Escritor, antropólogo y etnólogo peruano
Por David Jiménez *
Nacido en Andahuaylas, “provincia de nombre quechua muy antigua”, en 1911, y muerto en 1969 por mano propia, José María Arguedas se crió entre la servidumbre indígena en casa de su madrastra. Su lengua materna fue el quechua, la única que habló hasta los siete años, absorbida de sus madres indias adoptivas. Aprendió tarde el castellano, su segunda lengua, y se propuso dominarlo como instrumento del escritor que quería ser, una especie de traductor capaz de expresar en otro idioma los matices de sentimiento, la imaginación mítica y la poesía de las comunidades quechuas de la sierra peruana. Su logro mayor en el cumplimiento de este designio fue su novela Los ríos profundos, obra maestra incomparable de la narrativa hispanoamericana. Arguedas fue, además, un gran investigador de la música tradicional del Perú indígena. Desde la infancia había acompañado a su padre, funcionario judicial, en largos viajes, a pie y a caballo, por las provincias del Ande peruano. Sus primeros recuerdos, escribió, fueron las imágenes de “los silenciosos montes nevados, de los lagos de altura, rodeados de totoras muy verdes o doradas, que anillaban el agua verdosa en cuya superficie graznaban patos negros, y las pariwanas, garzas manchadas de rojo, gráciles, nadando a la sombra tan extensa y profunda de las montañas”. Con estos recuerdos vinieron anudados otros, de fiestas, cantos y danzas de los pueblos indígenas. Arguedas se hizo etnógrafo, con serios estudios académicos, para dedicarse a investigar la originalidad y riqueza de ese mundo que había aprendido a admirar y a amar en su infancia. Volvió a recorrer esas regiones, recogió testimonios, grabó canciones, algunas de ellas ya memorizadas desde su niñez, escribió largos estudios, artículos para revistas y periódicos, toda una labor de ardua documentación que ocupará varios volúmenes en una próxima edición de su obra completa, conmemorativa del centenario de su nacimiento. Tradujo también al español poemas y letras de canciones que él mismo, en ocasiones, cantó y grabó, a veces acompañado por músicos de la sierra. La música y la poesía quechuas fueron para él no solo campo de estudio sino fuente de goce estético. La letra de la canción Tambubambinu maqta Carnaval de Tambobamba, traducida por Arguedas, dice: “El río de sangre ha traído / a un amante tambobambino. / Sólo su tinya está flotando, / sólo su charango está flotando, / sólo su quena está flotando. / Y la mujer que lo amaba, / su joven idolatrada, / llorando, llora / mirando desde la orilla / sólo la tinya flotando, / sólo la quena flotando. / El río de sangre ha traído / a un amante tambobambino,/ sólo su quena está flotando, / él ha muerto, / ya no existe. / La tormenta cae sobre el pueblo,/ el cóndor está mirando desde la nube, / la joven amante, la joven idolatrada / está llorando en la orilla. /¡Wifalalay wifala / Wifalitay wifalaáá!”. El carnaval es en febrero, comenta Arguedas, “en el tiempo de la creciente, cuando el Apurímac es turbio, cuando su sonido aumenta y se vuelve áspero y verdaderamente salvaje. En estas noches, cuando la voz del río suena con su máximo poder, en todos estos pueblitos de la quebrada, prendidos sobre el abismo, salen a cantar y a bailar el carnaval, el canto guerrero, que es como la ofrenda al río crecido y terrible, al cielo agitado y a la noche lóbrega. En algunos pueblos la canción es tierna y amorosa, pero en el Apurímac hondo, en Tambobamba, por ejemplo, es triste. La de Tambobamba debe ser muy antigua. Yo no conozco otra canción más cruel y hermosa”.
*Cofundador de Razón Pública. Para ver el perfil del autor, haga clic aquí.