De por qué no se pueden comparar a la ligera las proezas de un futbolista con una obra de arte, desconociendo las lógicas económicas y culturales que hay detrás de la apreciación de la obra de arte. No debemos confundir valor con precio.
Elías Sevilla Casas*
Comparar goles con Picassos
Cuando vi el título de una columna del diario El Tiempo, que decía “Meluk le cuenta… (Bale, otra real obra de estilo Florentino)”, no advertí la F mayúscula y pensé que el columnista se estaba metiendo con la historia del arte.
Me equivoqué, pero no tanto. Hablaba de don Florentino Pérez, presidente del Real Madrid y, como veremos, lleva a pensar en fiorentino como sinécdoque por arte. Esta sinécdoque podría tener como ícono al mecenas Lorenzo de Médici y al pintor Sandro Botticelli, porque la columna termina, con referencia al jugador galés recién “comprado” por don Florentino, con esta apreciación de un columnista del Financial Times: “Comprar a Bale no es como comprar una máquina que ofrecerá un rendimiento anual. Es adquirir un Picasso: una cosa hermosa, que da condición de propietario”.
Sin duda en el fútbol habrá goles que son una preciosura y que para algunos serán arte, pero lo que en fin de cuentas vale para don Florentino es la suma de puntos y de euros que generan.
“A la larga, eso es todo”, agrega Meluk. No es todo, apreciado Gabriel. A explicarlo dedicaré esta nota, pasando del campo del fútbol al del arte, cuyo análisis me es menos ajeno.
Foto: Teresa Stanton |
Las nuevas figuras del arte y el papel de los “mecenas”
El cotarro del arte colombiano se ha movido últimamente por el “inesperado” éxito comercial de un muchacho de La Paila (Valle), llamado Óscar Murillo, quien hoy es uno de los consentidos de las grandes ligas de galeristas globales y multimillonarios.
Su obra Sin título fue subastada en una suma que se considera exagerada para un presunto novato que hace pocos años trabajaba con su familia en un negocio de limpieza de casas en Londres y que pagó como pudo en escuelas de arte londinenses, primero su B. A. y luego su maestría.
No es inesperado el éxito comercial de Murillo si se atiende a que, como escribió Colin Gleadel, un periodista especializado, “He has been bought in depth by Charles Saatchi” (Ha sido comprado en profundidad por Charles Saatchi). En mayo de 2012 la revista Don Juan escribió lo siguiente sobre este peculiar comprador:
“Nacido en Bagdad (1943), pero criado en Londres, este judío es el mecenas del arte contemporáneo. Su poderosa fortuna, lograda en parte por la firma de publicidad Saatchi & Saatchi, le permite comprar obras sin importar su valor. (…) Una de las principales críticas que le hacen a Saatchi es su manera de comprar arte. Este magnate se pasea en su Rolls-Royce verde por los estudios de artistas jóvenes. Si algo le interesa, compra toda su obra, lo que hace disparar los precios del novel artista. El problema es cuando se cansa de él y lo vende todo, ahí los precios van en picada. ‘No me importa pagar tres o cuatro veces el valor del mercado por una obra que realmente quiero’, dice en su libro”.
De nuevo, apreciado columnista Meluk, debo modular la afirmación: sí importa su valor. En el caso del arte y su comercio hablamos de dos tipos de valor entrelazados que el mencionado Lorenzo de Médici judío, mecenas actual, conoce bien como para jugar con ellos a su antojo:
- Uno es el simbólico del dinero contante, llamado objetivo porque (como los goles de Bale) existen criterios precisos para establecer que no es “falso” y determinar su cantidad.
- El otro, también simbólico, se ha llamado subjetivo y “simbólico especial” porque depende de criterios que están en nubes de incertidumbre y solo se esclarecen en décadas o siglos.
El mismo Saatchi comenta en el famoso libro –en el que se declara “artehólico”- que “los libros de arte de por allá el 2105 serán tan brutales sobre el arte de finales del siglo XX como lo son sobre el de casi todas las otras centurias. “Artistas distintos de Jackson Pollock, Andy Warhol, Donald Judd y Damien Hirst estarán en un pie de página”.
Definitivamente, los ciclos y lógicas en que se reconocen y mueven esos dos tipos de valores son totalmente diferentes. Los del primero (dinero y goles) son instantáneos en su reconocimiento y duran meses o a lo sumo años en su ciclo de retorno. Los galeristas compran y venden obras de modo permanente para que la rentabilidad del negocio se mantenga. Saatchi anuncia que no tiene vocación de hoarding (atesorar) y por eso compra y vende.
A pesar de su complejidad, los inversionistas perspicaces logran anticipar la rentabilidad de la inversión en arte. En ocasiones, cuando ocurre la especulación o manipulación del mercado, intervienen esas reglas. Por ello se ha hablado, en Colombia y con referencia a Murillo, del “Interbolsa del arte”.
Sin duda, el gusto por el poder y por sentirse propietario que Meluk atribuye a don Florentino como razón última de su decisión en la compra de Bale se romperá cuando el jugador no haga los goles que se espera va a anotar. Creo que pocos empresarios tienen vocación de hoarding en el negocio del deporte.
![]() Foto: Pierre Bourdieu Facebook fanpage Pierre Bourdieu. |
El juego del arte con su valor en pesos
En una entrevista previa a una importante cena ofrecida en Londres al joven artista, Julio Sánchez y Alberto Casas, de La W Radio, se deshicieron en elogios para “el maestro” Murillo. A su nombre otro importante marchante de apellido Rubell había dedicado una sala en su sede de Miami. “Eso es para gente grande”, dijo Casas.
A la pregunta de cuánto valdría una obra suya, Murillo respondió: “no lo tengo presente”, porque es asunto de las galerías. Sánchez cerró la entrevista con este comentario: “Lo que corresponde responder a un artista. Él pinta y hay otras personas que venden y hacen el mercadeo”.
Murillo tiene su propio estudio londinense y una apretada agenda en los más sofisticados escenarios del mercadeo mundial del arte. Nombres como Art Basel, White Cube, Carlos Ishikawa y David Switner se mezclan en la agenda con los de Bortolozzi y Saatchi.
Cuando alguien de Bomb Magazine le preguntó hace poco por su agenda entre Londres y Miami, respondió con holgura: “Mi galería de Berlín, Isabella Bortolozzi, está participando en FIAC (Feria Internacional de Arte Contemporáneo) en París”. Había llegado a Londres el día anterior desde París y salía al otro día para Miami.
Murillo, como sabemos, era pobre y parece tener talento. Nadie discute que la escogencia de Saatchi le abrió las puertas a los escenarios mencionados. “Gente grande” y sofisticada, doctor Casas, que tiene una lógica de juego predecible y eventual poder para modificarla de tal modo que se acrecienten los réditos financieros.
Dos comentarios del libro de Saatchi precisan esta conclusión:
- “A lo largo de los años he tenido la suerte de ver las obras de algunos artistas justo al comienzo de sus carreras, de modo que podría sentirme ‘contento de haberlos descubierto’. Sin embargo, también he ‘descubierto’ innumerables artistas que a nadie excepto a mí interesaban y cuyas carreras han progresado lentamente, si acaso han progresado”.
Y, con más ajuste a los antecedentes de Murillo:
- “Lo que está mal en las escuelas de arte. En Inglaterra nuestras escuelas están, desde luego, escasas de financiación. Por tanto deben vincular muchísimos estudiantes extranjeros, con pobres capacidades pero padres ricos (…) Ayudan a los presupuestos de las escuelas pero descartan a los estudiantes con talento y sin dinero”.
La prueba del tiempo hace al maestro
La distinción que hice antes en Razón Pública entre las opera (plural de opus) y el mundo del artista sirve para calificar el título de “maestro” otorgado a Murillo por los periodistas colombianos. Maestro puede ser por moverse bien en ese mundo concreto del comercio del arte global que, como él lo reconoce, compete a otros que son maestros consumados pero que él está aprendiendo a manejar.
El que sea maestro en la otra dimensión del valor como arte tiene una lectura que desdoblo así. En Colombia a los graduados de escuelas de arte los llaman maestros. Por lo mismo, el título está ampliamente devaluado, aunque no tanto como el de doctor, que se aplica a cualquiera que tenga gafas o una posición de poder en la burocracia estatal o privada.
El título “maestro” como expresión de la consagración, que Pierre Bourdieu denomina carismática, se obtiene usualmente no por la vida y peculiaridades del artista como persona privada o pública sino por sus opera concretas. A los ojos de la humanidad cobran vida por sí mismas y son inscritas en una galería que se enriquece y persiste a lo largo de los siglos. Ese estatus especial es independiente del artista como singularidad histórica porque la obra pasa a otra dimensión.
El que un opus sea elaborado en una materia que resista las décadas y los siglos es menos importante. El formol del tiburón de Damien Hirst puede dejar de actuar y sin embargo quedará en la memoria de la humanidad, en el caso (como supone Saatchi) que el escualo logre superar la circunstancia en que adquirió el enorme valor monetario que algunos confunden con valor artístico.
La crítica de la humanidad, mediante el concurso de opiniones concretas de muy distinta procedencia, larga duración, y al margen del mercado, decidirá si determinada obra entra a la galería de las magistrales.
Ya anoté en otro artículo que de la obra Shibboleth de Doris Salcedo, que la artista asoció con una serie admirable de grietas que han conmovido a los humanos por milenios, solo queda una cicatriz en el pavimento del Tate Modern Museum. Esta es, a mi juicio, suficiente ayuda a la memoria para que, si así lo merece, quede como patrimonio de la humanidad.
* Ph.D. en Antropología de la Northwestern University, profesor titular jubilado de la Universidad del Valle, Cali. eliasevilla@gmail.com