque, sin saber que esa edición sería considerada una de las mejores por calidad de las bandas nacionales e internacionales invitadas y la masiva concurrencia que alcanzó.

Por entonces, Rock al Parque había sobrevivido el intento de asesinato que la recién posesionada administración de Enrique Peñalosa había perpetrado el año anterior. Miles de firmas defendieron el festival y una movilización de productores, artistas y asistentes impidió la primera arremetida.

Estuve allí sin ser consciente de esto. Sólo tenía en mente que, por primera vez, vería en vivo a 1280 Almas. Estaba presente en uno de los festivales que, con los años, se convertiría en uno de los más importantes del continente y del mundo. Yo solo esperaba que la música pasará de los casetes al escenario. Nada más importaba: ¡puño arriba y alegría!

Goce, convivencia, y diversidad

Es difícil encontrar las palabras para describir acertadamente la idea que Mario Duarte, Bertha Quintero y Julio Correal tuvieron hace 25 años. Cuando hablamos de Rock al Parque lo hacemos en primera persona. Tiene que ser así porque la experiencia cultural del festival está estrechamente vinculada con nuestras propias biografías y con los contextos sociales en que nacimos y crecimos.

Kraken El cierre estuvo a cargo de la Orquesta Filarmónica de Bogota

Foto: Facebook Alcaldía de Bogotá
El cierre estuvo a cargo de la Orquesta Filarmónica de Bogotá.

Y como “llorar por lo perdido, es volver a perder” de 1999 sólo me quedan los buenos recuerdos: Molotov, 1280 Almas, Café Tacuba, Ultrageno, La Pestilencia, Illya Kuryaki and the Valderramas. La programación impresa en papel y que debía resistir durante tres días a las inclemencias del clima, la requisa, y el pogo, desapareció con el último acorde de ese año.

El rock y del metal colombiano se caracterizan por tener conciencia de su propio tiempo y posicionarse críticamente frente a él.

Hoy los medios digitales reemplazaron la nostálgica programación impresa: esta es una de las muchas huellas del cambio temporal y generacional que ha llegado con las bodas de plata entre el rock y sus audiencias.

Con los años, indudablemente, Rock al Parque se convirtió en un símbolo de Bogotá. Es hoy un punto de encuentro entre culturas juveniles que se reúnen bajo marcos compartidos en los que priman la convivencia, la diversidad y, por supuesto, el goce producido por la buena música. La última edición que se llevó a cabo entre el 29 de junio y el 1 de julio no fue la excepción.

Puede leer: Rock al parque: misiones y mutaciones.

Rock and roll de alto voltaje

Estéticas, sensibilidades y cuerpos se han reunido en este ritual de tres días durante las últimas décadas. El crecimiento del público ha obligado a Rock al Parque a mudarse de escenarios en varias ocasiones: del Parque Olaya Herrera pasó a la Plaza de Toros en su primera edición, luego a la Media Torta, después al Parque el Tunal, el Renacimiento y, finalmente, al Parque Simón Bolívar. ¿Cómo explicar el avasallador éxito de este festival más allá de su carácter público y gratuito?

Rock al Parque es causa y efecto de un complejo sistema cultural que forjó y sostiene este festival. A finales de los años cincuenta, la radio pública era prácticamente el único medio de difusión masiva del rock en Colombia, pero de unas décadas para acá se han sumado a esta labor una red de bares que constituyen puntos de encuentro y consumo cultural, pequeños escenarios para la realización de conciertos de bandas en formación, y tiendas que comercializan los discos underground de bandas nacionales e internacionales, resistiéndose a sucumbir en el mundo digital.

Rock al Parque no es solo un festival de música, es un encuentro de culturas Punk

Foto: Facebook Alcaldía de Bogotá
Rock al Parque no es solo un festival de música, es un encuentro de culturas.

Alcanzada la mayoría de edad, el festival de Rock al Parque se convirtió en una vitrina para que agrupaciones de Bogotá y del resto país encontraran un lugar en el escenario nacional. El crecimiento y la diversificación del público permitió el surgimiento de festivales locales de rock en localidades como Ciudad Bolívar, Usme, Bosa y Kennedy, impulsó la creación de festivales al parque para géneros musicales como salsa, jazz y opera. Contribuyó, también, a la creación de pequeñas y medianas productoras que graban y distribuyen el trabajo de agrupaciones debutantes y provocó que el mundo académico entendiera el rock como un fenómeno social, histórico y cultural que merece ser estudiado.

Un festival con potencial político

Lo que vendría en los años siguientes a esta experiencia personal de 1999 sería un aumento progresivo de decibeles: Masacre, Neurosis Inc, Purulent, Soulburner, Toxic, entre otros sonidos nacionales que fueron replicados en conciertos más pequeños realizados en el centro de la ciudad que provocaron que Bogotá se volviera más atractiva para agrupaciones internacionales.

El rock y del metal colombiano se caracterizan por tener conciencia de su propio tiempo y posicionarse críticamente frente a él. Esta “multitud furiosa” se ha manifestado abiertamente en contra de las injustas condiciones socio-políticas que experimenta nuestro país. En ese sentido, Rock al Parque no solo es un espacio musical, sino también político.

Pese a los múltiples intentos de domesticación de las administraciones de turno, la capacidad de resistencia de Rock al Parque sigue intacto.

La postura contestaria es una de las principales características del rock. En Historia del siglo XX, Eric Hobsbawm asegura que una de las características del rock and roll fue adquirir una consciencia “(…) de su propia identidad en las sociedades industriales modernas”, lo que le permitió convertirse en un medio universal para “(…) expresar los deseos, los instintos, los sentimientos y las aspiraciones”.

Cada año vemos el pulso que las bandas y artistas le toman al país a través de las letras de sus canciones, de sus puestas en escena, de los discursos que emiten. Pese a los múltiples intentos de domesticación de las administraciones de turno, la capacidad de resistencia de Rock al Parque sigue intacto.

La edición número 25 contó con varias bandas que llamaron la atención sobre algunas de las problemáticas sociales y políticas que aquejan a nuestra sociedad: Channel One SoundSystem rechazó el asesinato de líderes sociales, El Sagrado denunció los abusos policiales, especialmente contra los skaters, Los Sordos se manifestaron en contra del servicio militar, Angra hizo un llamado contra el deterioro ambiental y Fito Páez invitó a la unidad latinoamericana.

Le recomendamos: El rock y nosotros que lo queremos tanto.

Nacer, crecer, nunca morir

El rock y el metal se han convertido en fuentes que buscan canalizar los conflictos sociales por vías alternativas a la violencia. Visto en perspectiva, Rock al Parque fue el producto social y cultural de una sociedad que entró en una búsqueda de aperturas democráticas a través de la Constitución de 1991, el rechazo a las dictaduras que fueron cesando durante la década de los ochenta en el continente, la caída del muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría, así como la búsqueda de una ventana de oportunidad para que las agrupaciones se posicionaran en la escena mundial.

El rock se niega a morir y este año quedó comprobado en Rock al Parque

Foto: Cortesía Kevin Rodríguez
El rock se niega a morir y este año quedó comprobado en Rock al Parque.

En la edición de este año, las masivas asistencias en las presentaciones de Tarja Turunen, Angra, Tenebrarum, Sodom, y Deicide y la conmoción que despertaron los espectaculares cierres de Fito Páez y la Orquesta Filarmónica de Bogotá corroboran que Bogotá tiene alma metalera y corazón rockero.

Como señaló Fito Páez, Rock al Parque se convirtió en la “(…) gran reserva estética de un género que no deja de ser declarado por muerto”. El festival persiste gracias a su fiel escena metalera, al sistema cultural rockero que lo soporta y al valor patrimonial e identitario que ha alcanzado en sus veinticinco años. Aunque Juanes crea que debería cobrarse para que sea ‘valorado’, los jóvenes han demostrado que lo entienden como un espacio donde pueden canalizar su descontento de forma pacífica.

Alcanzados los 25 años, quedan retos por delante más allá de los elementos accesorios como tener o no una pasarela en la tarima, o tener un artista que movilice masas como Juanes. Algunos interrogantes que acosan a este legendario festival son: ¿Puede el festival soportarse en una política pública que estimule la producción cultural en Bogotá y el país? ¿Cómo responder a las necesidades de las nuevas generaciones sin perder su esencia? Será necesario abordar estas incesantes inquietudes para seguir gritando con el puño arriba “larga vida al rock and roll”.

*Historiador, Universidad Nacional de Colombia. Magister en ciencias políticas, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales.
@Oscar_MuRam

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