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Los Óscar: cine y política en Hollywood

Escrito por Santiago Trujillo

Presidente de Estados Unidos, Donald Trump.

Santiago TrujilloDurante toda su historia el cine ha estado ligado a la política. Hollywood no ha sido la excepción, y por eso no es extraño que la entrega de los premios hubiera estado marcada por el cambio de gobierno en los Estados Unidos.  

Santiago Trujillo*

Una vieja unión

El cine ha estado unido a la política desde su nacimiento. Empezando el siglo XX, cuando apenas se estaban construyendo los cimientos del lenguaje cinematográfico, el director D. W. Griffith, con su epopeya El nacimiento de una nación, mostraba avances nunca antes vistos en narrativa, puesta en escena y herramientas tecnológicas mientras hacía una temible apología del Ku Klux Klan.

Es leyenda El acorazado Potemkin de Serguéi Einsenstein, que le mostró al mundo uno de los episodios más emblemáticos de la Revolución Bolchevique, de la que quedó apenas, como bastión en ruinas, el coche de un bebé cuesta abajo por unas escaleras. O la pieza maestra de Fritz Lang, Metrópolis, que imaginando un futuro de paroxismo industrial puso en escena las tensiones de su tiempo entre empresarios y trabajadores de Alemania. Con esta obra dejó un aleccionador y siempre polémico mensaje que no le sentaría nada mal a la presidenta Ángela Merkel y a su tan nombrado liderazgo dentro de la Unión Europea: “El mediador entre el cerebro y las manos debe ser el corazón”.

Es famoso el cine de propaganda nazi –del cual El triunfo de la voluntad de Leni Riefenstahl es, de lejos, el ejemplo más citado– y también su antítesis, El Dictador de Chaplin, cuyo discurso memorable revive cada tanto por redes sociales, cuando salta a la escena local o mundial un nuevo demagogo con ínfulas belicosas y discursos de exclusión religiosa o racial.

Hollywood, Trump, la política

Película El Gran Dictador, por Charles Chaplin.
Película El Gran Dictador, por Charles Chaplin. 
Foto: Wikimedia Commons

Recuerdo que la última vez que apareció en mi Facebook el rostro nítido y premonitorio de Chaplin vestido de dictador fue un día antes de las elecciones de Estados Unidos donde salió victorioso Donald Trump. No pasaron semanas cuando su discurso inaugural ya era comparado con la sentencia “populista” de Bane, el villano de Batman: El caballero de la noche asciende.

Unos días más tarde, en los Globos de Oro, Meryl Streep entonaba un discurso que por su contundencia actoral y contenido dramático podría emular las sentidas declaraciones de Kevin Costner en los alegatos finales en la película JFK, o las reflexiones solitarias, nunca vistas y escuchadas por Hollywood, de un intelectual extraviado en la Cuba revolucionaria en Memorias del subdesarrollo de Gutiérrez Alea.

Nunca imaginó que llegaría a la Casa Blanca un magnate xenófobo, amante de las modelos y las fiestas pomposas.

En los titulares de prensa escribían que el cine alzaba la voz en contra de Trump. Hollywood, que había escenificado innumerables veces a sus presidentes y los había imaginado negros, mujeres, veteranos de guerra, cazadores de leones, viejos sabios, pilotos de avión y hasta extraterrestres, nunca imaginó que llegaría a la Casa Blanca un magnate xenófobo, amante de las modelos y las fiestas pomposas, con poca gracia escénica y ordinario en sus formas y gestos.

Fue un mal casting para esa película extraña que es Estados Unidos de América y que hemos visto una y otra vez, por gracia u obligación, vestida de banderas de barras y estrellas, de uniformes e himnos victoriosos, de presidentes heroicos que salvan al mundo en nombre de su país mientras rescatan a la primera dama de un secuestro a cuatro mil pies de altura, disparan misiles desde un avión de guerra a un objeto volador no identificado o dan la orden de destruir el meteorito inminente.

En Latinoamérica ya estábamos acostumbrados a que Hollywood caricaturizara a nuestros presidentes como gordos corruptos, a veces con uniforme militar, otras veces con corbatas desajustadas. Siempre aliados con algún criminal internacional, narco o traficante de armas, con una esposa despampanante que coqueteaba con los escoltas de su esposo, el honorable presidente de la república independiente de “Miranda” o “Columbia” o cualquier otro país ficticio o real que para el propósito de contar estas historias poco importaba.

Sin duda el golpe debió ser muy duro. Que su actual presidente se parezca tanto a estos vulgares y subdesarrollados políticos pone en jaque el seguro y próspero proyecto civilizatorio y humanista que tantas veces hemos visto en pantalla grande por cuenta de los actores y actrices de esa industria diversa y generosa que es Hollywood, que resuelve su deuda social con una nómina ad honorem de embajadores de buena voluntad y con emotivos discursos pronunciados cada año en la temporada de premios.

Los Óscar

Director de Moonlight actual ganadora del premio Oscar por “mejor película”, Barry Jenkins.
Director de Moonlight actual ganadora del premio Oscar por “mejor película”, Barry Jenkins.
Foto: Wikimedia Commons

Por eso era previsible que la llegada de los Premios Óscar generara tantas expectativas. No faltaría el miembro de la Academia que, queriendo ver la segunda entrega del discurso de Meryl Streep, se inclinara porque su buena actuación en Florence Foster Jenkins se llevara un Óscar y, obligada a subir de nuevo al escenario, dijera un par de verdades más. Pero por fortuna esto no pasó porque, aunque es sin duda una de las mejores y más carismáticas actrices de su tiempo, hubiese sido, al menos en esta ocasión y frente a la impecable actuación de Emma Stone en La la land, un acto de clara "sobrevaloración".

Casi todo el cine norteamericano, por omisión o intención, acaba siendo político.

Tampoco puede pasar desapercibido el discurso de inmigrante ilegal y sin dinero de Gael García que, aunque emotivo y pertinente, en su voz no dejó de ser un titular para revista de farándula. Y por supuesto no puede olvidarse la confusión en la entrega del premio a mejor película con La la land y Moonlight, ambas grandes películas. Prefiero pensar que no le quitaron la estatuilla a La la land, sino que, ante la imposibilidad de premiar a ambas, decidieron armar este extraño guion de película de suspenso sicológico.

Decir que fue clara la apuesta política y artística al incluir a los afros en los ganadores de 2017, en una evidente reivindicación con esta comunidad después de las críticas recibidas en 2016, es sensato y hasta evidente. Afirmar que era más contundente, considerando la coyuntura política de Estados Unidos, premiar un drama que ponía sobre la mesa el debate de la exclusión de un afroamericano que se descubre en su condición de homosexual que un impactante musical que reivindicaba el nostálgico sueño americano, según el cual “si te esfuerzas siempre lograrás tus sueños”, es seguramente una afirmación políticamente incorrecta. Ambas películas son potentes y estremecedoras en sus apuestas.

Aunque los Óscar dejan mucho que desear como vitrina política podría decirse que, en contraste, casi todo el cine norteamericano, por omisión o intención, acaba siendo político gracias a sus banderitas, sus eventuales críticas tributarias, sus policías depresivos y sus apologías al consumo. Pero también, por supuesto, y valga de inmediato la aclaración, por sus dramas y comedias de inmenso contenido humano y social que han enviado en muchas ocasiones, y gracias a grandes cineastas, mensajes al mundo entero.

De todo lo que pasó esa noche “inolvidable”, que muchos olvidarán muy pronto, lo más importante fue el Óscar a la película El cliente y la poética y política ausencia de su director, el iraní Asghar Farhadi.

Por lo demás, el cine, aunque político, siempre será ante todo cine: historias para transformar el espíritu y comer crispetas en el silencio fascinante de la sala.           

 

* Gestor cultural y realizador audiovisual, actualmente es director del programa de Cine y Televisión de la Universidad Jorge Tadeo Lozano.

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