Otra vez los inmigrantes fueron el tema central del discurso del nuevo presidente. Al achacarles todos los males del país, Trump los convierte en enemigos del pueblo, y de paso desvía la atención de la imposibilidad de cumplir sus promesas de campaña.
Luis Mejía*
¿Nuevo Trump?
El 28 de febrero el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, pronunció su primer discurso oficial ante el Congreso. Es una tradición: poco después de su posesión los presidentes presentan su plan de gobierno, que para esta fecha suele estar muy avanzado. Normalmente las bases del plan se deciden durante la campaña, se pulen en el lapso entre la elección y la posesión, y se discuten con el personal experto de las agencias involucradas. En este caso faltó todo esto.
El discurso de Trump estaba hecho de frases cortas, tajantes y gramaticalmente correctas, a diferencia de sus improvisaciones. Sus redactores fueron fieles a su carácter: conceptualmente descoordinado, patriótico y nacionalista, lleno de exageraciones y falacias dirigidas al corazón de sus oyentes para evitar hacerlos pensar en complejidades sociológicas, económicas o de política internacional. La mayoría de sus simpatizantes manejan poca información especializada –igual que él, que una vez dijo que no leía informes de inteligencia porque él era inteligente– y el lenguaje de Trump se mantiene a ese nivel. Por eso su capacidad de conectar con sus votantes es innegable.
La mayoría de sus simpatizantes manejan poca información especializada y el lenguaje de Trump se mantiene a ese nivel.
Pensando con el deseo, algunos medios importantes –como el New York Times y el Washington Post– alabaron este discurso por ser el momento en que Trump asumió con seriedad su papel de presidente, y minimizaron su falta de sustento empírico. Compartían el deseo de que el país y el control de su arsenal nuclear estuvieran en manos de un estadista o, al menos, de un adulto capaz de autocontrol.
Por otro lado, los comentaristas independientes y los medios internacionales no encontraron en el discurso motivos de optimismo, y medios como The Associated Press (AP) analizaron en detalle sus errores, distorsiones e imprecisiones.
Los temas del discurso
![]() Presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Foto: Wikimedia Commons |
Una lectura atenta permite identificar dos temas dominantes en el discurso: la capacidad de Trump para someter el mundo a su voluntad, y el peligro que representan los inmigrantes para la sociedad.
La idea de su poder mesiánico se expresó en frases como:
- “Yo no permitiré que los errores de las últimas décadas definan nuestro futuro”;
- “Desde mi elección muchas compañías han anunciado inversiones por millones de dólares y la creación de millares de empleos” (como si esas decisiones fueran improvisadas y se tomaran en un par de meses);
- “Yo no voy a permitir que se sigan aprovechando de Estados Unidos, de sus compañías importantes y de sus trabajadores” (aludiendo a los victimarios que sus seguidores asocian con China y México);
- “Yo voy a repatriar millones de empleos”.
Según Trump, algunos acontecimientos han ocurrido porque él es presidente. Los aliados saben que Estados Unidos ha vuelto a liderar, el mercado bursátil prospera como nunca, hay un renovado sentimiento de orgullo en el país y empieza un nuevo capítulo de grandeza estadounidense. Todas las naciones del mundo van a descubrir que Estados Unidos es poderoso, orgulloso y libre.
A los inmigrantes, por otra parte, les dedicó tres secciones del discurso y habló de ellos siempre en términos peyorativos. Los relacionó con la importación y distribución de drogas, con altos costos fiscales (seguramente en salud y educación) y con la inseguridad doméstica.
Cuatro veces los culpó de los salarios bajos y del desempleo de los norteamericanos. Aseguró que al no exigirles que sean capaces de sostenerse a sí mismos se produce una gran carga para los estadounidenses y se “reducen los recursos públicos en los que confían nuestros ciudadanos más pobres”, olvidando que son los políticos republicanos quienes representan la mayor amenaza para la población vulnerable de ese país.
En abierta contradicción con las estadísticas conocidas de criminalidad, afirmó que la gran mayoría de los terroristas condenados en Estados Unidos desde septiembre de 2011 son extranjeros. También dijo que por no cumplir las leyes de inmigración se ha producido un caos de ilegalidad que impide la prosperidad de los estadounidenses, y aseguró que su reforma migratoria garantizará seguridad y respeto a la ley e impedirá que el país se convierta en santuario de terroristas y extremistas.
En el mismo sentido, Trump reafirmó su decisión de construir una muralla en la frontera sur que “servirá de manera muy efectiva como un arma contra las drogas y el crimen”, y anunció la creación de una oficina llamada Acompañamiento a las Víctimas de Crímenes de Inmigrantes” (VOICE, por su nombre ene inglés) para “dar voz a quienes han sido ignorados por nuestros medios y silenciados por intereses especiales”.
De esta manera introdujo a su otro gran enemigo –los medios– y lo condenó por asociación. Como la mayoría de estos se han rehusado a vivir en el mundo de pos-verdad que él y sus asesores habitan, Trump ha desatado una campaña contra ellos y a diario denuncia la oposición irracional que supuestamente le hacen.
En suma, Trump hizo muchas promesas que afectarían, entre otros, al comercio y a las relaciones internacionales, la familia, el control de drogas ilegales, la educación, la seguridad en las ciudades, los impuestos y la empresa privada. No obstante, pocas de estas promesas las puede cumplir por decreto presidencial, pues la mayoría son decisiones que deben tomar los republicanos en el Congreso, y su equipo no ha presentado aún propuestas concretas en este espacio. Además, no se sabe qué suerte podrían correr estas iniciativas porque todavía no se ven soluciones para superar las diferencias entre él y su partido.
Lo que no dijo
![]() Inmigrantes en Estados Unidos. Foto: Alfonso Romero |
En su discurso, Trump ignoró problemas muy serios:
- La concentración de la riqueza,
- El calentamiento global,
- El costo de la educación,
- La violencia policial,
- Los recortes en el presupuesto de seguridad social y medicina subsidiada, o
- La injerencia de grandes donantes en las campañas políticas.
Se abstuvo de condenar claramente la violencia contra las minorías, agudizada desde el día de su elección y perpetrada por individuos empoderados por sus palabras, como ya lo han estudiado centros académicos y periodísticos. Solo se limitó a decir que “somos un país unido en el rechazo de toda forma de odio y maldad”.
A los inmigrantes, les dedicó tres secciones del discurso y habló de ellos siempre en términos peyorativos.
Se jactó de haber expedido la orden según la cual “por cada reglamento nuevo deberán derogarse dos anteriores”, con lo que redujo el papel del Estado en la protección del medio ambiente, de la salud y del patrimonio de los ciudadanos, sin reconocer que estas regulaciones son la respuesta a serios atentados corporativos contra el bienestar social.
Del mismo modo, el lenguaje y la puesta en escena del discurso permiten identificar símbolos y mensajes que dan seguridad a sus seguidores y hacen odiosos a los opositores. Referirse al sistema de salud como Obamacare en lugar de Ley de Salud Asequible y el comportamiento forzado en la bancada republicana son ejemplos de ello.
Como se sabe, la gran mayoría de los políticos republicanos anticipaba –como el resto del mundo– que Trump perdería las elecciones y se rehusaron a respaldarlo o le dieron un respaldo tibio, lo cual él no perdona. Su principal opositor fue el excandidato presidencial Mitt Romney. Trump fingió considerar su nombre para secretario de Estado, pero en realidad montó un reality para humillarlo públicamente.
No obstante, en la sesión conjunta del Congreso, el Partido Republicano hizo un acto colectivo de arrepentimiento y aplaudió al final de cada frase. Esto hace parte de una estrategia para ganar tiempo mientras consolida su control sobre la agenda legislativa y las instancias claves del poder.
Con Trump el partido republicano obtuvo una victoria sin precedentes. Logró mayoría en el Senado, la Cámara de Representantes, las Asambleas legislativas y la Gobernaciones estatales, con la probabilidad de dominar el poder judicial federal al llenar las vacantes en la Corte Suprema que mantuvo durante la administración Obama, todo lo cual convierte al nuevo presidente en una distracción conveniente.
Por otra parte, los invitados especiales de la primera dama tuvieron un papel simbólico importante. La mayoría eran negros, unos pocos eran blancos, y todos ciudadanos estadounidenses de nacimiento. Fue notoria la ausencia de asiáticos, africanos y latinos, así como de empresarios, académicos e inventores nacidos en el extranjero.
Dio además un golpe de teatro político cuando presentó a la viuda de un oficial muerto en una operación desastrosa en Yemen. Supo explotar la simpatía que despierta una mujer en esas circunstancias. Resaltó la falta de empatía de los reporteros de televisión cuando hacen del dolor y de la angustia un espectáculo. Incluso la bancada demócrata tuvo que participar en una ovación prolongada. Trump aprovechó el momento para manifestar su deseo de aumentar el presupuesto militar y eludió otra vez su responsabilidad en la operación improvisada e inútil en la que perdió la vida ese soldado.
Finalmente, hizo un homenaje a tres familias de víctimas de crímenes cometidos por “inmigrantes ilegales”. Con un lenguaje brutal, una expresión facial airada y un relato minucioso de los hechos, reforzó su denuncia contra los inmigrantes peligrosos.
De este modo, el primer discurso de Trump ante el Congreso dejó entre los inmigrantes el temor de que hemos sido seleccionados para darles a sus seguidores un blanco hacia el cual dirigir sus frustraciones y ansiedades. Trump sabe que no cumplirá sus promesas de campaña al proletariado blanco porque el equipo de plutócratas en el gabinete y de consejeros racistas en la Casa Blanca es indiferente a sus intereses. Les ofrece a cambio un premio de consolación: libertad para perseguir inmigrantes.
* Abogado, economista e investigador social residente en Nueva York.