Relectura en clave literaria de una intensa obsesión colectiva alimentada por el morbo sabiamente administrado por los medios. El agudo observador descubre un nuevo género: la novela negra, por entregas y en tiempo real de una justicia-espectáculo que ya no inspira respeto, porque de tanto manoseo ha perdido su majestad.
Boris Pinto
![]() Una fiesta de disfraces es un escenario inmejorable para el babel psicológico de personajes y rostros tan recónditos. |
Entre el consumo y el olvido
¿Por qué nos fascina tanto? ¿Por qué semejante despliegue mediático sobre el caso de Luis Andrés Colmenares? ¿Por qué llevamos tanto tiempo conectados sin parpadear al curso de esta historia?
No es la única historia de violencia en un país particularmente violento, ni es el único crimen no resuelto en un país donde campea la impunidad. Tampoco es la historia más violenta, por si alguien quisiera apelar a una pretendida psicopatía oculta en el inconsciente social de la masa ávida de morbo, o algo por el estilo.
Cada día, cada noche, después de una dura jornada de trabajo, asistimos ritualmente en medio de la música peliculesca de los noticieros, al altar vespertino de las violencias cotidianas, a contemplar el desfile de asesinos cabizbajos, de usurpadores de los bienes comunes, de abusadores imperturbables, de matarifes sin rostro, de bombazos aquí y allá, del ojo ciudadano y del ¿qué tal esto?
Hay noticias que conmueven; otras que movilizan; otras que causan indignación; otras que cumplen el propósito fundamental de informar. Otras que entretienen. Muchas que simplemente consumimos y olvidamos. Hace algunas semanas, me sorprendió comprobar que hay quienes, por ejemplo, ya no recuerdan el atentado al Club El Nogal. Es comprensible: ante el enorme alud de desventuras, hay que levantar barreras sanitarias aislantes para inducir el olvido.
No es la única historia de violencia en un país particular-mente violento, ni es el único crimen no resuelto en un país donde campea la impunidad.
Estamos de acuerdo: el caso de Luis Andrés tiene los elementos necesarios para construir una excelente trama:
- una fiesta de disfraces en la noche de Halloween como telón de fondo;
- una intriga pasional;
- una muerte en oscuras circunstancias;
- llamadas interceptadas y testimonios equívocos;
- personajes de estratos altos y estudiantes de una prestigiosa universidad, sin antecedentes judiciales;
- un cadáver exhumado tras un sueño premonitorio de la madre de la víctima;
- intrigas policiales, acusaciones de obstrucción a la justicia y dictámenes periciales contradictorios.
Los hilos dramáticos
A todo esto hay que sumar un efecto narrativo primordial: la trama avanza a saltos generados por la tensión intrínseca del relato: cuando parece agotado uno de los hilos de la narración, aparece un nuevo elemento, un nuevo testigo, un indicio probatorio, el “as bajo la manga”, “la prueba reina”, un nudo narrativo que cambia intempestivamente el curso de los hechos y que sacude, a intervalos regulares, la modorra de los telespectadores.
![]() Esta historia seduce no sólo por los ingredientes o los personajes; seduce por la forma como ha sido contada: en clave de reality. Foto: Valledupar Noticias. |
La historia tiene elementos de melodrama clásico: pareja protagónica, conflicto pasional, personajes maniqueos y estereotipados por el dispositivo social de los medios, personajes antagónicos, y una historia de entretenimiento por entregas, como los antiguos folletines populares del siglo XIX.
Pero, al mismo tiempo, alguien podría afirmar que tiene ingredientes de la novela policíaca, de suspenso e intriga —al estilo de Sherlock Holmes— donde el desentrañamiento del enigma es el fin de las peripecias.
Pero también han ido apareciendo matices de la novela negra dura, al estilo de Dashiell Hammet y Raymond Chandler, donde los buenos no son tan buenos y los malos no son siempre tan malos; donde la justicia se corrompe, donde los perfiles psicológicos del criminal y el justiciero se difuminan, y la ciudad del escorpión termina por devorarse a sí misma, sin esperanzas, ni moralejas finales.
Una fiesta de disfraces es un escenario inmejorable para el babel psicológico de personajes y rostros tan recónditos. Al fin y al cabo, decía Erving Goffman, la vida cotidiana es un desfile de máscaras.
Un género innovador
Las intrigas sórdidas, violentas, novelescas y absurdas, abundan en el bestiario de nuestras crónicas locales: Campo Elías Delgado, el monstruo de los Andes, el Patrón del Mal, los Castaño, los Mancuso, los Tirofijo, Vladimir Melo, Javier Velasco, amén de los innumerables alias que habitan la frágil memoria del país. La retahíla es infinita. Sin desearlo, termina cualquiera repitiendo siempre los mismos clichés: la realidad supera la ficción; es tan real, que parece mentira; la vida no es sueño, la vida es un reality.
Esta historia seduce no sólo por los ingredientes o los personajes de la trama; seduce por la forma como ha sido contada: en clave de reality. Es una novela negra, por entregas y en tiempo real.
Y ese es un género innovador. Y rentable. Es más económico que crear una serie de ficción y, al mismo tiempo, estimula generosos dividendos de audiencia, de tráfico en las redes y espacios de publicidad.
Genera expectativas, permite que los telespectadores ofrezcan conjeturas, establezcan juicios provisionales y apasionados sobre quiénes son los protagonistas y quiénes los antagonistas, quiénes los buenos y quiénes los malos.
Con las sucesivas entregas se enreda la madeja, se tensionan los hilos, los nudos obligan a desenredar en otra dirección, y la exasperación de la propia audiencia se recrudece en el suspenso de la trama.
Hay noticias que conmueven; que movilizan; que indignan; otras cumplen el propósito fundamental de informar. Otras, entretienen. Muchas simplemente las consumimos y las olvidamos.
Justicia–espectáculo o reality al revés
El reality se define por el voyeurismo y el simulacro. Los ojos de todos se entrometen en la vida privada de los otros. No existe realidad sino simulación. Los personajes juegan, mienten, fingen, y los telespectadores toman partido y deciden a quien brindarle sus simpatías.
![]() "LACE-1001 voces unidas x justicia para Luis Andrés Colmenares Escobar" grupo oficial en Facebook. Foto: Tomada de Facebook |
Voyeurismo y simulacro están presentes en esta novela por entregas: hasta se organizan grupos en las redes sociales para expresar su solidaridad con alguno de los personajes. Asistimos a destellos de realismo mágico en medio de los vestigios de la novela negra: la tumba de Luis Andrés es la más visitada en Villanueva (Guajira), mientras los amigos y familiares de Carlos hacen arengas frente a la cárcel Modelo.
Ni aún el cadáver de la víctima escapa a la exhibición pública. “Hay que decir que las fotos editadas por respeto a ustedes y a los involucrados en el proceso, las mostramos por su relevancia periodística…”.
Como en cualquier reality, aparentemente no hay un libreto, pero la incertidumbre jalona la atención del público, el cual se erige, desde el diván del pobre frente al televisor (como afirma Félix Guatari), en el supremo Gran Juez, que decide quien permanece en la casa-estudio de los protagonistas de la novela, y quien la abandona.
Si se tratara llanamente de exigir justicia en un caso de impunidad, la conversión del caso Colmenares en un asunto mediático sería un gesto reivindicatorio. Pero al convertirlo en un reality novelesco, se corre el riesgo de comprometer la justicia a expensas del rating. Los telespectadores ya tienen sus advertidos y sus protegidos. En medio de la pugna de simpatías y fervores, están los fiscales, los jueces, los tribunales, los abogados, el dolor de las familias y la dignidad de la víctima.
Denegación de justicia o banalidad pública
Al mismo tiempo, se invisibilizan otras historias igualmente dignas de ser conocidas —que quizá no tengan el mismo “gancho” o “punch”, porque la historia no seduce o porque los protagonistas no tienen el perfil distintivo de estos personajes— como lo relata Mario Mendoza en una de sus novelas, al citar el amplio despliegue de los medios frente al asesinato de dos policías, y la “breve nota fugaz” sobre la masacre de familias de recicladores en la ciudadela del cartón.
De la misma forma, se confunde la visibilización mediática con participación ciudadana. Se confunde la alusión de culpabilidades con la demanda de justicia. No hay tal. Es una ilusión.
Los telespectadores sólo participamos para azuzar la contienda y comprobar al final nuestras intuiciones sobre los culpables. Y esta es otra forma de violencia, pues persiste en la trillada tesis de creer que la aplicación de la justicia es la eliminación del adversario.
Esta historia ya dejó de ser información. Tampoco puede conmover o indignar (excepto a los directos afectados). A estas alturas, sólo nos puede entretener. Tampoco puede despertar nuestra imaginación, ni mucho menos catalizar la imaginación moral. No nos puede hacer sentir el dolor de la víctima, pues aunque es una historia dolorosa y real, está mal contada.
![]() Escenas de realismo mágico: los amigos y familiares de Carlos Cárdenas hacen arengas frente a la cárcel Modelo exigiendo justicia. Foto: Vanguardia.com |
Bien lo ha señalado Vargas Llosa, hablando al respecto de la prosa de Juan Carlos Onetti: “como ocurre con las buenas creaciones literarias, lo importante no es lo que ocurre sino cómo ocurre. La manera en que está contada la historia consigue que lo que ella cuenta sea dramático, tierno, apasionante, sutil, desolador”.
La trama avanza: cuando parece agotado uno de los hilos de la narración, aparece un nuevo testigo, un indicio probatorio, el “as bajo la manga”, “la prueba reina”.
La narración en forma de reality no genera compasión, no construye ciudadanía, no promueve la participación ni reivindica los derechos de las víctimas. Sólo consigue que se señalen posibles infractores, que se resalten los rasgos morbosos de la trama, que se polarice a los espectadores en torno a los personajes (¿qué opina del polémico caso de Luis Colmenares?), y que el drama y el dolor privados se conviertan en banalidad pública (Vea la audiencia Colmenares a partir de la 1:00 p.m. Laura Moreno y Jessy Quintero vuelven al banquillo. Siga cada detalle de la audiencia, en vivo y sin interrupciones).
Cada noche, sentados frente al televisor, solo nos queda esperar el desenlace final de la teleserie: que se haga por fin justicia, en estos y en otros tantos casos olvidados en el país, y que las víctimas puedan repasar en silencio los mendrugos de su dolor y enterrar con dignidad a sus muertos.
Mientras tanto, sentados en el diván de los recreos, seguiremos pendientes de la próxima entrega de esta triste novela negra.
* Profesor de Bioética en la Fundación Universitaria Sánitas. Médico, magister en Bioética, profesor universitario de Bioética, miembro del Comité de Ética Institucional de la Investigación Universidad el Bosque. Colaborador de la Revista Alarife Universidad Piloto de Colombia, Revista de la Universidad el Rosario, Revista Agricultura de las Américas.