El desarrollo acelerado de Eurasia, jalonado por China y por Rusia, está poniendo en riesgo la hegemonía de Estados Unidos. ¿En qué consiste esta amenaza -y cuál podría ser el sitio de América Latina en el escenario global que ya se asoma-?*.
Eduardo Lindarte M.**
Un desafío en el aire
Hace apenas medio siglo se pensaba que la geografía constituía “el destino manifiesto” de los pueblos, porque la conformación física del territorio – sus montañas, sus ríos, sus mares, sus recursos naturales- condicionaban el destino de cada sociedad.
Pero a raíz de la revolución en los transportes y en las comunicaciones que “anuló las distancias y barreras”, la geopolítica cayó en franco desuso. Y sin embargo a comienzos de este siglo XXI la geopolítica ha vuelto a resurgir como mucha fuerza.
Parece sin embargo que la hegemonía mundial de Estados Unidos se encuentra en su apogeo, y por eso las reiteradas expresiones del presidente Trump sobre el supuesto ventajismo económico e incluso militar de países extranjeros (China, Japón, México…) sorprende a muchos analistas.
Pero Trump viene anunciando un gran aumento del gasto militar, a costa recortes sobre todo en lo social y lo ambiental. Cabe entonces preguntarse: ¿Cuál es la amenaza que justifica semejante alarma? ¿Será apenas una venia del nuevo presidente republicano a la presión del llamado “complejo militar-industrial”? ¿O estamos ante un problema de fondo?
Tres proyectos nacionales
![]() Vladimir Putin, presidente de la Federación Rusa. Foto: Wikimedia Commons |
-La posición básica de Estados Unidos queda bien resumida en la doctrina Wolfowitz que formulara el Subsecretario de Defensa, poco después de la caída del muro y la culminación de la Guerra Fría: “Nuestro primer objetivo es de evitar el resurgimiento de un nuevo rival, ya sea en el territorio de la Antigua Unión Soviética o en otra parte…. Esta es la consideración principal que subyace a la nueva estrategia regional de defensa, y exige que busquemos evitar que cualquier potencia hostil llegue a dominar una región cuyos recursos, bajo un control consolidado, fueran suficientes para generar poder global.”
-El propio presidente de Rusia Vladimir Putin describió así así el interés central de su país en febrero de 2012: “Rusia constituye una parte inalienable y orgánica de la Europa Mayor y de la Civilización Europea. Nuestros ciudadanos se consideran europeos. Por eso Rusia propone avanzar hacia la creación de un espacio económico común desde el océano Atlántico hasta el Pacífico, una comunidad designada por los expertos como la “Unión de Europa” que fortalecerá el potencial de Rusia en su giro económico hacia la nueva “Asia.”
Las reiteradas expresiones del presidente Trump sobre el supuesto ventajismo económico e incluso militar de países extranjeros.
Y en fecha más reciente añadió Putin: “También debemos considerar una mayor cooperación en la esfera energética, hasta crear un complejo energético europeo común. El gasoducto nórdico por debajo del Mar Báltico y el gasoducto sur por debajo del Mar Negro son pasos importantes en esa dirección. Estos proyectos cuentan con el apoyo de muchos gobiernos e involucran a las principales compañías energéticas de Europa. Una vez que los gasoductos empiecen a operar a plena capacidad, Europa contará con un sistema confiable y flexible de abastecimiento de gas que no dependa de los caprichos políticos de cualquier país. Esto es particularmente relevante a la luz de la decisión de algunos países europeos de reducir o renunciar a la energía nuclear.”
-Y por su parte China viene haciendo grandes inversiones en trenes de alta velocidad que no solamente rescatarían la antigua Ruta de la Seda sino que integrarían a Asia con Europa, potencialmente desde Shanghái a Madrid. Esto ampliaría el mercado para su hoy excesiva capacidad de producción.
No menos importante, Rusia y China se hallan conectadas por el tren transiberiano y el tren transmongoliano, pero además se proponen crear una nueva ruta de 7000 kilómetros, por Kazajistán, que uniría a Beijing y Moscú en apenas 30 horas frente a los cinco días actuales.
Esta integración cruzada de Eurasia consolidaría la mayor zona económica del mundo: allí reside el 75 por ciento de la población mundial, allí se genera el 60 por ciento del producto global, y allí se encuentran las tres cuartas partes de los recursos energéticos del planeta.
¿El declive de un imperio?
Desde luego Estados Unidos podría contar siempre con el acceso a este mercado gigante por la vía de los tratados y las alianzas. Pero carecería de control directo sobre el mismo.
La suma de los ingentes recursos naturales de Rusia con la enorme capacidad productiva de China y la fuerza económica de la Unión Europea daría lugar a un bloque sin precedentes en la historia humana y con capacidad real de autogobierno y auto suficiencia.
Esto sin duda conllevaría la reducción o eliminación de su dependencia del dólar como divisa internacional (hoy en día más del 60 por ciento de las reservas y el 80 por ciento de los pagos globales se hacen en esta moneda). Y tanto así que tanto Rusia como China ya vienen acumulando oro y propiciando alternativas de pago.
Este proceso dejaría sin piso la hegemonía global que Estados Unidos fue consolidando desde fines de la Segunda Guerra Mundial, y a la cual dio alas la lucha contra el comunismo que propagaba la Unión Soviética. El no poder contar más con la emisión de su propia moneda para financiar parte importante de su consumo interno y para proyectarse en la escena internacional constituiría una catástrofe para Estados Unidos. Sería nada menos que el comienzo del fin de otro de los imperios que han dominado la tierra conocida.
No es raro entonces que Washington se haya opuesto vivamente a la iniciativa de una Eurasia en expansión:
- Bajo el manto de enfrentar el comunismo, para finales de la Guerra Fría y según Alfred W. McCoy China y Rusia se hallaban rodeadas por “700 bases externas, 1763 jets de combate, un vasto arsenal nuclear y una armada de 600 barcos, incluidos 15 portadores nucleares de grupos de batalla, todos integrados por el único sistema global de satélites de comunicación”.
- Desde entonces –y a pesar de que la “guerra fría” se presenta como un hecho del pasado- el poderío militar de Estados Unido frente a Eurasia no ha parado de crecer. En 2016 se anunció la creación de un escudo antimisiles en Rumania que anularía las defensas nucleares rusas y apenas a 900 millas de Moscú. Trump ha anunciado que desplegará el Sistema Terminal de Defensa de Alta Altura (THAAD en inglés) para contrarrestar la supuesta amenaza de Corea del Norte pero cuya proyección recae sobre toda Eurasia. En el mismo sentido apuntarían el bombardeo aéreo y el aumento de tropas en Siria o en Afganistán, así como el apoyo a loa adversarios de Rusia en Ucrania.
Y sin embargo Rusia y China seguirían tendiendo la ventaja de la geopolítica, y encima de esto vienen operando dentro de las reglas de la economía de mercado con agudo sentido de la competencia. Por eso algunos analistas no descartan la posibilidad de que Washington opte por propiciar algunas guerras locales que interfirieran con el proceso de consolidación euroasiático.
La enseñanza de otro imperio
![]() Presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Foto: Canal Capital |
Como ha venido sucediendo desde el siglo XV, América Latina ocuparía un lugar muy secundario en este proceso de reacomodación global, aunque su suerte difícilmente escaparía del destino de Estados Unidos, su vecino poderoso más cercano.
Podría decirse que estaríamos ante la re-edición de nuestra historia como colonias de España:
La América española representó para la “madre patria” una bonanza aparente, cuando los ríos de oro fluyeron a la metrópoli. Pero estos flujos causaron un exceso de divisas que abarató las importaciones y destruyó la capacidad productiva de España, de manera que el polo de desarrollo económico acabó por desplazarse hacia el Norte de Europa.
En lugar de invertir en desarrollo, los reyes de España destinaron las riquezas de América a financiar las guerras europeas en la cuales acabaron por tener poco éxito, quizás y sobre todo por la misma falta de modernización de su país. Cómo el oro de América no fue suficiente, los monarcas se endeudaron hasta incurrir en quiebras que agravaron el declive del Imperio hasta que España pasó a ser una potencia, si acaso, menor.
La historia de España – y también la de América Latina- habrían sido muy distintas si en lugar de las guerras ruinosas, la Corona se hubiera dedicado a fomentar las actividades productivas en la península y en sus territorios de ultramar. Pero tal proyecto sin duda estaba mucho más allá de la mentalidad y los alcances de esos siglos y de la España feudal y guerrera de entonces.
Esta integración cruzada de Eurasia consolidaría la mayor zona económica del mundo.
Hoy surge la duda de si Estados Unidos estaría repitiendo a su manera aquel error histórico con su propio “patio trasero”. Un proyecto conjunto de crecimiento y desarrollo equitativo y compartido podría integrar las dos Américas, simbolizado por ejemplo en una ruta Transaméricana desde Alaska hasta Argentina, incluidos México y Canadá.
La integración de América constituiría un bloque alternativo, menos poderoso y grande que el Euroasiático, pero también grande y poderoso: la nueva América ocuparía el 28,4 por ciento de la superficie del planeta, albergaría al 13 por ciento de la población mundial y generaría cerca del 30 por ciento del producto global. El bloque americano tendría además una mayor capacidad de negociar con la Eurasia emergente y con regiones como África y Oceanía.
Por todo eso cabe preguntarse qué papel habrá jugado el racismo, como negación o menosprecio del Otro, en la ceguera de Washington frente a América Latina. Nadie sabe la respuesta, pero el costo de ignorar las oportunidades resulta inevitable porque al final de cuentas la geografía si es destino.
*Razón Pública agradece el auspicio de la Universidad Autónoma de Manizales. Las opiniones expresadas son responsabilidad del autor.
**Economista de la Universidad Nacional, M.A en Sociología de Kansas State University, Ph. D. en Sociología de la Universidad de Wisconsin, docente y consultor a comienzos de la vida profesional, técnico y consultor de organismos internacionales en el medio, y actualmente docente y coordinador del Departamento de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Manizales.