Las posturas del general Henry Sanabria abren el debate sobre hasta dónde los altos mandos de la Policía pueden mostrar sus creencias particulares. ¿Qué relación tiene esto con el pensamiento que refleja las identidades LGBTI+?
Elías Sevilla Casas*
“Libertad y orden”, “vivir en policía”
Las frases “libertad y orden” y “vivir en policía” pertenecen a la historia viva de Colombia.
La primera es el lema de nuestro escudo. Fue recordada hace poco en protestas de interpretación ambigua por parte de algunos gobernadores pues algunos comentaristas creyeron que iban dirigidas contra del gobierno Petro y otros creyeron que eran en su favor.
La segunda frase está refundida en nuestra historia colonial. Se refería al intento de los españoles invasores de imponer a los indígenas “vivir en policía”, es decir en paz de convivencia. En aquellos tiempos se trataba de un orden impuesto desde arriba, con reglas que hoy son inaceptables.
Aquí relaciono la frase con el comportamiento discriminatorio, fundamentalista y ofensivo, nada “en policía”, de un funcionario público que es el general de la Policía, nada más y nada menos, en una entrevista para Semana.
Hablé antes de historia viva porque esta paz “en policía” de 2023 se hace en un país regido por la Constitución de 1991. La de 1886 fue superada, aunque parece que el general Sanabria se rige aún por ella, como en el caso del exprocurador Ordóñez.
Como indica un editorial de El Espectador, este comportamiento no corresponde a un general de la República en 2023, sino a un particular que tiene derecho a pensar y decir lo que le venga en gana, pero dentro del orden constitucional vigente, que es distinto del orden colonial. El editorial mencionado concluye: al no estar este señor a la altura correspondiente a un general y director de la institución policial debería dejar el cargo.
Una palabra que llegó para quedarse
Adiciono un par de ideas a un argumento ya empezado en Razón Pública en febrero y marzo de 2014 sobre el vínculo entre las creencias básicas, religiosas o no, con el orden civil y social de nuestra nación. Además, lo relaciono con el pensamiento cuir y la idea de “vivir en policía”.
Hablé antes de historia viva porque esta paz “en policía” de 2023 se hace en un país regido por la Constitución de 1991. La de 1886 fue superada, aunque parece que el general Sanabria se rige aún por ella, como en el caso del exprocurador Ordóñez.
Sin embargo, es necesario entender que existe cada vez más diversidad en los modos de pensar y de ser. El ejemplo obvio son las identidades transgénero y post-género, de personas que al nacer fueron declaradas hombres y después deciden que son mujeres, o viceversa. Más aún, no son hombres o mujeres sino no-binarios. Para desconcierto de muchos, la Corte Constitucional ya respalda esta visión como lo confirma la Sentencia T-033/22. Por tanto, estamos ante cambios importantes, no sólo de género sino en otros dominios.
En un principio, la palabra anglosajona queer era una forma despectiva de referirse a las personas LGTBIQ+, aquellas que son “antinaturales” según el general y exprocurador mencionados. Pero esta palabra llegó para quedarse.
En castellano han traducido queer como “kwir” y se aplica y aplicará en contextos distintos. Ya lo hace, por ejemplo, un artículo de la Revista Colombiana de Antropología. Con ella se designa cualquier ejercicio hecho por humanos para cambiar moldes, normas, fronteras antes tomadas como “naturales” o “normales”.
La palabra antes equivalía a raro o anormal. Hoy equivale a transgredir fronteras, categorizaciones o clasificaciones hechas por el lenguaje humano sin que haya derecho a tratar a sus autores de tal modo. Lo dice o lo dirá en adelante la Corte Constitucional.
Conexiones transfronterizas
Un libro que comenta el pensamiento de la antropóloga Marilyn Strathern habla en el título de “conocimiento kwir” y de su objeto de estudio que es hacer conexiones transfronterizas (CT). Se trata de actos de lenguaje y acción que cruzan y cruzarán en el futuro ciertas fronteras que el conocimiento humano aceptado ha tenido como inalterables y que, por lo que estamos viendo, pueden ser modificadas.
El proceso de CT —aún no llamado cuir— cobró fuerza en 1987, con las propuestas de una mujer chicana llamada Gloria Anzaldúa. Su libro Borderlands/La Frontera: The New Mestiza abrió el camino para trabajar la identidad variable de los sujetos fronterizos. Permite llegar con mirada crítica, por ejemplo, hasta las escenas de horror por discriminación y violencia que ocurren hoy en el Darién colombiano-panameño, en Ciudad Juárez —México-Estados Unido— o en la isla Lampedusa —Norte de África-Italia—.
Por definición, los migrantes son los que traspasan fronteras y en estos casos su discriminación llega a extremos que conmueven a cualquier conciencia humanitaria. La imagen del niño Alan en la arena de las playas de Turquía quedará para siempre como marca de vergüenza.
El ejemplo más conocido que no está asociado con el sexo-género ni con humanos como agente principal, es la CT que ocurrió con la oveja Dolly, resultado de la clonación a partir de una célula ya diferenciada, es decir no embrionaria. Lo que ha seguido en materia de edición de los genomas es impresionante.
Se traspasan fronteras del conocimiento/mundo que diferenciaban lo “natural” de lo “no natural”, y “cultura” de “natura” o “biología”. La antropóloga Sarah Franklin estudia el tipo de ejercicios CT que se hacen por humanos en los laboratorios de genética en la Universidad de Cambridge.
Por otra parte, Donna Haraway, una filósofa bastante apreciada por los antropólogos, los investigadores desde cuya perspectiva construyo mi argumento, presenta en su “Cyborg Manifesto” (1990) su creación de CT: los cyborgs. En 1990 decía que ellos no aspiraban a una “ciudad-cosmos” completa ni retornaban al polvo del barro del cual emergieron. Pero en 2017 Donna retorna al barro sin abandonar a los cyborgs. En una entrevista con la ya mencionada antropóloga Sarah Franklin habla de su diaria transacción creativa, CT, con el humus de su compostera en el jardín.
Y lo más importante: el diálogo entre estas dos autoras acepta como premisa de las CT –según se dice en la introducción—“hacer el esfuerzo de articular una política comprehensiva para un más viable hacer-mundos pensando en un futuro sostenible”. Hacer mundos con la palabra y acción que clasifica, categoriza y discrimina en positivo negativo.
Haraway dice moverse entre el Tecnocene a que apuntan sus cyborgs no frankenstenianos y el Chthulucene. Aclara que Chthulucene —en contraste con Anthropocene— no es la criatura patriarcal y monstruosa creada por H.P. Lovecraft. Se relaciona con Chthonic, el tejido de la tierra en formación cíclica y que está representado por el humus humilde de su compostera de jardín. En vez de Anthropos como agente destructor aparece el Chthulu para conformar la era geológica —cene— a que podemos aspirar.
Hacer CT, replantear, borrar o diluir fronteras que los humanos llamamos “naturales” supone para muchos crear caos. Esto quisieron expresar quienes, desde la orilla “derecha” alzaron en las calles el lema de ‘Libertad y Orden’. Y lo mismo pensarían Ordóñez y Sanabria desde su fundamentalismo impenitente.
Pero seamos razonables. Libertad y orden tienen sentido. Caos, como concepto, se opone al de ciudad-cosmos, que necesita un orden básico, unas regularidades que permitan la viabilidad y la sostenibilidad de conjunto construido. Como vimos, Haraway habla de ciudad-cosmos como utopía que abarca diferencias tanto rurales como urbanas. Es inalcanzable en su completud ideal, pero es trabajable en nuestro diario esfuerzo porque los resultados de las búsquedas humanas nunca son perfectos.
Superar los fundamentalismos
Por tanto, hay salidas no fundamentalistas ni excluyentes. Isabelle Stengers escribió con Ilya Prigorine —Nobel de física— un libro propositivo llamado “Order out of chaos” en 1984.

Hacer CT, replantear, borrar o diluir fronteras que los humanos llamamos “naturales” supone para muchos crear caos. Esto quisieron expresar quienes, desde la orilla “derecha” alzaron en las calles el lema de ‘Libertad y Orden’. Y lo mismo pensarían Ordóñez y Sanabria desde su fundamentalismo impenitente.
En 2015, hizo propuestas muy precisas para evitar el barbarismo que nos amenaza dentro del Antropocene. Siguiendo a Haraway y Stengers se pueden transgredir fronteras al estilo kwir, y al mismo tiempo querer un mundo viable, una ciudad-cosmos sostenible. Se debe encontrar un orden que es imprescindible pero uno que acepte las cambiantes diferencias entre humanos y entre humanos y no humanos, para su convivencia “en policía”.
No hay espacio en esta nota para considerar propuestas, que las hay. Algunas incluso aceptan tanto la importancia de los sentimientos y convicciones religiosas como la de las posiciones seculares y post-seculares. En una nota posterior comentaré las que se perfilaron en el debate realizado en 2004 entre el filósofo Jürgen Habermas y el entonces cardenal Joseph Ratzinger, quien luego sería el papa Benedicto XVI.
En tal debate se superaron fundamentalismos religiosos y secularistas para proponer soluciones con realismo crítico. Una de ellas, ya mencionada en los artículos de Razón Pública, es el orden constitucional de las naciones modernas que ofrece una base mínima y viable que se complementa con la plataforma –también de orden constitucional— correspondiente a los convenios internacionales.
Si es bien aplicado, el orden que aceptamos los colombianos en 1991 parece asegurar la viabilidad y sostenibilidad de una ciudad-cosmos en que podemos vivir en policía.