¿Sufre Colombia una sociopatía colectiva? | Asesinato de Mauricio Leal
Inicio TemasEconomía y Sociedad ¿Sufre Colombia una sociopatía colectiva?

¿Sufre Colombia una sociopatía colectiva?

Escrito por Elías Sevilla
Asesinato de Mauricio Leal

A propósito del caso de Mauricio Leal, una reflexión sobre la sociopatía que va más allá de las reacciones inmediatas de algunos ‘expertos’ consultados por los medios.

Elías Sevilla Casas*

¿Qué es eso que llaman sociopatía?

“Este caso toca fibras”, fue la metáfora de la juez en el proceso contra el asesino de su madre y de su hermano el estilista Mauricio Leal.  Algunos ‘expertos’ etiquetaron al responsable como sociópata.

La psicopatía y la sociopatía se traslapan en el lenguaje de la medicina y la psicología.  Ambas entran en la categoría de Personalidad Antisocial (PA), pero no existe consenso. Según el manual de 2022 de la Universidad de Cambridge “estos   constructos son altamente problemáticos”.

La psicopatía se refiere a la persona individual y la sociopatía al efecto dañino sobre otros. En la ‘sociopatía’ predominan las tres “i” del idioma inglés:

  • Insensibility, insensibilidad ante los sentimientos de los otros y las normas sociales vigentes;
  • Infringement, infracción de esos derechos y normas, e
  • Injury, daño y/o violencia material o psicológica.

Si miramos apenas la etiqueta que se aplicó al asesino de Leal —psicopatía—, cerramos la posibilidad de analizar a fondo el ‘tejido de fibras’ al cual aludió la juez con su metáfora. En esta nota desarrollo pues la idea de que el tejido de fibras no se limita a la personalidad de un asesino.

Entonces me enfocaré en las “relaciones” y “conexiones parciales”, pues ellas justifican el prefijo ‘socio’, como distinto de ‘psico’. Intento mostrar que estamos ante procesos preocupantes en el orden social general, pero también que hay salidas sobre las cuales podemos trabajar.

Sociopatía colectiva y neoliberalismo

Aunque poco usada por su aparente redundancia, la frase “sociopatía colectiva” es hoy objeto de controversia. Esto a raíz de los escritos del filósofo Robert Hanna, quien recogió la expresión en su libro The Mind-Body Politic (2019) publicado en   asocio con la psicóloga Michelle Maiese.

El libro parte de la idea de la mente encarnada (embodied mind) para analizar el papel de ciertas instituciones sociales que, por medios cada vez más poderosos, influyen sin darnos cuenta sobre nuestro ‘sentipensar’ —como diría Fals Borda—.

Los autores hablan primero de la “sabiduría colectiva” que nos ayuda a construir el sentido de la vida en términos positivos. Con ella asumimos perspectivas participativas, necesitados de empatía y solidaridad, es decir de “fibras” prosociales. Esta sabiduría facilita una autonomía individual que no deja de ser relacional, porque así se constituyó desde un comienzo.

Si miramos apenas la etiqueta que se aplicó al asesino de Leal —psicopatía—, cerramos la posibilidad de analizar a fondo el ‘tejido de fibras’ al cual aludió la juez con su metáfora.

Asesinato de Mauricio Leal
Foto: Pixsels - Estamos ante procesos preocupantes en el orden social general, pero también que hay salidas sobre las cuales podemos trabajar

Después describen la “estupidez colectiva” que hoy encarnan las instituciones al servicio de la ideología del “neoliberalismo” —también llamado por ellos “neo-conservatismo” o “centrismo”—. En resumen, “una manifestación más agravada de la estupidez colectiva es la que vamos a llamar sociopatía colectiva”.

En este sentido, “la sociopatía colectiva ocurre cuando instituciones sociales que son estúpidas dejan de preguntarse por completo si lo que están haciendo es moralmente correcto o incorrecto…; en cambio se concentran por completo en las formas eficientes de poner en marcha las políticas establecidas y de imponer coercitivamente las directivas de la élite administrativa y/o gobernante del grupo”.

El poder económico concentrado, en alianza con el poder político, permite que estas máquinas de hacer dinero creen y consoliden sistemas que anulan cualquier posibilidad de resistencia por parte de los ciudadanos afectados.

Por esta razón, estas empresas o redes de empresas pueden llamarse juggernauts —término tomado de otros analistas—: máquinas que arrollan a cualquier oponente, que consolidan su poder mediante un mecanismo perverso sobre el cual volveré más adelante.

Según los autores, “al mismo tiempo, la ‘élite del poder’, compuesta por aquellos individuos que administran, controlan y/o gobiernan directamente, son sociópatas bien adaptados: son ‘buenos ciudadanos respetuosos de la ley’ y aman, cuidan y, en general, cuidan a sus parejas, a sus hijos, a sus familiares y amigos, sus perros, etc. Pero, en un sentido operativo, son sociópatas socio-institucionales”.

El tinte sociópata del mito antioqueño

Al estudiar la presunta identidad “paisa”, la historiadora Patricia Londoño Vega habla de un “mito que se renueva”. Este mito comprende ciertos atributos que se reiteran por “fuera de los contextos que les dieron origen y sentido”.

La psicoanalista antioqueña Clarita Gómez de Melo resume el lado “feo” de uno de esos rasgos presuntamente “paisas” en la consigna: “mijo, consiga plata…”, una consigna que han estudiado varios ilustres antioqueños. Por ejemplo  Samuel Arango: «poseemos un desmesurado amor al dinero. Desde tiempos inmemoriales. “Consiga plata honestamente mijo, y si no puede, consiga plata’, aconsejaban los bisabuelos. La mamá solía decir: ‘La plata no lo es todo en la vida, pero quita los nervios…’. Pero convertir el dinero en Dios es otra cosa. ‘Mamá, el dinero es estiércol del demonio’, le dijo un hijo a la mamá. ‘¿Sí mijo? Pero qué bueno un diablito con diarrea, contestó ella’».

Sobre esto, Arango replica: «el amor desmesurado al dinero nos ha traído tantos problemas. Es de pronto la secuela más grave del narcotráfico en Medellín. Con razón hace días decía un cartel en la Avenida Oriental: “Era tan pobre que lo único que tenía era dinero”».

La franqueza y la entereza de los analistas antioqueños permiten desmontar ese mito regional. No son las culturas regionales abstractas las que operan según la consigna, sino individuos e instituciones concretas de cualquier parte del país. Esto no ocurre únicamente en Antioquia.

Entonces, —para dar un ejemplo— la famosa frase ya no dice ‘mijo’ sino ‘sumercé’. Esta proyección permite entender a cabalidad la implicación de lo que quiso decir la señora juez con aquello de “las fibras”.

En efecto, Clarita Gómez insistió en el vínculo insoluble del ‘mijo’ con las ‘faldas de mamá’ en Antioquia, pero vemos que en cualquier parte de Colombia hay hijos que matan a ‘sumercé la mamita” por dinero.

El sociólogo Pierre Bourdieu dijo que el homo economicus —el de la racionalidad cruda que maximiza la utilidad — “es un monstruo antropológico”. Surgen, entonces, sociópatas individuales y empresariales, sean o no calificados así por los psiquiatras, y pueden estar en todos los niveles de la clasificación social.

Estos niveles, por efectos del dinero bien o mal habido, son flexibles, accesibles, móviles de abajo hacia arriba y viceversa. El ascenso puede darse de modo instantáneo. Allí estamos. O mejor, allí estaríamos, en Colombia. Prefiero el pospretérito, porque, por fortuna, esta racionalidad monstruosa, individual o empresarial, no es generalizada en el país.

Estoy convencido de que cada región, comenzando por Antioquia, con sus peculiaridades, dichos y consignas, todavía mantiene los arraigos, es decir, las ‘fibras’ de las cuales habla la señora juez.

Preocupación por los nuevos educadores

Hay, sin embargo, preocupación porque aumentan los individuos desarraigados ‘de la falda de la mamá’ y de los pantalones del papá. Lo son desde la infancia. Están a merced de las redes y los medios.

Ellos atienden a influenciadores que no sólo hablan de su desarraigo —las ‘fibras’ rotas—, sino que se ufanan de ello. Renuncian, por ejemplo, a su nacionalidad colombiana para pagar menos impuestos, o rompen vidrios en instalaciones públicas para ganar audiencia. Se convierten en educadores de la juventud por el hecho de haber ascendido a la élite de las redes, y obtener dinero fácil.

La preocupación aumenta porque aparece el juggernaut. Hay ciertos medios y redes cuyos directores se hacen cruces frente a los ‘sociópatas’ individuales. No obstante, son ellos los mismos que, por los likes y el rating –es decir, por el dinero—, reproducen y amplifican los dichos-hechos de los ‘monstruos’, los nuevos educadores.

Como nuestros niños y niñas tienen acceso, a veces obsesivo, a las redes y los medios, lo que se nos viene encima es inquietante.

La banalización del mal

La preocupación ronda también entre las élites. Ese ‘monstruo’ o juggernaut engulle todo tipo de empresas que producen dinero, incluso, a medios tan respetados como lo fue Semana. De este modo se cierra el círculo que Hanna y Maiese denominan ‘sociopatía colectiva’.

Cristina de la Torre comentó hace unos días sobre las posibles consecuencias del asedio que sufre el Grupo Empresarial Antioqueño (GEA), por parte del juggerknaut. El lector de la columna puede sacar sus propias conclusiones sobre si en este caso se habían trenzado mecanismos ‘suaves’ de control que anticipaban al juggernaut, del cual el GEA habría sido o será víctima.

El mecanismo perverso está vigente. En 1963 Hanna Arendt anticipó la banalización y normalización de los mecanismos sociopáticos, como los bosquejados por Hanna y Maiese. Este mecanismo permite formar y consolidar el dominio del juggernaut. Todo se vuelve ‘normal’, ‘banal’, hasta ‘mediocre’ pero se mantiene porque resulta eficiente para el propósito buscado.

Arendt mostró que en el caso de Adolf Eichmann los exámenes psiquiátricos no encontraron nada que permitiera etiquetarlo como sociopático, a pesar de que a todas luces el señor era un criminal.

No está todo perdido: la alternativa prosocial

El manual sobre Personalidad Antisocial abre una ventana de esperanza, muy válida para Colombia.

Dicen los autores que la construcción psiquiátrica de la sociopatía tiene una premisa fuerte: debe mirarse desde la perspectiva de las normas, valores y metas que guían el comportamiento prosocial que predomina aún en las diversas comunidades culturales del mundo.

Estoy seguro de que en Colombia —con las variaciones que se han dado en estas comunidades— hay esperanza de que los valores prosociales puedan mejorarse y ajustarse a los nuevos tiempos. De este modo, evitan el horror de la sociopatía colectiva e individual en todos los niveles, escalas y formas de presentación.

Esta nota fue escrita con el ánimo de advertir qué nos amenaza para, a partir de allí, y con ayuda de quienes están en capacidad de hacer buenas propuestas, evitemos el avance astuto y silencioso del juggernaut. Ese que a los niños y jóvenes musita en tono bajo: “sumercé: consiga plata…”.

Artículos Relacionados

Dejar un comentario

*Al usar este formulario de comentarios, usted acepta el almacenamiento y manejo de sus datos por este sitio web, según nuestro Aviso de privacidad

Este sitio web utiliza cookies para mejorar tu experiencia. Leer políticas Aceptar

Política de privacidad y cookies