
Además de Occidente, Rusia y China están usando sus vacunas para conquistar objetivos económicos y políticos que nada tienen que ver con la cooperación humanitaria.
Vladimir Rouvinski*
El uso político de la ciencia
Indudablemente, la COVID-19 es el tema del momento. No es sorprendente que una búsqueda rápida en Google arroje casi seis mil millones de resultados relacionados con el coronavirus, ni que las noticias relacionadas con las vacunas sean tendencia en redes sociales.
Sin embargo, hay un tema que ha pasado desapercibido por gran parte de la opinión pública: el uso político de los avances científicos y tecnológicos en la lucha contra la pandemia por parte de países como Rusia y Estados Unidos.
No es la primera vez que esto sucede. En 1990, cuando era estudiante de una universidad de la Unión Soviética, participé en un programa de intercambio en la Universidad de Texas, y uno de los distribuidores locales de la marca Macintosh me regaló un poderoso computador último modelo, pero las restricciones impuestas en la Guerra Fría impedían la exportación de nuevas tecnologías a los países del bloque Este, así que tuve que dejar el computador en Estados Unidos.
En ese entonces, la Unión Soviética controlaba el uso de sus propias tecnologías en el exterior y Washington recomendaba a los países que no formaban parte de la Cortina de Hierro que no participaran en proyectos científicos y tecnológicos con Moscú.
Aunque ya pasaron más de tres décadas desde el fin de la Guerra Fría, ha empezado a hablarse de una nueva Guerra Fría en la que Estados Unidos y sus aliados se enfrentan con Rusia y China.
Actualmente, la rivalidad entre las grandes potencias es diferente porque no se trata de una lucha ideológica, sino de una disputa por el diseño de las reglas de juego de la arena internacional y el control de los mercados globales.
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La “Diplomacia COVID”
Un informe reciente de la Fundación Nacional para la Democracia señala que la “diplomacia de COVID” se caracteriza por el uso masivo de medios de comunicación, la exclusividad en el manejo de soluciones y la asignación de etiquetas a los competidores que definen las líneas de división en el mundo político contemporáneo.
Aparentemente, el primer país que optó por el uso de la “diplomacia COVID” fue la República Popular China cuando decidió donar máscaras, equipos y medicamentos a países de todas partes del mundo, incluyendo a América Latina y el Caribe. El apoyo chino fue importante, pero en la mayoría de los casos no fue suficiente para cubrir las necesidades básicas relacionadas con el tratamiento y la prevención de la enfermedad.
Sin embargo, la solidaridad de China fue ampliamente destacada por los medios latinoamericanos y caribeños, y esto ayudó a que su imagen mejorara en la región. Es importante señalar que Estados Unidos y varios países europeos hicieron donaciones comparables a las de China que no fueron difundidas por los medios de la región.
Algo parecido ha ocurrido con la vacuna rusa Sputnik-V. Las primeras noticias sobre su aprobación fueron criticadas por los opositores de Vladimir Putin y celebradas por sus simpatizantes. Los primeros dijeron que era difícil aceptar el liderazgo ruso porque la ley de ese país fue modificada para certificar la vacuna y declarar a su país el primero en desarrollar una ‘solución’ para el virus. Los segundos dijeron que quienes dudaban de la eficacia de Sputnik-V tenían sesgos políticos que no les permitían reconocer el logro de Rusia.
La rivalidad entre las grandes potencias no se trata de una lucha ideológica, sino de una disputa por el diseño de las reglas de juego de la arena internacional y el control de los mercados globales
Los medios informativos en español financiados por el gobierno ruso decidieron adoptar la segunda postura en vez de promover una discusión serena e imparcial sobre la vacuna. A diferencia de China, el gobierno de Putin decidió darles prioridad a sus regímenes aliados en América Latina –específicamente a Argentina, Bolivia y Venezuela– y no a su propia población. Recientemente, las agencias de noticias rusas independientes revelaron que hay un déficit de vacunas en casi la mitad de las regiones de dicho país.
Esta decisión es otro ejemplo de los esfuerzos de Moscú por ser primicia en los medios internacionales y mejorar su imagen internacional, que desmejoró considerablemente debido a los escándalos de corrupción y al envenenamiento del líder de oposición Alexei Navalny.

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Intereses políticos y económicos
Además de demostrar su superioridad científica y tecnológica, los países productores de vacunas tienen intereses económicos que no deben ser ignorados. Según fuentes del gobierno ruso, Rusia aspira a conquistar la cuarta parte del mercado mundial de vacunas COVID-19 estimado en 75 mil millones de dólares.
Indudablemente, la “diplomacia COVID” es una herramienta valiosa para conquistar los mercados de América Latina y el Caribe, una región que tiene 650 millones de habitantes, un alto poder adquisitivo y poca capacidad para producir la vacuna.
Para Moscú las vacunas “made in Russia” son una oportunidad de oro para cambiar la idea de que su país vive solo de petróleo y gas. En ese sentido, las ventas de “Sputnik-V” representarán ganancias económicas y políticas para Rusia. Así mismo, el control de una parte de los mercados en América Latina permitirá que la imagen de China mejore en la región, y deje de ser conocido como el país que produce mercancía barata de baja calidad.
Rusia aspira a conquistar la cuarta parte del mercado mundial de vacunas COVID-19 estimado en 75 mil millones de dólares
La “diplomacia COVID” estará presente en los debates sobre la calidad tecnológica y la eficacia médica de las vacunas rusas y chinas, y también el cubrimiento que los medios hagan sobre ellas. Probablemente, esos cubrimientos acabarán en una disputa sobre las ventajas y desventajas de los regímenes que no son democracias liberales.
Lamentablemente, todo indica que los medios de la región no son conscientes de los objetivos políticos de que persigue la “diplomacia COVID.
Evidentemente, enfrentamos una nueva Guerra Fría que tiene muchas diferencias con la anterior, pero también algunas similitudes, especialmente el deseo de usar la ciencia, la tecnología y la innovación para lograr objetivos políticos que no tienen nada que ver con la cooperación humanitaria y comercial.