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La muerte ronda de noche el Parque Nacional

Escrito por María Victoria Uribe
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Mara_Victoria_Uribe_fotoUna mirada penetrante y compasiva desde la antropología cultural sobre la reacción colectiva que suscitó este crimen atroz. ¿Cómo fija la sociedad los límites cuya transgresión desencadena una oleada de rechazo colectivo?

María Victoria Uribe *

Entre anestesia e indignación

En un país en guerra desde hace sesenta años, los colombianos estamos acostumbrados a ver y a oír acerca de crímenes atroces que han ocurrido a lo largo y ancho del territorio nacional. Hasta el extremo de que parecemos anestesiados ante una violencia omnipresente que ya nos parece natural. Aquí surge un primer tema digno de análisis: la naturalización de ciertos eventos o acontecimientos violentos.

Sin embargo, cuando se trata de una muerte violenta, todavía hay dos aspectos que despiertan indignación entre los colombianos: el exceso de violencia aplicado a una persona considerada inocente, y el hecho de que dicha violencia transgreda ciertos límites establecidos por la cultura respecto a qué es tolerable y qué no.

En este texto quiero hacer alusión a la violencia de género, que en estos últimos días ha ocupado los primeros planos tanto en los medios masivos de comunicación como en la conciencia ciudadana, para abordarla desde la perspectiva de lo que la gente común considera que está bien o está mal, es decir, desde la cultura.

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Rosa Elvira resultó víctima también de la incompetencia de las instituciones que supuestamente deben velar por la seguridad de los ciudadanos.
Foto: Policía Nacional.
 

Perturbador, por fuera de lugar

Es bien conocida la indiferencia o la apatía de los colombianos en relación con los crímenes atroces que ocurren diariamente, más aun cuando se localizan en lugares apartados o remotos, así estén a pocos kilómetros de los centros urbanos.

Rosa Elvira resultó víctima también de la incompetencia de las instituciones que supuestamente deben velar por la seguridad de los ciudadanos. ¿Por qué nos tortura tanto su sufrimiento y no el de los miles de colombianos que han perecido en circunstancias parecidas? Porque lo sentimos cercano, una amenaza muy cercana y posible.

Un clamor general de rechazo entre los presentes en el Parque Nacional fue no entender por qué Rosa Elvira había sido trasladada al distante hospital Santa Clara en lugar del San Ignacio o del Hospital Militar, que se encuentran a pocas cuadras del lugar de los hechos. Este interpela e incrimina directamente al deteriorado sistema de salud, un sistema inhumano que discrimina entre ciudadanos de primera, de segunda, de tercera y hasta de cuarta categoría, pero donde la gran mayoría ni siquiera clasifica. Un sistema que condenó a la mujer malherida a una segunda agonía de espera e incertidumbre, lo que finalmente precipitó su muerte.

La protesta y la indignación de la gente se concentraron en torno a la figura de la Policía: una decisión inteligente, pero oportunista, de la Alcaldía de la ciudad consistió en ordenar que un destacamento de solo mujeres–policías portando una rosa blanca en el pecho fuera encargado de mantener el orden en la concentración del Parque Nacional. Su actitud respetuosa y su misma presencia sirvieron para comunicar un mensaje de condolencia de parte de las autoridades. Hasta me atrevería a decir que fue una manifestación de su propia solidaridad de género.

Unos días antes la ciudadanía se había enterado de cómo unos agentes de policía habían quemado vivos a dos perros pertenecientes a un reciclador. En medio del dolor por Rosa Elvira, se oyeron gritos en contra de los policías varones, quemadores de perros.

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La Policía envió un destacamento de mujeres a la concentración del Parque Nacional. Fue una manifestación de su propia solidaridad de género.
Foto: Darling Zambrano.
 

Una nueva santa, laica y popular

En fin, lo que resultó intolerable en el caso de Rosa Elvira fue la transgresión de los límites, el exceso, algo que la cultura no puede tolerar: semejante crimen en semejante lugar público.

Porque los excesos en la intimidad del hogar no trascienden. Casos de violencia de género intrafamiliar —que venían siendo ignorados— salieron a relucir con posterioridad al asesinato de Rosa Elvira: la mujer que fue lanzada de un cuarto piso por un esposo iracundo y que quedó reducida a una vida vegetativa, y el caso de la mujer apuñalada en un centro comercial por su colérico compañero. Casos entre otros muchos que reposan en los anaqueles de los juzgados. ¿Qué se puede hacer para cambiar esta violencia de género que parece estructural?

No sería raro que el lugar preciso donde fue encontrada Rosa Elvira Cely se convierta pronto en un lugar de memoria, un sitio de peregrinación. Si algo está profundamente sembrado en el inconsciente de los colombianos es una conexión irracional con quienes sufren una muerte violenta: la cultura popular transmuta en santos a las víctimas, que no tardan en producir milagros. Los cementerios en Colombia son escenarios de ceremonias y rituales que giran alrededor de figuras trágicas profundamente arraigadas en el imaginario colectivo.

Ojalá que a raíz de los sucesos macabros del Parque Nacional la sociedad colombiana avanzara aunque fuera un paso hacia adelante para escapar de esa fuerza oscura que nos tiene atrapados hace tanto tiempo, así fuera consolándose en el símbolo colectivo de una nueva santa laica.

 

* Antropóloga. Universidad del Rosario

Dígalo en RP l Junio

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