¿Es posible una nueva integración latinoamericana?
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¿Es posible una nueva integración latinoamericana?

Escrito por Jaime Acosta
posible una nueva integración latinoamericana

Esta es la historia resumida de los procesos de integración regional en América Latina. ¿Será que ahora es posible superar los escollos que frustraron el avance de este viejo proyecto colectivo?

Jaime Acosta Puertas*

Un continente en busca de su nombre

La idea de la integración latinoamericana se originó a partir de la crisis del colonialismo español y portugués, a finales del siglo XVIII y principios del XIX.

Desde entonces, la búsqueda de unidad entre los países de América Latina ha sido producto de diferentes intereses económicos, afinidades socioculturales, vecindad geográfica y una larga y dolorosa historia común. Así se fue gestando una región unida. Durante estos siglos se han puesto en marcha innumerables intentos para la unión en un sistema económico común, cuyo nombre definitivo ha sido objeto de controversias y modificaciones.

Inicialmente Francisco de Miranda, en los albores de la Independencia, ideó el nombre de “Colombia” para señalar, de manera inconfundible y original, a la totalidad de las posesiones españolas en este lado del mundo. La impronta de Miranda es visible en el texto de la Constitución de la primera República de Venezuela de 1811, que se vale del término «Continente Colombiano» como sinónimo de América Hispana, acepción que desde entonces sería común entre los patriotas. Para los protagonistas de aquella gesta, el «Continente Colombiano» era una común perspectiva «nacional».

La Colombia de los libertadores duró hasta 1815. Después, en 1819 se la denominó la «Gran Colombia”. Con la Independencia se acabó la contraposición a España, y en su remplazo vino el expansionismo de Estados Unidos, cuya huella perdura hasta la actualidad. Años después, en 1859, José María Samper propuso La Confederación Colombiana, que iba de México a la Patagonia.

Después pasó mucha agua bajo los puentes de estos países, hasta que todos adoptaron la expresión “América Latina”, que acabó por imponerse en el siglo XX. Hoy por hoy estas palabras aluden a una profunda identificación surgida de un pasado y un presente común de luchas, aspiraciones, intereses, problemas y destinos.

Hoy el nombre de América Latina y el ideal de la integración latinoamericana evocan el propósito de resolver problemas y lograr sueños comunes, sin embargo, no ha sido muy afortunada en promover una activa participación y lograr un liderazgo en el escenario mundial.

Integración para el desarrollo industrial

Durante los años 1960 comenzó una integración de todo el subcontinente, dominada por un espíritu comercial, más que por proyectos políticos, militares, tecnológicos, productivos o de desarrollo territorial. Estos esfuerzos estuvieron dominados por políticas intervencionistas para forjar un espíritu de soberanía en los países de la región.

El primer esfuerzo fue la Asociación Latino Americana de Libre Comercio (ALALC), establecida por el Tratado de Montevideo de 1960, después sustituida por la Asociación Latino Americana de Integración (ALADI), a través del Tratado de Montevideo de 1980.

Hoy el nombre de América Latina y el ideal de la integración latinoamericana evocan el propósito de resolver problemas y lograr sueños comunes, sin embargo, no ha sido muy afortunada en promover una activa participación y lograr un liderazgo en el escenario mundial.

Pero estos esfuerzos tenían dos problemas de concepción muy contradictorios que a su vez dificultaban la integración: (1) Abogaban por una integración económica, pero las economías de cada país seguían protegidas, y (2) Los marcos de integración fueron intergubernamentales y no supranacionales, de modo que las decisiones comunitarias no tuvieron una fuerza definitiva y la vigencia e importancia de los procesos fueron determinados por el movimiento pendular de las ideologías.

Por ejemplo, si los gobiernos de los países más grandes son de derecha o neoliberales, se queda entre el congelador una integración más avanzada y profunda entre los países miembros del respectivo acuerdo (CAN, Mercosur y UNASUR, entre otros); en este caso los acuerdos se reducen a propiciar el libre comercio, sin concretar decisiones comunes y duraderas para el desarrollo de la región y de las economías que la conforman.

Si los gobiernos son liberales, de izquierda o intervencionistas, la integración cobra aliento, pero los dos factores arriba mencionados —no supranacionalidad y no desarrollos profundos, conjuntos y sostenidos en sectores estratégicos— le restan velocidad y vigor a la integración, de manera que al final y de modo paradójico los acuerdos se siguen reduciendo al intercambio comercial según las ventajas de cada país.

Del periodo 1960 – 1990 cabe ante todo destacar el Pacto Andino (después Comunidad Andina de Naciones-CAN), proceso que aspiraba a una unión aduanera, con programas de desarrollo industrial conjuntos (Monómeros Colombo Venezolanos fue un ejemplo) en agricultura, industria, energía, transporte y comunicaciones, entre otros. Para eso la CAN promovía la armonización de las políticas económicas y de industria, agricultura, cambiarias y fiscales, y el tratamiento condicionado a la inversión extranjera.

Se conformó también una organización institucional comunitaria, alguna de carácter supranacional, en temas de ciencia, educación, cultura, salud, trabajo, y seguridad alimentaria, que en su mayoría desaparecieron. Razones políticas, de cambios hacia modelos de mercado abiertos, dictaduras y conflictos militares entre Perú y Ecuador menguaron a la CAN y hoy esta sobrevive con más pena que gloria.

Por otro lado, como fruto de los convenios de ALADI, se firmaron gran cantidad de Acuerdos de Complementación Económica. Entre ellos están el Sistema Económico Latinoamericano y del Caribe (SELA, 1975), el Caricom (Centro América y el Caribe), y el Mercado Común del Cono Sur (Mercosur), con el Tratado de Asunción de 1991. Al final, el Mercosur es el proyecto de integración más fuerte de la región por la presencia de Brasil. Colombia es el país más fuerte de la CAN, pero, por mirar solo al norte se olvidó el sur.

Resumiendo, el marco de integración hasta comienzos de los años 1990 pretendía ampliar los mercados para facilitar un desarrollo industrial endógeno sobre la base de mayores economías de escala y de un más intenso intercambio comercial entre las naciones. Los países más grandes y con mayores capacidades productivas y en conocimiento lograron resultados positivos, pero la mayoría consiguieron poco o nada. En este periodo aparecieron los bancos de desarrollo como el de Centro América y la Corporación Andina de Fomento (CAF), y otros mecanismos relacionados con justicia y política como el Parlamento Andino.

Presente (2001 al 2022): la desintegración neoliberal

En 2004 se creó la Comunidad Sudamericana de Naciones y en 2008 la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR), acuerdos que forman parte de un mismo proceso integracionista.

La UNASUR no pretendía ser un organismo cerrado, razón por la cual promovía consolidar mecanismos de cooperación con otros bloques regionales, Estados y otras entidades internacionales, dando prioridad a proyectos en energía, financiamiento, infraestructura, políticas sociales, seguridad, defensa, ciencia, tecnología, medio ambiente y educación.

Después, en 2010, se creó la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), como sustituto de la ALADI. Este nuevo proceso parecía evolucionar hacia un paradigma holístico de intercambios comerciales y además de concertar políticas sociales y económicas que llevaran al desarrollo autónomo y autosostenido de nuestros países.

Finalmente, el “giro a la derecha” por parte de los gobiernos sudamericanos resultó en la Alianza del Pacífico, en desmedro de Mercado Común del Sur (Mercosur), y después en el Foro para el Progreso e Integración de América del Sur (Prosur), que son nuevos elementos de la des-integración regional.

Para que el proceso tome nuevos rumbos, no se debe hacer caso omiso a los esfuerzos realizados en el pasado, por el contario, hay que revisar los mecanismos previamente adoptados, estudiarlos, retomar algunos bajo nuevas ideas y mejorar otros.

En cualquier circunstancia, la integración está liberada del panamericanismo, cuyos últimos intentos fueron el Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA) y las Cumbres de las Américas, que sobreviven sin pena ni gloria. Ahora las relaciones son entre Estados Unidos y cada uno de los más de treinta gobiernos de la región, en el marco de unas economías abiertas y de un libre comercio asimétrico y sin reparos.

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Foto: Ministerio de Relaciones Exteriores - VI Cumbre de la CELAC 2021 en México. La agenda latinoamericana respecto al nuevo contexto regional y mundial debe girar en torno a la CELAC.

La nueva oportunidad

Hay un nuevo contexto regional y mundial. Una transición hacia un mundo incierto por una combinación de factores económicos, comerciales, políticos, de inequidad e injusticia social en lo nacional y mundial, atados todos a factores geopolíticos y geoestratégicos de nuevo tipo, y todo atravesado por una crisis ambiental de escala planetaria.

Bajo estas circunstancias, la integración solo tendría un futuro promisorio bajo una nueva agenda latinoamericana concertada alrededor de la CELAC, para reconstruir una Alianza del Pacífico más sintonizada con lo que pasa en esta orilla del océano, en la orilla de Asía en el Pacífico, y no solo en relación con Estados Unidos, cuya presencia no ha sido buena para la unión regional y sus propósitos de desarrollo económico.

Asimismo, la nueva fuerza de la región está en el relanzamiento de la UNASUR, con el regreso de Brasil al escenario global y al club de las nuevas potencias en torno a los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), a la Amazonia y a la integración de Suramérica.

En ese contexto habría que ver cómo se acercan México y Brasil, con Colombia haciendo de jugador intermedio, y Venezuela sin las locuras del ALBA y del socialismo del siglo XXI.

La importancia de la historia

Para que el proceso tome nuevos rumbos, no se debe hacer caso omiso a los esfuerzos realizados en el pasado, por el contario, hay que revisar los mecanismos previamente adoptados, estudiarlos, retomar algunos bajo nuevas ideas y mejorar otros.

Estudiar esa historia y traerla al presente es algo que se debe hacer en la integración por venir. Para ello, las primeras decisiones tendrían que ver con una revisión y reestudio de la integración desde la independencia a nuestros días, con énfasis en los últimos sesenta años.

No son tiempos para mesianismos progresistas, sino de pragmáticos visionarios, nacionalistas y de regionalistas globales, que entiendan que la región desarticulada de propósitos comunes es un patio trasero de la humanidad y la razón de su propia autodestrucción, porque el neoliberalismo salvaje desintegró la región.

Los temas por tratar en una integración continental podrían ser: reindustrialización basada en ciencia, tecnología, innovación y educación, medio ambiente en torno a la Amazonía, soberanía alimentaria, el mundo rural y urbano sostenibles, fronteras y emigración, transición energética, cultura y una agenda social en torno a dos o tres temas principales, críticos y comunes.

La nueva aventura integracionista debe definir la supranacionalidad de los procesos para evitar las interrupciones perversas que han ocurrido en los últimos treinta años.

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