¿Cómo comunicar el riesgo de las vacunas sin despreciar los temores de la gente? - Razón Pública
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¿Cómo comunicar el riesgo de las vacunas sin despreciar los temores de la gente?

Escrito por Boris Pinto
Boris Pinto

Una explicación de por qué las personas se resisten a vacunarse y cómo una comunicación efectiva puede cambiar esa decisión.

Boris Pinto Bustamante*

La importancia de las anécdotas

Una persona vacunada contra COVID-19 contrae la infección y sufre síntomas moderados. Se pregunta qué pudo haber fallado y comparte su experiencia en redes sociales. Algunos se solidarizan y comparten casos similares, incluso de personas que han sufrido síntomas graves y han muerto.

Entonces se preguntan, ¿para qué vacunarme si puedo adquirir la infección? Comparan esa probabilidad con los riesgos de la vacunación y, en un rápido ejercicio mental, concluyen que “es mejor esperar” o incluso que “es mejor no vacunarse”. Los expertos se alarman y dicen que esas son “simples anécdotas” estadísticamente insignificantes, que no deben reducir la confianza en la vacunación.

Pero la explicación estadística no satisface la angustia de quien sufre uno de los raros casos reportados. ¿Qué deberían hacer las autoridades y los expertos para comunicar, de forma empática y efectiva, los beneficios de la vacunación?

¿Por qué hay personas que se niegan a vacunarse?

La resistencia a la vacunación es un fenómeno tan antiguo como las vacunas. Durante la pandemia por influenza AH1N1, la vacuna contra este virus demostró ser la intervención más efectiva para prevenir la enfermedad. A pesar de esto, en Alemania solo el 6,8 % de la población aceptó vacunarse.

La aceptación de las vacunas contra COVID-19 es mucho mayor que la que tuvo la vacuna contra AH1N1. Pero la pandemia actual requiere mayores esfuerzos y necesita una cobertura de vacunación más amplia. Por eso, esta vez es más preocupante que las personas se resistan a vacunarse.

La explicación estadística no satisface la angustia de quien sufre uno de los raros casos reportados.

Una de las razones de tal resistencia es la duda ante el perfil de seguridad de las vacunas disponibles. Según un informe reciente, de 12,8 millones de dosis administradas de la vacuna de Johnson y Johnson, se han identificado cerca de 100 casos de síndrome de Guillain-Barré —una condición que puede producir debilidad muscular y parálisis—. Esto equivale a una tasa de 1 caso por cada 128.000 vacunados (0,00008 %).

Reportes como este crean desconfianza en la vacunación. Los epidemiólogos concluyen que la probabilidad de ocurrencia de estas reacciones adversas es tan baja que no justifica tal desconfianza. Pero es comprensible que una persona tenga temor de estar dentro de ese 0,00008 %.

Eso no significa que se deba desestimular la vacunación: lo importante es analizar los reportes de riesgos para caracterizar adecuadamente cada fenómeno y, además, tomar en serio las incertidumbres, los temores y las emociones de la gente.

Foto: Ministerio de Educación – Las personas que aún no se vacunan ponen en riesgo su vida.

¿Qué es el riesgo?

Vivir exige una continua negociación con el riesgo. Conducir un vehículo puede representar un riesgo de muerte mayor que subirse a un avión. Sin embargo, conducimos vehículos y tratamos de gestionar el riesgo mediante el uso de cinturones de seguridad, el control del exceso de velocidad y el no consumo de alcohol.

Por supuesto, no todos los contextos son iguales. Algunas prácticas son generales, otras son elegidas. Unas son necesarias, otras son opcionales. Pero en general, toda actividad tiene un riesgo.

El riesgo se puede definir como la probabilidad de que una amenaza se convierta en un hecho indeseable. Esta probabilidad depende, a su vez, de otras variables, como la vulnerabilidad, la exposición y la peligrosidad.

La percepción del riesgo y las narrativas

Pero una cosa es el riesgo y otra muy distinta su percepción. En general, los seres humanos somos malos calculadores. Intuimos antes de calcular. Usamos atajos mentales para resolver problemas que requieren mayor análisis. Vemos causas donde solo hay coincidencias y nos formamos opiniones sesgadas antes de ver la evidencia.

Ordenamos nuestra realidad y expectativas a partir de narrativas, que pueden ser religiosas, simbólicas o políticas, y que le otorgan un sentido a la existencia. Esto significa que las conductas están motivadas no solo por cálculos racionales de costo-efectividad, sino por creencias y sentimientos. Más que animales calculadores, somos animales sentimentales, que cuentan y creen historias.

El neurólogo Oliver Sacks nos recuerda que el pensamiento narrativo confiere a los individuos un sentido de orientación en el mundo. Como afirma Richard Powers, “los mejores argumentos en el mundo no cambiarán la forma de pensar de una persona. Lo único que puede hacerlo es una buena historia”.

Vivir exige una continua negociación con el riesgo

Existen distintos factores que influyen sobre la percepción del riesgo: narrativas culturales, la percepción del control voluntario sobre el riesgo, la regulación emocional, la asimetría de la información y la confianza pública en los gestores del riesgo, entre otros.

Por ejemplo, si alguien todavía cree que la infección por VIH solo la contraen hombres que tienen sexo con otros hombres (lo cual no es cierto), quizás considere irrelevante usar preservativos en sus relaciones heterosexuales. En esta narrativa, persisten sesgos morales, machistas y homófobos que vinculan un riesgo con una conducta o preferencia moral.

Las vidas y las cifras

La asimetría entre el control de la información y las políticas instauradas también incide en la percepción del riesgo.

Mientras los expertos y gestores de la salud pública comprenden el riesgo a partir de modelos de causalidad y asociación (“vidas estadísticas”), las personas y comunidades entienden el riesgo a partir de experiencias personales, historias conocidas y “vidas identificables”. Un rostro concreto habla más que mil datos abstractos.

Las “ciencias de los grandes números” (como la epidemiología o la estadística) describen el comportamiento de variables y desenlaces de interés para la salud de las poblaciones en términos de frecuencias, distribución y factores de exposición. Pero para cada persona, esas nociones son irrelevantes.

A una persona no le interesa tanto el riesgo relativo (la comparación de la ocurrencia de un evento entre quienes están expuestos a un riesgo y quienes no); le interesa más el riesgo absoluto (la probabilidad de ocurrencia de un evento como enfermedad o muerte ante cierta exposición), particularmente el riesgo propio.

Desconfianza y subestimación de riesgos

A menudo, las personas piensan que su nivel de susceptibilidad ante ciertos riesgos en salud es inferior que el de otros (sesgo de optimismo), lo cual puede ser una estrategia para negociar con la ansiedad y la incertidumbre.

Una subestimación de la vulnerabilidad individual, en general, desestimula las estrategias para prevenir el riesgo, lo cual parece ser más evidente en individuos que pertenecen a grupos que se consideran a sí mismos como menos susceptibles (como es el caso de personas jóvenes o sin comorbilidades de mayor riesgo para COVID-19).

Más que animales calculadores, somos animales sentimentales, que cuentan y creen historias.

Además, aceptar pasivamente políticas de salud pública puede ser difícil cuando no existe suficiente confianza en ciertos actores, como el gobierno o las compañías farmacéuticas. Es más fácil que las personas acepten mayores niveles de riesgos elegidos voluntariamente (por ejemplo, prácticas de deportes riesgosos o consumo de sustancias) a que acepten un bajo nivel de riesgo no elegido voluntariamente.

Adicionalmente, algunos estudios sugieren que las personas perciben más las pérdidas que las ganancias y que sus preferencias ante el riesgo pueden ser inconsistentes y cambiar dependiendo de cómo se presente la información relevante.

Otras teorías psicométricas muestran que las personas sobreestiman ciertos riesgos asociados con eventos infrecuentes, involuntarios y catastróficos, y subestiman otros asociados con eventos frecuentes, familiares y voluntarios. Por eso, cuando las personas oyen que alguien ya vacunado se enfermó de COVID-19 tienen mayor probabilidad de sobreestimar ese riesgo.

¿Cómo comunicar el riesgo?

El objetivo de la comunicación del riesgo (CR) es propiciar un intercambio de información que les permita a las personas y las comunidades tomar decisiones informadas.

En el contexto de la actual pandemia, la CR no ha sido tan efectiva y quizás a estas alturas los esfuerzos ya sean tardíos. En todo caso, hay algunos aspectos que todavía se pueden fortalecer:

  • La CR debe tener un enfoque intercultural. No todas las comunidades requieren el mismo mensaje. Esta investigación requiere saberes no médicos, como la antropología, la psicología y la sociología.
  • Para comunicar el riesgo, se necesita articular los esfuerzos de expertos, medios de comunicación, representantes comunitarios y actores institucionales.
  • Es fundamental construir confianza entre los expertos, los gestores y la comunidad. Desestimar las anécdotas de las personas solo crea mayores brechas en la comunicación.
  • Se recomienda evitar la descripción del riesgo en términos puramente descriptivos (por ejemplo, “bajo riesgo”).
  • La presentación de la información en forma de frecuencia (por ejemplo, 10 de cada 1.000) puede ser más ilustrativo que la presentación en forma de porcentajes (por ejemplo, el 5 %). Se recomienda compartir la información en números absolutos, y no solo en términos de riesgo relativo.
  • Los indicadores de frecuencia deben ajustarse a poblaciones de referencia (personas “como nosotros”).
  • Se sugiere utilizar denominadores consistentes (como 1 de cada 1.000 y 4 de cada 1.000). Es posible que una persona considere que 1 de cada 10 equivale a un riesgo menor a 1 de cada 200, quizá por la longitud del número de referencia.
  • Se debe ofrecer la información tanto de los desenlaces positivos como de los negativos. Con frecuencia solo se presenta una cara de la moneda (por ejemplo, 97 de cada 100 personas se curan con un medicamento), sin considerar la otra cara. En el caso de las vacunas contra COVID-19, hay que presentar tanto la reducción en la probabilidad de contagio, la enfermedad y la muerte, como las reacciones adversas conocidas.
  • El uso de ayudas visuales es clave para facilitar la comprensión y presentar los riesgos en perspectiva.
  • En el contexto de epidemias, es importante comunicar el riesgo a partir de la motivación de comportamientos altruistas (por ejemplo, el impacto beneficioso que tienen mis acciones sobre los demás) y no a partir del miedo.
  • Es fundamental compartir contenido informativo basado en evidencia y minimizar el intercambio de información errónea.

Los datos no son equivalentes a la información. Los datos deben presentarse en un contexto significativo para las personas, lo cual exige considerar respetuosamente las creencias, emociones, expectativas y circunstancias particulares.

Recurrir al uso de la autoridad sin un proceso previo de deliberación solo crea más desconfianza

En otros países, los gobiernos están creando pasaportes de inmunidad para responder a la resistencia a la vacunación contra COVID-19, como bienes o servicios preferentes, los cuales son impuestos por la autoridad pública en ausencia de autorregulación efectiva de las personas y ante la evidencia de sus beneficios o externalidades positivas, como el cinturón de seguridad o la obligatoriedad del uso del caso para motociclistas.

Es probable que tales pasaportes de vacunación susciten protestas y demandas. Por eso, antes de tomar una medida de esa naturaleza es importante garantizar la disponibilidad de vacunas y buena información pública. Recurrir al uso de la autoridad sin un proceso previo de deliberación solo crea más desconfianza y resistencia, por lo cual uno de los principios éticos fundamentales de la salud pública es recurrir a la alternativa menos restrictiva de las libertades individuales.

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