
Aunque el regreso del gobierno de Estados Unidos al Acuerdo de París tomará tiempo, ya están en marcha otros actores y procesos poderosos que han escalado la lucha contra el cambio climático. Estas son buenas noticias.
Manuel Guzmán Hennessey*
De Trump a Biden
Una de las primeras medidas del recién elegido presidente de Estados Unidos será suspender el trámite de retiro del Acuerdo de París que había puesto en marcha su antecesor el 4 de noviembre de 2019.
El presidente Trump había rechazado la evidencia científica al afirmar una y otra vez que el cambio climático era una “invención” del partido demócrata o —cuando más—, un proceso natural independiente de las acciones humanas. Tal actitud solo puede resultar de la ignorancia o, peor todavía, del afán de negar la verdad para servir a intereses económicos oscuros y cortoplacistas.
Hoy, cuando Trump está saliendo de la Casa Blanca, el mundo comienza a hacer el inventario de los daños que causó su gobierno —y de los que nos ahorraremos con su derrota electoral de este 3 de noviembre—.
La retirada del Acuerdo de París no fue el peor de esos daños, pero sí fue una decisión difícil de enmendar.
A Biden le tomará mucho tiempo desmontar las políticas de su antecesor en materia ambiental y climática, especialmente la restitución del plan energético de Obama, concebido con los datos de 2011 y que ahora deberá actualizarse con los de 2020 y las nuevas metas de los informes científicos.
Tres cambios de fondo
Pero por fortuna para el mundo, la presencia o ausencia formal del gobierno de Estados Unidos no tiene la misma importancia que tenía hace unos años. Esto se debe a tres razones principales:
- La diplomacia del clima pasó de manos de los Estados, a la gestión directa de los actores económicos privados, de las grandes ciudades y de los movimientos ciudadanos del mundo.
- De manera paralela han aumentado de manera sustancial los proyectos “verdes” y económicamente rentables de muchísimas empresas, así como los esfuerzos de incontables actores no estatales, y
- Por su parte los Estados que integran la Unión Europea han redoblado el compromiso contra el cambio climático. Veamos.
El fracaso de la vieja diplomacia
El fracaso de la diplomacia tradicional o interestatal quedó de manifiesto con el retiro mismo del Acuerdo de París por parte del gobierno norteamericano, pero ya se había visto con la negativa de Bush a ratificar el Protocolo de Kioto (1997), que a su vez había sido firmado por la mayor parte de los países que hoy acompañan el Acuerdo de París (2015). Es difícil asegurar el éxito de un acuerdo global con la ausencia de uno de los dos más grandes emisores de carbono del mundo.
Es más: debemos recordar que el papel de Estados Unidos durante los veinte años del Protocolo de Kioto consistió en boicotearlo desde la Convención Marco de Cambio Climático (2005).
Ese fracaso de la diplomacia tradicional también se había traducido en la marcada pérdida de liderazgo de la ONU en materia ambiental; para la muestra, baste recordar su lánguida declaración cuando Estados Unidos solicitó el retiro del Acuerdo:
“La ciencia de hoy en día es clara. Debemos intensificar la acción y trabajar juntos para reducir los efectos del calentamiento mundial, para asegurar así un futuro más verde y resiliente para todo el mundo. El Acuerdo de París proporciona el marco para conseguirlo…Observamos con pesar la retirada de los Estados Unidos… seguiremos trabajando con sus aliados”.
Algunos analistas opinaron incluso que dicha retirada pudo o podría ser buena para el mundo, porque estimularía la acción climática global de los empresarios bajo un nuevo modelo geopolítico de competitividad, acelerado además por la pandemia.

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Los síntomas, pero no las causas
Pero el problema de la diplomacia convencional del clima es que no va a la raíz del problema, sino que se reduce a sus síntomas: las emisiones de gases de efecto invernadero.
La raíz del problema es la economía intensiva del carbono, y ni siquiera el Acuerdo de París identifica las acciones necesarias para el tránsito hacia una nueva economía.
El Acuerdo establece que ningún país puede obligar a otro a establecer metas de reducción de los gases que causan el calentamiento de la atmósfera, de manera que cada uno hace su parte de “buena voluntad” y sin ceñirse necesariamente a los estándares de proporcionalidad o al cumplimento de “cuotas” asignadas por la ciencia.
Como si fuera poco, los países pueden diseñar su propia metodología para alcanzar sus metas. Algunos países formulan estos compromisos sobre la base de los patrones de reducciones netas, otros a partir de los criterios de carbono neutral y otros teniendo en cuenta el objetivo para 2030.
Se ven casos como el de Dinamarca que propuso una reducción del 70 % de sus emisiones antes de 2030, mientras que países de América Latina (incluido Colombia) rondan en metas que no alcanzarán el 25 %.
Si cada país cumple antes de 2030 sus objetivos del Acuerdo de París, algo que es improbable, la temperatura global aumentaría más de 3° C hacia 2050 y esto nos llevaría a un punto de no retorno.
Acción no estatal en Estados Unidos
A pesar de los daños —y la retórica— de Trump, el Acuerdo de París en Estados Unidos ha seguido avanzando en estos años, gracias a las empresas privadas y a los programas ambientales de numerosos estados, ciudades, comunidades y universidades.
Por ejemplo: una coalición que representa casi el 70 % de la economía de Estados Unidos decidió intensificar sus planes de reducción de emisiones de carbono y su tránsito hacia un futuro energético libre de combustibles fósiles. Son 140 ciudades las que firmaron el compromiso del Sierra Club para conseguir una organización energética 100 % renovable.
Hay ciudades pequeñas, como East Hampton, en Nueva York, pero también centros urbanos importantes, como San Diego y San Francisco, Miami y Salt Lake City, que emprendieron esta vía en franca divergencia con las declaraciones del presidente saliente.
Ellos entendieron eso que los apologistas de la lógica de las negociaciones del clima se niegan a entender: más allá de las metas de los países, hay que cambiar las economías.
Abandonar un patrón tecnológico dominado por los combustibles fósiles, para reemplazarlo por otro que no aumente el calentamiento y que afecta de manera irreversible el clima, los océanos y los grandes cuerpos de hielo.
La Unión Europea
Ante la crisis producida por la COVID-19, muchas voces proponen aprovechar el momento e impulsar la transición hacia un modelo socioeconómico climáticamente neutral, resiliente, sostenible e inclusivo.
Esto se conoce como Green Recovery o recuperación verde. Esta iniciativa es la versión actualizada de otra que fue lanzada antes de la pandemia: el Pacto Verde europeo, erigido sobre los pilares del crecimiento, el empleo y la prosperidad, una hoja de ruta para transformar la economía partiendo de la transición verde.
La Comisión Europea identificó este Pacto Verde como un catalizador de crecimiento y el Parlamento Europeo y la mayoría de los gobiernos están siguiendo la línea marcada por él.
Hacia una nueva estrategia global
En 2019 se constituyó una alianza renovada de países y agentes no estatales decididos a seguir las recomendaciones de la ciencia en materia de cambio climático.
73 países del mundo manifestaron su intención de presentar un plan de acción climática según lo establecido en el Acuerdo de París. Catorce regiones se sumaron a esta iniciativa, 398 ciudades, 786 empresas y dieciséis inversionistas, que ya están trabajando en reducir a cero sus emisiones netas de CO2 para 2050.
Los miembros de esta alianza también fortalecerán la participación del sector privado para acelerar la transformación de las economías en el marco de los objetivos del Acuerdo de París. La Alianza de Ambición Climática fue lanzada en la Cumbre sobre la Acción Climática celebrada en Nueva York.
En cuanto a la diplomacia interestatal, también es de prever que la situación mejore con la derrota electoral de Donald Trump. Su salida de la Casa Blanca suscitará una estampida de gobiernos que acompañaran al presidente Biden que –esperemos– dará un nuevo rumbo y contenido a la diplomacia interestatal.
Por su parte, el compromiso redoblado de la Unión Europea asegura un liderazgo que probablemente imitarán otros países y acabará por sacar a flote el Acuerdo de París, pese a los gobiernos disidentes que además del de Trump Unidos son hoy los de Siria y Nicaragua.
De modo que, en resumen —y tanto por la vía diplomática oficial como, ante todo por la vía de las grandes decisiones de política económica interna— el verdadero desafío para Joe Biden es liderar una transformación real de la economía del carbono.