Las elecciones fueron mucho más novedosas de lo que se ha dicho, y el perfil de los votantes en Colombia no volverá a ser el mismo*.
Eduardo Lindarte Middleton**
Tres sorpresas
Aunque esta vez las encuestas acertaron al predecir los resultados de la primera vuelta, ellos también implican novedades importantes en el panorama electoral de Colombia. ¿Cuáles fueron estas novedades? Y sobre todo, ¿qué dilemas plantean para el futuro?
Dado que todas las encuestas coincidían en cuanto al orden y porcentaje aproximado de cada uno de los cinco candidatos, la única duda importante radicaba en el peso que tendrían las maquinarias que -se suponía- iban a empujar a Vargas Lleras.
Pero los resultados del 27 de mayo demostraron que la influencia de las maquinarias fue mínima, probablemente porque no trabajaron (esto en parte por el derrotismo que habrían producido las encuestas) o porque de manera soterrada trabajaron en favor de Duque.
Hubo otras dos novedades importantes:
- La remontada de Sergio Fajardo, quien con 300.000 votos adicionales habría derrotado a Gustavo Petro. Parte de este crecimiento podía anticiparse porque en las últimas semanas había venido mejorando, pero su ascenso fue considerablemente superior al esperado.
- El pésimo resultado de Humberto de la Calle, una paliza histórica mucho más dura de lo anticipado. Este fracaso demostró que nunca hubo un compromiso verdadero de los directivos ni de la base del Partido Liberal con su candidatura.
Encuentre en RP: Presidenciales: el lugar de los partidos y la maquinaria.
Gran triunfo de la opinión
Pero más allá de los resultados electorales, se advierten cambios importantes, y el primero es el aumento significativo del voto de opinión.
Esto lo indica el hecho de que la suma de los votos por Sergio Fajardo y Gustavo Petro superara la de los emitidos a favor de Duque, Vargas Lleras y De la Calle juntos. Los dos primeros, independientes, no se inscribieron dentro de la organización tradicional de los partidos.
Ahora, al restablecerse la posibilidad de un espectro político más amplio, puede surgir la tentación de probar la opción desconocida.
También lo indica la influencia que parecen haber tenido las percepciones de los electores con respecto a los atributos personales de los candidatos –coherencia, simpatía, sencillez, sinceridad, carisma, etc…– más allá de lo que ellos decían representar. Dichos atributos personales tienen una influencia cada vez más marcada sobre la decisión de apoyar o no a un candidato, y el papel de las redes sociales parece ser clave a este respecto.
Lo anterior acabó por perjudicar a Vargas Lleras y por favorecer a Iván Duque. El electorado se distanció del primero por su imagen de arrogancia (el famoso “coscorrón”), por la proliferación de políticos corruptos en su campaña -aunque sin acusaciones directas contra el mismo candidato– y por sus ambigüedades políticas. Por otro lado, la sencillez y simpatía de Iván Duque le permitieron superar mucha de la resistencia de los electores hacia Álvaro Uribe, su principal patrocinador político.
En este mismo sentido, es claro que la opinión reconocía la formación y experiencia de Humberto de la Calle, pero esto pudo menos que la valoración negativa del Acuerdo de paz y las suspicacias que rodearon su candidatura por el papel que tuvo De la Calle en el proceso de La Habana.
Puede leer en RP: Seis cosas que pasaron desapercibidas de la primera vuelta
Fajardo versus Petro
La mayoría de los votantes de Fajardo parecen pertenecer a la clase media, tienen un nivel educativo relativamente alto y aspiran a la movilidad social y económica: todos conocemos, por ejemplo, el caso de la empleada doméstica cuyo hijo o hija estudia una carrera profesional o tecnológica. Sin embargo, este grupo de votantes incluiría también un buen número de empresarios medianos y pequeños y de profesionales en la academia y la administración pública, todos ellos alarmados por la corrupción y las inequidades rampantes.Otro hecho destacado es la diferenciación entre los votantes de Fajardo y los de Petro (aunque no hay mucha información estadística a este respecto).
La aspiración de movilidad de este sector se apoya en los empleos que exigen una educación superior y en la existencia de oportunidades más abundantes y equitativas para el emprendimiento. Este sector no solo quiere ser y consolidarse como clase media, sino ser reconocido socialmente como tal, y se caracteriza por:
- Rechazar frontalmente la corrupción;
- Exigir más y mejor educación, así como facilidades para conseguirla, pues es el camino principal para la movilidad social;
- Reclamar mejores servicios de salud;
- Pedir mayor equidad en el acceso a beneficios como créditos, tecnología, asistencia de varios tipos, favorecimientos tributarios o mejoramiento de diversas infraestructuras.
En términos generales, se trata de un sector de la población comprometido con el crecimiento económico y que, en esa medida, rechaza las decisiones que puedan impedirlo o perjudicarlo.
El electorado de Petro, por otra parte, parece tener algunas características que lo diferencian del anterior. La mayoría parece provenir de estratos bajos o son menos favorecidos que los votantes de Fajardo, tiene menos preparación educativa y, aunque buscan mejorar sus ingresos, les importa menos el simbolismo del estatus social, al menos por ahora.
Hay conflictos de interés entre las aspiraciones de los votantes de Fajardo y los de Petro.
Este sector tiene dificultades mayores para prosperar en el actual entorno económico. Sus oportunidades inmediatas dependerían de la ampliación del empleo de base, del acceso a cursos cortos de calificación técnica como los del SENA y de la disminución de los altísimos niveles de informalidad. Una mayor inclusión de esta población en la ciudadanía social puede requerir otros programas y subsidios diversos que ayuden a superar sus carencias y entrampamientos.
La de Petro es entonces una agenda con mucho más Estado que la de Fajardo, de modo que sería costosa y difícil de financiar sin desestimular el crecimiento económico que reclaman los electores de Fajardo.
Puede leer en RP: Las propuestas económicas de Petro, Fajardo y Duque.
En síntesis: hay conflictos de interés entre las aspiraciones de los votantes de Fajardo y los de Petro que tienen consecuencias en su visión de las funciones del Estado. Desde luego, ambos candidatos comparten fracciones del electorado. Los casos de las juventudes universitarias y de algunos profesionales e intelectuales son ejemplos. Pero esto no elimina las diferencias de interés más generales entre ellos, y cabe preguntar si esto se trasladará o no (y cómo) al debate y a la decisión electoral.
Lo anterior crea un dilema para el discurso de Petro, que ya muestra la posición que ha tomado después de la primera vuelta. Necesita atraer a los votantes de Fajardo, lo cual le exigirá moderar su discurso anterior. Al mismo tiempo debe poder retener a su electorado base, para quien dicho discurso moderado no resultará atrayente.
Lo mismo debe hacer Duque. Necesita ser receptivo con el centro sin decepcionar a su base de derecha, cuyo sector más radical ya lo ha denunciado por el tono moderado que mantuvo en el pasado.
Así las cosas, el giro hacia el centro del espectro político favorecerá posibles ganancias, pero también riesgos y pérdidas, para ambos bandos.
![]() Tarjetón segunda vuelta Foto: Registraduría Nacional |
Trascender la disputa ideológica
Más allá del debate acerca de las posibilidades de cambio electoral en este breve período inter-electoral cabe una pregunta: ¿no estarán ya tan estereotipadas las dos opciones que cada una actúa como reflejo amplificador de los temores y rechazos de la otra?
Si esto fuera así, estas semanas cambiarán poco el resultado y se limitarán a concretar la distribución previsible de los votos de las opciones que perdieron en primera vuelta. Esto siempre y cuando no se altere mucho el nivel de participación.
En relación con esta posibilidad cabe tener presente que en el siglo pasado Colombia no tuvo competencias electorales donde hubiera un amplio espectro ideológico por fuera de la derecha, salvo, quizás, el primer gobierno de Alfonso López Pumarejo.
En la primera mitad del siglo el predominio conservador, seguido por la Violencia, el Frente Nacional y, finalmente, por el impacto del conflicto armado impidieron que hubiera un espectro amplio de opciones.
La sencillez y simpatía de Iván Duque le permitieron superar mucha de la resistencia de los electores hacia Álvaro Uribe.
Aunque esto puede haberle ahorrado al país los conflictos producidos por regímenes fuertemente populistas o de izquierda marcada –como los hubo en otros países de la región–, ha dejado a Colombia sin una memoria de lo que significan estos regímenes. Ahora, al restablecerse la posibilidad de un espectro político más amplio, puede surgir la tentación de probar la opción desconocida.
No obstante, la experiencia acumulada en el continente ha dejado un legado importante que no dejará de tenerse en cuenta en experiencias futuras. Este aprendizaje incluye el reconocimiento de la necesidad de orientarse hacia enfoques más integrales de desarrollo que combinen prioridades sociales con crecimiento económico sostenido, y ahora también con conciencia y sensibilidad ambiental, todo ello dentro de marcos democráticos.
Esto es lo requerido para llenar lo que hace años la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) llamó el “cajón vacío” de la experiencia latinoamericana, aquel donde se combinan crecimiento y equidad. Concertar la agenda para lograr llenar dicho cajón es una labor que debe trascender el debate ideológico, aunque sin perder sus referentes principales. Esta es en el fondo la estrategia que ha permitido el exitoso avance socioeconómico de los países escandinavos.
*Razón Pública agradece el auspicio de la Universidad Autónoma de Manizales. Las opiniones expresadas son responsabilidad del autor.
** Economista de la Universidad Nacional, M.A en Sociología de Kansas State University, Ph.D. en Sociología de la Universidad de Wisconsin, docente y consultor a comienzos de la vida profesional, técnico y consultor de organismos internacionales en el medio, y actualmente docente y coordinador del Departamento de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Manizales.