El presidente electo ha comenzado a marcar sus diferencias: es un hombre de mundo, pragmático en las relaciones internacionales, y respetuoso de la autonomía de los poderes públicos.
Marcela Prieto Botero *
Del dicho al hecho
Una cosa fue el Santos candidato y otra muy distinta será el Santos presidente. El candidato sabía que si bien el país estaba harto de la polarización, existían profundos sentimientos de gratitud con un presidente que había logrado cambiar el rumbo cuando estábamos al borde del colapso. Pero el mandatario electo empezó a marcar el paso con estilo propio desde el mismo día de su triunfo en la segunda vuelta. Tras haber recibido un respaldo electoral que ningún otro presidente de Colombia había conseguido en doscientos años de vida republicana -independientemente de que gran parte de ese triunfo se lo deba al electorado uribista-, Santos entendió que ello, sumado al apoyo del 80 por ciento de los nuevos congresistas, le daba la libertad y autonomía necesarias para tomar distancia y protegerse de cualquier influencia o presión directa o indirecta de Álvaro Uribe a la hora de gobernar. Y dicha distancia la debería demostrar con rapidez.
Si bien lo anterior no causó mayor sorpresa ni a Uribe ni a gran parte de los colombianos, porque así es la transición del poder en sistemas presidencialistas donde el Ejecutivo es muy fuerte y reina el principio de que "el que gana se lo lleva todo", las decisiones que Santos ha tomado con posterioridad a su triunfo sí han sorprendido a más de uno, tanto por desafiantes con la administración que culmina, como por diferenciadoras en cuanto a la forma de asumir las problemáticas de política pública.
El segundo aire
En este sentido vale destacar cinco elementos que han marcado estas diferencias:
- El anuncio de nombramientos de personas con altísimas calidades técnicas y humanas, pero que no por ello dejan de mandar un mensaje político contundente, como son los casos de María Ángela Holguín y de Juan Camilo Restrepo. La futura canciller, además de mantener una fluida interlocución con el gobierno venezolano (lo cual tiene un significado en sí mimo), tomó distancia del gobierno de Uribe tras manifestar algunas diferencias, las cuales fueron el origen de su retiro del cargo que ocupaba en Naciones Unidas. Y por su parte el futuro ministro de Agricultura, se ha caracterizado por ser un abierto y beligerante crítico de muchas de las políticas de la administración saliente.
- Vale la pena notar la evidente omisión, al menos por ahora, de otros individuos que provienen del llamado "uribismo purasangre", cuyo caso emblemático ha sido el de José Obdulio Gaviria.
- Es llamativo ver el cambio de tono en la interlocución con gobiernos como los de Venezuela y Ecuador, donde, si bien hay claridad en cuanto a la razón de ser de las tensiones, Santos desde el principio ha dado señales de querer abrir espacios de diálogo y entendimiento sobre temas de mutuo interés. En otras palabras, establecer unas relaciones esencialmente pragmáticas con los vecinos.
- En ese mismo orden de ideas, Santos rápidamente quiso poner en evidencia su condición de hombre internacional. Su viaje a Europa durante las últimas semanas así lo demostró, denotando su dominio diplomático y su carácter cosmopolita. Con ello marca una diferencia llamativa con su antecesor.
- Finalmente, se evidencia su claro interés en restablecer la relación con las Altas Cortes, no sólo por el mensaje político que esto pueda llegar a tener, sino por el genuino respeto que Santos tiene por los principios propios del Estado de Derecho, como es el equilibrio e independencia entre los poderes públicos.
Otra visión del mundo
Lo anterior no traduce que Santos no valore los enormes logros que obtuvo la administración Uribe, gracias principalmente a los éxitos directos e indirectos de la Política de Seguridad Democrática, de la cual él mismo fue protagonista principal. Pero una vez en el poder Santos tendrá, como ya se ha perfilado, un estilo muy distinto al del presidente Uribe. Si bien no habrá cambios fundamentales en cuanto al modelo económico o político, son varios los elementos que explicarán sus diferencias, centradas principalmente en su trayectoria política y profesional, visión del mundo, forma de gobernar y su origen regional, lo cual en un país como Colombia tiene un enorme significado.
El fondo y la forma
Pocos presidentes de Colombia han llegado a la Casa de Nariño con una hoja de vida llena de ejecutorias exitosas como la de Juan Manuel Santos. Eso sin mencionar el hecho de que toda la vida se ha preparado para llegar al cargo, en parte debido a ser sobrino nieto de ex presidente, pero también por su procedencia. Santos forma parte de una de las familias más influyentes en la historia moderna de Colombia. No hace falta recordar que hasta hace poco, y por más de 100 años, esa familia fue la dueña de uno de los periódicos más importantes del país.
Santos combina cabalmente las calidades de un político con las de un tecnócrata. Pero, además, conoce y maneja con propiedad los temas militares. Así mismo, tiene vuelo y conexiones a nivel internacional y su trayectoria académica incluye estudios en Kansas, Harvard y en la London School of Economics.
Uribe por su parte, llegó al poder por su sagacidad como político y por ser un líder carismático innato. Rompió todos los esquemas con su estilo poco ortodoxo de gobernar, no sólo porque llegó al poder por fuera de los partidos políticos tradicionales y pudo montar su propia bancada en el Congreso (la cual, además, consolidó como mayoritaria), sino también porque desarrolló mecanismos de aproximación y diálogo directos con la población, como fueron los exitosos aunque polémicos Consejos Comunales de Gobierno. Estos dos ejemplos muestran la diferencia en el talante de un líder político de provincia, desprovisto de los controles de la clase política y social tradicional de la capital, cuyas actuaciones llegaron, inclusive, a ser consideradas como autoritarias y micro-gerenciales, aunque, sin duda, electoralmente rentables.
Todos a una
Se espera que Santos tenga al comenzar su gobierno más capacidad de acción que cualquiera de sus antecesores. Los principales grupos de poder, hasta el momento, están con él: el Congreso, los empresarios, los gremios, el Ejército, la línea editorial de los medios de comunicación, el gobierno de Estados Unidos y hasta los sindicatos por cuenta de Angelino Garzón. Será el primer Presidente en la historia de Colombia que llega con una perspectiva de gobierno de ocho años, porque, aunque Uribe la tuvo, no existía la figura de la reelección cuando fue elegido por primera vez.
Así las cosas, se podría suponer que con las mayorías que tiene va a poder pasar sin mayores tropiezos las reformas que quiera emprender. Se puede anticipar, incluso, que ese nivel de apoyo, sumado a la estrategia electoral de la "Unidad Nacional", le va a permitir neutralizar la polarización que se generó al final del gobierno de Uribe, debida al desgaste normal que se da al culminar cualquier gobierno, y a la búsqueda de un tercer período consecutivo a través del llamado referendo reeleccionista.
Pro y contra de la Unidad Nacional
Si bien Santos nace políticamente dentro de las huestes del Partido Liberal, sin abandonar su origen y principios, él se propone hacer un gobierno de "Unidad Nacional". El propósito, al parecer, es identificar temas de relevancia nacional donde se encuentren coincidencias entre los diferentes sectores políticos, para sacar adelante políticas públicas estructurales de manera consensuada.
En estricto sentido, él no necesitaría hacer dichos acuerdos o acercamientos puesto que cuenta con una amplia y holgada mayoría en el Congreso. Pero dadas su estirpe y su fe, desde hace años, en la "Tercera Vía" que nació en Inglaterra con la administración de su buen amigo Tony Blair, él encuentra de importancia histórica llegar a acuerdos sobre temas fundamentales con los diferentes frentes políticos, basados en lo que él mismo denomina "el mercado hasta donde sea posible, el Estado hasta donde sea necesario". Su propuesta se orienta hacia una redistribución de los recursos, dirigida a los más pobres, pero no asistencialista, sino con una educación que haga énfasis en la creación de empleo formal.
Para algunos es proyecto de "Unidad Nacional" puede acarrear enormes efectos negativos en la dinámica política nacional, puesto que tendería a debilitar aún más la ya maltrecha oposición en Colombia. Incluso se ha dicho que con ello estamos ad portas de establecer un partido similar al PRI de México, que gobernó hegemónicamente a ese país alrededor de 68 años. Se ha llegado a afirmar también que más que un partido único fuerte contra una raquítica oposición, lo que habrá será un reencauche del Frente Nacional, donde llegarán a distribuirse los cargos burocráticos de manera proporcional a los partidos que integraron oficialmente el proyecto político de Santos.
El bipartidismo ¿vuelve y juega?
Pero ante este panorama existe una tercera reflexión que, a mi modo de ver, podría ser la más acertada. Y es que luego de 8 años de la administración Uribe, con las características que tuvo, estamos pasando a un período de transición en el que se fortalecerán los partidos. Me atrevería a pensar, incluso, que Santos y el Partido de la U, terminarán más temprano que tarde dentro de un Partido Liberal fortalecido. Si bien el conservatismo hará parte de la coalición de gobierno, poco a poco empezará a buscar su propio espacio y a identificarse nuevamente como un partido con vocación de poder.
En cuanto a la oposición, es importante afirmar que su debilitamiento actual no se debe a razones diferentes a las de sus propios errores. Eso ocurrió, por ejemplo, en el Polo Democrático. Otra cosa hubiera podido decirse antes de la Constitución del 91, donde sin duda su debilidad correspondía a otras lógicas históricas. Así las cosas, la oposición tiene la enorme responsabilidad de reorganizar la casa por dentro y de aprovechar al máximo liderazgos tan valiosos y sensatos como los de Gustavo Petro, entre otros.
Por último, Juan Manuel Santos tiene la gran responsabilidad de suceder a uno de los mandatarios más queridos y respetados por los colombianos, pues, a pesar de los problemas estructurales que aún persisten en el Estado, Uribe termina su mandato con niveles de favorabilidad superiores al 78 por ciento. Para completar, el presidente Uribe deja como marca de su gobierno una estrategia de trabajo incesante, ante la cual no podrá ceder el futuro mandatario.
* Politóloga de la Universidad de los Andes con maestría en Políticas Públicas de la Universidad de Oxford. Analista habitual de Portafolio. Es, desde 2006, directora ejecutiva del Instituto de Ciencia Política y directora de la revista Perspectiva.