La banalización de la violencia esconde secretos recónditos de nuestra psiquis colectiva, neurotizada y farisea. Desde una perspectiva literaria es posible imaginar una lectura diferente y lúcida de un espectáculo como la muerte a patadas de una lechuza en un estadio, que esta semana pasó a ser la gran noticia de Colombia.
Boris Pinto*
Otra lechuza banalizada
En 1989, el periodista Antonio Castro publicó un artículo sobre la entonces recién estrenada película de Claude Chabrol, El grito de la lechuza (Le cri du hibou), basado en la novela homónima de Patricia Highsmith, publicada en 1962.
“La banalización de una excelente historia”[1], fue el subtítulo de este artículo de Castro, en el cuál argumenta que la prolífica producción cinematográfica de Chabrol hace patente su irregularidad en esta versión que no rinde honores al complejo thriller psicológico propuesto en la novela de Highsmith, reconocida escritora tejana, particularmente recordada por sus intrincadas historias policíacas y detectivescas, en las cuáles es frecuente encontrar la fórmula invertida de las tradicionales historias de detectives y ladrones. El ladrón, el maleante, no siempre fue tan malo. El protagonista es el fugitivo, con el que los lectores nos identificamos y al que no queremos ver atrapado y condenado al final del libro.
El Grito de la Lechuza es otra excepción dentro de la excepción. Una joven, comprometida con su novio, se enamora de un fisgón recién llegado a Pensilvania que la observa por las noches. El novio de la joven enfurece de celos y desaparece tras una pelea junto al río, para acusar al voyerista de un asesinato sin cadáver.
A diferencia de otras novelas de Highsmith, en este caso, el implicado es inocente, pero como elemento perturbador en el triángulo amoroso, el mirón es el acusado perfecto. Así retrata Highsmith la doble moral de los vecinos inquisidores de Robert Forrester:
“Hemos encontrado dos balas. También son del treinta y dos. Robert miró a su alrededor con más detenimiento. Las caras eran hostiles. -¿Cómo vino a parar aquí esta perra? –preguntó la mujer del abrigo y el camisón. –Entró. Le di algo de comida porque estaba hambrienta. – ¡Era nuestra perra, y usted no tenía ningún derecho a hacerlo! La mujer se adelantó un paso, y un hombre flaco, más bajo que ella, la siguió, poniéndole una mano sobre el brazo. -Marta- dijo él. -¡No me da la gana! ¡Usted! ¡Matar a nuestra perrita! ¡Hacerla entrar en esta casa terrible para que la mataran a ella en lugar de usted! ¡Usted sí merece que lo maten! ¡Lo merece! -Vamos, Marta, la ley ya… Hubo un murmullo de solidaridad, unos gruñidos de aprobación entre la gente. Un policía bajó la cabeza para reírse en silencio, cambiando miradas de regocijo con sus compañeros. -Mató a un hombre, ¿no es cierto? -chilló la mujer llamada Marta, dirigiéndose a Lippenholtz, que permanecía en silencio-. ¿No es cierto? -repitió ahora preguntando a los presentes. -Sí -dijeron dos personas a coro. -¡Y ahora ha matado a mi perrita! ¡Un animal inocente! ¡Además es un fisgón! ¡Un fisgón indecente! -¡Qué asco! -dijo un anciano volviéndose hacia la puerta abierta-. No sé por qué estoy aquí. -Ni yo- murmuró otro, saliendo a su vez. -¡Pagará lo de mi perrita! -declaró Marta [2].
La banalización de una excelente historia. La complejidad psicológica de los personajes de Highsmith, se reduce en la película de Chabrol, según Antonio Castro, a una insípida historia entre buenos y malos. De la misma forma, los vecinos, los acusadores, los inquisidores, reducen la complejidad de la desaparición de Greg, a la impulsiva necesidad de buscar un culpable perfecto que les haga parecer mejores personas, ciudadanos ejemplares y decentes guardianes de la ley. Así sea necesario enrostrarle la muerte de alguno que no está muerto y de paso, de una perra inocente.
Otra mirada a la lechuza del Junior
El pasado domingo 27 de febrero, un jugador de fútbol, durante una transmisión en directo, jugando en cancha rival, cometió el grueso error de patear una lechuza tendida en la grama del estadio Metropolitano de Barranquilla.
Estamos de acuerdo en la flagrante violencia del acto. Estamos de acuerdo en la condición inaceptable de tal comportamiento. Tendremos que concordar en la necesidad de no pasar por alto como sociedad comportamientos inexcusables que denigren, maltraten y violenten a otro ser vivo.
Pero no parece muy claro que la furibunda reacción social en el país y por fuera de él, sea precisamente un ejemplo democrático de magnanimidad, reivindicación por el respeto y la dignidad de los seres vivos no humanos.
Inmediatamente se desató la furia nacional -con los vítores de “asesino, asesino” entonadas en el coro fragoroso de las tribunas del Metropolitano- la implacable persecución de micrófonos y periodistas al ahora famoso y vituperado jugador del Pereira, las conclusiones clarividentes y precipitadas que se han escuchado en estos días (por ser futbolistas, son unos patanes. Vea usted, la ignorancia bruta pateando a la sabiduría), las noticias equívocas sobre la salud de la lechuza, los mensajes furibundos por Twitter, el plantón ante la Dimayor, marchas, grupos en Facebook, la lechuza embalsamada, y por último, amenazas de muerte al jugador y a su familia, en un país donde amenazan y matan por hacer un autogol, por lesionar a Giovanny Moreno en Argentina o por cometer el error de patear a un ave nocturna frente a las cámaras de televisión y jugando de visitante.
Algunos mensajes, publicados por defensores a ultranza -recién ahora¬- de los derechos de los animales, rezan por ejemplo (los errores de ortografía no son míos):
(…) Murmullos de solidaridad, gruñidos de aprobación entre la gente. Pagará por ello! (…) Y entonces, mientras invocamos a Pirry para que haga algo, desnudamos en el frenesí desbocado nuestro fariseísmo más solapado, nuestros sesgos racistas y xenófobos, nuestros prejuicios atávicos, nuestra violencia más rancia, nuestra raigambre vengativa y revanchista.
Cabría preguntarse varias cosas: ¿Y si el jugador que pateó la lechuza jugara de local, en la cancha del Hernán Ramírez Villegas?, ¿Y si no hubiera sido televisado en directo el incidente?, ¿Y si no se tratara del emblema agorero del JU-JU, que cuando sobrevuela el Metropolitano anuncia la victoria de los Tiburones de Barranquilla?
Se nos olvida que en el 2009, Jaider Romero, jugador del Junior, también pateó otra de las lechuzas que suelen anidar en el estadio. Entonces no pasó nada y la tribuna no le gritó asesino [4].
El proceso de la banalización
La banalización de lo importante, se nutre de tres fuentes: la primera, el recurso de la superficialidad; la segunda, la ambivalencia moral; la tercera, la supresión de lo esencial. La imagen del animal nos puede servir en esta ilustración.
- Un artículo del año 2006, escrito por Lucía Rodríguez Noriega, llama la atención sobre una confusión acerca del ave de la diosa Atenea. Tradicionalmente, el ave que representa a la diosa griega de la sabiduría ha sido identificada con la lechuza (Tito Alba), aunque el citado estudio demuestra por medio de pruebas históricas, etimológicas, literarias y figurativas, que tal presunción no parece del todo correcta.
Las evidencias apuntan mejor a otra ave de la familia de las rapaces nocturnas, el mochuelo (Athene noctua), de menor tamaño, ojos grandes y color amarillento, con la cual, como afirma Rodríguez Noriega, la lechuza solo guarda “una semejanza superficial” [5].
Convertir lo importante, lo que requiere alguna forma de análisis en profundidad en un cotilleo mediático, polarizante, en comidilla de diletantes a través de una semejanza superficial, es el primer ingrediente en el proceso de la banalización. - • En segundo lugar, la figura de la lechuza representa la ambivalencia innata del hombre de todas las épocas. Pocos animales han ostentado en la historia de la cultura lecturas tan disímiles.
Desde ser considerada mensajera de noticias funestas a través de su canto, su presencia o su vuelo, hasta ser imaginada como símbolo de la prudencia, la inteligencia y la cordura. Desde la imagen fantasmagórica de las brujas nocturnas, el ave siniestra que se bebe el aceite de las lámparas, hasta la imagen heráldica de la mayor serenidad y reflexión. Desde las brujas de Ovidio, hasta la lechuza fantasma de Harry Potter, la capacidad de ver mejor en la noche puede ser, para algunos, una virtud diabólica de las rapaces nocturnas, y para otros, la evidencia de la sabiduría que penetra en las tinieblas de la ignorancia.
La misma ambivalencia es evidente en nuestros juicios: algunos pretenden vengar la muerte de la Tito alba barranquillera con la lapidación pública del ofensor panameño. Cabría preguntar si algunos de los enfurecidos que le gritaban “asesino” a Jaime Moreno, no son los mismos que se tranzan a golpes con las barras bravas de los equipos visitantes a la salida de la tribuna donde anidan las lechuzas, o se hacen retratar para las notas sociales en los tendidos taurinos de la Santamaría. - Por último, la banalidad se alimenta de la ofuscación en torno a lo esencial. Como afirma Luiz Ruffato, en relación con la violencia de las favelas en Brasil: “Hay una violencia mayor, que es la que no se ve”.
En su novela Ellos Eran Muchos Caballos, retrata la brutalidad en las periferias de Sao Pablo a través de la mirada del perro callejero que pasea el escenario de las violencias cotidianas. “Lo insoportable de la pobreza es interpelado por el ojo insaciable de unas ratas hambrientas” [6].Según Ruffato, si tan sólo nos quedamos en los márgenes de la descripción de los hechos a través de los medios, si no se percibe el dolor en el coliseo de la barbarie, si el foco no está en el dolor de las víctimas y los vulnerables, el resultado es la banalización de la violencia, el festinamiento de la crueldad. En la novela de Ruffato, como en el Ensayo Sobre la Ceguera de Saramago, es el otro, el animal, la rata hambrienta, el perro callejero, el perro de las lágrimas, la lechuza maltratada en nuestro caso, quien nos interpela, quien nos cuestiona desde la mediación de las víctimas.
¿Los buenos somos más?
Parece claro que aún estamos lejos de la ética de la compasión de Schopenhauer, de la ética de la reverencia por la vida de Albert Schweitzer y por supuesto, de la ética discursiva de Habermas.
Y con seguridad, convertir lo importante en insulso, no es el mejor atajo hacia un mayor imaginario de valores. Como en la novela de Patricia Highsmith, El Grito de la Lechuza, quizá el culpable no sea el señalado por todos. Como en las novelas de Patricia Highsmith, quizá los buenos no somos más. Quizá no somos tan buenos como pensamos. Algunos patean lechuzas, otros, defraudamos en otras formas.
“El hombre no debe compasión a los animales, sino justicia”, decía Schopenhauer. Quizá nos quepa a todos en esta sociedad, algo de la responsabilidad compartida por las muchas formas de injusticia que vivimos, aplaudimos y condenamos, en el teatro equívoco de nuestras violencias rutinarias.
*Médico, magister en Bioética, profesor universitario de Bioética, miembro del Comité de Ética Institucional de la Investigación Universidad el Bosque. Colaborador de la Revista Alarife Universidad Piloto de Colombia, Revista de la Universidad el Rosario, Revista Agricultura de las Américas.
Notas de pie de página
[1] Castro, Antonio. El grito de la lechuza: la banalización de una excelente historia. Revista de cine, ISSN 0212-7245, Nº 170, 1989 , págs. 10-12.
[2] Highsmith, Patricia. El Grito de la lechuza. Plaza & Janés Editores, S.A., 1997
[3] Disponible en: {http://www.rcnradio.com/noticias/28-02-11/convocan-plant-n-por-violenta-agresi-n-de-jugador-contra-una-lechuza-en-estadio-de}
[4] Disponible en: {http://www.citytv.com.co/videos/332954/jaider-romero-tambien-patea-la-lechuza-del-metropolitano}
[5] Rodríguez –Noriega Guillén, Lucía. Intentando socavar una falsa creencia: la identidad del ave de Atenea. STVDIVM. Revista de Humanidades, 12 (2006), ISSN: 1137-8417, pp. 103-111.
[6] Friera Silvina. Discuto la banalización de la violencia. Entrevista a Luiz Ruffato. Página 12. Sábado 8 de enero de 2011. Disponible en : {http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/4-20432-2011-01-08.html}