Harold Bloom.
Traducción: Antonio Lastra y Javier Alcoriza.
Madrid: Trotta, 2009.
Reseña escrita por Gabriel Rudas
El crítico literario estadounidense Harold Bloom se ha hecho famoso en los últimos tiempos por sus declaraciones polémicas sobre la literatura actual. Sobre todo, ganó reconocimiento en el ambiente literario anglosajón por sus furiosas críticas contra autores de best-sellers como Stephen King o J.K. Rowling (un pequeño texto contra Harry Potter, titulado “¿Pueden equivocarse 35 millones de compradores de libros? Sí”, todavía genera controversia). En el ámbito académico es conocido también por sus interpretaciones sobre Shakespeare y sus ensayos sobre religión, pero sobre todo por sus ataques a las críticas literarias feministas y a las interpretaciones lingüísticas, psicoanalíticas y políticas de los textos literarios. Frente a estas propuestas dominantes en la academia, que él llamó “Escuela del Resentimiento”, ha dedicado sus esfuerzos recientes por defender lo que ha llamado el Canon Occidental: las obras que la tradición ha consagrado como las mejores por su calidad estética.
Su tono categórico, hiperbólico y lleno de ironías ha hecho que muchas veces sea clasificado simplemente como un autor conservador, retrógrado y elitista. Sin embargo, su defensa de las obras de la tradición está cimentado en una lectura cuidadosa y un conocimiento profundo del fenómeno literario. Más allá de su reivindicación del Canon literario, en su pensamiento hay propuesta para comprender la literatura y sus mecanismos internos que vale la pena leer con detenimiento. La ansiedad de la influencia, publicado originalmente en inglés en 1973 y ahora presentado por Editorial Trotta en una nueva traducción de Antonio Lastra y Javier Alcoriza, es uno de los libros de Bloom donde mejor está planteada su teoría de la lectura.
La propuesta de Bloom en La ansiedad de la influencia parte del punto de que la escritura literaria es ante todo un acto de lectura. Los escritores, aun cuando aparentemente expresan percepciones de la realidad o experiencias vitales, están haciendo una referencia velada a textos literarios anteriores. Esto significa que el lector crítico debe encontrar “los caminos ocultos que conducen del poema al poema” y navegar por las relaciones entre los textos sin intentar hallar una verdad final en ellos.
Para Bloom el hecho que cada escrito remita a otro hace que toda obra literaria se enfrente con una contradicción: la fuerza estética de un texto está en su originalidad, en poder decir algo nuevo; pero cuando se enfrenta con la tradición literaria, el escritor se encuentra con un mundo superpoblado de libros y autores que ya lo han dicho todo. El escritor debe entonces encontrar una estrategia para diferenciarse, abrirse un lugar en esa tradición. Así, la historia de la literatura no es simplemente una sucesión de obras, temas o imágenes, sino que se parece más a una lucha a muerte de cada escritor fuerte por su supervivencia frente al pasado. La paradoja de este proceso es que, al negar el pasado, al contradecir la tradición, los escritores más recientes no se están liberando de la influencia de sus precursores sino que la están afirmando mucho más fuertemente. Para Bloom, es en el desvío, en la transformación y en la ruptura donde aparece la influencia poética más claramente y la tradición se consolida con más vehemencia.
La ansiedad de la influencia está dividido en seis capítulos que corresponden a las diversas maneras en que los poetas intentan diferenciarse del pasado. Bloom llama a estas estrategias cocientes revisionistas, y los bautiza con palabras tomadas de varias tradiciones eruditas (los clásicos latinos, la tradición hebrea, la biblia, etc.). Al principio se puede pensar que el libro va a ofrecer un método mecánico para aplicar al problema de la influencia literaria. Pero pronto se evidencia que, más que una explicación técnica, Bloom hace una exploración metafórica y literaria de su concepción de la poesía. Para ello elabora una lectura deliberadamente arbitraria de pensadores como Freud, Descartes o Nietzsche, a quienes lee como si sus textos fueran analogías sobre la escritura poética; y por otro lado se apropia de la obra de los ingleses John Milton y William Blake como si en vez de poetas fueran historiadores de la literatura.
Bloom sostiene que el problema de los escritores cuando se enfrentan a la tradición se parece al drama del Satán de El paraíso perdido de Milton. La creación es hermosa y deslumbrante, pero en esa perfección no hay espacio para algo nuevo. Así, el poeta, como Satán, debe rebelarse y ser expulsado de ese mundo perfecto que ha encontrado; en ese proceso, el poeta debe hacer como Satán y desviarse de la creación para conformar un espacio propio poético para encontrarse a sí mismo. Eso significa que el poeta debe enfrentarse al poeta o a los poetas anteriores que ejercen una influencia sobre él y convencerse de que hay una equivocación en ellos. El poeta tiene que intentar “matar” a sus padres poéticos (como en Freud el niño mata al padre), y para ello debe hacer lo que Bloom llama una “malinterpretación”: el nuevo escritor no debe leer la tradición correctamente sino hacer una lectura deliberadamente incorrecta pero creativa. La idea es interpretar a los grandes escritores del pasado como su hubiera un error en ellos o su propuesta estuviera incompleta, y convencerse de que él está corrigiendo su escritura. Lo que implícitamente hace todo escritor con la tradición literaria es releerla de tal modo que pueda marcar una diferencia. Pero para Bloom la cuestión es que un escritor nunca logra acabar con el pasado; es decir, nunca logra demostrar su originalidad. Así que la literatura no es la superación de “la ansiedad de la influencia” sino que es una manifestación de esa ansiedad.
A lo largo del libro el autor aclara que él no está pensando que los escritores de carne y hueso sientan en efecto esta ansiedad frente a la tradición. Lo que está proponiendo Bloom es una manera de leer la literatura. En un interludio que incluye hacia la mitad del libro, Bloom explica que su propuesta es en realidad una forma de leer creativamente: el lector crítico de literatura debe trazar esos caminos de influencia entre escritores, y al mismo tiempo debe él mismo leer como si fuera uno de los poetas que se abre un espacio en la tradición; debe hacer lecturas desviadas y creativas donde encuentre su propio espacio. Así, para Bloom no hay interpretaciones correctas o incorrectas de un libro, sino “malinterpretaciones” fuertes y débiles.
Cuando se publicó la primera edición en inglés hace 27 años, el libro estaba enfrentándose principalmente a los intentos de la academia por hacer una ciencia de la literatura. La semiótica, el psicoanálisis y ciertas corrientes del marxismo pretendían dar cuenta del fenómeno literario como algo que se podía reducir a unas categorías fijas sociales, psicológicas o lingüísticas. Con el tiempo esas tendencias han sido muy revaluadas (aunque extrañamente en Colombia todavía persisten en algunos ambientes intelectuales). Sin embargo, hoy en día el libro puede ser leído de dos maneras diferentes que le dan cierta actualidad.
En primer lugar, es refrescante encontrar una defensa del valor estético que tenga sus propias dinámicas y que no se reduzca a una cuestión de gusto o de ideologías. Actualmente en la crítica académica impera la tendencia a considerar lo estético como algo arbitrario producto de la dominación social, como el reflejo de una política conservadora, o en todo caso como algo menos importante que el estudio y la reivindicación de la cultura de masas. El texto de Bloom se vuelve entonces un argumento en contra de esta tendencia generalizada. Éste es el enfoque que el autor le da a su libro en una introducción de 1997, incluida en la nueva traducción. Allí Bloom relaciona su lectura de la influencia poética con sus más recientes defensas del Canon literario, y hace explícito su rechazo a las tendencias críticas actuales en boga. Para Bloom los críticos literarios académicos de hoy son moralistas, lectores mediocres o malos imitadores (es decir, lectores débiles) de filósofos como Jaques Derrida y Michael Foucault, a quienes leen como si fueran más importantes para entender la literatura que leer la literatura misma.
Por otra parte, en este prólogo Bloom también hace una interpretación de la obra de Shakespeare desde la perspectiva de su idea de la influencia poética. Según Bloom, Shakespeare se enfrentó literariamente al otro gran dramaturgo inglés de su tiempo, Marlowe, y allí encontró su genio literario. Marlowe había hecho dramas de una retórica muy efectiva a través de la creación de grandes caricaturas de personajes; con esto había conseguido una comunicación especial con el público y conquistado una libertad creativa sin precedentes. Shakespeare al principio imitó a Marlowe pero, para poder encontrar su propia manera de escribir a medida que maduraba como escritor, se alejó de la retórica y de las caricaturas de su precursor. Al buscar una alternativa de escritura, Shakespeare creó personajes complejos, cambiantes y, sobre todo, con un yo interior profundo. Para Bloom este descubrimiento es el eje de la genialidad de Shakespeare y lo que lo convierte en centro de todas las influencias poéticas posteriores, es decir, el centro de la tradición literaria occidental. Una afirmación tan radical como ésta es muy discutible. Pero la inclusión de esta interpretación como prólogo a La ansiedad de la influencia pone de relieve un aspecto del libro que lo hace relevante más allá de los debates sobre literatura que sólo interesan a los especialistas: es en Shakespeare y no en Lutero o en Calvino donde nace la idea de un yo interno. Es más, para Bloom el valor de la literatura en general no es su potencial social o moral sino su poder para la creación de un espacio interior.
La interpretación de la literatura como una batalla por un espacio en la tradición a través de la originalidad implica que leer es más un acto de afirmación del sujeto en soledad que un acto colectivo de comunidad. La defensa de este tipo de lectura es, en últimas, la defensa de la supervivencia del yo más allá de lo social. Esto hace que el libro de Bloom pueda ser leído como una reivindicación del individuo, en la tradición de otros ensayistas estadounidenses como Thoreau y Emerson (tal como señalan los traductores en su nota preliminar). A pesar de que aparentemente es un texto que trata específicamente de crítica literaria, se puede entender como una propuesta polémica para comprender el sujeto moderno.
La ansiedad de la influencia es un texto que requiere dedicación y varias lecturas. La primera versión en español fue publicada en 1977 por Monte Ávila con el título La angustia de las influencias. Esa traducción, de Francisco Rivera, es bastante meritoria, pero en ocasiones hace el texto aún más oscuro. En la nueva versión los traductores han tenido en cuenta el conjunto de la obra de Bloom, su posición en los diversos debates intelectuales, y las distintas fuentes de las que bebe para construir sus conceptos. Por eso, se trata de una versión más rigurosa que permite tanto una lectura más fluida como percibir mejor las diferentes facetas de la propuesta de Bloom. En ese sentido habría sido interesante que los traductores hubieran incluido algunas notas aclaratorias sobre la escogencia de ciertos términos en momentos difíciles del libro; esto sucede en la traducción de las dos introducciones pero no en el cuerpo principal del texto, donde hubiera sido más útil.
La nueva publicación del libro es, en todo caso, una ocasión para releerlo. Pero sobre todo es una oportunidad para pensar las propuestas de Bloom como un aporte a los debates actuales sobre el valor del arte y sobre la idea contemporánea de individuo.