La crisis de estos días revela la fragilidad de los acuerdos entre las potencias para garantizar la paz mundial. Desaparece el consenso sobre una policía internacional, y cada quien piensa en sus intereses.
Un mal guión Parece una película. A primera vista, la trama cuenta con lo necesario para clasificar dentro del género de terror:
No obstante, la película fracasa justamente en lo esencial del cine de este género: lograr que los espectadores olviden que se trata de una película y tener el sentimiento de vivir una situación real. Con Corea del Norte está pasando lo contrario. Pedir limosna
La división artificial de la península de Corea fue consecuencia directa de la Guerra Fría en sus comienzos: una rivalidad qua ya no existe, entre la extinta Unión Soviética y Estados Unidos. El régimen dictatorial de Corea del Norte — que ya no cuenta con el apoyo de Moscú — está enfrentando unos de los retos más severos de su historia, que amenaza la propia sobrevivencia del sistema político actual del Corea del Norte. Una de las explicaciones más creíbles del comportamiento de la dirigencia coreana tiene que ver con el concepto de “dependencia del trayecto” (path dependence): en el pasado, cuando Pyongyang actuaba en forma similar a la de ahora, las tensiones se resolvían mediante el aumento de los flujos de ayuda y el alivio de las sanciones. Esta hipótesis se ve avalada por el desequilibrio militar y por la tranquilidad con que Corea del Sur parece interpretar las amenazas de su vecino. Las recientes declaraciones de Seúl sobre su disposición a ofrecer ayuda humanitaria a los norcoreanos contribuyen a reforzar este punto de vista. Pese a que el gobierno norcoreano ya no garantiza la seguridad de los diplomáticos acreditados en la capital, estos no han mostrado afán por tomar el próximo avión para huir del epicentro de una guerra eventual.
USA: ¿policía mundial?
La situación resulta particularmente incómoda para todos los actores clave en la región: Estados Unidos, China, Rusia y Japón. Las tensiones en Corea están elevando la presión sobre los tomadores de decisiones en estos cuatro países-potencias para que intensifiquen la búsqueda de nuevos acuerdos — ya sean formales o informales — en torno al manejo de este tipo desafíos, que seguramente se seguirán presentando en el futuro: somos testigos del doloroso proceso de construcción de un nuevo orden mundial, donde el liderazgo de las potencias tradicionales será puesto a prueba. El primer reto para los gobernantes de estas cuatro potencias tiene que ver con la responsabilidad. Por el momento, prácticamente todos se muestran renuentes a aclarar las nuevas reglas de juego, movidos por razones distintas en cada caso. Tras el colapso de la Unión Soviética, Estados Unidos asumió su papel de “policía mundial” en medio de la aceptación y el reconocimiento prácticamente universales. Algunos actores internacionales combinaron el reconocimiento con el resentimiento. Pero nadie puso en duda que Washington debía estar dispuesto a actuar en caso de una violación grave — real o percibida — de las normas y de las prácticas internacionales. Pero hoy por hoy la situación es distinta:
China, Rusia y Japón
Pensando en China, no hay mucha esperanza de un consenso entre las potencias para activar la intervención de la comunidad internacional en escenarios críticos, como el de Corea del Norte. Personalmente, me pareció bastante significativa la sugerencia de la Cancillería china para cambiarle el nombre a un evento académico: en lugar de “el papel de China en la construcción de un nuevo orden mundial”, se adoptó como título, “China: hacía un mundo armonioso”. Y sin embargo hasta los académicos especializados en la política exterior China se ven a aprietos cuando les preguntan qué significa actuar en armonía internacional, más allá de frases retóricas. La falta de una respuesta clara por parte de Beijing explica por qué las últimas acciones de Pyongyang resultan tan incómodas para las autoridades chinas. El caso ruso es quizás aun más crítico. Putin ha insistido hasta exigido reiteradamente a Estados Unidos y sus aliados que respeten las posiciones de otros actores internacionales, uno de los cuales obviamente es Rusia. El problema radica en que los discursos del amo del Kremlin están orientados principalmente al público ruso y no han logrado modificar el statu quo internacional. Con respecto a la situación en Corea, Moscú no puede ofrecer una alternativa viable y funcional. El ministro Lavrov tiene que esconderse de las llamadas de sus homólogos estadounidenses. Otro reto proviene de la política exterior de Japón. No me cabe duda de que esta crisis va a transformar tanto su política exterior como la de defensa, a partir de un análisis cuidadoso de la actuación de las potencias tradicionales frente a los últimos desarrollos en la península coreana. Desde 1951, la seguridad de Japón estuvo en manos de Estados Unidos. Jamás hubo incertidumbre sobre la capacidad estadounidense de cumplir sus responsabilidades con respecto a la seguridad en la región del Este de Asia. Durante todos estos años se han oído los llamados de algunos sectores de la sociedad japonesa para transformarla en una nación “normal”, o sea, en un país que no tiene limitaciones constitucionales para robustecer sus fuerzas armadas. Pero hasta ahora, tales mensajes no han tenido mucho eco. En el caso en que el desarrollo de la crisis en Corea ratificara las sospechas sobre la poca disposición de Washington a seguir garantizando la seguridad japonesa con la firmeza de antes, la reacción de Tokio será bastante rápida. Las consecuencias de este hecho van más allá de modificar las bases de la política de seguridad japonesa: esto puede significar el comienzo de una revisión de todos los arreglos existentes en Asia.
Confundiendo la realidad con la ficción
Frente a una mala película existe una solución simple: apagar el televisor o salir del cine. Tengo la sensación de que los políticos en Washington, Beijing, Moscú y Tokio están buscando afanosamente donde está el botón que apague el receptor… o la puerta de salida. Parecen tratando de convencerse a ellos mismos de que en efecto se trata de una mala película y no de un peligro real. Hasta ahora no se han documentado casos donde los fantasmas de las películas de terror se hayan materializado. Pero sí se sabe de casos donde una exposición continua a las películas de terror produjo daños irreparables en la salud mental de los espectadores…
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Vladimir Rouvinski *
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