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Colombia, una economía superficial en una sociedad superficial

Escrito por Jaime Acosta

Sector Eléctrico.

Jaime AcostaEl crecimiento lento e inestable del ingreso de los colombianos se debe a que dejamos pasar medio siglo de oportunidades para subirnos al tren de la innovación, la educación y la política industrial. Pero tuvimos -y tenemos- sus remedios.  

Jaime Acosta Puertas*

¿Nuevas oportunidades?  

La bonanza minero-energética no sirvió para impulsar un proceso de re-industrialización basado en nuestras capacidades de creación de conocimiento, creatividad e innovación, que responda a nuevas realidades globales y en especial a:

  • Los cambios tecnológicos acelerados a raíz de la Gran Recesión de 2008 con el surgimiento de las industrias 4.0;
  • La conciencia en aumento sobre la necesidad de proteger el medio ambiente está derivando en el negocio emergente de las industrias ecológicas; 
  • El fin del ciclo del crecimiento sustentado en el comercio internacional, dado que este se detuvo en seco desde hace ya cinco años. De esta manera, Colombia dejó pasar la oportunidad que aprovecharon China y los demás “países  emergentes” para crecer a base de exportaciones industriales hacia los grandes centros de consumo. La restructuración de nuestra economía no se ha dado porque no se ha realizado el tránsito a nuevos sectores industriales y de servicios sofisticados que se apoyan en el conocimiento y la innovación.

Colombia, en efecto, lleva ya 47 años sin política industrial. Pero la política industrial que sí tuvimos, expiró en 1991. Por consiguiente la mayor responsabilidad por lo que ha sucedido desde entonces corresponde al modelo económico de hoy.

En efecto: la política económica de Colombia no responde a las necesidades de un país cuya población aumenta con rapidez, con periferias urbanas y rurales que reclaman el pago de una gran deuda social, y cuyo crecimiento ya no puede sostenerse sobre la bonanza que pasó. O sea que la economía colombiana no puede vivir de las posverdades del “país milagro”, del “país de moda”, del país regalado a la confianza inversionista, y con locomotoras sin rieles.

Los argumentos del gobierno no son creíbles, y menos los de la oposición: ambos administraron mal la bonanza, no reconocieron que el exceso de divisas abarató las importaciones pero arrasó con la industria nacional (es la llamada “enfermedad holandesa”), y nada hicieron para reestructurar la economía una vez el boom expirara.  

El mundo en 7.0, Colombia en 0.0

Economía extractivista.
Economía extractivista. 
Foto: Congreso de la República de Colombia 

Hasta mediados del siglo XX los economistas estuvieron convencidos de que el crecimiento se debía al ahorro, la inversión de capital o el aumento de la fuerza de trabajo. Pero entonces se encontró que estos factores explicaban apenas una pequeña parte de las cifras históricas sobre aumento del PIB, y que los avances tecnológicos eran en realidad el gran  motor del desarrollo económico.

De esta manera  en los años 1950 surgieron los modelos de innovación en el mundo – que hoy ya están en su séptima generación-. Si el modelo de las décadas de 1950 y 1960 se conoce como de “innovación 1.0”, hoy  hablamos del modelo 7.0, y de la cuarta revolución industrial: las industrias 4.0 y las industrias de las tecnologías ecológicas.

El modelo “neoliberal” de 1991 sencillamente le quitó al Estado la iniciativa y la capacidad para innovar y emprender en sectores productivos y en áreas tecnológicas estratégicas. 

Colombia ha estado casi del todo al margen de esta historia porque no hemos superado el modelo extractivo, donde la innovación tiene poco espacio. Estas actividades primarias o extractivas no conducen al desarrollo acelerado ni generan suficiente riqueza para elevar el bienestar de todos.  Esta es una especie de modelo de innovación 0.0, porque Colombia no desarrolló un centro de investigaciones en minería de carbón, y menos industrias para esa cadena de valor.

Los modelos iniciales de innovación (el 1.0 y el 2.0) sirvieron para impulsar sectores estratégicos (acero, bienes de capital, automotriz, plásticos, químicos, electrónica…) respaldados por capacidades sólidas en educación e investigación para la innovación. Pero la política industrial de Colombia- cuando la tuvimos- no desarrolló capacidades suficientes para el aprendizaje.      

Por eso el lento crecimiento de nuestra economía se debe sobre todo al rezago acumulado en materias de educación, ciencia, tecnología, innovación y emprendimiento –así como en sus instituciones respectivas-. Y el crecimiento económico lento se traduce y se agrava en un círculo vicioso con la escasa inversión en infraestructura, en energías alternativas y en talento humano para saltar a una senda superior de crecimiento.

El modelo “neoliberal” de 1991 sencillamente le quitó al Estado la iniciativa y la capacidad para innovar y emprender en sectores productivos y en áreas tecnológicas estratégicas.

Y esta a su vez es la razón por la cual el modelo de innovación 3.0 (interacción entre industrias, universidades y Estado), luego el de redes (4.0), después los sistemas nacionales y regionales de innovación 5.0, y finalmente las generaciones 6.0 y 7.0 que aluden al innovador y al emprendedor individual, solo han sido aproximaciones.

Para tener alguna ilustración, menciono aquí un ejemplo entre los muchos que demuestran la ausencia de política industrial que mantiene a Colombia en el atraso. Es el ejemplo de las muchas innovaciones en el campo de la salud efectuadas por colombianos de la diáspora y algunos desde acá (Llinás, Barraquer, Reinolds, Hakim,…), cuyos inventos hubieran derivado en nuevas empresas innovadoras (“start ups”) si el Estado colombiano hubiera adoptada las políticas correctas en materia industrial, de ciencia, tecnología, innovación y emprendimiento.

Diagnóstico a medias

Los exministros Guillermo Perry y Rudolf Hommes escribieron cosas importantes en sus columnas del pasado domingo en El Tiempo.

Perry: “La casi totalidad del crecimiento de la última década y media se debió a factores externos: altos precios de los productos de exportación y alta tasa de inversión extranjera. Y poco a esfuerzos propios. De hecho, la ‘productividad’ laboral de la economía (cuánto produce un trabajador en promedio) ha estado virtualmente estancada. Por eso, crecemos apenas al 2 %, o menos, y hay tanta desazón”.

Y luego resume los resultados del último informe del Consejo Privado de Competitividad, así: “Un trabajador en Colombia produce menos de la mitad que en Chile y menos de la cuarta parte que en EE. UU. Por eso, el ingreso promedio de los colombianos es apenas algo más de la mitad del chileno y bastante menos de la cuarta parte que el de los gringos. El poco crecimiento de la productividad entre el 2002 y el 2016 fue por aumentos de la productividad de algunas empresas líderes, que no se generalizaron ni difundieron al resto de la economía. Deficiencias en infraestructura de transporte y en calidad de educación, salud e instituciones (derechos de propiedad, seguridad jurídica, justicia) tiene su cuota de responsabilidad”

“Este panorama desolador se debe a que, los gobiernos de Uribe y Santos se atragantaron con los recursos petroleros y descuidaron los fundamentos del crecimiento económico a largo plazo. De ahí que el período 2002-2016 muestre un progreso social que poco tenía que ver con la calidad de las políticas económicas y sociales. Una década y media perdida para el crecimiento futuro”.

Hommes, tras asistir a la presentación de un informe sobre el caso de Singapur, rescata lo siguiente: “no existe en Colombia una estrategia bien definida de desarrollo productivo ni una entidad encargada de formularla en coordinación con otras entidades del sector público y del sector privado. Ni tiene un fondo con dineros públicos para establecer centros de investigación en sectores específicos, que generen innovación en las industrias y atraigan inversión en investigación y desarrollo.”

 “Lo importante es entender que el Estado colombiano no está diseñado para fomentar y acelerar el desarrollo económico. Si no cambia la organización del Estado es posible que no salgamos del pantano de bajo crecimiento en el que nos encontramos.”

Pero ninguno de los dos exministros dicen que la productividad y la reorganización del Estado, como lo indica la experiencia de los países avanzados y emergentes, requiere de una política industrial respaldada en capacidades en educación, ciencia y tecnología para la innovación y el emprendimiento.

La bonanza petrolera debió “sembrarse” a través de una política industrial, con inversiones masivas en conocimiento y en investigación.

Pero en 1991 dijo Hommes que la mejor política industrial es no tener política industrial, y con eso se llevó por delante la industria y la agricultura, la calidad de la educación y el desarrollo de fuertes capacidades en investigación.

Hoy Colombia es una economía superficial, de franquicias, comercio e importación absoluta de tecnología, arrinconada en errores de concepto y de política, y con instituciones blandas perforadas por el clientelismo y la corrupción.   

Para salir de la superficialidad

Rudolf Hommes, ministro de Hacienda del gobierno de Gaviria.
Rudolf Hommes, ministro de Hacienda del gobierno de Gaviria. 
Foto: Wikimedia Commons 
  1. Reorganizar el Estado implica revisar la Constitución para adoptar un proyecto nacional de desarrollo de largo plazo, y superar la enfermedad de que el mañana no existe. En ese marco el bien común debe estar por delante del mercado y sus agentes, aunque por supuesto trabajando con ellos desde sus respectivos espacios.
  2. Necesita un Estado emprendedor que lleve a cabo una política industrial para desarrollar sectores productivos y áreas tecnológicas estratégicas, en asocio con empresarios, universidades y las regiones. Las industrias 4.0 y las industrias ecológicas se deben a Estados emprendedores que intervienen estratégicamente en el desarrollo industrial, en conocimiento e innovación: Alemania, Estados Unidos, China, Japón, Francia, Brasil, países nórdicos. Decir lo contrario son posverdades colombianas de los últimos 25 años.
  3. Ecopetrol tiene un saldo de ineficiencia y de corrupción por explicar con Reficar, Bionergy y la promesa incumplida de modernizar la refinería de Barrancabermeja, con lo cual en cinco años el país se hubiera ahorrado 22 mil millones de dólares en importaciones que hubieran servido para nuevos desarrollos productivos y en capacidades. El Instituto Colombiano del Petróleo es un “recinto secreto” de investigación cuando debería irrigar desarrollo por todo el país, como Petrobras en Brasil.  
  4. La venta de Isagén fue el mayor despropósito de la política económica de Santos, porque se perdió la empresa pública que hubiera liderado el salto a las energías alternativas.
  5. La educación no puede responder a un proyecto de un nuevo Estado, de una economía y de una sociedad del siglo XXI. Todo el sistema debe reestructurarse. Las escuelas de economía industrial deben reabrirse.     

A más de errores en las “políticas de desarrollo”, la crisis de la economía colombiana se mezcla con las del sistema político y el sistema de justicia: el clientelismo y la corrupción que atraviesan la sociedad e invaden el Estado. La sociedad y la economía superficial son insostenibles.

 

*Consultor e investigador independiente C&I. http://www.jaimeacostapuertas.blogspot.com 

twitter@acostajaime

 

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