Esta vez el debate se refiere al Acuerdo de la Habana, pero se trata de un asunto duradero. El “género” no se reduce a la naturaleza, y nadie debe imponer su convicción particular como una norma obligatoria para todos.
Elías Sevilla Casas*
Género e ideología
La “ideología de género” hizo su entrada oficial en la contienda política colombiana, porque varias iglesias cristianas tomaron partido abierto por el No al Acuerdo de La Habana que según ellas iba a adoptar esa “ideología” inaceptable, y porque sus voceros, junto con el ex procurador, están ahora negociando con el gobierno.
En un artículo anterior de Razón Pública propuse desde la antropología una versión no satanizada del concepto “ideología”. Ahora escribo sobre sexo y género como criterios de clasificación de los seres humanos. Lo hago porque Alejandro Ordóñez, cruzado contra “la ideología de género”, ha dicho que esta implica una nueva antropología.
Mis dos artículos argumentan que tanto “ideología” como “género” son nociones útiles cuya calificación depende del uso que de ellas se haga y que, en el fondo, lo que debe primar es el respeto a la diferencia que consagra la Constitución colombiana en materia de convicciones acerca de los valores.
La noción de género
Comienzo por desligar la cuestión del género de las negociaciones de paz porque ya estaba planteada por los católicos antes del Acuerdo de La Habana y del plebiscito, y porque esta cuestión persistirá más allá de los diálogos con las guerrillas. Se trata de un asunto de mediano y largo plazo, de una “subversión cultural”, como Ordóñez sostiene en su libro publicado en 2006. Habla de una “utopía trágica” que “postula la disolución de la familia y su autoridad como obstáculo para la revolución homosexual”.
Aunque el papa Francisco ha suavizado la actitud frente a quienes tienen orientaciones y prácticas distintas de la norma heterosexual, la “ideología de género” inquieta y seguirá inquietando a la jerarquía católica y a las iglesias no católicas. Según la agencia de noticias del Vaticano, el papa habló hace poco de “la maldad que hoy se hace en el adoctrinamiento de la teoría de género” y se refirió a un libro de colegio “que enseñaba la teoría de género” y que “va contra las cosas naturales”.
En la presentación del libro de Ordóñez se dice textualmente: “La ideología de género sostiene como su fundamento que, como individuo, no se es hombre o mujer por designio de la naturaleza, sino debido a la imposición social”.
¿Qué es la antropología?
![]() Escultura con el concepto de familia conservadora, padres e hijos. Foto: Wikimedia Commons |
En el Diccionario de la Lengua Española, antropología tiene dos acepciones: “1. Estudio de la realidad humana”; y “2. Ciencia que trata de los aspectos biológicos y sociales del hombre”.
Podríamos convenir en que Ordóñez está en lo correcto cuando habla de antropología en la primera acepción. En efecto, tomada así, la doctrina católica sobre la diferencia entre hombre y mujer (por sexo y por género) es una antropología que para los católicos está bajo el control y protección del papa y los obispos.
Este es un asunto delicado porque toca principios cardinales de la organización social –particularmente la familia– como ellos la conciben. Algunos defensores se convierten en cruzados y atacan a quienes piensan distinto. Llegan a ser más papistas que el papa.
La antropología en la segunda acepción (como ciencia) se ha venido construyendo desde 1881, cuando en Inglaterra E. B. Tylor publicó un libro con tal nombre. De entonces a hoy la disciplina científica se ha extendido por el mundo con muchas variaciones. En Colombia tenemos hoy doce escuelas de antropología y centenares de antropólogos.
Una entidad respetada como el Real Instituto de Antropología de Inglaterra define la disciplina así: “El estudio de la antropología versa sobre los rasgos biológicos que nos hacen humanos (como son la fisiología, las bases genéticas, la historia nutricional, y la evolución) y sobre los aspectos sociales (como son el lenguaje, la cultura, la familia y la religión)”.
No pretendo que esta sea una definición única de antropología porque, atendiendo a nuestra in-disciplina y heterodoxia, puede haber tantas definiciones como antropólogos.
Una clasificación de los humanos
La ciencia antropológica también estudia la diferencia entre humanos tanto por sexo biológico como por las variaciones y modificaciones que resultan del género como construcción cultural. De allí surgen, como dice un reciente artículo sobre sexo/género, “más colores que en un arco iris”.
El contraste con la primera acepción (dogmática) de antropología radica en que las teorías antropológico-científicas son por definición provisionales, como las de toda ciencia. Son aceptadas hasta que alguien con argumentos razonables, basados en investigación juiciosa, convenza a la comunidad científica de que deben cambiarse.
Para la biología humana, en la que se apoya la ciencia antropológica, la diferenciación sexual de los miembros de la especie Homo sapiens ha tenido criterios variados que han cambiado de acuerdo con los avances de la ciencia. Se ha pasado de la morfología corporal externa (en especial de la zona pélvica) a las discusiones sobre genes y hormonas, pasando por la presencia o ausencia de los órganos sexuales externos e internos.
De allí han salido muchas propuestas, entre ellas la muy curiosa –para algunos folclórica– de “los cinco sexos”: masculino (Hermes), femenino (Afrodita), herms (hermafroditas), merms, y ferms, según la combinación de presencia/ausencia de testículos y ovarios. Una propuesta muy común hoy añade al binarismo sexual (masculino/femenino) la categoría de intersexual.
No se ha impuesto un criterio biológico integral que permita una clasificación de la variación biológica humana en materia de sexo. Lo que es claro es que para los humanos, como para el resto de los vertebrados, los criterios se han pensado ante todo con referencia a la contribución de los dos actores necesarios para la reproducción de las especies en procesos no asistidos tecnológicamente. Esto, desde luego, implica acudir a un criterio funcional que a su vez implica teleología, que es problemática para la ciencia.
Además, la cuestión biológica-sexual humana se plantea también en otros campos de la vida cultural distintos de la función reproductiva, como en el caso del deseo y del placer erótico-sexual.
Otro ejemplo es el de la competición equitativa y calificada en los deportes de alto rendimiento. Al respecto, después de décadas de prácticas verificadoras del sexo (¡femenino!) y una larga sucesión de criterios, todavía no hay solución satisfactoria para todos.
El criterio considerado hoy menos problemático es un aspecto de los varios componentes del cuerpo como sistema biológico: “mujer” es quien demuestre que la testosterona de su plasma sanguíneo no está en “la franja” masculina.
De macho/hembra a hombre/mujer
![]() Marchas del movimiento LGBTI en Bogotá. Foto: Angélica Zambrano @Anyelik |
Deliberadamente no he utilizado las palabras “macho” y “hembra” para referirme a la diferenciación biológica sexual en los humanos, pues ésta se considera ofensiva. Por eso se prefiere hablar de “masculino/femenino”, y de “hombre/mujer”. Pero con la preferencia lingüística llega la confusión conceptual entre sexo y género que se lee en las citadas intervenciones del papa y del señor Ordóñez.
En las frases arriba citadas los maestros católicos hablan de hombre/mujer, evitan la palabra género, y remiten a “la naturaleza” que “dictamina”, y a “las cosas naturales”. Lo hacen para excluir el género como criterio diferenciador. Su objeto de ataque es la frase original de Simone de Beauvoir, o alguna posterior elaboración: “no se nace mujer, se llega a serlo”.
Las frases citadas entregan a la naturaleza un papel que para los antropólogos y biólogos le corresponde a una interacción estrecha entre los datos genéticos (naturaleza) y el entorno biológico y social-cultural.
Lo interesante del caso es que para biólogos y antropólogos (con excepciones) no hay acción funcional (teleológica) en la naturaleza. La teoría evolutiva a que adherimos nos dice que los procesos naturales son ciegos, ocurren simplemente, con resultados cuya línea causal la establecemos los humanos al mirar en conjunto esos procesos. Les atribuimos intencionalidad. Es decir, la construimos.
Por tanto, y en rigor, en antropología no se puede apelar a la naturaleza para obviar la “construcción social” del sexo/género: por el solo hecho de darle sentido teleológico (de “fundamento de la familia”, por ejemplo) se está haciendo una construcción social.
Ahora bien, el antropólogo distingue entre sexo biológico y género. Este ha sido definido por la antropóloga mexicana Marta Lamas como “la simbolización cultural de la diferencia sexual”. Esta simbolización es el piso para muchos arreglos sociales que se han tejido aquí y allá. Muchas de esas condiciones, como bien lo mostró Pierre Bourdieu, son de una violencia simbólica (y física, a veces) cuya víctima central es la figura femenina. Otras víctimas cada vez más visibles están entre los LGTBI y trans.
La distinción conceptual y lingüística entre sexo y género no implica que sean procesos separados: es un solo proceso dinámico y complejo en donde nosotros, los humanos que lo pensamos y analizamos, diferenciamos niveles interactuantes (moleculares, celulares, orgánicos, somáticos, psíquicos, simbólicos, sociales).
Cuando entramos en la franja psíquica-simbólica individual y colectiva de este análisis nos topamos con un campo en donde emergen las muchas configuraciones que hoy conocemos.
El respeto por las convicciones
Quienes enseñan las doctrinas católica y cristiana sobre sexo/género tienen todo el derecho de hacerlo y a ellos corresponde resolver las eventuales inconsistencias de sus antropologías. Más aún, tienen derecho pleno de reivindicar en los debates que estadísticamente un gran porcentaje de los colombianos se declaran sus creyentes.
Este derecho era excluyente en la Constitución de 1886, la cual declaraba que “la Religión Católica, Apostólica, Romana, es la de la Nación”. Con la Constitución de 1991 y la jurisprudencia consecuente las cosas cambiaron. El derecho de los sacerdotes y pastores a predicar e imponer su antropología termina donde comienza el derecho de quienes tienen convicciones diferentes.
Es posible que la actual cruzada contra la “ideología de género” obedezca a que los maestros católicos/cristianos observan que entre los no creyentes algunos tratan de imponer una nueva –y también excluyente– antropología. Si es así, tienen toda la razón porque bajo nuestro cielo constitucional deben convivir en paz las diversas antropologías que sobre sexo y género elaboren y asuman los colombianos.
* Ph. D. en antropología, profesor titular jubilado de la Universidad del Valle, Cali.