
La COVID-19 ha paralizado la industria cinematográfica, pero ha hecho surgir nuevas plataformas que renuevan la experiencia audiovisual.
Andrés Ardila*
Las diferentes experiencias del cine digital
En estos últimos meses, la digitalización ha permitido que la experiencia cinematográfica sea cada vez más accesible para todos fuera del teatro.
El entretenimiento online y las redes sociales son los nuevos espacios de la distribución cinematográfica y los contenidos audiovisuales. Aunque nada de esto sea nuevo, durante la pandemia han sido los únicos espacios posibles para acceder al cine.
El futuro de las salas de cine
Sin embargo, cuando se pueda salir de casa, ¿quién irá a las salas de cine? El problema no sólo es poder salir, sino querer salir. Como dijo Claudia Triana, directora de Proimagenes Colombia: “(…) sumado al pánico a nivel global la gente irá muy poco a cine y esto solo si se arriesga a un contagio. (…) el entretenimiento debemos buscarlo en casa.”
El pasado 17 de julio estaba previsto iniciar los pilotos del autocine de Cinecolombia. Sin embargo, por el aumento de los contagios en Bogotá, esta actividad fue postergada por la Alcaldía.
Los espacios culturales no serán reabiertos pronto, lo que plantea un panorama no muy favorable para la industria de exhibición. Si este es el panorama para empresas de la magnitud de Cinecolombia, cabría preguntarse cómo apoyar los espacios independientes y culturales que se benefician de las experiencias comunitarias.
El cine nacional se ve en un aprieto porque la mayoría de los proyectos necesitan del apoyo del Fondo de desarrollo cinematográfico (FDC) que los financie. Sin películas no hay estrenos y sin estrenos no hay quien alimente las salas, y recordemos que un porcentaje de las entradas son las que financian el FDC.
Toda una industria cultural está ahora en paro por lo que se está consolidando un cine distinto, hecho con material de archivo, realizado en casa o por medio de programas de creación digital. Un cine que utiliza la estética del internet, de lo virtual, del cine ensayo y el video experimental.
Aún así surge la duda de si hay suficiente capacidad económica para costear los rodajes. La precariedad laboral en la industria cinematográfica de Colombia es innegable y por tal razón debemos, como siempre, repensar las formas de hacer y consumir contenido audiovisual en nuestros países.

Los conversatorios en vivo
El cine se está valiendo de diferentes espacios durante el encierro. El primer ejemplo son los conversatorios o actividades en vivo que son generalmente charlas o conciertos que se publican en las redes sociales y son espacios herederos de los espectáculos televisivos. Son efímeros y, a diferencia de los podcasts o los noticieros, no son periódicos.
Hay numerosos ejemplos de festivales y eventos sobre el cine. En Colombia, la página de Facebook de la Cinemateca de Bogotá sube constantemente contenido. En otros espacios se discuten temas relacionados con el cine, como En el charco, un proyecto realizado por estudiantes y recién egresados de cine, o Madlove sessions, llevado a cabo por la productora con el mismo nombre.
Tenemos en nuestras manos el auge de la charla publica online, y la pregunta es ¿cómo construir mejores debates sobre estos temas?
Del teatro al cine en casa
La industria del cine también se está valiendo de Video On Demand (VOD), un servicio que vende y alquila películas al igual que otras plataformas como Mowies, Interior XIII digital y la Cinemateca digital. En VOD, el espectador paga por película y tiene derecho a reproducirla cierta cantidad de veces en un número determinado de días.
Este es el caso del vigente Festival de Cine Independiente de Bogotá (IndieBo), que finaliza el 26 de julio. Como si fuera una sala de cine, las películas tienen un aforo limitado y se compran por internet. Sin embargo, algunas voces en las redes se han preguntado por el costo de las boletas del festival, y la dificultad que puede ser para muchos acceder a la programación que cuesta en promedio veintiún mil pesos colombianos por película. Las preguntas por el acceso a la cultura siguen abiertas en esta cuarentena.
Este sistema se diferencia del formato Streaming Video On Demand (SVOD) de Netflix y Amazon Prime en los que los espectadores pagan por un catálogo que tiene un tiempo de vigencia.
En estas plataformas la decisión la hace, en apariencia, el espectador. Sin embargo, en realidad, las películas que escogen mayoritariamente los espectadores responden a un algoritmo. El algoritmo de la plataforma de streaming nos “sugiere” qué ver y qué dejar de lado.
La productora colombiana, Diana Bustamante, en un artículo que escribió sobre Netflix afirmó: “habría que preguntarse también qué pasa, como en casi todo, con las pequeñas joyas que se pierden en ese mar de envolturas: las películas, o incluso las series, muchas de ellas documentales, que sin la fuerza de la publicidad se ven abocadas al desvanecimiento”. La discusión sobre las consecuencias del poder de servicios como Netflix es ahora aún más vigente.
Los canales privados son otros medios de distribución de información. Numerosos grupos de lectura, de estudio, cineclubs privados y clases universitarias utilizan los medios virtuales para compartir información películas, libros y artículos. Se valen de medios como grupos de Facebook, archivos de Drive, torrents y otras formas de piratería digital.

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Las preguntas éticas
Cada una de estas nuevas plataformas tiene su propia política ética con el usuario, y progresivamente han sido criticadas públicamente por cómo manejan la información o a quien se la venden.
Cabe recordar el escándalo de Facebook en 2018. La Comisión Federal de Comercio de Estados Unidos sancionó a la red social por las malas prácticas en el manejo de los datos de 87 millones de usuarios. Le ordenó pagar 5000 millones de dólares por haber compartido los datos a la consultoría política Cambrige Analytica.
Lo tecnológico ha entrado en el terreno de lo político y por eso debemos preguntarles a las plataformas a quiénes benefician sus algoritmos. Las preguntas: ¿Quién nos guía en ese mar de información? ¿Cuáles son las formas en las que decidimos que consumir y de qué manera?
Como en los demás espacios de consumo, en el mundo digital existe la pregunta por la ética del consumo. Por ejemplo, se podría decir que participar de las redes sociales como Facebook, Instagram o Twitter se debe al simple gusto por la interacción.
Sin embargo, se ha demostrado que los algoritmos benefician las publicaciones o interacciones “polémicas” ya que esto da lugar a más tráfico en las plataformas. Cabe preguntarnos de qué manera somos participes del enriquecimiento de los magnates de Silicon Valley, mientras aumenta la hostilidad en línea.
Una nueva forma de consumir contenido
Invito a que nos preguntemos cuáles son las formas de salir de este ciclo vicioso del debate público para encontrar espacios donde el aprendizaje se pueda dar. No con el afán de invitar a los “buenos modales” ni mucho menos, sino a construir espacios de diálogo más humanos y menos llevados por la maquinaria del algoritmo.
Una de las formas de hackear el algoritmo en estos casos es por ejemplo utilizar más el chat privado. Así se establecen conversaciones más cercanas sobre los temas álgidos, y se evita la dopamina que trae el “me gusta” y las reacciones a nuestras publicaciones y comentarios.
En el campo del cine, esto podrá resignificar espacios como los cineclubs o los grupos de estudio. Este tiempo es, sin planearlo, un momento emocionante para pensarse otras maneras de conversación.
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