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El fútbol: tragicomedia nacional

Escrito por Manuel Guzmán
Manuel-Guzman-Hennesse

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Si este fuera un país serio promovería una reflexión sobre la relación que existe entre este fútbol de la decadencia y la postración moral del propio país.

Manuel Guzmán Hennessey *

Una de las cosas que hace que este país se hunda, cada día más, en una especie de minusvalía mental adquirida, es el fútbol. O más bien: la excesiva importancia que le damos al fútbol, especialmente en los medios de comunicación. La minusvalía mental adquirida es una patología social que afecta a la conciencia colectiva de una sociedad que acepta esta forma de alienación alimentada por los medios, y por un aparato ideológico que entiende el ocio y la diversión, como si fueran cultura o deporte.

Así entendidas las cosas, todas las posibilidades creativas o contemplativas del ocio, se reducen a la rumba. Y todas las bondades del ejercicio deportivo se reducen al fútbol, pues según esta axiología de la decadencia, el deporte será privilegiado en los medios, sí y sólo sí, contribuye al negocio.

¿Negocio de quién? De ellos mismos, en primerísimo lugar, de las marcas en segundo, de los dueños de los equipos en tercero, y del punto cuarto en adelante pueden poner ustedes una larga cadena de asuntos asociados que se clasificarán como "importantes" sí y sólo sí, agregan valor a la cadena de la alienación.

Si pierde la selección Colombia, reina de burlas si nos atenemos a los indicadores netamente deportivos, ello merece espacio destacado en los diarios, pero no sólo la noticia de la derrota, sino la reflexión "profunda y filosófica" sobre las causas del fracaso. Va el ejemplo: primera página de El Tiempo, lunes 12 de octubre: "La salida no es un técnico extranjero". Otros diarios conceden similar importancia a la disquisición, y de los medios radiales y televisivos es mejor no hablar, pues allí la profundidad filosófica de los análisis adquiere, en algunos casos, ribetes bufos, tragicómicos o simplemente estúpidos.

Segundo ejemplo: le metieron una patada a Cristiano Ronaldo, y ello lo incapacita por varios meses como "estrella" de su equipo (creo que es del Atlétic de Madrid, pero digamos que es del Unión Magdalena para no meternos con otros países). Coincide la patada con una pelea con su novia (pongamos que ex novia) la cual, en un acto de ira, decide contratar a un brujo para que le haga un conjuro al futbolista y lo saque definitivamente de las canchas. Hasta aquí el asunto no tiene mucho que ver con el tema de esta columna, puesto que cualquiera está en su derecho de contratar brujos o de creer en jinetes mesiánicos.

Pero ocurre que este hecho merece la atención de los medios, y dos de ellos, entre los de mayor audiencia nacional, deciden entrevistar al brujo. Y le conceden tanto tiempo a la explicación de los hechizos como el que suele concederse el presidente Uribe cuando le da por explicar la razón de sus encrucijadas por esos mismos medios. Escuché a uno de los comunicadores preguntar si el efecto del conjuro podía tasarse en el tiempo, de manera que tuviese acción prolongada, o amplio espectro, como se dice de los antibióticos en la farmacopea, o si, por el contrario, al paciente se le suministraba, de una vez, toda la dosis. El brujo entonces, un andaluz lenguaraz, se extendió en la explicación de los soportes éticos de su profesión, hasta el punto que ello mereció una repregunta conspicua de uno de los más respetados periodistas de nuestra franja matutina.

Hablé arriba de los ribetes que adquiere la discusión futbolística en los medios; es preciso detenernos en una cosa que llaman "los tenores", espacio en el cual unos señores se dedican al análisis del fútbol con tal vehemencia, rigurosidad y rebuscamiento lingüístico, que si uno oprimiera el "mute" bien podría imaginarse que se trata de unos físicos explicando el hallazgo del material superconductor.

Tienen ellos el derecho de realizar su trabajo con la cara y el semblante que consideren pertinente, es cierto, pero a lo que no hay derecho es a que semejante bobería sea considerada más importante que los programas de opinión, y desplace, cuando hay partidos (y casi siempre los hay) a los espacios periodísticos que ocurren entre las siete y las nueve de la noche. Ha sucedido con "Hora 20", con "La hora de los negocios", y con otros programas radiales de opinión, que han demostrado ser de muy buena calidad periodística.

Los adustos señores que comentan las estrategias parecen conocer más sobre ellas que los técnicos de los equipos, no obstante estos últimos acaban aplicando las suyas y siempre pierden. Desde los tiempos del Tino Asprilla, a quien recuerdo regresando del suelo, casi siempre, con una expresión de desconcierto como si solamente se hubiera caído esa vez, nuestra selección nacional viene de tumbo en tumbo. Nunca gana la clasificación al mundial de fútbol y cuando lo hace, no pasa allí de las primeras de cambio, como aquella ocasión (creo que en Estados Unidos) en la cual se emborracharon la noche antes de un partido, y fue cuando se cayó el Tino y otros más, no una vez sino varias, y perdieron hasta con Cafarnaún, y tuvieron que regresar con el rabo entre las piernas.

Si no estoy mal eran los tiempos de Maturana y sus alegres muchachos a quienes consolaba con una perla de la dialéctica futbolera: perder es ganar un poco.

Si este fuera un país serio promovería una reflexión sobre la relación que existe entre este fútbol de la decadencia y la postración moral del propio país. Ver a los jugadores salir de las canchas, luego de recibir humillantes derrotas, es equiparable a ver al país entero, salir de sus tragedias sin remedio alguno, con la certeza inevitable de tener que volver a ellas, una vez se renueve el entusiasmo, y otro príncipe nos asegure que alcanzaremos la paz, y que algún día vamos a ser la sede del mundial de fútbol.

 

* Director del Centro de Pensamiento y Aplicaciones de la Teoría del Caos, profesor, investigador y columnista de varios diarios. Otros escritos suyos pueden consultarse en manuelguzmanhennessey.blogspot.com

twitter1-1@guzmanhennessey

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