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Una lectura paradójica y reveladora de nuestra actitud ambivalente y atormentada hacia lo femenino y del daño abismal que han producido el conflicto armado y la derechización creciente de Colombia.
Mario Bernardo Figueroa
¿Qué ha cambiado en nuestra sociedad para que ese repudio a lo femenino haya aumentado en los últimos años? Foto: Darling Zambrano.
Una cursilería que dice mucho
“A las mujeres no se las toca ni con el pétalo de una rosa”. Podríamos añorar el pasado, pensar que el aumento desmesurado de la violencia contra las mujeres ha sido el resultado de olvidar aquella máxima que antaño sí funcionaba. Voy a tratar de demostrar que en realidad ocurre todo lo contrario: que ahora las mujeres sufren las consecuencias de una lectura literal –radical y loca– de esta vieja máxima.
Como todos los síntomas del sufrimiento social, la violencia contra las mujeres obedece a múltiples causas. No pretendo dar cuenta de esta violencia, solo aspiro a tocar algunos de sus aspectos, apoyándome en un análisis de la máxima citada, bajo cuyo influjo fuimos educados buena parte de los colombianos: esa sentencia condensa posturas ideológicas, religiosas, políticas y hasta estéticas, que han sido tradicionales en nuestro país.
Esa sentencia cursi es producto de un anacrónico amor cortés, que no por medieval y premoderno es menos eficaz: exalta a la mujer ubicándola como objeto de adoración, más allá de las rosas, en el lugar privilegiado que nuestra cultura ha consagrado a La Virgen. Si a las mujeres no se las toca, entonces llegamos muy rápido al descubrimiento de que ¡todos somos hijos de una virgen! Ningún hombre ha tocado a nuestra madre, y sin embargo nosotros hemos nacido, luego…
La fórmula logra así anotar cuatro tantos de un solo golpe: primero, ubica a nuestras madres en el lugar de vírgenes; segundo, nosotros, los hijos, quedamos nada más y nada menos que en la condición de hijos de una madre santa, no tocada; tercero, eliminamos al padre porque, si nuestra madre no ha sido tocada, obviamente nuestro papá resulta una figura meramente decorativa y no le debemos nada, menos aún obediencia; y por último, repudiamos a las mujeres, a todas aquellas que transgreden la norma de ser “no tocadas”.
Diferencia y castración
La sentencia establece un reparto entre las mujeres: las que se dejan tocar y las que no. Sin ninguna duda, este lugar de La mujer que no se deja tocar es un lugar imposible, corresponde en este caso al lugar de la Virgen, que queda de un lado; al otro lado, se ubican las otras mujeres, aquellas que se han dejado o que se dejarán tocar.
Así estas mujeres —todas y una por una— quedan excluidas de esa condición que define el ideal universal del “ser mujer”: no ser tocadas. Lo curioso es que, si las mujeres constituyen la diferencia, cada una de ellas implica una excepción a lo universal, que las quiere a todas intocables. Por eso las mujeres representan la diferencia, la excepción.
![]() Entre 2001-2009 seis mujeres fueron víctimas directas de algún tipo de violencia sexual cada hora. Foto: Darling Zambrano. |
Esta distribución que hace la sentencia es similar a la que hace el niño justamente cuando se enfrenta a la diferencia, en este caso, a la diferencia anatómica de los sexos. En algún momento, luego de desmentir la percepción del genital femenino, o de consolarse creyendo que ahí hay un pene chiquitico que algún día les crecerá, el niño acepta finalmente que las mujeres no tienen uno, solo que asume que es porque se lo han cortado; ese es el motivo de su negativa radical a admitir la diferencia: si a ellas las han mutilado ¡entonces él, como las mujeres, podría ser víctima de la castración!
Sin embargo, mantiene una reserva: no todas han sido castradas, solo las despreciables, aquellas culpables por vivir los mismos impulsos eróticos prohibidos que lo habitan a él. Con estas últimas arma un conjunto que cada vez crece más, pero la madre no entra ahí, la salva para salvarse.
La ubica en otro ámbito, el conjunto de “las ni con el pétalo…”. El niño afrontará otras vicisitudes para poder admitir la diferencia sexual, de lo contrario hará carrera el retorno perverso del odio a lo femenino. “Es notorio, escribía Freud, cuánto menosprecio por la mujer, horror a ella, disposición a la homosexualidad, derivan del convencimiento final acerca de la falta de pene en la mujer” [1].
Allí ubicaba Freud el origen de esa mezcla de odio y pavor hacia las mujeres: en no poder soportar el más concreto signo de la diferencia, la diferencia sexual, aquella a la que, en últimas, terminan por remitir todas las demás diferencias. Pero Freud planteaba esto en 1923, de manera que no es un problema reciente. ¿Qué ha cambiado en nuestra sociedad para que ese repudio a lo femenino haya aumentado en los últimos años?
La guerra y la diferencia
Sin ambages, creo que una de las causas de este aumento es el prolongado conflicto armado que ha vivido el país y su degradación. Se suele decir que la primera víctima de la guerra es la verdad. También lo es la diferencia.
La guerra supone uniformes… uniformidad, unidad. La guerra niega la diferencia, la persigue, la ataca, más que ninguna otra circunstancia; se siente amenazada por ella. El principio elemental clave de los ejércitos y en general de las masas, “la unión hace la fuerza”, se resquebraja si admite la diferencia.
Freud demostró que la masa, esencialmente masculina, se sostiene mediante vínculos homosexuales, y niega la diferencia, lo cual es más marcado en los ejércitos [2]. Si estos reciben mujeres, es bajo la condición de que allí operen como hombres, desde una posición y una lógica masculina.
No solo lo femenino es temido como un factor de perturbación dentro de las propias filas, sino que es buscado y atacado en el enemigo.
Botín de guerra y portadoras de la honra
Un estudio reciente —que abarca el periodo 2001-2009 y cubre 407 municipios— demuestra que en Colombia la violencia sexual contra las mujeres es utilizada como arma de guerra de manera generalizada por todos los actores del conflicto armado. [3]
Las transgresiones van desde la violación hasta el embarazo y la prostitución forzados, pasando por la esterilización y el acoso sexual. Durante este periodo y en ese contexto, seis mujeres fueron víctimas directas de algún tipo de violencia sexual cada hora.
Las mujeres son botín de guerra, y en última instancia, el verdadero enemigo para los ejércitos. Un momento antes de despojar al enemigo de sus bienes (para nuestro caso particular ese tan codiciado y con marcadas resonancias femeninas: la tierra, la Madre Tierra), se le arrebata la honra cifrada en la “pureza” de lo femenino.
La honra de un hombre es la de su madre, su mujer y su hija; si alguna de estas es “manchada”, la deshonra recae sobre él. Por eso las mujeres de su familia o de su comunidad son violadas o agredidas sexualmente por el enemigo.
Pero también pierde la honra cuando lo femenino en él se hace visible, cuando muestra su lado de “nenita”, la cara que busca el enemigo con ansia. Las formas de tortura pasan siempre por la realización de la fantasía de feminizar al torturado.
La derecha y la virgen
Los efectos del conflicto armado no se limitan a las zonas de combate ni a los “combatientes”. La sociedad entera ve cómo se resquebrajan el tejido social y sus soportes simbólicos.
No es casual que en los últimos años hayamos asistido a un fortalecimiento de la derecha en Colombia y a una intensa polarización de la sociedad. Estos dos fenómenos se basan en el furibundo rechazo de la diferencia. Digamos que el espíritu de derecha tiene una marcada predilección por ese espacio del “ni con el pétalo…”.
A la promoción de los llamados valores tradicionales, que la derecha considera su patrimonio particular, no le conviene nada ese extraño “conjunto” abierto donde se encuentran “todas y cada una” de las mujeres, donde a pesar de estar todas, cada una conserva su singularidad.
Por eso los logros de las luchas de las mujeres son temidos y no hacen más que reforzar la fantasía masculina de que las mujeres son peligrosas. Algunos hombres reciben la emancipación femenina con la sensación de una extrema impotencia que refuerza el viejo y reprimido odio: se sienten víctimas de una feminización.
La mujer “ha salido del closet” no solo para buscarse como mujer, sino para feminizarlos, creen ellos: es el cumplimiento de la temida castración. El pensamiento de derecha sueña con esa mujer que no es tocada ni con el pétalo, Mujer imposible.
![]() Las mujeres son botín de guerra, y en última instancia, el verdadero enemigo para los ejércitos. Foto: Darling Zambrano. |
Justamente la Virgen extrae su poder de esa imposibilidad (Atenea, Diana, Minerva…). No me refiero específicamente a la Virgen María; la misma fantasía inconsciente sostiene el apego a esta Mujer imposible y completa en comunidades religiosas que no admiten la presencia de la Virgen María dentro de su credo.
No deja de ser significativo el hecho de que en muchos sectores de la sociedad colombiana la Virgen haya cobrado un valor mucho más preponderante del que tenía en el pasado: como lo refiere Fernando Vallejo, hay capillas e iglesias donde ahora la Virgen ocupa el lugar principal en el altar, lugar que antes estaba destinado solo a Jesucristo [4].
También ahora se levantan altares a la Virgen en las oficinas de los más altos funcionarios públicos. Del mismo tenor es el hecho de que se rezara muy oficialmente el Rosario en la Casa de Nariño. Pero también se atenta contra esos sagrarios. Lo contradictorio de esas conductas no lo es sino en apariencia: en el fondo, el rechazo extremo también es un signo de adoración.
Más allá de las altas esferas, encontramos la advocación específica de la Virgen que protege a cada arma de las Fuerzas Militares, a cada banda o a cada gremio de nuestro país: todos tienen su respectiva virgen, su patrona.
No es de extrañar entonces que en las sociedades y en los momentos cuando más se adora a La mujer ideal, completa, imposible, más se persiga a las mujeres, más se les odie y más se les rebaje a objeto de consumo.
* Psicoanalista, profesor asociado de la Escuela de Estudios en Psicoanálisis y Cultura de la Universidad Nacional de Colombia y de la maestría en Psicoanálisis, subjetividad y Cultura de la misma universidad. Miembro de ANALÍTICA, Asociación de Psicoanálisis de Bogotá.
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1 Comentario
Lo que eso significa no es en el ámbito sexual, no es puritanismo, lo que esa frase significa es que a una mujer no se le golpea, no se trata de no acariciar, significa que un HOMBRE NUNCA DEBE GOLPEAR A UNA MUJER, POR NINGUNA RAZÓN. Mi abuela, siempre nos lo dijo y tenía toda la razón. Quien te golpea, no te quiere y lo volverá hacer y posiblemente la próxima vez te mate.