Resultados contundentes: ventaja superior a 10 puntos, una oposición que tiende a institucionalizarse, una clientela electoral que apostó al asistencialismo petrolero. Queda Chávez para mucho tiempo todavía.
Óscar Murillo Ramírez
La huella del chavismo
“20 años no son nada”, [1] afirmó Hugo Chávez días antes de las pasadas elecciones del 7 de octubre. Sin embargo, sí lo serán de ahora en adelante para una Venezuela en donde las formas de hacer política, las instituciones, los canales de acceso al sistema político y los actores sociales con ciudadanía política han sido profundamente modificados y perdurarán durante largo tiempo.
![]() ![]() La huella que dejará el chavismo en Venezuela podría compararse, con todas las precauciones del caso, con el que dejó Juan Domingo Perón en Argentina. Fotos: donpalabraz.com y semanarioelplaneta.net |
Las políticas sociales que han marcado toda la década pasada y cuyo surgimiento coincide con el colapso del sistema de partidos y el final de la época del pacto de Punto Fijo iniciado en 1958 dejarán una huella difícil de borrar a partir de 2019, independientemente de quien alcance la presidencia después de ese año.
Una marca que deberán enfrentar todos los actores que compitan en el campo político. Tal como lo sugiere el reconocimiento expreso de Henrique Capriles a las misiones sociales, durante la reciente campaña electoral, a diferencia de las campañas opositoras anteriores.
Perón, versión 2.0
La huella que dejará el chavismo en Venezuela podría compararse, con todas las precauciones del caso, con el impacto profundo y duradero que dejó Juan Domingo Perón en el sistema político de Argentina.
Antes de 1943, ese país afrontaba una aguda recesión económica con fuerte desempleo. En ese contexto y tras el golpe militar, desde la Secretaria de Trabajo y Protección se tomaron medidas redistributivas como el aumento de sueldos, la disminución progresiva de la inversión extranjera — lo cual traería nuevos problemas económicos que produjeron aún mayor inestabilidad política — , pero sobre todo la aplicación de políticas abiertamente asistencialistas, administradas por el propio movimiento sindical [2].
El peronismo cifró su éxito en la capacidad de resolver problemas concretos y aplazados de tiempo atrás, permitiendo a los trabajadores el acceso a los beneficios del Estado, ya no a través de la formalidad de los derechos ciudadanos o de la representación por medio de partidos políticos, sino por intermedio de sus organizaciones sindicales [3].
Algo relativamente similar ha ocurrido en Venezuela. Chávez ha sido capaz, al igual que el peronismo, de otorgar ciudadanía política a sectores movilizados y en situación de exclusión socioeconómica, quienes no obtenían los beneficios del modelo rentista de Acción Democrática y COPEI, los cuales profundizaron sus precarias condiciones con la aplicación de las reformas de ajuste, durante las décadas de los ochenta y noventa.
Mediante mitos nacionalistas y el uso público de la historia, ha estimulado un fuerte sentido de pertenencia en la comunidad política. Ya impactó de manera directa las condiciones de vida de millones de venezolanos. Les abrió canales de acceso a beneficios estatales por fuera de los partidos políticos, incluso del PSUV que es el partido oficial, inicialmente a través de las Misiones Sociales y otras organizaciones como los Círculos Bolivarianos, y posteriormente con los Consejos Comunales.
La base social chavista es un sector social distinto del que surgió con el modelo rentista que buscaba maximizar la renta petrolera estatal, aumentar la demanda interna, generar empleo y, sobre todo, sindicalizarse tal como ocurrió con la Central de Trabajadores de Venezuela, CTV. Esta base social chavista es un sector que proviene de la informalidad laboral, no incorporada en la producción petrolera y sus beneficios, marginada del sistema político, y que se movilizó sociopolíticamente a partir del Caracazo de febrero de 1989.
Esta ubicación histórica es de gran utilidad puesto que un ejercicio de elector racional, ante un orden de preferencias marcado por los beneficios de inclusión obtenidos durante la pasada década y ante la posibilidad de dos opciones, una de las cuales promete mantener lo hecho pero mejorándolo –Capriles- y aquella que fue la creadora de los cambios –Chávez-, resulta comprensible que el electorado se inclinara por la última.
La jornada y sus resultados
Lejos de lo que vaticinaron algunos medios de comunicación, la jornada electoral del pasado 7 de octubre se desarrolló en total tranquilidad. Salvo algunos disparos aislados y sin víctimas que se oyeron cerca del Consejo Nacional Electoral tras conocerse los resultados y algunas denuncias en puntos de votación específicos, no hubo ninguna “guerra civil” oficial, ni declaratorias de fraude por parte de los opositores.
![]() Mediante mitos nacionalistas y el uso público de la historia, ha estimulado un fuerte sentido de pertenencia en la comunidad política. Foto: Telesur |
Tal como sostuve en la edición anterior de Razón Pública, una característica no señalada en los análisis de la campaña electoral fue la aceptación de las reglas institucionales que hicieron ambos contendores. Algo que se comprobó en los hechos y que se apreció al final de la jornada en los discursos de aceptación de los resultados por parte de uno y otro candidato.
Chávez ha sido capaz, al igual que el peronismo, de otorgar ciudadanía política a sectores movilizados y en situación de exclusión socioeconómica.
Los 8’136.964 votos que obtuvo el candidato–presidente Chávez son muy significativos, aunque por debajo de los diez millones prometidos al inicio de la campaña y de diferencias porcentuales otorgadas por encuestadoras generosas como Hinterlaces, que otorgaba 18 puntos de ventaja entre agosto y septiembre.
El primer hecho importante: el candidato ganador logró remontar una diferencia sustancial, al pasar de la incertidumbre que produjo la posibilidad de su ausencia en las elecciones a inicios de año, a dar la sorpresa como un candidato fortalecido físicamente y sin sombras del desgaste que podría esperarse razonablemente, tras 14 años en el poder.
En segunda instancia, las recientes elecciones mostraron una tendencia al estancamiento electoral del oficialismo, aunque otorgaron el triunfo al actual presidente, que se mantendrá hasta 2019 en el Palacio de Miraflores. En las pasadas elecciones de 2006, 7’309.080 venezolanos votaron por Chávez, 827.884 votos menos de los obtenidos el pasado 7 de octubre.
Aunque en las elecciones de 2006 frente a Manuel Rosales esos siete millones equivalían al 62,85 por ciento del total de la votación, en las recientes elecciones los ocho millones de votos representan tan solo un 55,15 por ciento.
Una tendencia que se agrava al considerar que, además del aumento en el universo de votantes, hubo un aumento en la participación que redujo en 5,9 por ciento la abstención, marcando la más baja de las últimas elecciones.
En síntesis el chavismo aumentó su número de electores reales, pero redujo su votación proporcional en términos generales.
Salvo en Táchira y Mérida donde triunfó Capriles, con 56,26 y 51,06 por ciento respectivamente, la mayoría de los Estados venezolanos acompañaron la reelección de Chávez.
En una mirada un tanto más detallada de algunos de ellos, resulta interesante constatar que el núcleo más fuerte de la votación oficialista se encuentra ubicado en los llanos en donde, a excepción de Anzoátegui, la ventaja a favor de Chávez resultó abultada porcentualmente (Apure, 32,91; Barinas, 19,02; Cojedes, 31,39; Guárico, 35,17; Monagas, 17,29; Portuguesa, 42,55).
En otros Estados, en cambio, la oposición acortó las distancias porcentuales, sobre todo en aquellos ubicados cerca de la costa Caribe y de la capital, zonas cuya característica principal es poseer la concentración demográfica más alta de Venezuela (Zulia, 7,05; Miranda, 0,46; Lara, 3,68; Carabobo, 9,61; Bolívar, 8,16).
La campaña de Capriles
Los resultados obtenidos en el Estado de Miranda, por ejemplo, junto a la reducción porcentual de la votación chavista, muestran que no hubo la “pulverizada” prometida desde la orilla oficialista.
![]() Las recientes elecciones mostraron una tendencia al estancamiento electoral del oficialismo. Foto: Reportero 24 |
Los 6.468.450 votos que obtuvo Capriles estuvieron muy por encima de los 4’292.466 de Manuel Rosales en 2006. El 36,91 por ciento obtenido entonces fue ampliamente superado por el 44,25 por ciento del pasado 7 de octubre.
Los resultados no son nada negativos para una oposición que venía de abstenerse en las elecciones parlamentarias para el periodo 2006 – 2011 y en ascenso relativo desde las elecciones regionales de 2008, considerando, además, que durante la campaña hubo fisuras en el seno de la Mesa de Unidad Democrática y que llevaron a cuatro partidos políticos (Piedra, Pana, Manos por Venezuela y Unidad Democrática) a retirar el respaldo a la candidatura de Capriles.
El reto mayor de la oposición será conservar justamente la unidad relativa alcanzada. De los votos obtenidos por Capriles, un 14,68 por ciento se realizó por la Mesa de Unidad Democrática, seguido de un 12,31 por ciento de Primero Justicia, organización a la cual pertenece el propio Capriles [4].
De manera que la estabilidad que reduzca la volatilidad electoral y el enraizamiento ideológico de la coalición, más que de sus facciones, serán los indicadores del grado de institucionalización que habrá alcanzado el sistema de partidos.
Una ventaja estratégica de la candidatura opositora fue evitar la polarización de campañas electorales pasadas, reconociendo los avances del gobierno Chávez; polarizar presentándose como un candidato antagónico, tal como lo hizo María Corina Machado en las elecciones primarias, hubiera constituido un auténtico suicidio político.
El candidato ganador logró remontar una diferencia sustancial, al pasar de la incertidumbre que produjo la posibilidad de su ausencia en las elecciones a inicios de año.
Sin embargo, ello creó una tensión que Capriles no logró resolver bien: reconocer los avances, pero presentando un escenario actual en donde la desesperanza era el mensaje implícito en sus piezas publicitarias. Un intento fallido por atraer el voto chavista beneficiado por las políticas sociales, junto con el voto del antichavismo.
Los retos de Chávez
Durante el periodo 2013 –2019, los retos del gobierno Chávez se concentran en superar los saldos en rojo de su gestión:
- En materia de seguridad, corresponde al gobierno elaborar un plan más estable que reduzca los índices de homicidio e inseguridad que aquejan a Venezuela.
- Aunque los logros en materia de vivienda han tendido a mejorar, aún persiste un déficit, y la promesa de construir 2,6 millones de casas en los próximos seis años que triplicará el número de unidades realizadas durante estos 14 años [5]. Este reglón sugiere ciertas limitaciones del modelo económico aplicado en Venezuela: aunque se trató de construir un número mayor de viviendas, y para ello se nacionalizó algunas empresas del sector, particularmente las de cemento, esto no redundó en mejoras sustanciales en el mediano plazo.
- Convendría, entonces, considerar la participación y ampliación de la iniciativa privada para mejorar los resultados aunque se mantenga el papel preponderante del Estado.
- De otra parte, el gobierno deberá considerar con mayor atención los cambios políticos que se están produciendo en Venezuela y el surgimiento de una nueva ciudadanía juvenil. Los seis millones de votos algo deben decir y el reto consistirá en abrir canales de consenso, algo que por los discursos posteriores a las elecciones del pasado domingo parece poco probable, pero sobre lo cual habrá que insistir si se desea mantener la perspectiva del proyecto bolivariano más allá de 2019.
- De lo anterior se desprende otro de los retos políticos mayores: renovar los liderazgos. Aunque se superó la posible ausencia de Chávez en estas elecciones, es seguro que para las próximas será difícil contar con él. De las toldas oficialistas deberán surgir nuevos liderazgos, un personal político más allá del propio Chávez, si aspiran a continuar en el poder.
En ese sentido, las elecciones regionales de diciembre próximo serán el primer intento de proyectar figuras del chavismo de primera línea como Adam Chávez en la gobernación de Barinas y Elías Jaua, quien tendrá como contendor a Henrique Capriles, ya inscrito para la reelección en su Estado de Miranda.
El nombramiento de Nicolás Maduro como vicepresidente abre igualmente un camino hacia la renovación. Un liderazgo personalista y excesivamente concentrado no resultará favorable en el largo plazo para la continuidad de este experimento político en una Venezuela que, pese a las contingencias, ya quedó marcada por dos décadas en el poder de Hugo Chávez.
* Historiador de la Universidad Nacional de Colombia y maestrante en Ciencias Políticas de la Facultad Latinoamericana en Ciencias Sociales, FLACSO-Quito.
@oscarmur