Quiénes son, qué desean y qué han hecho los partidos o movimientos políticos cristianos en un país donde la iglesia católica decae mientras el clientelismo y el caudillismo siguen presentes en las elecciones.
William Mauricio Beltrán *
Del catolicismo a una “religión a la carta”
Uno de los cambios más notorios de la sociedad colombiana en las últimas décadas ha sido el de su universo religioso: miles de fieles desertan del catolicismo cada año y la iglesia católica pierde influencia en campos como la política, la educación, los medios de comunicación e incluso la familia.
Para los años 60, las minorías religiosas no alcanzaban en su conjunto el 1 por ciento de la población colombiana. Investigaciones recientes — en las cuales he participado directamente — indican que hoy cerca del 20 por ciento de la población colombiana confiesa una fe diferente de la católica y cerca del 5 por ciento se declaran increyentes (ateos o agnósticos).
Mientras tanto una porción creciente de la población — que ronda el 4 por ciento — define su actitud frente a la religión con frases como “creo en Dios, pero no en la religión”, “creo en Dios, pero no en la iglesia” o “soy católico, pero a mi manera”.
Hoy cerca del 20 por ciento de la población colombiana confiesa una fe diferente de la católica y cerca del 5 por ciento se declaran increyentes (ateos o agnósticos).
Si bien la mayoría de los colombianos se sigue identificando como católica (cerca al 70 por ciento), es indiscutible que la membrecía y la práctica de la fe católica van en declive. Aunque la mayoría de los colombianos fueron bautizados según el rito católico, se constata el crecimiento de católicos pasivos o nominales: se autodefinen como “católicos no practicantes”; que no asisten a misa, o que solo lo hacen para formalizar determinados ritos de pasaje (bautismos, matrimonios y funerales), pero que no comparten las posiciones de la iglesia en temas como la sexualidad, la reproducción y familia.
Uno de los aspectos culturales más importantes del cambio religioso es la individualización del creer, es decir, la filiación religiosa depende cada vez menos de la tradición familiar (generalmente católica) y cada vez más obedece a los gustos o preferencias individuales.
Los colombianos hoy consideran que tienen derecho a elegir la religión o la iglesia que se acomode mejor a sus necesidades y que pueden reconsiderar esta decisión en caso de no sentirse satisfechos.
Esta individualización o “subjetivación del creer” da a los fieles la libertad de mezclar su tradición religiosa con otras creencias, para así personalizar o individualizar su fe, fenómeno conocido como “religión a la carta”. Por ejemplo, prácticas como el yoga o la meditación gozan de buena acogida en ciertos sectores urbanos, especialmente entre aquellos que han tenido mayores oportunidades educativas. En general profesionales y académicos relativizan con mayor facilidad la tradición católica y sienten mayor libertad para combinar el catolicismo con otras creencias.
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La explosión evangélica y pentecostal
Entre todos los movimientos religiosos que arrebatan fieles a la iglesia católica se destaca el protestantismo evangélico y pentecostal: cerca del 15 por ciento de la población colombiana ya se autodefine como cristianos, bajo esta nueva connotación.
Si bien este movimiento se caracteriza por su diversidad interna, que incluye una gran cantidad de denominaciones, de interpretaciones bíblicas, de misiones y de iglesias, todas éstas promueven una religiosidad similar: un cristianismo de la experiencia personal y de la conversión, basado en un culto participativo y emotivo que incluye música y actividades extáticas, mediante las cuales los fieles puede sentir “el poder” y la “presencia de Dios”.
Paradójicamente, la acogida de que goza el pentecostalismo en América Latina depende en buena medida de rasgos muy similares a los del catolicismo popular: ambos movimientos ofrecen milagros y participan de un mundo encantado — que incluye la creencia en el poder de los demonios, en maldiciones que actúan en este mundo y en el poder de conjuros y oraciones — y se rigen por una moral tradicional que condena el aborto y el matrimonio entre homosexuales, entre otras cosas.
Uno de los aspectos culturales más importantes del cambio religioso es la individualización del creer, es decir, la filiación religiosa depende cada vez menos de la tradición familiar (generalmente católica) y cada vez más obedece a los gustos o preferencias individuales.
Por lo tanto, el cambio religioso en Colombia sigue el camino de las inercias culturales: las personas que desertan del catolicismo tienden a preferir ofertas religiosas similares.
El movimiento pentecostal no funciona en torno a una organización centralizada: no tiene un magisterio, una jerarquía, ni ningún ente centralizado de control. Funciona sobre la base de la autoridad de líderes carismáticos (en el sentido sociológico), es decir, líderes que logran demostrar a un grupo de fieles que son depositarios de dones y virtudes extraordinarias, como por ejemplo, cualidades proféticas (adivinatorias) o poder sobre las enfermedades y los demonios.
Aunque la mayoría de los líderes pentecostales solo logra convocar a un pequeño número de seguidores en un local, un garaje o una casa de familia, los más carismáticos hoy están a la cabeza de organizaciones multitudinarias: celebridades como César Castellanos, Jorge Enrique Gómez, Ricardo Rodríguez y María Luisa Piraquive son tanto pastores como exitosos empresarios, que dirigen emporios religiosos multinacionales, con cientos de sedes, además de colegios, editoriales, cadenas radiales y canales de televisión. Estos líderes son por, lo tanto, personajes mediáticos: tele–evangelistas o tele–predicadores.
Foto- luishernandomonsalved.blogspot.com |
Fieles por votos
No conformes con su éxito económico, estos líderes carismáticos han aprovechado su influencia para ingresar en el campo de la política electoral. Desde los años 90, pastores pentecostales de todas la regiones y ciudades del país empezaron a negociar el voto de sus fieles a cambio de prebendas y favores, tal como salió a la luz recientemente por un escándalo que involucró al senador Roy Barreras y a un grupo de pastores evangélicos de Cali.
Candidatos a todos los cargos de elección popular han hecho proselitismo desde los púlpitos con tal de lograr el voto pentecostal: Samper, Serpa, Uribe y Santos incluyeron en sus campañas presidenciales visitas a algunas de las mega–iglesias pentecostales más multitudinarias, como la Misión Carismática Internacional, el Centro Misionero Bethesda o el Centro Mundial de Avivamiento.
De esta manera, las grandes organizaciones pentecostales se convirtieron en espacios para el clientelismo y la negociación política: algunos de los líderes pentecostales más exitosos adoptaron prácticas propias de los caciques políticos, con la ventaja de que sus feudos electorales funcionan en las grandes ciudades.
Algunas de las organizaciones pentecostales más poderosas decidieron crear sus propios partidos políticos:
Entre 1990 y 2006 funcionó el Partido Nacional Cristiano, que tenía como principal capital político la autoridad religiosa de los esposos César Castellanos y Claudia Rodríguez de Castellanos y la feligresía de la Misión Carismática Internacional, una de las organizaciones pentecostales más poderosas y multitudinarias de Colombia. Por razones de conveniencia electoral, los esposos Castellanos decidieron trasladar su capital político a Cambio Radical y posteriormente al Partido de la U, tras la reforma política de 2003.
el cambio religioso en Colombia sigue el camino de las inercias culturales: las personas que desertan del catolicismo tienden a preferir ofertas religiosas similares.
Entre 1992 y 2006 funcionó también el Partido C4 (Compromiso Cívico y Cristiano por la Comunidad) gracias al carisma del exsenador Jimmy Chamorro y sobre la base electoral de la Cruzada Estudiantil y Profesional de Colombia, organización pentecostal que nació en Colombia y hoy tiene sedes en más de 18 países. Chamorro quiso mantener la independencia de su movimiento político, por lo que se negó a hacer coaliciones con otros partidos: por esta razón, el C4 no sobrevivió a la reforma política de 2003.
En el año 2000 nació el MIRA, sigla que tiene dos acepciones: una política, Movimiento Independiente de Renovación Absoluta, y otra religiosa, Movimiento Imitador de la Rectitud del Altísimo. MIRA tiene como principal capital electoral la membresía de la Iglesia de Dios Ministerial de Jesucristo Internacional, organización religiosa multinacional liderada por María Luisa Piraquive, madre de Alexandra Moreno Piraquive quien junto con Carlos Baena son las principales figuras políticas de este partido. Entre todos los partidos de base pentecostal, MIRA ha demostrado ser el más independiente y el único que tiene hoy alguna proyección política.
Que quieren los cristianos
En cuanto a la agenda política de los pentecostales se pueden observar dos grandes tendencias:
-Por un lado han buscado acceder a los mismos privilegios y derechos de la iglesia católica, para superar la discriminación que vivieron por décadas, en cuanto minoría religiosa. Los mayores avances al respecto fueron su participación en la Constituyente de 1991 con dos representantes y la aprobación de la ley estatutaria de libertad religiosa (ley 133 de 1994), redactada por Viviane Morales, cristiana de profundas convicciones.
-Por otro lado, los pentecostales han utilizado la política para defender la moral y el modelo de familia tradicional: han manifestado su oposición militante a las propuestas de despenalizar el aborto y reconocer los derechos de las parejas homosexuales.
Paradójicamente, los políticos pentecostales han encontrado en los católicos conservadores sus más fuertes aliados, entre quienes se destaca el Procurador. Unos y otros se consideran guardianes de la moral tradicional y del modelo de familia «instituido por Dios».
Durante 2009, líderes pentecostales llamaron a los jerarcas católicos a unir fuerzas para convocar un referendo que buscaba tumbar la sentencia de la Corte Constitucional que reconoció sus derechos patrimoniales a las parejas homosexuales. Así, católicos y evangélicos, viejos rivales en el campo religioso, han acabado siendo aliados políticos en defensa de una agenda moralizante.
Salta a la luz otra paradoja: los evangélicos y los pentecostales que vivieron décadas de discriminación social, utilizan ahora su nuevo poder político para reproducir y mantener esquemas sociales que discriminan a otras minorías. Su campaña para limitar los derechos de la comunidad LGBTI así lo prueba.
* Sociólogo y máster en sociología de la Universidad Nacional, doctor en Estudios sobre América Latina de la Universidad París III, profesor asociado del Departamento de Sociología e investigador del Centro de Estudios Sociales (CES) de la Universidad Nacional de Colombia.