El caso del Ñoño Elías es una buena oportunidad para reflexionar cuáles son las causas de la corrupción en Colombia y por qué se celebra.
Eduardo Lindarte Middleton*
Una celebración inusual
El personaje. Ñoño Elías —Bernardo Elías Vidal—, ex senador entre 2010 y 2017, después encarcelado. Es sobrino del ex congresista Bernardo Elías Nader, ex presidente del Congreso y condenado por el Proceso 8000. Julio Cesar Turbay Ayala fue padrino de bautizo. Es cuñado del ex gobernador de Córdoba Alejandro Lyons —casado con Jhoana Elías— y quien tiene cuentas pendientes con la justicia por al menos 20 cargos.
Los hechos. El siete de julio fue liberado por el Juzgado Primero de Ejecución de Penas de Sincelejo por haber cumplido cuatro quintas partes de su condena por la Corte Suprema. En los días siguientes, regresó a su pueblo Sahagún donde una multitud lo recibió y lo celebró en medio de rechazos de diferentes comentaristas.
Antecedentes. Claramente es un delincuente comprobado de cuello blanco. Sus condenas fueron dos: una por cohecho y tráfico de influencias en 2018 y otra por concierto para delinquir y lavado de activos en 2021.
Según la Corte Suprema de Justicia, recibió alrededor de 17300 millones de pesos de Odebrecht a cambio de beneficios y decisiones favorables a la empresa. Ha declarado que la campaña de Juan Manuel Santos recibió también ayudas de Odebrecht para su campaña de 2014. Adicionalmente, ha sido investigado por presiones en Fonade sobre Jorge Iván Henao Ordoñez, exgerente de la Unidad de Desarrollo Territorial para la adjudicación de un contrato de interventoría al Consorcio Interviniendo.
Dicho esto, ¿por qué lo celebran en su pueblo?
Las causas de la corrupción
En primer lugar, hay un factor de distribución de beneficios. En Sahagún, el Ñoño es conocido como un contribuyente, una especie de Robín Hood criollo. Son contribuciones de dineros desviados para obras locales importantes como parques, ciclo rutas, plaza de mercado, terminal de transporte y acueducto. Esto sin duda ha mejorado su receptividad local.
Claramente es un delincuente comprobado de cuello blanco. Sus condenas fueron dos: una por cohecho y tráfico de influencias en 2018 y otra por concierto para delinquir y lavado de activos en 2021.

Otro factor es que los perjudicados en los casos de corrupción son relativamente anónimos. Esto puede atenuar la reacción de la gente, a diferencia de un atraco o estafa directa a una persona concreta. No obstante, ambas modalidades producen los mismos efectos económicos.
Más allá de esto, hay otros factores incidentes en las actitudes hacia la corrupción. Según el sociólogo Robert Merton, en las sociedades con una organización social jerárquica, rígida por adscripción y donde su sistema cultural promueve desmedidamente valores y metas de éxito, como el económico, pero sin proporcionar los medios lícitos para que las mayorías pudieran acceder a ellas, la corrupción se vuelve atractiva.
Colombia es una de esas sociedades. Puede decirse que su historia pertinente empieza desde la España previa a la Conquista donde la lucha de casi ocho siglos contra la ocupación mora era premiada con ennoblecimientos —hidalguía— pero en la mayoría de casos sin proveer los medios —tierras y dependientes— para sostener dignamente las pretensiones del ennoblecimiento.
Esto no solamente creó grandes tensiones sociales, sino que el atractivo del ennoblecimiento como meta compartida inhibió un crecimiento capitalista alternativo —como el emergente en el norte de Europa—.
También fue bloqueado por un catolicismo belicoso y conservador que rechazaba el lucro y por el prejuicio nobiliario ampliamente compartido del trabajo manual como algo envilecedor —pensamiento que fue exportado a América—. El resultado fue un país empobrecido y con una Corte del Descubrimiento muy corrupta.
En la América colonial se creó una sociedad piramidal con los españoles y los criollos blancos en su punta y con los indígenas y afrodescendientes en su base a través de la violencia física y simbólica. Se instauraron las ideas de pureza de sangre, de la superioridad de la ciencia y de las creencias del hombre blanco y de una religión católica basada en la obediencia y el deber.
Además, se incorporó toda otra jerarquía intermedia de los cruces raciales diversos —los pardos como se designaban en Venezuela—, para conformar una sociedad de estatus rígidamente adscrito por niveles, casi de castas inamovibles, durante más de tres siglos. En esta sociedad, la corrupción era un privilegio de su cumbre, protegida por las distancias y las dificultades de información de la época. Pero que también se reflejaba en los juicios y condenas a funcionarios que regresaban a España.
Con la Independencia, los criollos blancos fueron los principales beneficiarios por lo que no se interesaron en cambiar este orden jerárquico. Únicamente lo maquillaron. El siglo XIX estuvo caracterizado por un orden rural, analfabeto, hacendario y cruzado por conflictos sobre la naturaleza de los cambios a adoptar. La corrupción es un privilegio connatural del ganador, principalmente en las formas del patronazgo y clientelismo.
Solamente avanzado el siglo XX se incluyó a una clase media cada vez más numerosa gracias a la urbanización, la industrialización, el crecimiento del sector terciario, la consolidación de un cuasi-capitalismo, la educación y los medios de comunicación. Pero esto no cambia fundamentalmente la desigualdad y la falta de oportunidades lícitas de ascenso social para la mayoría. Con el crecimiento económico aumenta la posibilidad de corrupción.
Lo que sí ha cambiado es la percepción sobre este problema gracias a una mayor educación y a nuevas fuentes de información y comunicación. Se advierte un mayor resentimiento e inconformidad frente a la corrupción. Pero también parece haber más tolerancia.
Un delito inevitable
En una investigación reciente con algunos colegas en la Universidad Autónoma de Manizales estudiamos las disposiciones políticas de casi 600 estudiantes de pregrados presenciales. De ellos, apenas el 63,3 % condenó la corrupción. El resto la consideró lamentable pero inevitable, normal o legítima por la injusticia social.
Es claro que una muestra de estudiantes universitarios de pregrados privados no es representativa de la población general, pero el resultado es llamativo por tratarse de un sector relativamente privilegiado.
Otro factor es que los perjudicados en los casos de corrupción son relativamente anónimos. Esto puede atenuar la reacción de la gente, a diferencia de un atraco o estafa directa a una persona concreta.
No es difícil concluir que tales actitudes probablemente sean mucho más pronunciadas en la población general. Esto podría confirmarse con las cifras de corrupción y con la creciente disposición a emigrar.
Desde otra perspectiva, los estudios sobre capital social muestran que las tensiones se expresan en la grave desconfianza y desarticulación prevalentes. Como lo han destacado algunos estudiosos, la solidaridad en el país parece concentrarse en las redes familiares y de amistad extendidas, relativamente desconectadas entre sí.
En este contexto, la corrupción se ejerce o presenta en beneficio del colectivo y no simplemente de un individuo, al menos en teoría. Para personas cuyo sentido de solidaridad no trasciende del grupo o red, esto puede verse como aceptable y legítimo.
En el caso del regreso del Ñoño a Sahagún, una mesera de un restaurante dijo que “es un ladrón, sí, pero robó para nosotros”. En 2022, su hermano fue elegido senador y él parece que será el ganador de las próximas elecciones para la Alcaldía de Sahagún.
Obviamente, en el mediano a largo plazo la solución son los cambios sociales incluyentes que ofrezcan alternativas a las conductas ilícitas. En el corto plazo sería necesario también una mayor concientización sobre la necesidad de una verdadera solidaridad colectiva y las consecuencias reales de la corrupción a través de capacitación extendida en cultura ciudadana y ética.
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1 Comentario
Desde la colonia, el enemigo es el rico, hidalgo, blanco que habita en el centro. Esclavista, clasista, racista. Matón. Con aparente educación. El centralismo político y administrativo, pese a la constitución de 1991, no ha resuelto, ni resolverá, la distancia cultural, el odio, el desprecio que en las regiones sienten, históricamente, hacia una clase dirigente que siempre a robado. El narcotráfico y su cadena de producción, así como sus múltiples formas de lavado de activos, a servido en esta seudo república, para que personajes como éste, sean tenidos como héroes. Este territorio, no tiene, ni ha tenido un proyecto de nación real. El poder es para enriquecerse, como sea. Y ante los descarados actos de corrupción de todos los políticos, los últimos 50 años, ¿Quién puede decir algo?. Si, la mayoría de los colombianos son trabajadores, honestos y honrados. Pensemos así. Pero en el imaginario político, hace mucho tiempo que el pueblo es un eufemismo. Colombia es un acto de fe, como diría Borges.