Los ministerios de Educación y Cultura necesitan trabajar en conjunto. Pero no apenas en el plano burocrático, sino en reorientar las labores del Estado en procura del país que deseamos.
Elías Sevilla Casas*
Un proceso de toda la vida
Sentimos movimientos de cambio ante el nuevo periodo presidencial; también escuchamos comentarios sobre qué debe cambiar. El proceso no será fácil: habrá resistencias desde la oposición, desde dentro o desde el lado.
Por otra parte, hay euforia por las convergencias inesperadas hacia el acuerdo nacional, pero debe compensarse con un realismo crítico y constructivo. Necesitamos propuestas para los cambios urgentes. La presente nota sobre educación y cultura parte de las columnas de Moisés Wasserman y Juan Pablo Calvás, que nos ponen a pensar.
Moisés recuerda que la educación tuvo varios hitos, como proceso filogenético (lo relacionado con la evolución de la especie humana):
- hace 100 000 años comenzamos a hablar;
- hace 8000 inventamos la escritura;
- hace 500 apareció la imprenta;
- Y ahora, las tecnologías de información y comunicación, que —digo yo— inauguran el metaverso.
El profesor Wasserman concluye con algo fundamental sobre el proceso educativo ontogenético (lo relacionado con la formación de personas): “Todas [las teorías sobre el asunto] ven la educación como un proceso de toda la vida; priorizan el acento sobre el aprendizaje más que en la enseñanza”.
Juan Pablo Calvás menciona el vacío con respecto a la cultura en las gestiones de empalme. Concluye que “debería ser una preocupación máxima para este gobierno que se dice de cambio para Colombia. Cultura es educar bien. Cultura es educar más”.
Educación y cultura: instituciones separadas
Más de uno le diría a Calvás que confunde los campos de dos ministerios. Respondo que ese es, precisamente, el reto: se trata de arreglos institucionales que deben pensarse en relación, para que haya un cambio eficiente y profundo.
Me referiré puntualmente a los líderes del empalme en Educación y Cultura: Alejandro Gaviria y Patricia Ariza, quien fue designada como Ministra de Cultura. Se rumora que Gaviria también podría ser nombrado como Ministro de Educación.
Alejandro escribió que a la opinión política del país “le falta antropología” y “le sobra sociología”. Desde la sociología, podemos sospechar que es inevitable la burocratización de las instituciones, como señalan Weber y Kafka. La sufren los ministerios y sus redes de instituciones aliadas; por ejemplo, los contratistas y los sindicatos —como Fecode, que ya comenzó a hacerse sentir—. Esta burocracia juega con intereses, territorialización y poder. Pueden petrificarse y rechazar el cambio.
El riesgo es entendible, pero debe sortearse. En el caso de los ministerios de Educación y Cultura, su rigidez puede impedir que trabajen en conjunto.
Por ejemplo, sospecho que las escuelas, colegios y casas de la cultura duplican ciertas actividades e inversiones. Podrían revisarse para ser más eficientes y, por tanto, economizar recursos. Cultura se queja de que su presupuesto es bajo; por su parte, Educación tiene el más alto.
Pero —para volver a Wasserman— el Ministerio de Educación trabaja más “en la enseñanza” y menos en “el aprendizaje” —el “de toda la vida”—.
El cultivo de la diversidad
Como aporte desde la antropología, aplico dos términos feos pero que vienen al caso porque permiten explorar posibilidades de mejora. Hablaré de cultidiversidad y endoculturación. Lo importante es la idea, no la terminología.
Cultura se relaciona estrechamente con cultivar, según el excelente resumen de Raymond Williams sobre su génesis lingüística y conceptual. Sí, se vincula con los cultivos de plantas, que marcaron el comienzo de la hominización. Cultura viene del latín colere, que significa ‘sembrar y cultivar’. Cultura implica —también— cultivar personas y pueblos. Se aprovecha todo:
- desde la base material: físico química y biológica —que es imprescindible—
- hasta los más refinados mitos, poemas y metáforas, que refuerzan y permiten el proceso.
Cultura humana es todo ello, en un estupendo espectro que a veces olvidamos.
Hoy es aceptado y obligatorio hablar de biodiversidad. En respuesta, el término cultidiversidad apunta a un vacío: la correspondiente diversidad de las culturas. El vacío ocurre en el orden filogenético (‘evolución de pueblos’) y ontogenético (‘evolución de personas desde el nacimiento a la muerte’).
Hay que llenar este vacío. Colombia —en particular, los ministerios de Educación y Cultura— puede pensar y, por lo tanto, cumplir dos de los artículos de la Constitución:
- “El Estado reconoce y protege la diversidad étnica y cultural de la Nación colombiana” (artículo 7);
- “Es obligación del Estado y de las personas proteger las riquezas culturales y naturales de la Nación” (artículo 8).
Obsérvese que cultura y natura se mencionan con la misma importancia. Hoy la antropología replantea la porosa relación entre cultura y naturaleza, a partir de autores clarividentes y algo olvidados —como Gregory Bateson—. Por fortuna, estos planteamientos están en ascenso.
Aprender desde abajo y desde adentro
También la antropología de tiempo atrás ha usado el término endoculturación (o enculturación), como término alterno a la educación de los educadores y a la socialización de los sociólogos. El término acentúa el giro que Wasserman expresó con su contraste entre aprendizaje y enseñanza.
El aprendizaje se hace desde abajo y desde adentro (por ello el prefijo endo-). Esto incluye la autonomía para crecer que caracteriza a un cultivo personal. La enseñanza opera desde arriba, según doctrinas y cartillas que codifican contenidos y pedagogías.
Este giro hacia el endo- plantea retos, por lo que acudo a una propuesta que, en parte, viene de la antropología. Me refiero a la ciudadanía cultural.
Ciudadanía, como lo señaló Thomas Marshall hace décadas, comprende inclusión y pertenencia: derechos y deberes en una nación-Estado. Según su propuesta, los derechos son los siguientes:
- civiles: libre pensamiento, expresión, movimiento, religión y propiedad;
- políticos: a elegir y ser elegido;
- sociales: a los servicios disponibles en salud, educación, movilidad y demás.
A partir de su experiencia en California con el currículo para niños no anglos, el antropólogo Renato Rosaldo propuso hace años la noción de ciudadanía cultural. De este modo, añade los derechos a la diversidad cultural: aquella asociada con la educación como endoculturación, desde abajo y desde dentro.

Planes del Ministerio de Cultura
Por fortuna, ya hay avances culturales y educativos. Durante la administración de Paula Moreno, se formuló un plan de cultura, cuyos comienzos había propuesto su antecesora Araceli Morales.
El extenso título del plan ya indica sus implicaciones: Plan Nacional de Cultura 2001-2010. Hacia una ciudadanía democrático cultural. Un plan colectivo para un país plural. Consulta ciudadana.
Estos avances deberían aprovecharse según la estrategia actual de consolidar la paz mediante la igualdad.
Concertar de esta manera ambos ministerios es una tarea pendiente y urgente: mejoraría su eficiencia al detectar y corregir redundancias. El actual Ministerio de Cultura está trabajando en un plan que al parecer recoge —u ojalá recoja— el concepto de ciudadanía cultural aquí mencionado.
Una cultura que conmueva y abra al cambio
Patricia Ariza es la nueva Ministra de Cultura. Nació en Vélez, Santander; se formó en la Universidad Nacional, y consolidó con Santiago García una experiencia muy importante en el Teatro de la Candelaria y la Corporación Colombiana de Teatro.
Lo interesante y oportuno es que Patricia y su grupo pusieron esta experiencia artística al servicio de una creación colectiva que ofrece un modo alterno de conocer y sentir el mensaje de la Comisión de la Verdad, recientemente presentado.
Al recibir el informe de la Comisión de la Verdad, Petro anotó que su informe final permite pensar en construir la convivencia nacional desde la paz plural. Allí todos tenemos que caber en condiciones de igualdad.
La obra teatral —que aconsejo disfrutar— es una expresión de “la cultura” en su versión refinada de “las artes” y la creatividad expresiva. Recrea en un proscenio transido de dolor lo que ha ocurrido, sigue ocurriendo y puede ocurrir en la trasescena (el backstage) nacional si no acometemos el cambio.
La trasescena se encuentra allá afuera: en un barrio bogotano, en un pueblo calentano, en un lejano rincón de la montaña, en todas las localidades del país. Allá seres humanos cultivan o comparten alimentos; también se cultivan —es decir, se educan y educan a sus hijos—.
Urge una conversación entre Alejandro Gaviria y Patricia Ariza como representantes y líderes de los funcionarios de los dos ministerios, de sus burocracias. Que “conmovidos” por el teatro de Patricia, diseñen propuestas concretas para que la educación y la cultura sean palancas efectivas y eficientes del necesario cambio.
Borges escribió que la función del arte (como expresión exquisita de la cultura) es distraer y conmover. Conmovidos, estos funcionarios pueden y deben pasar a la acción: mover las estructuras inmovilizadas para abrirse al cambio y unirse a las comunidades —los de abajo, los nadie—. Así podremos lograr, al menos en parte, lo que todos soñamos para nuestra Nación-Estado.